Y un mal día, gracias a la facilidad de compartir la información, el planeta entero pudo confirmar, demostrar y establecer a ciencia cierta, que Dios poseía muchos nombres, casi tantos como humanos sobre el planeta.
Sorprendidos, todos los creyentes, los ateos y los despistados, comenzaron a nombrarlo por los millones de nombres confirmados, y por algunos otros que no habían sido del todo demostrados. Para su arrepentimiento, todos y cada uno, del más pequeño al más viejo, del más impío al más virtuoso; todos sin excepción alguna recibieron una respuesta a su llamado.
Siempre fue, es, ha sido y será, una y la misma.
No soy nadie para juzgar al resto de la especie, pero los que quedamos en pie, no hemos perdido la fe, tal vez, perdimos la cordura, no tanto como el resto del mundo que ahora no nos acompaña ya. Atormentados y desesperados por no recibir otra cosa que La Verdad, la mayoría de la población optó por suicidarse, dejándonos, por supuesto, a nosotros los verdaderos creyentes a la deriva con un solo pensamiento (¿o será una sola palabra?) incomprensible atormentando permanentemente nuestra razón.