Cuenta Sófocles que Tebas estaba siendo azotada por una terrible peste, mientras gobernaba un rey llamado Edipo.
Para librar a la ciudad del castigo, Edipo envió a preguntar al oráculo de Delfos, qué es lo que hacía falta hacer.
Tiene sentido que los heraldos fueran con Apolo, pues él es el dios de la medicina y es el que suele enviar las pestes que castigan a las ciudades y a los ejercitos, o al menos es lo que se piensa cuando todavía es posible la creencia en dioses como el délfico.
La respuesta del oráculo fue clara, había que castigar un crimen que estaba impune, se trataba de la muerte del anterior rey, misma que había ocurrido en circunstancias desconocidas para todos.
Edipo, buscando librar a Tebas mandó traer a Tiresias para que le dijera la verdad, Tiresias le vaticinó que la respuesta no le gustaría, pero aún así Edipo insistió en conocerla.
La insistencia no nace de la desconfianza en el vate sino en que después de todo Edipo era un buen rey, y un buen gobernante presta oídos a todos los discursos, no sólo a los que más les gustan.
La respuesta de Tiresias condujo a Edipo a sacarse los ojos y a vagar ciego por todas partes, pero la peste en Tebas cedió.
Hay tiranos edipicos que no se sacan los ojos al ver algo que no les gusta, se los tapan, al igual que los oídos, y a ciegas conducen a los pueblos que por su causa ya están más que perdidos.
Pero ahorita estamos hablando de Edipo, quien decidió cegar sus ojos para ver más claramente lo que antes no se mostraba a su espíritu, la verdad de su fatídico destino.
Sobre Edipo mucho se ha dicho, en especial desde que su nombre fue usado para catalogar un mundo sin dioses y bastante enefermiso.Sin embargo, casi siempre se pasa de largo el modo de gobernar del rey que resolvió con inteligencia los enigmas de la Esfinge para ver que con su propia madre engendró 4 hijos.
Lo que veo es que hay pocos gobernantes como Edipo que prestan oídos a la verdad, por desagradable que esta sea, quizá menos en tiempos de peste, y quizá menos en tiempos de impiedad, en los que todo se reduce a supersticiones y creencias ciegas en que los tiranos son productores de la verdad.
Maigo