No le pesaba el hecho de que la guerra estuviera perdida.
Mucho menos, que nadie en lo que le restaba de vida, fuera a creer su historia de haber sido el único sobreviviente de ambas detonaciones nucleares.
Lo que le pesaba de verdad, es que, aunque quisiera contar su historia, no había nadie que pudiera escucharla en kilómetros a la redonda.