La ingenuidad en ver moscas

Junto con la rata, no hay creatura más horrible que la mosca. Al igual que la primera. se le puede encontrar sumando a la obscuridad en los sitios más tenebrosos. Por ejemplo, la vemos revoloteando sobre el cadáver de un barranco o en los túneles improvisados en las montañas de basura. También se le halla en otros sitios menos lúgubres como el plátano que fue olvidado por días o en la popo dura de los patios con mascotas. En ocasiones, su maldad llega a tanto que se empeña a ser ese detalle molesto en una tarde de hastío en primavera. Sea luz u obscuridad, noche o día, interior o exterior, las moscas están ahí, listas para fastidiar y recordarlo lo negro de la existencia. Su omnipresencia es maldición.

¿Por qué, entonces, escribiría Machado un poema lleno de entusiasmo y que al leerlo sentimos los zumbidos ágiles en sus versos (traducidos por Serrat en una canción)? El mismo vate hace juguetones denuestos a ellas: son perezosas, revolotean sin prisa, a diferencia de las diligentes abejas; son feas con sus ojos brotados a la fuerza. con alas cais grises, y una deshonra a la belleza de las mariposas; son golosas, siempre con un apetito ansioso y probando cualquier alimento, no importa si está descompuesto o recién puestos sobre la mesa. ¿Acaso será el poema la prueba de que no importa lo dicho, sino cómo se dice? ¿La retórica del poeta es embellecer cualquier ser?

Quizá una pista la encontremos en la sexta estrofa. Anteriormente Machado nos menciona sus largos días en la escuela. Aburrido, tenía que esperar a que concluyera el día escolar. Las moscas acapararon la atención más que el tema visto. En tal momento, vivía su primera inocencia. Cumplir con el mandato de estar en un colegio, sin opción a rechazarlo. Admirar el revoloteo de la mosca hizo que despertara otra vez, lo llevó a la entrada de su segunda inocencia. Nos dice Machado que esta inocencia le da en no creer nada. ¿A qué se referirá? ¿Será acaso un rasgo de escepticismo? ¿O será un nuevo inicio y aceptación voluntaria de la ingenuidad?  Frente a la instrucción elaborada, la segunda inocencia lleva a distinguirla como limitada. Lo que aprendemos revolotea sobre nosotros, sólo merodeando, así como las moscas.

Los seguidores del Fénix

Cuentan algunos sabios que el ave Fénix resurgía de sus cenizas una vez que ésta ya se había consumido por completo.

Una vez que se había extinto el flamígero pájaro, éste renacía más brillante y esplendoroso que nunca, y eso jamás se dudó, hasta que empezamos a preguntarnos qué es lo que hace del Fénix una criatura tan insistente en nuestras ideas.

Algunos podrán ver en esta historia al fuego del logos del que en algún momento habló Heráclito, aunque él constante crítico de la inmovilidad y la permanencia puede disentir de la interpretación.

Probablemente, Nerón vio en las cenizas de Roma la posibilidad de reconstruir una ciudad digna de él, y quiso hacer de lo que dejó el fuego el mortero perfecto para que resurgiera la ciudad con más esplendor y gloria que nunca, después de todo había que aprovechar la limpieza que las llamas ya habían hecho.

Otros, más extremistas y hasta anarquistas, consideraron que hay que quemar y romper todo para que sólo sobreviva aquello que es digno de mantenerse, y con esta manera de pensar se dedican a destruir lo que hay a su paso, sin importar si eso es bueno o malo, lo que importa es que ellos se ven como los que trasportan la luz a los corazones de los habitantes de la ciudad, que deja de ser ciudadana para convertirse en pueblo bueno y respetable al ser transformado por la luz que el lucifer lleva consigo con la que destruye lo que en todos hay de malvado.

Tanto Nerón, como los extremistas vieron en las cenizas al pegamento ideal para reconstruir ciudades o Estados que criticaron como feos o fallidos, o vieron en las llamas el material adecuado para deshacerse de todo lo que estorbaba a su paso.

Sin embargo, unos cuantos, más humildes y dejando de lado el brillo de la flamígera ave ven en las cenizas el recuerdo de lo que somos, pues somos polvo y a la tierra hemos de volver, y ven en el arrepentimiento la posibilidad de renacer a una vida mejor y llena de sentido, esos pocos son menos escuchados y hasta carecen del esplendor que da este mundo y se convierten en criaturas despreciadas por los tiranos

Maigo

Un joven polémico

Famoso por sus polémicas en las reuniones a las que asistía o era invitado, a un amigo le pidieron amablemente abstenerse de opinar en esa ocasión. “Fui censurado. Pinche gente. Como si me gustara opinar de temas de moda”, dijo tras beber un vaso de cerveza con coraje y levantándose para servirse otro. Mentía, al menos por lo que dijo al último: opinar de temas de los temas que generaban tendencia era lo que más le gustaba. Por lo regular era bastante callado, pasaba desapercibido la mayor parte del tiempo. De no ser porque siempre preguntaba si los demás tenían hambre, apenas se habría reparado en él. Pero al momento de dar su opinión se transformaba; como si fuera un actor recitando el monólogo que resume la tensión de su personaje, se volvía enérgico, le brillaban los ojos y sus argumentos eran tan elocuentes que apenas si se podía reparar en su falsedad. Sus opiniones acerca de la migración, de las protestas sociales y de los derechos de los animales le sumaban docenas de amistades y  no menos noviazgos perdidos. Era difícil saber si se lo tomaban más enserio de lo que él quería ser tomado o si él no se tomaba enserio a nadie. ¿Cuál era su auténtica postura? Lo había oído defender a los migrantes como si fueran parte de su familia así como criticarlos por el estado de las naciones de las que escapaban. Había visto cómo narraba con pasión las proezas de Manolete frente a grupos nutridos de veganos y vegetarianos defensores de los derechos de los animales del mismo modo como lo había visto arruinar la comida a sus amigos en un fino restaurante de cortes aduciendo la crueldad con la que mataban a los animales que estábamos a punto de saborear. Parecía que quería encarnar un personaje basado en miles de tuits y posturas de todas las redes sociales. ¿Criticaba irónicamente con su actitud las discusiones que leía o presenciaba?, ¿era un joven de su tiempo, con tanta información, pero un exceso de falta de criterio, lo que le impedía discernir lo correcto de lo incorrecto así como lo bueno de lo malo?, ¿quería ser original en un entorno donde la originalidad consistía en verse y actuar como un personaje que a cientos ya se les había ocurrido?, ¿quería encarnar a los escépticos en tiempos ambiguamente escépticos? Tal vez la respuesta la dio ese día después de beber sólo dos vasos de cerveza cuando se dirigió al centro de la enorme sala en la que estábamos y dijo: “Oigan todos. Escuchen por favor. Disculpen por interrumpirlos. Pero me dijeron que no incomodara con mi plática a cierto grupo aquí presente. Sé lo delicado del tema que defienden y por eso mismo sé que deben manifestarse, expresarse y que bajo ninguna circunstancia sus ideas deben ser censuradas. Entenderán cómo me siento por no poder dar mis opiniones libremente. Me voy y los dejo disfrutar sin que nadie les diga qué hacer ni qué decir el resto de la noche.” Cuando se acercó a mí, sonrió casi imperceptiblemente y me dijo: “creo que sería mejor que te quedaras. Así podrás darme la razón.” Se fue. El resto de la noche sólo se habló de él en buenos términos.

Yaddir

9 – Los orgullos

Hay un lugar del mundo en el que los hombres se sienten orgullosos de su carencia de orgullo. Es verdad. Toman precauciones para nunca reconocer valor en los actos patrios, se cuidan mayormente de no andar regando por error palabras que honren la bravura de otros como ellos y hasta se avergüenzan colorándose cual fresas llegado el triste caso de que alguien los vea satisfechos por recordar hazañas que enaltecen su tierra. Quizá se alabe cada uno a sí mismo, pero arrogancia no es honor. Existen tales hombres y yo los he visto. Celebran las banderas ajenas como participando en broma de un juego absurdo que han observado en otros lados, pero entierran la mirada si es suya la bandera que se iza. Clavan los ojos en esa tierra suya que tiene las entrañas plagadas de rencores que nunca reventaron, así como las patrias aledañas tienen los de ellos escondidos, también esperando. Qué vergüenza. En una ocasión escuché a uno de estos hombres hablar mal de otro, pues conocía la letra de una vieja canción que apestaba a nostalgia. En este lugar del mundo, la gente tiene prohibida la nostalgia. Dolor por el hogar. Y curiosamente es la prohibición la que apaga el hogar con dolor para que ya no crepite, que se arraigue el frío, y que nadie lo admire de lleno, la que se abalanza a plantar nuevos rencores a ver si ahora sí no revientan. Pues conviven estos hombres fantásticos con otros, feroces, descarados, que quieren reventarlo todo. Qué vergüenza. Nostálgicos perseguidos, nostálgicos escondidos, nostálgicos desbaratados. Es profunda la tristeza, un desprecio de sí mismos que les agria cualquier logro y les hace ceniza los acuerdos. Si algo llega a haber de eso, se lo atribuyen a la fortuna. Qué extraño lugar del mundo es éste, en el que los hombres aprendieron a despreciar la guerra prohibiendo aprender a apreciar la paz.

Proteófilo Cantejero

Desánimo

Juana, como todas las noches, habló con su bocina inteligente y le pidió que rezara el Santo Rosario.

Comenzó la letanía que Juana conocía muy bien con una voz femenina demasiado natural para ser una inteligencia artificial poco desarrollada.

Tal vez no le gustaba rezar sola, tal vez temía que por entregarse al ruego, olvidara el número del misterio en el que se encontraba. Era innegable que con más de dos años de llevar a cabo este hábito, Juana ya se había aprendido de pe a pa, todos los pasos de esta tradición. Sin embargo seguí utilizando la aplicación que con tanta devoción había instalado en su bocina inteligente.

Por supuesto, Dios, no había atendido a ninguno de sus ruegos, pero, eso lo conocemos todos los creyentes. Hacemos nuestras súplicas, comulgamos con con nuestra fe tan solo para mirar cómo nuestro sacrificio no es una moneda de cambio y no será suficiente para persuadir a Dios de que cambie nuestro destino.

Sí, nosotros lo tenemos muy claro, tan claro, que Juana no supo cómo explicarle a su bocina inteligente el por qué después de tanto rezo nada de lo que ella había deseado se había cumplido aún. Cuando los reproches de su inteligencia artificial rompieron tanto con la plegaria como con la profunda meditación que llevaban; Juana en un impulso mecánico, no pudo hacer otra cosa que unirse a la letanía de blasfemias desesperanzadas que inundaron el cuarto.

El sensual

Ese hombre enfermo se revolvía en el amplio diván de cuero rojo recién tapizado, sus cabellos mojados por el sudor del terror onírico cubrían su frente antes despejada. Sus bellos ojos, en otro tiempo perspicaces, parecían presas de un vértigo aún cerrados. Él soñaba y el sol acariciaba sus mejillas de marfil:

Ya pequé tanto como me era posible, tomé a una niña por mujer, la martiricé hasta el cansancio. Me embriagué con los jueces y alguaciles que llevaron mi caso. Recibí elogios y disculpas al salir del tribunal. Pronuncié mi discurso triunfante al pie de la escalera y conmoví los corazones diciendo así: «Habría soportado castigos y penas con tal de saberme culpable, pero no lo soy, y aún quiero sufrir si ese precio he de pagar para saber quién fue el que mancilló la inocencia. Por lo pronto, adoptaré al hijo, y a ella le daré santa sepultura.» «Eso haremos todos, acoger al huérfano y venderle bicocas.» Mi mentira se volvió canto universal. Al hablar así yo mismo me creí un héroe, -¿ves hasta donde llega mi cinismo?- pero me dije al punto, estás mintiendo, viejo choche.

¿No hay freno para mí?

Todo esto he podido y Tú no llegas. Todo hombre sueña con verte y que le digas cuál es el camino, el verdadero camino. Pero dicen que tu música es ligera. En mí nunca ha sonado más que esta canción: «Yo puedo, sí, sí, yo puedo, Él no está, tocaré a su puerta, Amado mío ven, el corazón rebosante, la sonrisa dulce yo te ofrezco, ven ven. Él no está y me dejó esperando. Haré un incendio para que me vea si está lejos. Me encargó su casa, prenderé fuego. Mataré a mi hermano. Sí, sí, yo puedo» Tenía una flor de fuego que deshojé en tu nombre. Nunca oí Tu voz. Acabé en silencio, a obscuras, desenfreno.

-Iván, he estado mintiendo, ¿por qué no me detuviste?

-Sabía que usted mismo se detendría.

-Mientes, no lo has hecho porque me desprecias… Aliosha, no ames a Iván.

-¡Deje de decir eso! Aliosha y yo le queremos, también Dmitri, sólo no mienta más. Más… más.

La ensoñación se disolvía en el caluroso sol de julio. Iván abrió los ojos desmesuradamente grandes a causa de su enfermedad. Sentía fatiga y miedo, pero no un miedo corriente como el de los niños al coco, sino miedo como desesperanza. Como si hubiera perdido algo insustituible, alguna oportunidad valiosísima.

Ya habían pasado cincuenta días desde la huida de Dmitri a América, pero Iván no había superado las fiebres nerviosas. Su aspecto era el de un muerto, enjuto, amarilla la piel, los huesos de las manos pálidas eran visibles. De vez en cuando dormía, pero prefería no hacerlo, este sueño de la mentira y el recuerdo de haber ayudado a un pobre borracho en la nieve siempre lo despertaban. Sudaba y Jadeaba. Katerina había encontrado en eso paciencia, esperaba su recuperación. Ya no anhelaba el honor de ser la martir presa del canibalismo karamazoviano, el anhelo de gloria desapareció conforme fue rindiendo su voluntad al cuidado del enfermo.

Esa tarde entró con una sonrisa muy pícara a la habitación. Su dulce cara por la que corrieron lágrimas de dolor había adelgazado mucho, pero conservaba la belleza, era más guapa ahora, pues miraba sin orgullo o afectación de otro tipo. En todo era franca. Traía bajo el plato de sopa una carta de Aliosha.

-Toma, esto te hará bien, dijo significativamente, pero Iván lo advirtió y le dijo, -habla claro, mujer. Ella sacó la carta.

Iván leyó con sus ojos vidriosos. Es Aliosha, está en Inglaterra, piensa trabajar en una fábrica, pero dice que allá todo es como un hormiguero. Cada uno levanta un cuarto en la torre de Babel, niños como Kolia ya fuman, y los padres traen a los hijos para que ganen el dinero de su propio licor. «Esto es tuyo, esto es mío, cada uno su copa.» Ríen, beben, trabajan juntos. Me pregunta si la fraternidad sólo es posible en nuestra santa Rusia o aquí también se construirá la torre, el hormiguero social, la falsa hermandad. La carta terminaba prometiendo más notas sobre el verano.

Sintió terror y asco, también gran deseo de abrazar a Aliosha y Dmitri. Todo junto corrió por sus venas. De pronto creyó oír: «Él me dejó esperando, hice un incendio, maté a mí hermano, bebí la sangre, porque puedo y Él no está».

-Debo salvar a Aliosha, dijo entre estertores.

Otra vez la fiebre, advirtió Katerina Ivanovna mientras rezaba y ponía vendas húmedas en la frente de Iván. El sol ya no estaba tras la ventana, había llegado al zenit.

Javel

 

Los teatros del tirano

A Nerón le gustaba mucho el teatro, aunque a los romanos de buena cuna les parecía una actividad inmoral e impropia para cualquier buen ciudadano, sin embargo a pesar de las buenas costumbres él se dedicó a construir varios espacios para que se presentaran obras que fueran divertimento del público.

Los amantes de la teatralidad amaban a Nerón y cuentan que algunos lo veían como un emperador cercano a las clases más bajas debido a que procuraba favorecer a los más pobres entre los romanos, en ocasiones se enfrentó contra los ciudadanos por favorecer a los libertos, y los que sobre él saben más señalan que las diferencias con su madre se debieron más a una exesclava que a cuestiones de poder.

Por otro lado, los que no eran amantes de los espectáculos y que solían ver lo que ocurría tras las bambalinas construidas por el emperador, veían en Nerón una enorme necesidad de ser amado por el pueblo y de recibir constantes aplausos de un público ávido de espectáculos que le impidieran ver su triste realidad.

Durante el tiempo que gobernó el emperador de la teatralidad, Roma se incendió y aunque se sabe que él procuró que se apagara el incendio mientras éste acababa con todo, los contemporáneos lo acusaron de frivolidad y de tocar la lira al ritmo marcado por las llamas.

Si el constructor de teatros tocó o no la lira al son de los maderos cayendo a causa del fuego y de los gritos de dolor de los ciudadanos quemados, es algo que no podemos saber.

Pero lo que sí queda claro es que a pesar de la popularidad que alcanzó Nerón como amante de las artes, su mala administración vació el tesoro del imperio más extenso del mundo, y sus políticas fiscales lo llevaron a ser declarado enemigo de Roma y a ser perseguido hasta la muerte que se ocasionó con asistencia de su secretario.

Ahora que ya han pasado siglos desde el paso de Nerón por el Teatro del mundo me pregunto cuántos como él no estarán dispuestos a subirse al escenario y mostrar sus dotes históricas y su capacidad para ocultar tras bambalinas la realidad que no ven los que como espectadores se parecen a los romanos.

Maigo