Una vez llegada la hora, que si bien, ningún humano hubo jamás presenciado; para los dioses no era nada de otro mundo. Aconteció, pues, el momento de Aries, y gustosas, incluso con toda la necesidad que ello conlleva, las estrellas entraron en celo.
Las danzas dirigidas por Venus iluminaron el Cielo de colores, todo era simétrico, medido y bien proporcionado. Hubo varios reportes de las distintas estaciones espaciales (antes de que fueran destruídas) que informaron haber experimentado una suerte de música muda, y susurros de placer.
La mecánica natural de estas cosas no cambia mucho de la que ocurre en los seres efímeros, consiste, sencillamente en formar parejas de estrellas, de planetas y de dioses. Una vez copulados, se vuelven a alejar para crear el espacio suficiente que les permita multiplicarse.
Por supuesto, la humanidad, al presenciar a Venus y Marte acercarse para consumar este amor descrito y cantado con tanta antgüedad, en menos de un segundo (¿o fue en más?), perdió la toda la razón.