Se dice que entre la cenizas de lo que antaño fue un gran palacio, vive un loco que tiene fama de incendiario.
Algunos con justicia consideran que él quemó todo lo que en ese sitio había: las cortinas, los cuadros, los libros; y que dejó desnudo lo que al palacio hacía, las piedras y quizá algunos escombros que no cayeron ante los efectos del calor.
Otros simulan que ese loco no fue responsable de que todo se convirtiera en cenizas, por incendiario que fuera, él no puso la cortinas, la puertas de madera, los cuadros y los libros que ahí estaban.
La culpa no es de él aunque en su mano llevaba la antorcha que inició al incendio, el día en que todo se convirtió en cenizas, la culpa es de quienes antes que él dejaron material inflamable como compuestos de la casa.
-No hay que culpar al incendiario, él realmente no hizo nada, sólo llegó a mostrar lo que de inflamable había en la casa- eso dicen sus defensores, amantes de las piedras y por qué no también de las alabanzas que salen desde el palacio que hiede a humo y se jacta de todo lo que fue quemado señalando que su antorcha tan sólo está limpiando.
Los amantes de las simulaciones dicen que todo está muy bien y agradecen a las llamas que se hayan llevado lo que sólo es boato y adorno para dejar lo que vale la pena para los hombre de bien.
Vivimos en un mundo simulado, donde fingimos que todo está maravillosamente, donde agradecemos las cenizas, aunque en el fondo no nos guste que se haya vuelto presente la destrucción de todo aquello que se había tenido siempre.
Vivimos un mundo simulado, simulamos querer ser buenos cuando en realidad queremos ser muy malos.
<p class="has-text-align-right" value="<amp-fit-text layout="fixed-height" min-font-size="6" max-font-size="72" height="80">MaigoMaigoMaigo.