Idealismo realista

Pensar en el futuro nos lleva al pasado. Las decisiones que tomamos, que hubiéramos tomado, cobran más importancia. ¿Será un exceso de arrogancia o vanidad decir «no me arrepiento de nada»? Como si de alguna manera, al decirlo, estuviéramos creyendo que podemos enmendar cualquier error. Los más optimistas creerían que de los errores se aprende. Quien dice eso, al menos, se cuestiona que podría haber actuado mejor.
Las expectativas que armábamos siendo jóvenes sobre lo que haríamos en un futuro, con casi ninguna excepción, se vislumbraban sobre suelo arenoso. Qué poco conoce sus capacidades el alma juvenil. Encima se debe lidiar con montones de opiniones sobre lo que se debería hacer, aparentemente basadas sobre los talentos que supuestamente se poseen por las pruebas de campo realizadas en esos laboratorios llamados escuelas. Las propias circunstancias limitan la posibilidad de actuar. Si podemos morir simplemente por subirnos a un camión, si un capricho nos puede hacer desaparecer de un momento a otro, si la influencia familiar pesa más en la consencución de un trabajo que los conocimientos y talentos, las opciones no se achican, se minimizan.
Conocernos a nosotros y a nuestras circunstancias parecen actividades separadas si queremos fusionar expectativa con realidad, pero no pueden coexistir la una sin la otra. El Covid nos enseñó la profundidad de su nexo y la importancia de entender ambas. La infelicidad no es algo que nos pasa; ser felices no depende simplemente de nosotros y de lo que queremos.

Yaddir