Vanas actividades

No todas las actividades son útiles ni todo el conocimiento es bueno. Un video imitando distintas facetas de las canciones de Britney Spears casi sirve como distracción. Se imita vanamente. Tal vez el comienzo de esto podría encontrarse en el cine como negocio. Seguro que alguien pensó: ¿para qué mostrar el desenvolvimiento de actores en situaciones complejas, donde se añada algo a lo cotidiano, si la audiencia quiere distraerse de eso en estos momentos aciagos? Hay que mostrarles situaciones fáciles donde los aparentemente buenos (ellos se asumirán como tales, pues nadie pensará que está en el bando contrario) siempre ganen. Pero aplicarse ingeniosamente en actividades más fáciles de olvidar que de recordar no es exclusivo del entretenimiento progresivamente segmentado. Existen miles de páginas de experimentos con palabras cuyo mérito consiste precisamente en hacernos ver que el tiempo y la manera de desperdiciarlo son infinitos. Aunque los asuntos importantes, validados porque fueron la actividad principal de las personas más insignes, podrían tener un uso absurdo. Si leyera a todos los escritores literarios de mi tiempo sólo para reconocer quién fue influido por quién, y encima me vanagloriara de ello por suponer que no desperdicio mi tiempo como mis amigos tiktokeros, realizaría una actividad que quizá nadie más se atrevería a hacer, pero desperdiciaría mi vida para no enseñar nada.

Las vanas ingeniosidades en ingenios nada vanos pueden tener un buen fin. Supongo que un profundo observador podría encontrar en un video de TikTok rasgos que pudieran ayudarle a desarrollar un perfil psicológico. El negocio del cine ha podido mostrar temas y asuntos complejos a un amplio público, así como ha vuelto públicas algunas injusticias. Sin contar que visitar una sala de cine ha servido de pretexto para empezar una bonita relación amorosa. Los experimentos de los literatos sirven para conocer ligeramente las posibilidades del lenguaje la existencia de la literatura en cada rincón de los signos reglas ortográficos  o en la ausencia de estos y los distintos ámbitos de la experiencia que logran manifestarse. Montaigne dice que los sabios manejan los problemas humanos de la misma manera que los necios, éstos porque no se percatan de ellos, y aquéllos porque están por encima de dichas complicaciones. Parecería que es como decir que la ignorancia da felicidad. Justamente no es eso. Y Montaigne lo sugiere inteligentemente. Pues podríamos quedarnos con el atractivo de la idea: ¿para qué conocer, si es tan feliz un tonto como un sabio? O dicho en tono más sombrío y popular: es tan feliz quien nunca ha pensado más allá de lo que va a comer pronto que quien se devana los sesos por obtener la felicidad. Pero el pensador francés sabe que el sabio está más cerca de la felicidad porque sabe qué lo hace feliz. Hasta buscar las influencias de los escritores es una actividad que podría proveer la felicidad. No he conocido lector tan llano que no disfrute de una buena historia aunque esté buscando lo menos importante para sí mismo.  

Yaddir