Ella ventana

Una vez solos, deslicé mis dedos por su nuca, con el pulgar acaricié su rostro que era suave y frío, conocía su debilidad, abrió los ojos, abrió los labios y me contó todos sus secretos, no tuvo pudor para decirme alguno, fui yo quien no quiso acceder a su memoria, lo dejamos cuando llegó su dueño. La intimidad ha perdido su encanto contigo, Siri.

Oyó un silbido, luego un golpe, alguien lo llamaba, a la derecha, a la izquierda. Fue presuroso, descorrió el candado, abrió de par en par cada ventana. No había nadie, o mejor dicho, estaban todos. Cuando cerró de un golpe las puertitas se dio cuenta de algo escalofriante, perdió lo más importante, la pared de su cuarto, y sin pared tampoco había ventanas. Los límites y la libertad se habían perdido. Aun había una posibilidad si alguien llamaba a su puerta.

Javel

Cambio de mentalidad

“¡Todos debemos cambiar de mentalidad!” Escuché que alguien decía arriba de un templete hace varios días mientras más de un centenar de personas gritaban llenas de emoción: “¡Sí!” Me quedé estupefacto por la frase. No es la primera vez que la escucho. Pero sí la primera vez que escucho que alguien la dice arriba de un templete, es como si Facebook hubiera encarnado y alguien escribiera eso mientras recibiera cientos de likes al momento. Aunque algo que ninguna red social podrá dar es el sentido de unidad que se percibía en aquel grupo. Estaban emocionados, comprometidos con lo que escuchaban; siendo parte de ese momento. Pero pensándolo bien, ¿era una orden o un consenso? Porque en el primer caso, se podría especular que el de arriba del templete se situaba en una posición superior porque él sabía cuál era la mentalidad a la que había que cambiar. ¿Habrá sido una buena mentalidad la que tenía entre sus manos? O ¿quería crear y dirigir un grupo que se sintiera superior a los demás?, ¿cómo sería capaz de cambiar la mentalidad de alguien? Si entre los entusiastas asistentes había algún buen profesor, supongo que se quedó ahí no para recibir la mentalidad ofrecida sino para saber el secreto del cambio de las mentalidades. El cambio de mentalidad, ¿se daría según una serie de discursos o mediante una serie de ejercicios?, ¿habría un programa para dicho cambio? Porque al hablar de mentalidad se podría ir a cualquiera de los dos lados: el cambio en las ideas o el cambio en los modos de manifestarse en el mundo. O quizá creía que la mentalidad incluía ambas, que lo que se hace en alguna circunstancia cambia según las ideas que se tengan y que al realizar algo distinto en la circunstancia se cambian las ideas. Pero creo que es más importante preguntarnos: ¿para qué cambiar de mentalidad? Supongo que el grupo de seguidores no estaban contentos con su mentalidad y por ese motivo, no poco importante, querían cambiarla. No pocos estarían dispuestos a hacerlo si supieran cómo (las cosas están muy jodidas en el mundo, un buen cambio de mentalidad a varios no les vendría mal; pero creo que los que más joden el mundo son los que menos quieren cambiar su mentalidad). Aunque cambio de mentalidad suena muy radical, como a pensar y de vivir de un modo completamente distinto al que se ha llevado. Creo que no podríamos cambiar nuestra concepción de la derecha y la izquierda o de arriba y abajo, de lo sólido y de lo blando, de aquello que nos permite situarnos de modo espacial. Tal vez los objetivos de la persona del templete eran más modestos, algo así como preferir comer vegetales en lugar de carnes o de ayudar a las personas en lugar de perjudicarlas (claro que cómo ayudo a alguien no siempre es algo sencillo de saber). Pero si lo que dijo lo dijo sólo para captar adeptos, está usando una frase poderosamente retórica para objetivos perversos. El que tiene que cambiar de mentalidad es él. Aunque, si lo que quería decir era precisamente lo que él representaba, ¿en qué mundo viviremos?

Yaddir

Desaire

Y es que la superficie del agua se estiró como si fuera una sábana transparente. Yo pude ver cómo Rodrigo trataba de romperla con sus brazos, con sus dientes. La mordía y la perforaba con las uñas sin éxito alguno. Por supuesto en una indescriptible desesperación por el terror de quedarse sin oxígeno en cualquier momento.

Tal vez no me crea, oficial, pero yo lo vi ahogarse, desde que sus ojos perdieron la luz de la esperanza, hasta que su cuerpo se empezó a poner morado y a hincharse. Yo sigo sin entender cómo fue posible que una vez invadido completamente por el agua, simple y sencillamente a aquél trozo de carne inanimada de repente, le dio por flotar.

Yo intenté ayudarle, por supuesto, le piqué con un palo a ese velo acuático que le separaba de la vida más rápido de lo que podía concebir, y así mismo, vi cómo se estiraba como un chicle, como una ligera e irrompible tela de realidad que nos impedía traerlo de vuelta del mundo de los muertos.

¿Qué más podía hacer? Si me hubiera lanzado a sacarlo, bueno… ahorita también estaría mi cadáver flotando en esa piscina.

Progreso y olvido

Progreso y olvido

La expectativa del tiempo se convierte en una idolatría. El progreso es alérgico a la mención de lo eterno. La crueldad del progreso, señaló Gabriel Zaid, es la falta real de consuelo por la mitología que lo envuelve. Su paraíso se queda en promesa que habrá siempre de cumplirse en la tierra, pero en un momento que nunca se vive por nosotros mismos. ¿Será la fe un modo de vivir que se alienta principalmente de una espera de futuro más adecuado? No es el futuro lo que se espera, como no es el pasado y la autoridad tradicional la fuente genuina de la verdad. ¿Qué es desperdiciar el tiempo para la fe del progreso? La respuesta no es tan oscura. ¿No será el mayor dolor del tiempo perdido parecido al descubrimiento del arrepentimiento? Hoy sólo nombramos con esa palabra a los que nos lamentamos de no haber hecho. No hay pecado en el dolor por lo perdido, no obstante. El pagano sensato que no piensa en el arrepentimiento no es el nihilista que no se da cuenta de su frivolidad. Le es posible conocerse. ¿No tiene fe el pagano sensato? ¿Sería la fe del filósofo? Falso: la sensatez no requiere de filosofía. El rasgo distintivo del filósofo es su locura; no la insensatez, la locura. ¿No la fe que uno comparte con los hombres es determinante en nuestra apreciación de la locura? Sócrates veía locura en la ausencia de autoconocimiento, algo para lo que también puede perderse tiempo, o para lo cual el tiempo resulta irrelevante. Si el autoconocimiento no es vocación encontrada fácilmente, ¿qué fe subsiste a la destrucción?

 

Tacitus

La irrupción de la indiferencia

Persuadidos de que somos civilizados y profundamente racionales, confíamos devotamente en la educación. Si bien nuestras vidas se encuentran llenas de pesar, educarse aquilata nuestras dificultades y nos lleva a obtener la comodidad feliz merecida. Un hombre es capaz cuando ha sido educado. Domina la técnica para elaborar y tener suficiencia propia. Participa en su comunidad, aporta a su funcionamiento y asegura la integridad de ambos. Una frase atribuida a Confucio reza que un hombre que sabe pescar, tendrá alimentos por el resto de su vida. No sólo saciará su hambre, será independiente si lo hace siempre mediante sus propias fuerzas. Hay una hipótesis popular que asume que los miembros ajenos a la sociedad se criaron en familias conflictivas, sin mucho cuidado de su estancia en la escuela. Dicho hombres no son capaces de mantenerse en pie, incluso perjudica a otros en lo mismo. Quien no tiene sus capacidades instruidas, difícilmente se dirá que es un hombre de provecho.

En esta instrucción, se asume al maestro como pieza fundamental. De su esfuerzo depende la pertenencia y utilidad de su pupilo en la sociedad. Se vuelve tarea moral su afán por educarlo. Mediante la formación, el pupilo alcanzará su dignidad. La excelencia es alcanzada por el dominio de conocimientos y haber logrado apaciguarse en una serenidad objetiva. Después de seis años de lidiar con malos humores, faltas en constancias, exabruptos en disciplina, conocimientos que una y otra vez se repasan; al séptimo año, graduado su pupilo, puede tomar descanso y contemplar su obra. Produce hombres de bien por medio de su labor. La moralidad en su trabajo lo enaltece frente a otras ocupaciones.

Su instrucción es infundir los conocimientos, afinar las capacidades y conducir a su pupilo por una rectitud. El maestro sentirá orgullo cuando haya lugar en la sociedad para su educado. Su adaptación a las costumbres, dando margen sano para la innovación, es signo de virtud. Pensemos, así, que el educado tendrá su justa pertenencia y habrá equilibrio. La experiencia es referente en la adaptación; el maestro tiene mayor tiempo en tratar de adaptarse. Mientras transmite lo que sabe, es maestro valioso.

Podrá reprochársele al maestro perezoso que desperdicia el tiempo de juventud de su pupilo. No está a la altura de la disposición de éste ni aprovecha el interés puesto en clase. Podrá reprochársele al maestro exigente por hacer su clase muy difícil, casi inalcanzable para sus pupilos. Sin embargo, el maestro con la módica dificultad y la severa orientación es reconocido por hacer un hombre de bien (civilizado, preparado para las demandas de sus conciudadanos). La virtud ilustrada es evidente y deseable. Si el estudiante no sabe apreciar la conveniencia de instruirse, es problema suyo. No saberlo apreciar lo distancia y lo convierte en un miembro-problema de su sociedad. Dice C.S. Lewis que el maestro es quien sabe regar el corazón desértico de sus estudiantes. ¿Cómo hacerlo si el mismo muere en su aridez?