Hecha con remiendos de recuerdos, la bicicleta que construyó Julio para su hijo, parecía ser más vieja de lo que era. O al menos eso le dijo aquél, cuando en ves de emocionarse por su nuevo vehículo pidió volver a entrar a mirar la televisión. Espera, todavía le falta el detalle que la va a distinguir de entre todas las bicicletas de la cuadra. Le dijo al pequeño con la última gota de nostalgia que le quedaba sin exprimir, mientras sacaba de su cangurera, un envase vacío y aplastado de frutsi de uva.
Lo colocó a la fuerza, como era costumbre y luego pidió a Julito que saliera a dar una vuelta a la calle. El niño extrañado, miró el invento, montó la bicicleta más alentado por la curiosidad que por el entusiasmo de sentir el viento sobre su cara y la velocidad abrazando su cuerpo.
No dieron más de diez ciclos completos aquellos pedales rescatados del basurero, cuando Julito junior ya estaba quejándose que era muy pesado, difícil pedalear, además el sonido que hacía el bote atorado en la llanta trasera era patético. ¡No le dio poderes de una moto, es más cansado andar en ella! Reprochó a su padre dejando en el suelo la bicicleta que hace unas décadas tantas horas de diversión le hubo traído a él.
Pensándolo bien, creo que tiene razón. Se dijo con ese dolor de quien sepulta a un amigo antes de tiempo. Tomó el cachivache y lo arrojó al patio de su casa. Luego, sin mucho más por hacer en esta vida, abrazó a su hijo y se dispusieron a sentarse dentro a escuchar a su youtuber favorito.