>Pi

Tan arrepentidos como orgullosos, los obispos de las ciencias exactas, amantes de la física carente de alma y de el absurdo e infinito reino del azar. Se regocijaron en un instante sempiterno, ése instante en el que el Caos primordial simplemente sucedió, sin avisar, sin ser causado, sin presente, sin espacio, ni tiempo, ni consecuencias, sin materia, ni forma.

La extrema incomprensión se hizo presente terminando incluso con la muerte, convirtiendo el mundo en un incomprensible eterno, sin dios ni infierno, ni ley, ni destino.

El orgullo de saberse poseedores de la verdad, de tener, aunque fuera por un solo momento la certeza de no haber desperdiciado su vida en estudios estériles sobre la materia inerte. Simplemente, se volvió incomprensible, fruto del azar y no del estudio de las causas. Por supuesto, en esos momentos el mayor logro de la humanidad y su demostración empírica, ya nada importaba.