En estos días de encierro hemos sido testigos del poder de nuestra imaginación. Ante la falta de explicaciones claras y fáciles de entender, las imágenes se superponen una a otra sin un orden claro o que sea claro para nosotros. Imaginamos que algún poder excesivo, tan fuerte que sabe cómo actuaremos cada persona en el mundo, ideó un virus que debilitará a su contrincante (dependiendo qué fobias y filias tengamos, el contrincante puede ser China, Rusia o Estados Unidos, aunque el preferido es el primero porque ahí empezó el Coronavirus) hasta dejarlo tan débil que ya no sea peligroso. Imagino que el favoritismo por esta clase de explicaciones proviene de creer que en cualquier momento la potencia creadora de la enfermedad dará la cura. Imagino que las imágenes que tenemos de los comunistas contra los yanquis, reforzadas por cientos de películas, son las que nos hacen creer que en el mundo siempre hay poderes que están en pugna por el control de todo el globo y los ataques entre ellos cada vez son más sofisticados. En nuestra casa, con claros límites para actuar, nos gusta imaginar en la existencia de regímenes que controlan hasta lo que respiramos.
Tal vez habituados a la constante interacción con nuestros semejantes, el no verlos o el verlos poco nos lleva a imaginar que tardaremos mucho en verlos, nos lleva a imaginar los peores escenarios. La repetición de las imágenes de lo que pasa en otros países nos lleva a imaginar que esa será la situación de nuestro propio país, pero cada estado ha actuado de diversa manera, además de que ha tenido una interacción distinta con el centro del virus. Nos imaginamos que el virus puede estar en las manos que nos dieron cambio al pagar en alguna tienda o en la persona que acaba de pasar a nuestro lado caminando tranquilamente.
Hay quienes imaginan los escenarios futuros, qué haremos después de que pase la cuarentena, la exagerada higiene que repetiremos y enseñaremos a nuestros hijos y nietos. Con optimismo semejante están quienes se ríen de la situación, aunque para otros sea ofensivo. Pero si esas imágenes no estuvieran en ellos, si no pudieran reírse en esta situación, quizá entristecerían. Las imágenes nos pueden entristecer, causar inseguridades, pero también alegrar y mirar con optimismo al futuro.
Yaddir