Conversaciones digitales

Revisando mi celular me percaté la cantidad de llamadas que había realizado el año pasado. Ni siquiera alcanzaron a ser 36, es decir, apenas una vez cada diez días alcé el celular. Y de esas llamadas, más de veinte eran sobre el trabajo y casi todas las restantes sobre cosas que compré vía intermediarios. Por el contrario, mis mensajes vía WhatsApp no podría contabilizarlos si no fuera con la propia app (algo que hasta este momento no sé hacer). No digo el número de veces que me quedé de ver con una persona el año pasado porque se me podría considerar una persona de las cavernas; mis llamadas casi duplican esa cifra. Gracias a esto me percaté que la conversación ha vuelto a ser escrita. Aunque mucho me temo que no podríamos llamarle conversación a frases que ni siquiera están temporalizadas por un verbo. Dedicamos mucho tiempo a escribir sin sentido del tiempo (aunque las propias ideas que queremos expresar o informar lo tengan, en ese sentido no escribimos fuera del tiempo o intempestivamente). ¿Nuestra adicción por omitir los verbos nos muestra la idea que tenemos de lo que está pasando?

Tal vez la última pregunta sea demasiado radical. Seguimos manteniendo el contacto con otras personas. ¿Pero sobre qué hablamos?, ¿para qué whatsapeamos?, ¿nos mandamos mensajes de la manera como interactuamos en una página web? Es decir, ¿nos entretenemos con los chismes que nos cuentan, sean con palabras, imágenes o logotipos llamados stickers?, ¿encendemos nuestra app mandando fotos y audios que deberían ser privados como ciertas páginas que tienen altos niveles de audiencia?, ¿escribimos para llenar nuestros tiempos libres? Me parece que ninguna de estas preguntas podrían responderse sencillamente con un sí o con un no. Aunque algo innegable es que nuestras conversaciones ante alguien más cada vez se parecen más a las conversaciones digitales.

Algo innegable es que podemos rebasar nuestros límites; constantemente rompemos nuestros récords. Hay chistes que de tan malos dan risa, pero hay chistes tan malos que dan pena; después de estos están los chistes basados en memes. En ese momento, cuando queremos contar un meme para causar risa, nos percatamos que la mayoría de los memes son herederos del chiste instantáneo, grotesco, heredero de los pastelazos. Cuando nuestro humor decrece, cuando el ingenio se estanca en la repetición de moldes por todos conocidos para alcanzar el mayor nivel de respuesta, nuestra manera de relacionarnos se mecaniza. Las frases se vuelven breves. Los encuentros efímeros, aburridos, indignos de recordarse pero dignos de postearse. Se multiplican las fotos, las descripciones se simplifican. Las palabras van perdiendo el don de decir. Nos quedamos en el solipsismo irreflexivo de buscar sentido en una luz artificial.

Yaddir

Cachito mío

Amigos del pueblo sabio. Disculparán la broma de mal gusto que vengo a contarles en esta entrada, es solo que no puedo evitar que la risa corroa mis entrañas.

Por supuesto, ya sabemos que no hay nadie mejor que el pueblo para juzgar estos asuntos. Y es por ello que pasaré de hacer bromas obvias sobre la rifa de nuestro Avión Presidencial, así también, obviaré esta propuesta de instaurar la SS mejicana, y por último no me meteré en asuntos como ¿para qué verga quiere ese dinero nuestro presidente? ¿Va a pagar impuestos por la venta de boletos? ¿Puede él participar en la rifa? ¿Es como cuando Calderón quería vender petrobonos?. Porque es evidente que con la sabiduría del pueblo sabio, no necesitan que un bromista venga a señalarles estas cosas.

Así que iré directo al grano, porque a la muchedumbre solo le interesa una cosa: El dinero, y el tiempo es oro. Nuestro chingón presidente libertador y defensor de nuestros derechos de pobres (porque son los pobres los que por principio están primero) nos prometió para que votaran por él, que iba a cuidar nuestro dinero. Que iba a acabar con la corrupción. Y es con esta noticia del Avión Presidencial, donde, a pesar de que yo no apoyé su llegada a la presidencia; me ha persuadido de que esas promesas no serán en vano y efectivamente se están cumpliendo. Por supuesto, ustedes ya lo sabían, yo me vengo enterando. Ya que de haber sido sabio como ustedes, hubiera votado por él.

El plan es un tanto obvio, pero es bastante efectivo: ¡Vamos a ser una nación freemium!

Adiós a todas esas estructuras neoliberalistas tradicionales, izquierdosas y rojizas. ¡El siglo 22 está en el 21 y en Méjico!

Lo primero que debemos saber, es que sí es necesario que los politiquetes dejen de robarse nuestro dinero. ¿Cómo es esto? ¿Cómo se lo roban? Porque yo en mi vida me he visto atracado por un senador, aunque sí he sido víctima de los asaltantes que habitan las calles de la Ciudad de Méjico. Sin embargo, es sabido por el pueblo sabio y nuestro presidente que los políticos nos roban. ¿Qué nos roban? Nos roban nuestro dinero. ¿Qué dinero? El dinero de nuestros impuestos.

Sencillo, ¿no? Espero que me estén siguiendo hasta aquí, porque es este punto donde brilla la genialidad de nuestro soberano: La manera más efectiva de evitar que nos roben el dinero, no es devolviéndonos parte de nuestras contribuciones en forma de becas a los más necesitados, a los niños, a las mujeres y a los retrasados. No, por supuesto no hay que ser muy listo para darnos cuenta que cada quincena pagamos más de 500 pesos de impuestos, como para que nos lo “devuelvan” en forma de apoyos para las personas de la tercera edad. Para decirlo un poco más claro: si pagamos 1000 pesos al mes de impuestos, ¿por qué a los jóvenes becados les dan solo 300? Es obvio que ahí hay gato encerrado. ¿No? Sigan conmigo.

Si queremos que no nos roben nuestro dinero, la solución es sencilla, obvia y me siento tonto por no haberla pensado antes: ¡dejemos de pagar impuestos! De esa manera, nuestros políticos no tendrán nada que robarnos. De esa manera podemos darle 500 pesos a nuestros hijos y gastarnos los otros 500 en chelas. De que se las compre un político a que nos la compremos nosotros… Bueno, yo sé lo que preferiríamos.

Y ya sé que habrá algún santurrón que me acuse (mal) de anarquista, y que venga a decirme que nuestros impuestos pagan los servicios básicos como el agua, el café, el gas, los chicles y el chapopote de las carreteras. Sí, y es ahí donde se puede apreciar la magnanimidad de la mente genial de nuestro presidente. ¿Cómo hacer para que el gobierno pueda costear esos servicios si no reciben dinero de impuestos y al mismo tiempo evitar que los políticos nos roben? ¡Sencillo! ¡Vamos a rifar la nación!

Allá por el 2008 si no es que antes, Radiohead lanzó su disco In Rainbows que fue lanzado “gratis” y quien quisiera donar dinero, pues lo hacía. Resultó que a final de cuentas, antes de ser lanzado ese disco, ya había recaudado más dinero que su álbum anterior. Y la mayoría de las personas que lo descargó no pagó nada por él. Estoy seguro que es el modelo que nuestro presidente quiere instarurar para quitar los impuestos, y por ende, la corrupción (porque todos sabemos que la corrupción es cosa de dinero).

¿Eso qué tiene que ver? Pues es sencillo, siempre se puede rifar el avión presidencial (aunque no le pertenezca al gobierno). Nada impide que se rife, el día de mañana, un pedazo de tierra, un pedazo de agua, el Río de los Remedios, una parte de la compañía de energía eléctrica, CONAGUA, La SAGARPA, La CNDH, el campo mejicano, los aeropuertos, los elotes, los servidores públicos, los puertos, las palmeras, los cocos, y el aire sin contaminación. ¿Y por qué no? ¡Imaginen ganar la rifa de alguno de estos objetos fantásticos! Por solo 500 pesos no tendrías que volver a pagar agua jamás. Y tu billete iría a parar a manos de un campeón de boxeo a modo de trofeo. ¡Todo el mundo gana!

¿Quieres que se tape el bache de tu colonia? Que el gobierno lo rife. Con el dinero lo tapa y ya es tuyo para hacer lo que quieras con él. ¿Quieres que se subsidie la gasolina? ¡Gánate la rifa! Por quinientos pesos, será tuya y podrás darla gratis si te place ¡No más gasolinazos jamás! ¿Quieres que se realice un proyecto de infraestructura? ¡Mándalo a kickstarter! Dejemos que la gente vote con su dinero. Al fin, como ya no se malgastará en impuestos…

Sí, nuestro presidente es genial. Y al menos yo, ya tengo mi plan de qué hacer con mi avión presidencial. Porque por supuesto, voy a terminar por participar en la rifa. ¿¡Se imaginan que me ganar el avión!? De inmediato se lo vendería al Presidente por 1000 pesos, para que lo vuelva a rifar y yo pueda comprar mi boleto de nuevo y salga con ganancia.

Creo que ya he mostrado lo magnífico de este plan que nuestro presidente tenía tan guardado. A final de cuentas, ya no nos van a robar nuestro dinero. Si no quieres, no entras en la rifa y ya. Solo pagarán los que quieran que les roben los políticos corruptos (que ya serán nulos porque eso dijo el presidente) y los que quieran adueñarse de un pedazo de nación.

Y así, bueno, cada quién tendrá lo que quiera y lo que pueda pagar, pero nos va a alcanzar para todo, porque ya no estaremos pagando impuestos. Seremos felices con nuestras adquisiciones y ninguno de esos cochinos políticos rateros nos van a venir a quitar lo que hemos ganado con el sudor de nuestra frente y nuestra suerte.

Ya solo nos quedará ver cómo hacerle para arreglar la inseguridad en las calles, porque seguro los ladrones que andan rondándola, nos quitarán lo que ganemos en la rifa.

En fin, una vez llegado ese momento, supongo que mis amigas me seguirán cuidando, no como el Estado. Y todos viviremos mejor con nuestro cachito de Méjico a nuestros pies.

Elogio al diccionario

Entre los objetos usados, arrumbados en los libreros enanos de la casa, se encuentran los diccionarios. Ahí acaba el Juvenil ocupado en sexto de primaria; el bilingüe nunca usado en clase de inglés; el pequeño Larousse, gema pequeña del hogar. Concluir la escuela engaña al hacernos creer la inutilidad la obra. Una vez terminado Español o el Taller de Redacción, la consulta por las palabras desconocidas es motivada por la urgencia. Si es necesario descifrar el significado del término, si no puede resolverse por el contexto y es imposible saltárselo, se recurre al libro como solución. Dicho intento puede ocultar la magnífica variedad del vocabulario; en vez de gozar las acepciones, modos distintos de hablar sobre lo que nos rodea, nos ceñimos a un significado como meta. De fuente para enriquecimiento se vuelve fuente de información. El libro auxilia en la aridez de la redacción. El pensamiento, más rápido que la pluma, demanda palabras para ser escuchado. El diccionario es oasis para los pacientes buscadores.

Hijos de la tiranía

Entre los restos de un hogar destrozado aparecieron ciertos textos por niños garrapateados, estos decían, con mala letra, como ocurre con cualquier carta escrita con falta de estudios de caligrafía, lo que sentían los pequeños, antes de que la tragedia llegara a sus vidas.

“Mi papá se ha ido, se debe al pueblo, es lo que dice ahora y es lo que siempre dijo. Desde muy temprano acude a la plaza, emite un discurso y a la gente eso le agrada.

Nosotros lo vemos desde las lejanías, siempre sonriente, aunque a veces no tiene ganas, pero no puede darse el lujo de mostrarse enojado, hasta cierto punto se sabe ajeno al sitio que ocupa en el mercado.

Él dice que es diferente a todos los hombres, que con él como rey la ciudad y el pueblo será conducida sólo por los mejores, quisiéramos saber que esos mejores somos nosotros, pero él sólo nos lleva con él cuando no le somos estorbo.

Con el paso del tiempo entendimos todo: los tiranos (que así es como se conoce a los gobernantes por aquí) no se ocupan de sus hijos porque ellos no los tienen, se deben a la patria y a los servicios que pueden hacer por la ciudad.

Nuestro padre como muchos busca dar lo mejor de sí a los que más necesitan de su presencia, y como no somos nosotros, sus hijos, hacen a un lado a su descendencia. Un tirano es padre de todos los ciudadanos y por eso sus descendientes deben vivir o nacer alejados.

Nuestro amoroso padre, nos mandó lejos, a veces pareciera que su amor es por el poder, no tanto por aquellos a los que se supone debe procurar el bien, pues parece que en estas raras tierras la familia estorba y que para desposar a quien la corona entrega es necesario deshacer todo lo que se construyó en regímenes anteriores, al que a nuestro querido Jasón toca.

Dejaremos aquí el relato, porque nuestra madre nos llama a voces, nuestra nana dice que más que Medea parece leona, y nosotros no sabemos en qué terminará esta historia”.

Hasta ahí quedó la carta. Qué pasó después con los niños no sabemos aunque cuenta un dramaturgo que el poder convirtió a Jasón en un tirano cuyo reino no duró un segundo.

Y además de que Jasón fracasó en su intento perdió la visión de sus hijos como consuelo ante la vejez que en algún momento llegaría a acompañarlo y en la que de nada le serviría el saber que cada mañana, desde que llegó a Corinto se presentó en el ágora con un discurso bien preparado.

Maigo

Rutina

«¿Cómo estás?» puede ser la pregunta más compleja de responder así como la más fácil. Decir «bien» es regularmente lo común. Acostumbrados estamos a escuchar el cuestionamiento en dos breves palabras del mismo modo como estamos acostumbrados a responder con una sola. Somos adictos a lo rápido y breve. Lo hacemos por costumbre. La socialización diaria nos hace preguntar y responder en automático. Nos interesamos brevemente el uno en el otro. Aunque tal vez sólo nos interese la respuesta, el fingir interés, y no saber cómo está la otra persona. ¿Sabe cómo se encuentra?, ¿distingue un día del otro si aparentemente todos los días hace casi lo mismo? El que pregunta, ¿sabe cuando le mienten, cuando le dicen «bien» porque el que responde quiere pasar al otro peldaño de su rutina, a que ahora él sea el cuestionado?, ¿sabe por qué le están mintiendo? Si la pregunta se hiciera y respondiera con toda su compleja seriedad, no habría necesidad de terapias.

Aunque quizá hacer todos los días casi lo mismo o cosas diferentes de la misma manera nos mantenga bien o con la creencia de  que estamos bien. Si estuviéramos mal o nos diéramos cuenta que estamos mal tal vez no seguiríamos haciendo lo que hacemos. Tal vez haríamos algo diferente. Quizá nos interesaría saber por qué la otra persona está bien. Hay quienes creen que lo que hacen es algo bueno. ¿Sólo ganar dinero será bueno?, ¿mantener una rutina que me posibilite vivir, tomar vacaciones, y satisfacer algún pequeño placer de vez en cuando es estar bien o es realizar algo bueno?  No pocos creen que por promover mediante su trabajo lo anterior es estar haciendo bien. Decirle a otros lo que deben hacer, para algunos, es estar haciendo bien; para otros es estar haciéndose bien. Un médico, por ejemplo, hace bien al enfermo y se hace bien. Hasta el buen médico puede afectar más de lo que ayuda a su paciente. ¿Preguntar seriamente cómo se encuentra alguien es sin ninguna duda hacer bien?

La imposibilidad de saber cómo está uno es lo que la producción de la rutina más afecta. Se cree que se sabe cómo se está, pues tácitamente se llega al acuerdo de que se está bien. El que se percata que se encuentra, en algún sentido, mal, difícilmente lo reconoce, lo dice o intenta solucionarlo. Saber qué es estar bien no es algo que se pueda decir en menos de un segundo.

Yaddir

6 – La calma y el relajo

En este mundo hay grupos grandísimos de una sola lengua que rebasan fronteras de países, que podrían llenar un continente si no nos dejáramos disuadir por las naturales variaciones regionales. También, cosa que me parece siempre harto curiosa como hispanohablante, hay pueblitos pequeños que comparativamente no tienen casi nada de gente y que mantienen un dialecto único, pronunciadamente separado de los colindantes, incluso si en el país del que forman parte la lengua oficial es otra. Viví en un pueblito como éstos durante una temporada. Logré que los lugareños se acostumbraran a mi presencia y resultaron increíblemente amistosos, incluso curiosos de algunas de las peculiaridades de mi educación. No dudo que haya lugares enteros poblados de xenófobos, pero éste no era así. Era tradicional, definitivamente, sin embargo no era parte de sus tradiciones dudar del valor del intercambio. Además, cuando un forastero –palabra que siempre me recuerda las películas del Viejo Oeste– como yo, intentaba hablar su dialecto, lo tomaban como un cumplido y se complacían hasta en los errores. Noté, sin embargo, una diferencia radical a la que nunca pude adaptarme y de la que no hubiera esperado que se adaptaran a mí tampoco.

Se trata de la idea de descanso. Al principio no entendía bien por qué, por ejemplo, esta gente veía mal a quien lavaba su carro los domingos o a quien organizaba una parranda al terminar la semana laboral. Varias veces perdí un poco del respeto que con tanto esfuerzo me había ganado de mis vecinos, sin tener idea de por qué. Después me enteré de que era porque silbaba «demasiado tarde», un hábito que tengo al caminar a solas. De donde yo vengo, cuando uno tiene ocasión de descansar, se relaja. Esto, no hay duda ni en la palabra, no podría ser más cercano al relajo. El relajo es un componente fundamental de mi cultura: no solamente en el hecho de que el juego y la broma son partes capitales de la comunicación, de la expresión de las relaciones personales, de la expresión del ánimo, incluso es muchas veces motor de la interacción pública. El relajo es para nuestro sentido del humor como el queso para una quesadilla. ¿Cómo puede entenderse en qué sentido una interacción entre cuates puede mantenerse en niveles peligrosos de burla mordaz sin llegar al insulto, si no es porque se hace «nomás por echar relajo»? Una buena conversación a voz alzada, una reunión para ver el video de un concierto, una noche caminando entre bares, o simplemente un fin de semana limpiando la casa mientras uno escucha buena música; todas éstas son cosas que para mí resultan de lo más normal cuando quiere descansar. Bueno, pues en este lugar nada hay más alejado. Puede uno practicar estas cosas, por supuesto, y pueden reconocerlas como actividades agradables y divertidas, pero nunca como descanso. Las ven como esfuerzo, como trabajo extra. Todo lo que «suena» tiene potencial de ser excesivo para esta gente. Lidiar con los sonidos del prójimo parece tener sus ventajas, pero también interferir con la santa paz que ellos esperan del descanso. Por eso la fiesta puede ser todo lo necesario que se quiera, pero cuando uno asiste, sabe que no descansará. Una vez fui regañado en un camión lleno de viejitos, a las 11:00 de la mañana, porque me llegó un mensaje de voz al celular. Apenas podía escucharlo yo mismo, pero a los dos segundos de que empezó a sonar me gritó el conductor –a un volumen de muchos más decibeles que mi mensaje–: «¡¿qué no sabe usted que hay audífonos?!». Para ellos, el descanso está hermanado de la calma al punto de causarles ansiedad. Como si el sonido de los alrededores estuviera ensuciándoles los pocos momentos que tienen para relajarse.

Puede decirse que es extremo; pero es verdad que la ausencia de sonido y la calma no son lo mismo. Lo primero es inhumano, lo segundo puede hacer mucho bien. Lo malo es que como se parecen se confunde uno, y más cuando viene de una cultura escandalosa como es mi caso. La calma parece ser una tranquilidad en la que el viento se está quieto, en que hay un cese al vaivén. Es el mismo sentido en que ausencia de sonido y silencio no son lo mismo, porque sólo puede haber silencio ahí donde puede haber palabra. Escuchar al viento es importante para llevar una vida abierta al resto del mundo, así como también es cierto que no se puede vivir humanamente cuando el alma es tormentosa. Lo mismo podría pensar en un contraste análogo, pero en una situación más familiar: no se puede vivir humanamente en la monotonía ansiosa de ése a quien todo preocupa y, por eso, jugar, bromear y ser algo exagerado hace que la vida tenga sabor. Esto segundo tal vez es muy obvio para la gente de donde yo crecí. Ahora bien, si pensamos en la calma, ésta no es un vacío porque en tal cosa no puede haber vida que descansar, no hay nadie que repose. La idea contraviene los modelos abstractos de cuerpos inertes en el espacio, pues nada que no pueda moverse por sí mismo (y ningún cuerpo abstracto puede hacer tal cosa) puede reposar. Si se me tratara de convencer de que el descanso debe ser la ausencia de sonido pensaría que esta gente está loca y que no sabe divertirse, diría que se creen cuerpos y no animales. Quizá muchos visitantes piensen eso al principio, antes de entender a la gente de este pueblo; pero aunque me es extraño, ahora veo en esta comparación por qué funciona así. También al revés, podría esto explicar por qué ahí se tiene el prejuicio de que gente como la mía es «caótica» cuando más bien se trata de estruendo, drama, chiste y fiesta. Es llamativo que puedan existir dos culturas que descansan, la una moviéndose en el relajo y la otra relajándose en el reposo; pero nada me sorprende que digan, aunque sea yo un espécimen pésimo para dar cuenta de esto, que donde «ellos» caminan en silencio «nosotros» bailamos y cantamos. Me gusta pensar que en medio hay suficiente espacio para sentarse a platicar.

Proteófilo Cantejero

Canta y no llores

Armados hasta los dientes con brillantes armas purpureas y con ánimos de guerra, los valientes pixiríanos se preparaban para la batalla.

Todo estaba listo, las armas, la tecnología ancestral que los había llevado a tomar por sorpresa en su rebelión contra el gobierno opresor; la organización y la táctica.

Por supuesto, no pudo faltar la banda de guerra, que siempre los acompañó a lo largo de todos levantamientos libertarios. Y fueron estos, los que portaron su arma secreta para esta batalla.

Se encontraron frente a frente con el general del imperio enemigo, ambos ejércitos bien armados, fieros, con todo el valor que puede caber en el pecho de un soldado dispuesto a dar la vida por su libertad. Listos para la batalla, la moneda se encontraba aún en el aire.

Fue entonces cuando comenzaron a sonar los tambores pixiríanos, percusión tras percusión pusieron en marcha tanto los latidos aliados como los enemigos. Y ahí en ese mismo instante, justo como lo habían planeado, el arma secreta fue liberada.

Todos los pixirianos, desde el reina hasta el último soldado raso, comenzaron a bailar. La tonada pegajosa de su canción de guerra, fue inmediatamente acompañada de voces acusantes, llenas de ira, rencor y locura. El baile era hipnotizante, empalagoso y contagioso, de muy mal gusto, al igual que su canto. Sabían, todos y cada uno de ellos, que lograrían dejar una marca en el mundo con esta acción, y por lo tanto, la guerra estaría asegurada a su favor.

He ahí la razón, jóvenes estudiantes, de que nunca antes jamás hubieran escuchado la historia de los pixiríanos, como podrán imaginarse, perdieron la guerra. Y nadie nunca más habló de ellos, si no era para señalarlos como ejemplo del cómo perder una guerra, al no saber distinguir un juego de algo serio.