El mundo simulado

Se dice que entre la cenizas de lo que antaño fue un gran palacio, vive un loco que tiene fama de incendiario.

Algunos con justicia consideran que él quemó todo lo que en ese sitio había: las cortinas, los cuadros, los libros; y que dejó desnudo lo que al palacio hacía, las piedras y quizá algunos escombros que no cayeron ante los efectos del calor.

Otros simulan que ese loco no fue responsable de que todo se convirtiera en cenizas, por incendiario que fuera, él no puso la cortinas, la puertas de madera, los cuadros y los libros que ahí estaban.

La culpa no es de él aunque en su mano llevaba la antorcha que inició al incendio, el día en que todo se convirtió en cenizas, la culpa es de quienes antes que él dejaron material inflamable como compuestos de la casa.

-No hay que culpar al incendiario, él realmente no hizo nada, sólo llegó a mostrar lo que de inflamable había en la casa- eso dicen sus defensores, amantes de las piedras y por qué no también de las alabanzas que salen desde el palacio que hiede a humo y se jacta de todo lo que fue quemado señalando que su antorcha tan sólo está limpiando.

Los amantes de las simulaciones dicen que todo está muy bien y agradecen a las llamas que se hayan llevado lo que sólo es boato y adorno para dejar lo que vale la pena para los hombre de bien.

Vivimos en un mundo simulado, donde fingimos que todo está maravillosamente, donde agradecemos las cenizas, aunque en el fondo no nos guste que se haya vuelto presente la destrucción de todo aquello que se había tenido siempre.

Vivimos un mundo simulado, simulamos querer ser buenos cuando en realidad queremos ser muy malos.

<p class="has-text-align-right" value="<amp-fit-text layout="fixed-height" min-font-size="6" max-font-size="72" height="80">MaigoMaigo

Maigo.

La claridad de la nariz

Expedir un olor ampliamente perceptible es un acto de arrogancia. Lo mismo si se huele mal o si se huele bien. En ambos casos poco importa el otro; al que huele bien le preocupa más lo que los demás perciban que lo que puede percibir de los demás y su contrario es evidente que carece de dicha preocupación. No es mejor quien huele mejor que quien huele mal. Es claro que es molesto para casi cualquiera rodearse de olores fétidos (tan molesto resulta, que no molestaré al lector con ejemplos). Al menos la persona cuyo olor no es agradable se muestra a sí misma, es sincera. Las actividades que realizaste, las condiciones del lugar del que procedes o el sitio que acabas de visitar se manifiestan, cuando el olor es ominoso, sin mediar ni una sola palabra. ¿Podemos saber, más allá de su aroma, qué clase de persona, a qué se dedica, qué lugares frecuenta, si expide un olor agradable? Los olores ayudan e impiden el conocer la esencia de alguien.

Considerando lo que olemos desde otra perspectiva, un aroma agradable es preferible a su contrario. Me resulta imposible pensar que una cita sea digna de ser recordada si la nariz no resulta complacida. Antes de apreciar debidamente la belleza de una persona, primero notamos su olor. Nos llega en automático. Es fácil decir: qué bien hueles. Ninguna sospecha se despierta, no se exagera o minimiza nada. Indudablemente quien se preocupó por oler bien espera recibir ese cumplido. El primer paso se ha dado. Un buen olor predispone a una buena convivencia. Salvo quienes padecen anosmia, no he conocido a ni una sola persona que no se alegre al oler un buen platillo. Disfrutar el café o el vino encuentra su entrada en el olor. Dicen que la juventud se percibe con la nariz (creo que la falta de juventud es más notoria). La falta de buenos olores es uno de los mayores defectos de una ciudad. Una jungla de olores perjudiciales sintetiza una de las experiencias más vivas de una ciudad. Los corredores saben que su nariz les agradece cuando corren en zonas boscosas. Algunos de nuestros recuerdos más vivos, los que contamos visiblemente emocionados, que casi nos regresan en el tiempo y el lugar, están relacionados con los olores. El olfato puede vencer a la voluntad. ¿Serán capaz las palabras de hacernos oler algo con tan sólo leerlo? Considerándolo con cierto cuidado, que un aroma sea agradable o desagradable es lo menos discutido, lo menos subjetivo de lo que tenemos experiencia.

Yaddir

Virgencitaplis

Ahora que Méjico está a un paso de convertirse en el pueblo bicicletero que siempre ha soñado ser. Lo único que me queda, ya no es reír, sino más bien aferrarme a la promesa que hizo el peje hace unos años: iba a quitar el horario de verano.

Es el mejor momento par hacerlo: la economía está por los suelos, hay toque de queda, no hay tanta gente laborando y la inversión extranjera no quiere tener nada que ver con nosotros. ¿Para qué verga sincronizar nuestros relojes con el resto del mundo? ¿Para ahorra energía? Sería creíble si no estuviéramos en el viaje empecinado del carbón y el chapopote. Pero lo estamos, conviene despilfarrar energía, de ese modo, tal vez pueda reactivarse la economía interna y valga la pena la inversión en las refinerías y demás pendejadas.

De verdad, déjenos este horario que es el que Dios mandó, tal vez, pueda pasar a la historia como el peor presidente que jamás tuvo méjico, pero para mí será recordado como el que devolvió el tiempo al orden impuesto por Dios y eso no tiene precio.

Entre la vida y la muerte

Y murió jugando al vivo.

Maigo

Vanas actividades

No todas las actividades son útiles ni todo el conocimiento es bueno. Un video imitando distintas facetas de las canciones de Britney Spears casi sirve como distracción. Se imita vanamente. Tal vez el comienzo de esto podría encontrarse en el cine como negocio. Seguro que alguien pensó: ¿para qué mostrar el desenvolvimiento de actores en situaciones complejas, donde se añada algo a lo cotidiano, si la audiencia quiere distraerse de eso en estos momentos aciagos? Hay que mostrarles situaciones fáciles donde los aparentemente buenos (ellos se asumirán como tales, pues nadie pensará que está en el bando contrario) siempre ganen. Pero aplicarse ingeniosamente en actividades más fáciles de olvidar que de recordar no es exclusivo del entretenimiento progresivamente segmentado. Existen miles de páginas de experimentos con palabras cuyo mérito consiste precisamente en hacernos ver que el tiempo y la manera de desperdiciarlo son infinitos. Aunque los asuntos importantes, validados porque fueron la actividad principal de las personas más insignes, podrían tener un uso absurdo. Si leyera a todos los escritores literarios de mi tiempo sólo para reconocer quién fue influido por quién, y encima me vanagloriara de ello por suponer que no desperdicio mi tiempo como mis amigos tiktokeros, realizaría una actividad que quizá nadie más se atrevería a hacer, pero desperdiciaría mi vida para no enseñar nada.

Las vanas ingeniosidades en ingenios nada vanos pueden tener un buen fin. Supongo que un profundo observador podría encontrar en un video de TikTok rasgos que pudieran ayudarle a desarrollar un perfil psicológico. El negocio del cine ha podido mostrar temas y asuntos complejos a un amplio público, así como ha vuelto públicas algunas injusticias. Sin contar que visitar una sala de cine ha servido de pretexto para empezar una bonita relación amorosa. Los experimentos de los literatos sirven para conocer ligeramente las posibilidades del lenguaje la existencia de la literatura en cada rincón de los signos reglas ortográficos  o en la ausencia de estos y los distintos ámbitos de la experiencia que logran manifestarse. Montaigne dice que los sabios manejan los problemas humanos de la misma manera que los necios, éstos porque no se percatan de ellos, y aquéllos porque están por encima de dichas complicaciones. Parecería que es como decir que la ignorancia da felicidad. Justamente no es eso. Y Montaigne lo sugiere inteligentemente. Pues podríamos quedarnos con el atractivo de la idea: ¿para qué conocer, si es tan feliz un tonto como un sabio? O dicho en tono más sombrío y popular: es tan feliz quien nunca ha pensado más allá de lo que va a comer pronto que quien se devana los sesos por obtener la felicidad. Pero el pensador francés sabe que el sabio está más cerca de la felicidad porque sabe qué lo hace feliz. Hasta buscar las influencias de los escritores es una actividad que podría proveer la felicidad. No he conocido lector tan llano que no disfrute de una buena historia aunque esté buscando lo menos importante para sí mismo.  

Yaddir

26 – La alberca

Cuando era niño llevaba clases de natación en la escuela. Después de una mala experiencia, quedé marcado por un miedo a las albercas que no me dejó por años, independientemente de las explicaciones o arengas que hicieran mis padres y profesores. No sé por qué son así los niños, pero algunas cosas que parecen muy importantes les pasan de largo mientras que otras pequeñeces no las olvidan nunca. Ésta me marcó mucho. Antes de entrar al agua, mis compañeros y yo hacíamos una fila en los vestidores. El aroma del cloro y el plástico de las tablas de flotar está todavía a la mano si lo evoco. Estábamos a la espera como gorriones mirando a ver cuándo se pone el sol y yo sentía un terror pálido. Cada semana me colmaba la mente una sola idea: que terminara ya. Fantaseaba con ese momento dulce en el que la hora ya había pasado y podíamos regresar a secarnos, y la veía en mi interior con desesperación, la deseaba con furia. Empecé a encerrarme en un casillero durante la hora completa con la esperanza de que nadie me echara en falta durante el curso; no lo hizo nadie, pero llegó el día en que mi traje de baño seco me delató.

Recordé todo eso el lunes pasado mientras hacía fila en el frío de la mañana para hacer un trámite. Da igual cuál, en realidad, el gobierno de las oficinas no tiene mucho deleite en la variedad. Y hay que decir que pudo salir mucho peor de lo que salió. Para empezar, la mañana podía estar helada, la espera podría haber sido mucho mayor… Pero no podía pensar en otra cosa más que en el final, en el momento en que ya hubiera terminado. Me sentí como niño, vulnerable, a punto de ser arrojado al agua contra mi voluntad. Nunca tuvo un trámite en mi mente tan completa naturaleza de trámite como ahora, en que sólo quería estar al final del trayecto sin haberme llevado nada del recorrido, ni siquiera la experiencia. Pero ¿por qué pasan cosas así? No sé por qué son así los adultos, pero algunas cosas que parecen muy importantes les pasan de largo mientras que otras pequeñeces les aterran.

Pensándolo con cuidado me doy cuenta de que nunca me he sentido participante de las cosas de la ciudad. Y no es para nada una romántica idea del ciudadano del mundo, que bien sé que no me acerco a tal placer. Más se me figura a la vagancia. Estos procesos burocráticos me son niñerías porque los hago pensando que juego a ser adulto. Mientras, no me interesan en lo más mínimo ni los haría si no fuera por alguna fuerza que he admitido me zarandee en esa dirección (la alternativa es mucho peor). Nunca me he visto como miembro de ninguna de estas cosas tan importantes, ni de las no tan solemnes, pero tan regulares de la vida en que uno se acepta como miembro del grupo de los de buen juicio, con sus muelas y todo. No sé por qué ha sido así, pero no puedo evitarlo; es como si todas estas cosas fueran de chiste. Son simulaciones, ficción. Y no solamente en los procesos engorrosos, lo noto en cosas que no merecen burla también: casamientos, funerales, actas, títulos, todo lo que tenga cara de proceso legal o de abogacía; todo. No quisiera tener que tratar ninguno de mis males jamás en una corte ni querría confiarle ninguna de mis carencias a ningún trabajador social. Incluso si se me quisiera convencer de todas sus ventajas. Y si ésa es la razón por la que recordé mis clases de natación esta mañana puedo darme por medianamente satisfecho en cuanto a búsquedas de causas se refiere; porque todavía me falta averiguar aquella por la que en la oficialidad me siento como pez fuera del agua.

Proteófilo Cantejero

Progreso Nacional

En esta ocasión no les traigo un breve cuento, es más una queja de la vida real.

Hace mucho tiempo que no espero nada de mi país, lo veo con tristeza decaer sin que nadie haga otra cosa más que aplaudirle como espectador en el coliseo.

Es solo que el día de hoy, creo que hemos alcanzado un nuevo hito. Comprendo que la naturaleza es indomable, tengo las paces hechas con esa verdad, y no pretendo desilusionarme porque de repente brote un virus y nos coma a todos.

Sí, los caprichos de mamá naturaleza son, a veces, un pocos subidos de tono. Lo que no llego a concebir y vengo a denunciar con tanta tristeza como coraje es que estemos teniendo un rebrote de lepra. Sí, señores, nada más y nada menos que la lepra está dando lata en pleno siglo veintiuno.

Estamos viviendo en el futuro desde hace veinte años. y hace cuarenta la gente creía y miraba al año dosmil con la ilusión de que nos traería autos voladores y casas superaónicas montadas en un poste gigantesco. Y sin embargo, venimos a encontrarnos conque hay un rebrote de lepra. Al menos en Méjico, porque dudo que en otros países no sudamericanos esté sucediendo eso.

No voy a culpar al sistema de salud, tampoco a la cuarta transformación. No conozco cómo funciona la lepra, sé que también ha rebrotado el sarampión y no me extrañaría que le siguieran la tuberculosis y la polio. ¿Por qué?

Lo pregunto de verdad, ¿por qué? ¿Por qué están reviviendo estas enfermedades ya tan “superadas”? ¿Es que la gente es más sucia que antes? ¿Es que no tenemos hábitos sanitarios suficientes? ¿Será que somos ahora más pobres? No tengo idea de qué está sucediendo, sin embargo, tenemos un rebrote y contagiadero de lepra. Situación que me parece por demás vergonzosa.

Lamento que tengamos que vivir esto y ahora que hemos vuelto a padecer de estos males tan bíblicos, ya no me queda imaginación suficiente de qué es lo que sigue, ¿sacrificios humanos? ¿Pozole? Esperemos que este paso firme que tenemos para retroceder, termine por renguear antes de que nos lleve a perdernos 40 años en el desierto.