Expedir un olor ampliamente perceptible es un acto de arrogancia. Lo mismo si se huele mal o si se huele bien. En ambos casos poco importa el otro; al que huele bien le preocupa más lo que los demás perciban que lo que puede percibir de los demás y su contrario es evidente que carece de dicha preocupación. No es mejor quien huele mejor que quien huele mal. Es claro que es molesto para casi cualquiera rodearse de olores fétidos (tan molesto resulta, que no molestaré al lector con ejemplos). Al menos la persona cuyo olor no es agradable se muestra a sí misma, es sincera. Las actividades que realizaste, las condiciones del lugar del que procedes o el sitio que acabas de visitar se manifiestan, cuando el olor es ominoso, sin mediar ni una sola palabra. ¿Podemos saber, más allá de su aroma, qué clase de persona, a qué se dedica, qué lugares frecuenta, si expide un olor agradable? Los olores ayudan e impiden el conocer la esencia de alguien.
Considerando lo que olemos desde otra perspectiva, un aroma agradable es preferible a su contrario. Me resulta imposible pensar que una cita sea digna de ser recordada si la nariz no resulta complacida. Antes de apreciar debidamente la belleza de una persona, primero notamos su olor. Nos llega en automático. Es fácil decir: qué bien hueles. Ninguna sospecha se despierta, no se exagera o minimiza nada. Indudablemente quien se preocupó por oler bien espera recibir ese cumplido. El primer paso se ha dado. Un buen olor predispone a una buena convivencia. Salvo quienes padecen anosmia, no he conocido a ni una sola persona que no se alegre al oler un buen platillo. Disfrutar el café o el vino encuentra su entrada en el olor. Dicen que la juventud se percibe con la nariz (creo que la falta de juventud es más notoria). La falta de buenos olores es uno de los mayores defectos de una ciudad. Una jungla de olores perjudiciales sintetiza una de las experiencias más vivas de una ciudad. Los corredores saben que su nariz les agradece cuando corren en zonas boscosas. Algunos de nuestros recuerdos más vivos, los que contamos visiblemente emocionados, que casi nos regresan en el tiempo y el lugar, están relacionados con los olores. El olfato puede vencer a la voluntad. ¿Serán capaz las palabras de hacernos oler algo con tan sólo leerlo? Considerándolo con cierto cuidado, que un aroma sea agradable o desagradable es lo menos discutido, lo menos subjetivo de lo que tenemos experiencia.
Yaddir