24 – La paz

A veces los pueblos languidecen por sed de paz. Hace años que estoy pensando en la pudredumbre de nuestras instituciones, en la degradación del discurso y en la barbarización de las almas tiranizadas. Desafortunadamente no soy ni brillante ni iluminado ni lumbrera siquiera; así que no he encontrado mucha claridad. La poca que he disfrutado ha sido, la verdad, de la gracia y amistad de otros. He entendido así que la paz que falta debe ser digna; la justicia, compasiva. Pero no he encontrado cómo llegar a ellas. La crueldad avanza como una locura que debilita la mente y la deja incapaz de mirarse, incapaz de saberse enferma. Va pasando y por eso también las descripciones de ella son más pobres. Y en esos pensamientos estaba cuando releí la Paz de Aristófanes. ¿No hay mucho de sabio entre las sandeces del pobre enloquecido de guerra que doma un escarabajo pelotero para volar al cielo? Muchas de las imágenes, además de irreverentes, son de lo más intrigantes: hay que convencer a Hermes antes de poder sacar a la Paz de una cueva; los campesinos celebran con tanto alboroto que deberían llamar la atención de Zeus, pero a éste no le importa ni parece enterarse; la diosa más que hablar deja que hablen por ella; en fin… no he revelado el misterio. Pero hago nota: algo debe haber ahí que el poeta nos quiere enseñar y podría ayudar a pensar mejor en esta sed horrible que nos quema.

Proteófilo Cantejero