Y es que la pandemia no terminó con la humanidad, ni con el agua de los mares, ni con el líquido de las rodillas, ni con el resto de los animales.
No fue la enfermedad quien consumió el mundo y la razón, sino que fue el encierro el que logró quebrarnos como si fuéramos un montón de presos desalmados terminando, por buen comportamiento y obediencia, su cadena perpetua antes de tiempo.