El diálogo en la oficina

Trabajar en una oficina es querer contradecirse. Se entroniza el diálogo, pero las voluntades particulares (los yoes trajeados) gustan de imponer sus deseos; se alaba la empatía, pero cuando se le pregunta a alguien “¿cómo estás?” sólo queremos que nos responda “bien”. Se busca el éxito personal, pero se trabaja en equipo. Se cree que algo del lugar es propio, pero el puesto es temporal. Se quiere resolver cualquier problema de manera racional (sólo con palabras y suponiendo que el otro está totalmente dispuesto a ser buen compañero).  

Pero la oficina no modifica el alma de sus oficinistas, son los oficinistas los que le dan alma a la oficina y entre sí se forman en ese tipo de persona. La naturaleza humana ya es contradictoria. Lo mismo se toma una decisión por los mejores motivos, como por los peores, buscando a veces evitar lo peor y a veces querer lo mejor, respectivamente. Pocas personas son tan congruentes como para no cambiarles constantemente de adjetivos. Decir algo general sobre las personas es casi imposible, y cuando puede decirse, resulta de poca ayuda para entenderlas. Que el amor sea una serie de químicos relacionados complejamente en el cerebro, no nos ayuda a evitar actuar como tontos, locos, inspirados o una mezcla de las tres cuando nos enamoramos. El neurólogo más sagaz no podrá evitar enamorarse de una persona a la que jamás pensó siquiera voltear a ver en una calle. Podemos desear algo hasta la locura y al momento de obtenerlo comenzar a aborrecerlo. Podemos odiar y amar a la misma persona.

Una mujer odiaba profundamente a un hombre. Él le dijo que quería verla en la noche. Ella sabía que si lo veía, perdería la calma, comenzaría a actuar como una loca. Él tenía el poder de llevarla a la locura cuando quisiera; ella podía hacer que él jamás dejara de pensar en ella. Ambos sabían que si se veían, si cometían el error de encontrarse, no sabrían de lo que serían capaces. Ninguno de los dos quería verse. Ella y él querían verse.

Es falso que las contradicciones nos definan. Pero bajo tanta aparente contradicción, solemos tomar decisiones motivados por algo misterioso, a veces le damos una explicación, en muchas ocasiones la tiene, pero en las más importantes, en las más problemáticas, la explicación es insuficiente o incompleta. No encuentro otro motivo para ello que el percatarme lo poco que nos conocemos a nosotros mismos. Ignoramos por qué odiamos tanto el trabajo de oficina y seguimos haciéndolo.

Yaddir