Fue así como el pañuelo de Dios cayó sobre la tierra, cubriendo todo lo habitable con su brillante color verde. Las montañas, el pavimento, los cerros, las terracerías, los desiertos, e incluso los mares se tiñeron de éste color.
Hay quien dice que fue una manera de obligarnos a los seres humanos a desaprender la técnica, de olvidarnos de la pesca, de la minería y de la agricultura. Hay incluso quien propuso que nos hiciéramos vegetarianos, pero esto resultó sencillamente imposible.
Con una madeja de yerba que nunca dejaba de crecer, y que nunca dejaba crecer a las demás plantas; pronto los incendios que buscaban acabar con esta nueva plaga aceleraron nuestro fin, nuestros bosques se extinguieron casi tan rápido como ésta cubrió sus cenizas, para no dejar testimonio de lo que alguna vez hubo allí.
Supongo que no nos queda más que resignarnos, dejar testimonio escrito sobre lo que fueron los árboles y animales. Sinceramente ninguno de nosotros pudo idear un mejor uso para las últimas hojas de papel sobre la tierra.