Y es que la superficie del agua se estiró como si fuera una sábana transparente. Yo pude ver cómo Rodrigo trataba de romperla con sus brazos, con sus dientes. La mordía y la perforaba con las uñas sin éxito alguno. Por supuesto en una indescriptible desesperación por el terror de quedarse sin oxígeno en cualquier momento.
Tal vez no me crea, oficial, pero yo lo vi ahogarse, desde que sus ojos perdieron la luz de la esperanza, hasta que su cuerpo se empezó a poner morado y a hincharse. Yo sigo sin entender cómo fue posible que una vez invadido completamente por el agua, simple y sencillamente a aquél trozo de carne inanimada de repente, le dio por flotar.
Yo intenté ayudarle, por supuesto, le piqué con un palo a ese velo acuático que le separaba de la vida más rápido de lo que podía concebir, y así mismo, vi cómo se estiraba como un chicle, como una ligera e irrompible tela de realidad que nos impedía traerlo de vuelta del mundo de los muertos.
¿Qué más podía hacer? Si me hubiera lanzado a sacarlo, bueno… ahorita también estaría mi cadáver flotando en esa piscina.