Hay quienes confían en las consultas que se hacen a ciegas, a tontas y a locas, para decidir algo y después lavarse las manos por el resultado.
Una muy famosa la hizo un hombre llamado Poncio, él era extranjero donde consultó, y los consultados pertenecían a una nación sometida, y hasta cierto punto resentida.
Los resentidos eligieron al representante de su resentimiento, y el extranjero que justo se decía, se lavó las manos por la elección realizada por el pueblo.
La anécdota de Poncio, que vino a cambiar en muchos sentidos el mundo, nos enseña al menos dos cosas: no es posible tener de la población la mejor de las elecciones cuando no se le conoce, y tampoco se puede esperar justicia del resentimiento.
El mundo en el que se movían el consultor y los consultados eran muy distintos, aunque se dice que Poncio tenía su casa entre las del pueblo, además los electores decidieron en esa ocasión prestando atención a su resentimiento.
Al dejarse comprar por la sed de sangre, los consultados jamás reparan si esa es culpable o inocente, lo que quieren es ser salvados y lavarse las manos como lo hizo en su momento un hombre llamado Pilatos, mientras corre la sangre por la que claman
Maigo