Gran intelecto hereje

Resulta tendencia de gente inteligente, ser diletante de la sabiduría. Tienden a poseer una afición a la colección de conocimientos, buscan involucrarse en más de un campo de saber, indagan exhaustivamente en lo que despierta su interés y aspiran a una mentalidad cosmopolita. Sienten una devoción por la facultad suprema del hombre: su raciocinio. El mejor elogio que pueden hacerle es explotarla al máximo y mantenerla activa mediante el continuo aprendizaje. Todo lo que atraviesa su propio tamiz es criticado por el Juez; él aprueba o rechaza. No cabe sorprenderse, entonces, que identifiquen eso que llaman cultura con historia. Si decimos que ésta es el recuento de fracasos políticos (sediciones, guerras, mudanzas de era) y proezas humanas, es deber del inteligente contemplar la trascendencia del hombre en el tiempo.

Usualmente el Renacimiento es vista como pináculo. Posterior al oscurantismo medieval, el hombre recupera su identidad olvidada, baja la vista del cielo para voltear a sus alrededor y prestar atención a sus congéneres. La distinción de disciplinas es efectiva para dedicar el tiempo a cada una, los renacentistas presionan para que no olvidemos que todas hablan de lo mismo: el hombre y su establecimiento en la antes Tierra Falsa.  Cultura es mantener este registro. La inteligencia debe enjugar las lágrimas del valle y levantarnos el rostro. El Discurso sobre la Dignidad del Hombre es considerado a menudo el manifiesto de esta época. Inaugura el orgullo de ser humano y enfatiza una de las capacidades claves para la vida moderna: la libertad. En el discurso, Pico della Mirandola se maravilla ante la imposibilidad de asignar al hombre en alguna categoría de la Creación. No es vegetal, ni bestia, ni ángel; desde su nacimiento contiene el germen de todas las creaturas. Tomado como el manifiesto renacentista, su texto se reconoce por la exaltación de la capacidad humana y su originalidad respectos a otros.

Muchos concentran su atención en el contenido, pocos reparan en la forma del Discurso. Su estilo es representación acerca de su visión de hombre. A través de su lectura, se distingue un autor sumamente letrado y con posibilidad de ser llamado culto. Las referencias múltiples se insertan en favor de su argumentación, referencias solamente conseguidas por alguien que ha tenido el ocio y privilegio de leer textos paganos como textos cristianos y orientales. El pasado tejido reitera que lo dicho es muy consabido, aunque rara vez descubierto. No sólo eso, sino que la retórica sugiere la escisión con la historia. Así como el hombre se desliga de la Creación, su autor se desliga de la tradición. Su selección de las referencias y vinculación obedece al criterio puesto por Picco della Mirandola. La vasta cultura antigua (árabe, europea, griega, cristiana, romana…) es meditada y escogida por el Juez. Renace el hombre cuando es consciente del sentido de la Historia; hay un hombre nuevo frente a lo antiguo.

Entre la cruz y el azar

Atentos los soldados, lo que pasa por encima de sus ropas es cuestión para ellos de importancia, los cuidadores poderosos en manos del azar el sentido de sus tardes encontraban.

Tras los insultos a los reos, uno de ellos sumamente manso, los vigías veían cómo es que los dados les concedían o les negaban el tener un manto y una túnica en suerte. ¿Qué caerá? ¿Será bueno? ¿Acaso hubo trampa?

Los poderosos vigías se entretenían con asechanzas, mientras en el madero la vida de su reo se acababa.

Las suertes sobre ropas extendidas en el suelo, y elevándose al cielo, el manso Cordero, viendo cómo a pesar del juego la salvación alcanza para aquellos que no buscan poder, para los que lejos de los juegos y las chanzas entregan sus vidas por los amigos sin esperar de este mundo alabanzas.

¡Qué lejos está el tesoro de la salvación cuando cuelga del madero!, ¿Cuánto nos alejamos de ser salvos al preferir las suertes y los insultos que son propios del juego  en lugar de ver el gesto de amor del inmaculado Cordero?

A veces pareciera que la vida se nos va en tiradas mezquinas, destinadas a ganar investiduras ya vacías.

Maigo

La corona del virus

Una epidemia lo que más contagia es el miedo. La difusión se confunde con el contagio. Hay antecedentes de pestes que debilitaron a imperios enteros, cuando esos imperios eran menos numerosos que los países en la actualidad. Hay motivos para temer. Nadie sabe exactamente de dónde surgen, ni qué tanto daño causarán, pero las epidemias nos paralizan. Tal vez sea el desconocimiento de lo que pueda pasar lo que nos mantiene tan preocupados. Tenemos tantos medicamentos para tantos padecimientos, que  se nos dificulta concebir que haya una enfermedad que se nos resista por todos los flancos. Por eso es que resultan tan atractivas las películas y series donde hay virus que se difunden y arrasan con la humanidad, porque nos muestran la actual comodidad con la ligera posibilidad de que puede acabar. Nos provocan un miedo controlable.

Pero una epidemia no es cómoda, ni controlable. El miedo no se controla. Las imágenes de Wuhan lo demuestran. Las personas viven en esa ciudad de una manera «especial». Viven en el desconocimiento absoluto, sabiendo que en cualquier momento podrían enfermar; ya enfermos se enfrentarían al desconcierto de si sobrevivirán o no. No saben quién las puede contagiar, qué les puede pasar exactamente si se contagian, cómo va a cambiar eso su vida. A diferencia de las pestes en épocas pasadas, en esta ocasión se está trabajando arduamente para evitar los contagios y encontrar alguna cura; se confía más en la medicina. Podemos tanto temer porque creíamos que ninguna enfermedad nos vendría a molestar así como sentirnos confiados en que pronto se encontrará una solución. Aunque nuestra actitud es más pasiva. Obedecemos lo que nos dicen los expertos. Confiamos en ellos. Eso los dota de un poder y una responsabilidad que tal vez en las famosas pestes pasadas nadie tenía. En dichas pestes había quienes se acercaban más a la medicina, otros a la religión, ayudando a su prójimo, y otros más se desprendían en los placeres. Pero en esas tres posibilidades cabía mayor decisión por parte de la persona que en nuestro contexto. Los virus son tan complejamente sutiles, que nadie cree que poniéndose máscaras con ciertas hierbas se podría evitar su intromisión. Algunos reconocemos nuestras limitaciones, pero si alguien encontrara una cura, una vacuna o cualquier método para evitar los contagios y las muertes, supongo que habría descubierto otros límites. Se sentiría poderoso. ¿El virus nos podría mostrar quiénes pueden curar y quiénes son curados?

Yaddir

7 – El viaje en el tiempo

Ya he pensado antes que las historias de viajes en el tiempo son una extensión de un deseo desenfrenado. No se trata éste de un pensamiento original, lo sé. Es de provecho decirlo de todas maneras, porque no recuerdo cuándo fue la última vez que tuve una discusión fructífera al respecto. Quizás sea demasiado tarde. Estas historias suelen ser consecuencia del carácter irrestricto por el que esa inclinación que tenemos a que nuestra vida sea de cierto modo se duele, pues le falta el poder para cambiar decisiones ya tomadas y borrar eventos ocurridos. Todos hemos sentido el aguijón del hubiera. Ya una vez leí por ahí que ese penoso subjuntivo, en contra de toda sabiduría placera, de hecho sí existe. El argumento era que es una parte fundamental de nuestra vida humana la saludable expresión del deseo de futuro, de la disposición para una mejor vida. Venga, pues, bien dicho. Todos nosotros tenemos muy presente en nuestras vidas ese deseo doloroso. Pero hay que decir mucho más. Mucho más por cuanto debe hablarse del exceso. El exceso de ese deseo y la incapacidad de admitir que nuestro poder no da para hacer guerra contra la necesidad es lo que se desahoga en cuentos de viajes en el tiempo. Da igual si hay o no «hubiera», el tipo de alma que se manifiesta en la leyenda del Fulano que pudo volver al pasado a evitar la muerte de quien amaba, es uno que no ha podido cejar del todo. Que no quiere vivir el mundo. La posibilidad que se saborea de que las cosas no sean lo que son es demasiado grande para que regrese a sus casillas. Estos cuentos también tienen otros placeres aunados por supuesto. Es claro que no se trata exclusivamente de fantasías de realización del imposible «de otro modo». Hay un desafío a la inteligencia para calcular, por ejemplo, o una agradable invitación a la imaginación y la memoria para asir una totalidad donde las partes no están ordenadas en el orden en que se presentan. Es de una extraña satisfacción admirarse de quien puede mirarse a sí mismo más joven y decirse todo lo que debía haber sabido cuando todavía era útil aprenderlo. Y además, debe uno decir que los cuentos de viajes en el tiempo no son los únicos haciendo esto. ¡Ni que se hubieran inventado los deseos humanos estos últimos siglos! Los cuentos de magia o portentos divinos siempre han tenido un poco de esta misma fantasía infantil. Es más, la distinción entre la magia de los premodernos y la ficción de la «ciencia ficción» es puro cuento, propagado por nosotros mismos por esa placentera vanidad por la que nos creemos mejores que nuestros antepasados. No deja de tratarse de propaganda. Es, pues, infantil, y lo es porque es inmaduro quien no ha aprendido a controlarse a sí mismo. Hay deseos dolorosos de muchos tipos: de cosas difíciles, de cosas impropias, de cosas lejanas; pero desear lo imposible sin tener control sobre uno y no saber la diferencia entre deseos (o no saber que hay diferencia) es un mal que nos puede cegar de la vida humana. El gran peligro, por supuesto, es perder la dignidad. Así también puede el necio que desea sabiduría –nada lo impide– querer adelantar el tiempo: hacer que ya haya pasado todo el trámite, todo lo que sufrirá quemando pestaña, leyendo y aprendiendo hartas maravillas, discutiendo, escribiendo artículos para renombradas revistas internacionales… Tremenda estupidez. No solamente confunde lo posible con lo imposible, sino que peor, confunde lo deseable con lo indeseable: ¡cree que quiere un inventario! Ahora, no se me malentienda, no tengo nada contra que se cuenten tales historias de viajes en el tiempo ni soy tampoco ajeno a sus delicias. Y menos todavía me engaño suponiendo que, incluso si tuviera algo contra ellas, podría hacer algo para evitarlas. Después de todo, ya están ahí escritas, diga yo lo que yo diga.

Proteófilo Cantejero

Los santos de los últimos segundos

Pues resulta que les iba a contar un cuento acerca del fin del mundo, pero la ciencia se me adelantó en la semana.

Y mientras andaba yo bien perdido pensando en la inmortalidad del cangrejo, vine a enterarme que ahora son los mormones los que controlan la ciencia actual. En fin.

Lo malo es que, a diferencia de mi cuento, terminaron por contar un chiste que pues ni risa da, pero tampoco espanta (ni destruye al mundo, pa acabarla de chingar).

Anunciaron en una de esas mamadas de líderes mundiales preocupados por destruir el mundo con su súper fuerza de la imaginación, que el «reloj del apocalipsis» ya marcaba 120 segundos para el fin del mundo. La extinción total y verdadera del ser humano, la erradicación de toda la vida en todo el cosmos.

Y bueno, pues resulta que eso lo anunciaron los científicos más serios y más afamados del mundo (porque allí hay puros chingones famosos como la niñita prostituta esa que hace corajes, ¿no?). Lo malo, yo creo que se les olvidó con tanto bombo y platillo, es que la ciencia no señaló cuándo comenzar el conteo regresivo. Porque pues ya pasó al menos media semana, y el mundo, sigue igual de culero como lo encontré cuando nací.

Deturpando el país

Creo que una de las peores vilezas, sino es que la más nefanda de todas, es confundir a los demás sobre el bien y el mal. Debe existir responsabilidad política o mejor callar. Pienso esto, pues si la administración pasada abusaba de ceguera, ésta abusa de enceguecer. EPN entendió que la única forma de salir avante de las críticas, era fijar los ojos en los lugares donde su gobierno daba o parecía dar resultados. Lo demás no existía y quien viera algo más allá de lo bueno, estaba enfermo de pesimismo. AMLO no necesita hacerse de la vista gorda, porque su visión se hace realidad para quien lo escucha. La primera perversión del gobierno actual es disociar los hechos de las palabras, o peor aún, convertir las palabras en cartuchos vacíos que el mandatario rellena con su sapiencia y dispara a mansalva para proteger al pueblo que es él. La crítica y autocrítica son impensables desde este momento. Si a las administraciones pasadas la realidad los superaba, para ésta, la realidad se forja en los datos oficiales, es decir, desde el centro de la política misma que son ellos.

Problema para el poder no tener un contrapeso. Si bien soy enemigo de la autoestima, por parecerme ésta un nacionalismo individual, sí creo en el ejercicio del autoconocimiento. Conocerse como ser político es entenderse y encontrarse con el otro, acepar su libertad. Ayudarlo a vivir mejor, no por el conocimiento que se tiene de uno (que bien puede ser pose), sino por la fraternidad que se encuentra entre ambos. La segunda perversión del gobierno actual es aparentar cercanía, fraternidad, cuando lo que se hace es negarle al otro su autonomía, ¿o que otra cosa son las encuestas a mano alzada? AMLO sabe que nadie puede negarse a su pregunta, a su voluntad en un acto que él preside, los niega y juega con ellos, los votantes, si alguno levanta la mano para dialogar, es callado, vejado. ¿Para qué el espacio si sólo habrá una voz? Cinismo fraterno.

La fraternidad fundada en la autoestima es un problema moderno, porque parte del conocimiento (del yo) y no del amor (al otro), además que el conocimiento es maleable por su fugacidad. Lo que se diga hoy, mañana se podrá olvidar. Ayudar al otro es darle conocimiento de las cosas mutables, y decirles cómo pueden conducirlas. Amor ahora es ciencia. Ayudar al otro es enseñarle a administrar lo efímero. Esto es mezquindad, pues en últimos términos sólo se piensa en uno mismo. Rechazar la caravana migrante es pensar en él, antes que en la dignidad humana, es pensar con lo que Trump amenazará si no cumple. Por ello necesita trastocar las palabras, decir “los rescatamos” a “los deportamos”. Necesita convencer de su bondad que es egoísmo, conservación de sí mismo a toda costa, y para ello envuelve a la realidad mexicana con sus palabras, la reduce, la explica en sus términos, la empobrece, lo que gana en claridad, lo pierde en exactitud, diría Unamuno.

AMLO empobrece la realidad con discursos que lo conservan y lo autoafirman como demiurgo. Es un sicario, también, del mal, pues se ha olvidado de la dignidad y del bien, en nombre de sí mismo. Nos ha convencido de que todo está bien, cuando todo va empeorando.

Javel

El show del tirano

Los grandes conocedores dicen que en Versalles Luis XIV acostumbraba usar zapatos de tacón. Y aunque ver a un hombre usando calzado tan incómodo, al mismo tiempo que pretendía conquistar al mundo, pudo resultar irrisorio en algún momento, por tratarse del rey la incomodidad se convirtió en símbolo de estatus.

El Rey Sol usaba calzado incómodo para que nadie lo opacara siendo más alto que él en la corte. El Rey Sol sacrificó la comodidad y el buen gusto con tal de ser él la estrella del Show que cada día se montaba en Versalles.

Y es que el Rey Sol era el protagonista del palacio, todos debían acudir a ver cómo es que despertaba y debían estar al tanto de lo que cenaba.

A veces pareciera que la moda impuesta por Luis XIV se limitó a las vestimentas, pero con el paso de los años y el advenimiento de nuevos tiranos, he notado que la disposición al ridículo con tal de ser la única estrella en el firmamento político se va acentuando.

Así pues no es de extrañar que después de lo acontecido en Versalles, los aspirantes a marcar la historia con su paso hagan lo que sea para ser únicos en el escenario.

Maigo