El apagón

Se cuenta que al inicio del tiempo estaban la tierra y el cielo, que la luz se hizo después, para ayudarnos a entender lo que estaba pasando en esa masa de tinieblas.

Unos días más tarde, llegó el hombre hecho a imagen y semejanza de quien hizo la luz, pero él se creyó hacedor de luz, y se perdió en las tinieblas de una oscura caverna, ya que no hay nada más abismal que la absoluta incapacidad para entender lo que pasa

El hombre dejó que su vista cayera en la contemplación de una luz azul y pequeña en sus manos, ya no quiso ver hacia arriba en los cielos porque girarse hacia arriba daba tortícolis y molestias.

Después de esos cambios henos aquí en las profundidades, con frío, pero con linternas en nuestras manos, esas lucecitas que nos ayudan a creer que entre nosotros nos comunicamos.

Alguien se atrevió a decir que en nuestra caverna vemos sombras, proyectadas en la pared gracias a unas luces encendidas por titiriteros, aceptamos no hacerle caso porque en esta caverna nos vemos como seres de luz, ya que traemos lucecitas azules en nuestras manos, lucecitas capaces de “abrir nuestro entendimiento”.

-¡Qué maravilla hacer luz propia y comprender que lo mejor es lo que ahora hacemos!- pero más bello fue cuando comprendimos que dejamos de ver el cielo y que en las tinieblas en las que estábamos esa luz azul no nos daba entendimiento.

Todo ocurrió con un apagón, las lumbreras de cada quien obsoletas se volvieron, nos dimos cuenta de que estábamos a obscuras, viviendo con frío y mucho miedo.

Se apagó la luz, de momento ni siquiera se habló de titiriteros, quizá sea momento de salir y de ver con los propios ojos al cielo y entender que somos criaturas semejantes, pero no iguales a quien nos dio el entendimiento.

Maigo

2020

Difícilmente se puede decir con plena literalidad algo sobre las actividades humanas. Pero este 2020 todo el mundo habló de la pandemia. Al ser el virus un asunto cuyo impacto fue mayor debido a las prohibiciones y las medidas establecidas por el estado para aminorar su propagación, la mayoría de lo que se dijo sobre el Coronavirus fue en su relación con la política. De pronto, casi tan imprevisto como el SARS-CoV-2, surgieron especialistas en política internacional. Una facción importante de opinólogos, especuladores o especuleros de las redes sociales decía que era un virus creado debido a las tensiones entre Estados Unidos y China, o Estados Unidos, pasando por China, y Rusia. De repente nacieron, cual volcanes, expertos en política internacional. Fue impresionante, personas que no sabían ni quién era su representante local, sabían lo que pasaba en la sutilísima atmósfera de la política internacional. Las teorías de conspiración son más contagiosas que una enfermedad. Unos cuantos peldaños más bajos en la discusión política, se cuestionó constantemente a los gobernantes y las medidas que se adoptaron en cada país. Hubo políticos tan audaces en no temer errar con lo primero que dijeran; según ellos, el uso del cubrebocas era una medida de censura. Es clarísimo: el cubrebocas te tapa la boca, ergo te impide hablar. Como no existe diferencia entre hablar y pensar, y como tampoco existen los micrófonos, y como además el cubrebocas no tiene orificios por los cuales se pueda respirar así como hablar, pues es obvio que el uso del cubrebocas es una metáfora perfectísima, del más alto genio literario, de la censura. Ante una crisis cabe la posibilidad de que las personas cambien. Tras oír las mismas opiniones vertidas en diferentes temas, parecería que el cambio no se presentaba ni con una terrible pandemia. El Coronavirus definió al 2020. Muchas personas ya sabían qué pensar sobre el dos mil veinte.

Pero el encierro algo cambió. Las muertes por Coronavirus cambiaron mucho. Debimos aprender a soportarnos a nosotros mismos. La falta de actividad activó los recuerdos. De entre todos, los arrepentimientos, los errores, las culpas, se esforzaban por salir. Los buenos recuerdos de lo que fue y de lo que quizá no vuelva a ser. Tal vez algo parecido sucedió con las personas que perdieron a seres cercanos, a personas queridas, a familiares, a vecinos, a amigos, y a muchas otros seres debido a la enfermedad. Recordaron a quienes quisieron y que por la pandemia ya no pudieron ver. Qué dolor el no haber tenido el cuerpo para llorar, el no haber dado la última despedida, el último apretón de manos, el último abrazo, el último beso. Qué furia el ver a quienes no respetan las medidas sanitarias, realizan convivencias multitudinarias o se mofan de quienes sí mantienen las precauciones. Fácil resulta encontrar culpables por los muertos entre los descuidados. Mucho más si están enfermos y desafían su suerte junto con la suerte de los demás. (En México se hizo famoso la imagen de una persona que fue a la playa junto con su tanque de oxígeno; él puede decidir cómo morir, pero no puede decidir como morirán los demás). Lo más impresionante no son quienes sufrieron, sino quienes supieron de la presencia constante de la muerte, de cómo diariamente, en cada parte del mundo, la vida iba consumiéndose en la fatídica enfermedad, y poco les importó; impresionante porque pocos se dolieron del dolor ajeno, como si fuera algo lejano a ellos, como si tan sólo por ignorarlo, armarse teorías o escupirle a los demás su suerte y su salud, no les fuera a suceder; impresionante por ver cómo querían continuar con su vida ruidosa y llena de actividades pese a la paulatina acumulación de almas convertidas en polvo; impresionante por ver cómo a una gran cantidad de personas les importa poco o nada la vida de los demás; el egoísmo es impresionante. Quienes desean ignorar o minimizan la presencia del virus manifiestan que sus ideas políticas son maquiavélicas porque algo de Maquiavelo hay de ellos. El 2020 fue un año impresionante. Nos conocimos y descubrimos que es más fácil acabar con el virus mediante la vacuna que mediante el acercamiento del bien.

Yaddir

Delirium

La única explicación a la que pudieron llegar los poetas, para dar sentido a que el mundo había terminado ya desee hace mucho, fue que la realidad, cansada de sí misma, decidió viajar, al norte en busca de una ilusión. Dejándonos a nosotros; tanto dioses, como hombres, en la más indescriptible de las derivas, y en el más frío de los ocasos sin concebir.

En la víspera de la víspera

En la noche anterior a la víspera de Navidad… aprendimos que no aprendimos nada…

Maigo

Enfrío

No hizo falta una catástrofe natural, bombas atómicas o que el mismísimo Satán subiera a destruirlo. En el soberbio segundo en el que el mundo cobró consciencia de sí mismo, se dio cuenta que el estar solo en todo el universo infinito, es mucho más terrible que estar muerto.

Nos va ganando el silencio

Algunas personas dicen que estamos viviendo grandes momentos
históricos, hay quienes hablan como si la historia ya se hubiera
trasformado tantas veces, que ésta por fin se va a acabar. Hay quienes
señalan que todo se acabó, que se acabaron los malos tiempos y que las
malas pasadas de la vida terminaron.

Yo no sé si estamos viviendo el final de la historia, pero sé que
muchos están viviendo incontables sufrimientos en estos momentos en
los que el silencio se les impone, miles se han convertido en números
de una curva que no se aplana, otros se han convertido en estadísticas
que crecen geométricamente.

Yo no sé si estamos viviendo el final de la historia, ni siquiera sé
si los números hablan o indican algo como para que ahora todo se diga matemáticamente, pero lo que sí puedo suponer es que cuando Galileo
Galiei señalaba que la naturaleza era un libro escrito en lenguaje
matemático lejos estaba de pensar en que el dolor se cuantificara y se
midiera por curvas y que la necesidad se solventara con otros datos
ajenos a los que nos da la realidad.

Estamos viviendo momentos difíciles, pero no nos gusta verlo así, preferimos pensarnos como invulnerables mientras el silencio del ágora
se extiende por toda la comunidad, callados estamos y callados nos
quedamos deslumbrados por el brillo de las hogueras que ayudan a que
se proyecten sombras que nos impiden hablar con  aquellos que están al
lado nuestro.

Maigo

Círculo de lectura

¿Por qué es tan difícil hacer una buena pregunta?, ¿a qué me refiero con una buena pregunta? Pues a una pregunta que sepa cuestionar. Aunque no estoy seguro de la respuesta; una buena pregunta busca una buena respuesta. Porque, como toda pregunta mal hecha, la respuesta es incomprensiblemente general. Tal vez poniendo un ejemplo sea más fácil elucidar lo que quiero preguntar: ¿qué ganamos leyendo con otras personas? La pregunta no suena general, habla sobre una situación que para quien está leyendo esto pueda resultar relevante, y no tiene una respuesta absoluta. Pero si cuestionamos un poco el sentido de la pregunta, notamos que partimos de un supuesto, al menos uno bastante evidente, y también podemos notar que no se clarifica la actividad. El supuesto es que al leer indiscutiblemente se gana algo; la actividad no clarificada es la de leer, pues ¿qué se lee, cómo se lee, con quiénes se lee? Ambas oscuridades se relacionan, pues hay libros con los cuales se puede ganar el aprendizaje de alguna técnica que nos permita ganar dinero y que, en el caso de un manual, sería suficiente con que se leyera en soledad. Su relación específica está en que ambas se encuentran en la misma pregunta y pueden darle un sentido general o peculiar al cuestionamiento. Aunque, con respecto a la ganancia, es diferente ganar una técnica desde un libro que dinero practicando la misma técnica. No es suficiente leer la definición o los pasos a seguir de una actividad para poder practicarla lo suficientemente bien como para ganar dinero haciéndola. He leído manuales enteros sobre cómo dibujar un rostro, pero carezco de la habilidad de dibujar por más que la practique. Hay quienes han leído todo lo concerniente a un concepto: se saben su origen, sus cambios en la historia, y cómo se usa actualmente, y no entienden cómo ese mismo concepto se relaciona en la obra que lo sacaron, ni entienden cómo se distingue de otras obras del mismo autor o de diferentes pensadores. (¿No saben hacer buenas preguntas porque no saben leer?). El dibujo puede dar placer o ser usado por una marca; de ser excelente, bello, podría ser considerado una obra de arte; en los tres casos hay motivos suficientes para pagar por su elaboración. No resulta nada claro el por qué se habría de pagar a diccionarios humanos de conceptos e inexpertos en preguntar. Ni siquiera resulta claro el por qué se habría de pagar a un experto preguntador. Entonces sería preferible usar “obtener” en lugar de “ganar” para realizar una pregunta menos general; según sea el caso, sería prudente saber qué clase de asuntos pueden discutirse con otras personas. Preguntemos de nuevo: ¿qué se obtiene leyendo literatura con otras personas? La pregunta me hace pensar muchas cosas, principalmente que debo pensar bien antes de hacer alguna pregunta. Por otro lado, la pregunta misma me ayuda a dar una respuesta: si la literatura nos muestra principalmente a personas tomando decisiones difíciles o dejando de tomarlas, nos ayuda a especificar nuestras propias decisiones tomadas o a punto de ser tomadas; se entiende mejor una obra literaria con la ayuda de la comprensión de otras personas, porque, como un personaje es distinto y semejante a la vez a mí, otra persona podría ayudarme a comprender en qué es distinto y semejante ese personaje de mí a través de ella. Su comprensión ayuda a mi comprensión; mi comprensión ayuda a su comprensión. En caso de no entender su comprensión, podría cuestionarla, distinguiendo los puntos que entiendo de los que no entiendo. Leer con otras personas me ayuda a hacer mejores preguntas. Cuando me hacen preguntas a mí, me ayuda a percatarme que hay preguntas que me gustan y otras que me disgustan, hay unas preguntas que me provocan molestia y otras que me emocionan. Lo mismo le pasa a las personas con las que leo cuando las cuestiono. Si bien las preguntas no me cuestionan directamente a mí, no son indiscretas, a veces me molestan. Una buena pregunta, dicha a una persona cara a cara, debe hacerse con un buen tono para que sea buena; aunque la pregunta podría ser tan buena que se discuta por ella, que provoque preguntas con mal tono. ¿Es mejor preguntar con pasión pese al riesgo de espantar o incomodar al cuestionado que preguntar sin pasión?, ¿lo más importante es la pregunta o el modo de hacerla? Supongo que si entre dos personas se interesan demasiado por una pregunta que provenga de una novela, los ánimos podrían pasar a segundo plano. Pero los propios ánimos exacerbados podrían romper una serie de preguntas, podrían evitar que algunas sensibilidades participen de los cuestionamientos provenientes de una novela. Si la convivencia es hostil o demasiado exacerbada o excesivamente pasiva o una lucha de personalidades que buscan destacar o conviven personas de carácter apocado, difícilmente podrían llegar a conocerse lo suficiente como para afinar su capacidad de preguntarse. Se pregunta mejor entre personas que se conocen, entre personas que se ven y entienden como personas, que se preocupan los unos de los otros. Hacer una buena pregunta es preocuparse por los demás; se preocupa uno por los demás principalmente si ellos son amigos, personas afines, seres queridos. Me parece mejor pregunta: ¿qué se pierde si no comparto una lectura con mis amigos?

Yaddir