Contemplando cerdos

Somos lo que contemplamos porque lo que resguardamos en nuestra alma sale a la luz tarde o temprano.

Los sabios dicen que si escuchamos a los sabios seremos buenos, si no hacemos caso seremos necios, lo mismo ocurre con el mal y con lo que es nocivo, podríamos decir que si contemplamos cerdos, nos terminaremos portando como tales.

Yo creo que más bien depende de cómo los contemplamos.

En cierta ocasión vi a un contemplador de cerdos, se lamentaba por su conducta al ver comer a los animales y mientras los veía reconocía el deseo que tenía de alimentarse con las bellotas que los cochinos se comían.

Se podría decir que al ver a los puercos se vio a sí mismo, pero no todos los contempladores se ven en lo contemplado, más bien dicen ver su superioridad respecto a lo criticado.

Estos últimos acuden a los sitios en los que los porcinos se reúnen, y dicen que lo hacen para criticar y juzgar sus malas acciones.

Los críticos de cerdos, se piensan como seres diferentes y hasta superiores a los criticados, pero en el fondo lo que tienen es una gran admiración por el rebaño que juzgan, porque los cerdos se atreven a hacer lo que muchos críticos no hacen.

La bandera de la superioridad fundada en la bondad  suele llevar a los críticos al sitio de los criticados, dándoles así la oportunidad de mostrar su marcada diferencia, pero lo único que ocurre en estos casos es la igualación entre el crítico y el criticado.

En los primeros contempladores que ven en el banquete de cerdos su mala conducta, hay motivo de celebración porque hay arrepentimiento y conocimiento de sí. En los segundos sólo hay individuos envidiosos y ávidos de poder, sujetos que se niegan a conocerse porque gustan del aplauso más que de la verdad.

Maigo

2020, la serie que escribimos entre todos

Las personas cada vez apretaban más el paso. Por algo inexplicable, como si estuviera en un sueño, no podía caminar más rápido que ellos. Miraba hacia atrás con delirio, constantemente, esperando que desaparecieran a la siguiente ojeada. Veinte, diez, cinco, tres, a dos centímetros estaban de mí. Reían incontrolablemente, cual si estuvieran poseídos por una especie de locura o algún ser invasor de almas. Decidí detenerme, dejar de preocuparme. Intuía que olían el miedo. Pero en lugar de atacarme, sólo sonrieron. Ninguno, ni uno sólo, llevaba cubrebocas. Sabía que moriría.

Pero no morí. Ni presenté síntomas. Ni estaban cerca de mí. Ni siquiera me sonrieron. Cuento la historia y le agrego detalles para hacerla más interesante, para generar un efecto en mi escucha (lector en su caso). Del mismo modo, detrás de no usar cubrebocas también hay una historia. Como en todo acontecimiento que provoca sospechas, porque el gobierno está detrás de ello, hay más de una versión. No nos contentamos con saber que el comer un animal salvaje está detrás del virus. Queremos algo más elaborado, algo como una conspiración donde intervengan grandes potencias, donde haya algún villano porque así también hay un héroe, a lo mejor un espía al tipo de James Bond o un agente de la CIA. Nosotros sabemos la verdad, que así opera la intriga internacional porque así lo hemos aprendido en series y películas desde la guerra fría. Espectadores de este cruento 2020 esperamos el giro en el que las cosas van a empezar a marchar bien y terminemos en una bella reunión con nuestros seres queridos, o mirando al sol con el amor recién descubierto en espera de nuestro cálido futuro, o mejor aún, veamos cómo todo aparentemente se soluciona para que un elemento al que sorpresivamente nadie le había puesto atención nos ponga en aprietos y haya más escenas. Entre más grande sea la situación, más simple es la trama general: un virus (o la invención de un virus), dos bandos y un objetivo detrás creado por malévolos señores vestidos con un malévolo traje y con canas en sus astutas cabezas. Vivimos la realidad de las series. Nuestro acceso a la comprensión de las relaciones políticas internacionales es a partir de los emocionantes episodios de las series; nuestro acceso a la comprensión de nuestras propias vidas está enmarcado dentro de la narrativa de series. La mezcla de las series que hemos visto parece que componen el punto de partida desde el que nos comprendemos.

En la primera triada de meses del año 2020, la película Virus (2013) fue de las más vistas en Netflix; Dark (2017-2020), la serie alemana que señalaba el 27 de junio del 2020 como el inicio del apocalipsis, se volvió tremendamente famosa (muchos años después del apocalipsis, los personajes se cubrían la nariz y la boca). Ver las partes en el continuo de la propia vida es difícil; las series nos insinúan dónde está lo importante, dónde podría comenzar un capítulo y dónde termina. Escapamos de la incomprensión buscando explicaciones incomprensibles para una realidad que no sería posible sin un contexto casi inverosímil para que surjan personajes ajenos a nuestra comprensión. Ya no distinguimos entre la ficción y la realidad que inspira dicha ficción. Estamos como Sancho, pero sin un Quijote que nos guíe. Somos todos unos personajes, aunque sin jerarquía si nos pensamos parte de la trama mundial. No podríamos comprendernos sin la mimesis de la acción.

Yaddir

20 – Las noticias

Al leer una noticia a veces buscamos entender por qué pasó lo que pasó, por qué alguien hizo lo que hizo. Pocas veces están las notas tan bien escritas como para que lo sepamos al terminar. Cuando uno lo piensa así, los periodistas organizan documentos de lo más sorprendentes: colecciones de eventos descritos o platicados cuya vena común es carecer de razón aparente. Catálogo de absurdos, galería del desconcierto. Más que compartirnos información, el escritor nos comunica su asombro. «¡El Fulano ése arrestado ayer tenía cuarenta yates gigantes escondidos en las Islas Cook!» ¿Qué chingado año alcanza para andarse metiendo a tanto yate? Quien nos lo cuenta está igual de pasmado. «La megaobra para la que se designaron cuarenta y dos churrillones de pesos tomados de impuestos honradamente pagados tendrá que ser demolida porque los planos venían en otro idioma y el maestro se confundió». No se vaya uno a ir con la finta de que es pura información desnuda. Es impacto, incredulidad. Es más, ni siquiera así dichas están bien perfiladas. Las noticias causan tanta estupefacción que se dicen como que no pueden ser así: «Trece habrían sido los bancos internacionales involucrados en esquemas de lavado de dinero que empobrecieron a millones de personas»; pero es que no puede ser. Tal es el grado que uno se toma la tragedia a risa loca. Muchas notas son así leños para el fogón del chisme del día siguiente, pero la verdad es que en sus recuentos poco hay que valga llamar discurso, si somos rigurosos. Si el discurso ha de estar sano y robusto. Muchas palabras pero pocas razones, silencios camuflageados. Hay para quienes no es tanta la sorpresa: podría responderse que muchos tristes eventos se «explican» porque sus agentes querían dinero; pero ¿es eso suficiente respuesta cuando seguimos sin saber para qué lo querían? Ah, pero muchos lo «quieren» porque con eso comprarán lo que anhelan; ¿y cómo nos explicamos que quieran tales cosas? Cerramos la página, cambiamos el canal, tiramos el periódico, y tenemos heno de sobra para esas bestias del morbo que se nos revuelven en la panza; pero ya que se aletargan satisfechas y se llena la cámara del silencio de la siesta nos damos cuenta: no entendimos nada.

Proteófilo Cantejero

Oler un Fuego

No importa que no lo comprendieran, en realidad, Lázaro tampoco lograba atinar una explicación. Sabía muy bien cómo hacerlo, pues el resultado que ahora frente así no había sido producto de la suerte, sino de la ambición y el trabajo duro. Tenía la patente ya registrada, ya solo le faltaba explicarle a los inversionistas que había creado el primer perfume palíndromo del mundo. Y aunque la experiencia respaldaba claramente esta afirmación, su principal enemigo era la excepcional manera en la que la falta de imaginación había sido distribuida entre los hombres.

Mala alimentación

Se dan reprimendas a los muertos por haberse alimentado mal, por comer chatarra y beber refresco, porque morir es algo que se evita con una alimentación adecuada para el cuerpo.

Se regaña a los enfermos por no saber gobernarse, por no imponerse límites antes de que un virus los alcance, por no saber de  dietas y por ser moralmente reprobables al alimentarse de sentimientos mezquinos.

Es tan curioso y hasta casi irónico que  llame la atención sobre el consumo de alimentos y bebidas azucaradas aquel que ofrece millones de engañosas palabras a quienes no sólo viven de pan.

 ¿A caso aquellos que ofrecen palabras chatarra y discursos azucarados llenos de veneno se harán responsables por los que caso les hacen?

¿ O más bien los culpables son aquellos que escuchan sin prestar atención y que sacrifican la vida de su pensamiento ante una gran cantidad de banalidades dichas en todo momento?

Lo más probable es que sea lo segundo, pues por lo que se aprecia en la culpa que tienen los enfermos, en la mente de los que dicen palabras chatarra, cada quien es responsable por lo que escucha aunque no lo sea del todo por lo que diga.

Maigo

Uso de las palabras

Surgen las palabras en la pantalla desde el teclado para darle forma a lo que estoy pensando. Escribo y leo lo que voy escribiendo: qué palabra uso primero, cuál me tiene descontento, cuál o cuáles constantemente repito. Descubro lo que quiero decir y descubro la maravilla de las palabras para decirlo. Casi siempre las palabras son las que me permiten descubrir lo que estoy pensando; sigo las relaciones que las palabras me ayudan a trazar, vislumbro los entramados que cada tema tiene entre sí, cómo cada cosa se muestra y ayuda a mostrar a las demás. A tientas creo ver algo, veo cómo se va acercando o cómo me estoy acercando a ello, cómo lo veo con más claridad. Pero no todo es tan racional, no sólo pienso al escribir y el escribir y leer me ayudan a pensar, pues me emociono con una idea e intento perseguirla con esta o aquella palabra, con una u otra frase. A veces comprendo que estaba alegre cuando escribía sobre las preguntas y lo que queremos decir al preguntar o recuerdo que me enojé al escribir de política. Recientemente descubro que hablar de las redes sociales me ayuda a no estar tan a disgusto con ellas.

¿Qué sentirá el que insulta a los usuarios de Twitter por estar en contra de su postura política? No hablo de aquellos mercenarios que cobran por insultar, pienso en quien, quizás empujado por la ola de insultos, concibe como un deber cívico usar groserías contra quienes insultaron a sus ídolos. Supongo que sentirá alguna clase de orgullo, como el soldado que defiende a su patria. Tal vez se enoje porque su representante político es parte de él, él es parte de su representante político e insultar a éste, como resulta claro, es insultarlo a él mismo. En ese sentido se está defendiendo del directísimo ataque que le hacen a él. Pienso que no sería delirar demasiado si el insultador de Twitter (o de cualquier otra red donde se pueda comentar sobre posturas políticas) se imagina a sus adversarios ideológicos como seres a los que se les da lo que a él se le quito. Insultar, para el sujeto mencionado, es una exigencia, una retribución. Me rio de creerlo (aunque en alguna ocasión leí en una crónica periodística que algunas personas tocaban las ropas del más alto funcionario público en espera de un milagro), pero podrían existir personas que crean que el mentado ente político sea en realidad una especie de ser divino, alguien que tiene, quién sabe cómo, comunicación con Dios. Las palabras como reforzadoras del orgullo, usadas para la defensa o la exigencia, o que legitiman la defensa entre la Divinidad y los hombres. ¿Cómo saber quién de ellos tiene razón? Ellos asumen que la tienen, así que no es una pregunta para ellos. Estoy seguro que si se les cuestiona si sus palabras carecen de veracidad, los insultos caerían sobre el cuestionador. Tal vez ninguno la tenga si defienden por todo a su líder. Aunque tampoco podría tenerla en todo momento el que critica, pues criticar no es señal de entender completamente lo que se critica. Creo que simplemente hay que entender por qué hacen lo que hacen los políticos, por qué se les critica, por qué se les defiende y cuándo merecen ser defendidos y cuándo criticados. Pero si lo que predomina en redes son los insultos antes que las ideas y los argumentos, si los auténticos insultadores se vuelven infelices por insultar, esos espacios perjudican más de lo que pueden beneficiar.

Yaddir

Vigilia

Julián despertó en un sábado cualquiera. Bueno, parecía un día común y corriente, pero no lo era. Es que nadie le avisó, que en realidad había despertado en el infierno, y él, por su parte, tardaría unos cuantos milenios en darse cuenta.

Al Diablo le gusta aparentar ser algo que no es, y esa no es la excepción, el infierno en el que Julián fue a parar, terminó siendo igual a su vida cotidiana, con gente a su alrededor, con un trabajo que realizar, con metas y objetivos que nunca jamás llegarán.

Todo en este nuevo mundo era tan normal, tan cotidiano, tan cansino y tan tedioso, que ni siquiera le era posible volverse loco, porque esto sería algo fuera de lo ordinario, algo que le podría hacer sospechar que hacía ya mucho tiempo que no estaba vivo.

Su juventud en el infierno, duró lo mismo que cien vidas, y fue hasta la edad madura que Julián se dio cuenta que los principios de su vejez había durado seis veces más que eso. Por supuesto no podía demostrarlo, encontrar confort y ayuda era algo imposible, y nadie iba a creerle. La enfermedad fue la que terminó por mostrarle que aquello había sido demasiado, y fue la muerte, bueno, la ausencia de ella, que con su vigésimo intento de suicidio fracasado, le mostró que tal vez hacía mucho tiempo que ya no habitaba la tierra.