Para ahorrar dinero

Hace poco escuché el mejor consejo para ahorrar dinero: “no desees”. Difícil de olvidar por su brevedad. Lo puedo escribir en la palma de mi mano. Puedo membretarlo en la esquina derecha de las hojas de mi libreta. Podría ponerlo como fondo de pantalla en mi portátil o en mi móvil. Incluso podría tatuármelo. ¿Dónde pasaría menos advertido un tatuaje que aconseje? Si lo pongo encima de mi mano, al reverso de mi palma, lo vería cada que pagara y sabría que estoy haciendo totalmente lo contrario a lo que yo mismo consideré que era un buen consejo. En el antebrazo pasaría desapercibido. Si lo pusiera en mi frente me vería como un tonto que no sabe hacer uso de su dinero. Tal vez no sea buena idea tatuármelo. Mejor hay que recordarlo. Pero no bastaría con tenerlo en mí. La brevedad, la generalidad, del consejo lo vuelve inútil. ¿Cómo podría no desear? Constantemente tengo deseo de comer. No me gusta comer cualquier cosa. No podría dejar de desear comer un platillo elaborado con más de siete ingredientes cuya elaboración y consecución sea lo que lo vuelve costoso. Después de comer durante cinco días enteros pasta con pan, sólo pasta con pan, sería inevitable el deseo de comer algo más. Además de que quizá me haría daño comer sólo esas dos cosas, lo que me llevaría inevitablemente a desear no enfermarme o, ya enfermo, a desear estar sano. Esto sólo con respecto a la comida. Podría evitar caer en la tentación de gastar si me encierro en mi casa el mayor tiempo posible. Así no vería tiendas o puestos que, mediante el recuerdo, reavivaran mis deseos de intercambiar mi dinero por algún alimento, objeto o servicio. Pero esta estratagema tiene una seria limitación: mi capacidad para recordar. Constantemente voy a recordar que hay alimentos, objetos o lugares que disfruté gracias a que hice uso del dinero. Tal vez pudiera resistirme a estos recuerdos, si es que podemos evitar recordar. Lo que me sería más difícil sería evitar que alguien me recordara todo esto; a menos que fuera una horrenda persona, alguien se preocuparía por mi régimen de ascético ahorro. Me sería imposible no desear compartir una comida con un amigo. Del mismo modo como él me ayudó a no convertirme en un ser antisocial por tener más monedas, si él tuviera un problema me gustaría ayudarlo, siquiera escuchándolo. Para ello mínimo tendría que salir o tener un espacio propio (en la medida en la que el lugar donde duermo es mío). También tendría que usar ropa y calzado. A lo mejor me gustaría invitarle algo de comer y beber (si su problema es muy grave podría invitarle algo más costoso que un vaso de agua para tranquilizarlo). Creo que no soportaría tomar el consejo totalmente, sin darle alguna clase de interpretación. Tal vez lo mejor sería hacer caso de la explicación que del recién reflexionado consejo hizo a la persona que estaba escuchando: “es decir, no gastes a lo idiota, no seas tan vanidoso.”

Yaddir