Se cuenta que al inicio del tiempo estaban la tierra y el cielo, que la luz se hizo después, para ayudarnos a entender lo que estaba pasando en esa masa de tinieblas.
Unos días más tarde, llegó el hombre hecho a imagen y semejanza de quien hizo la luz, pero él se creyó hacedor de luz, y se perdió en las tinieblas de una oscura caverna, ya que no hay nada más abismal que la absoluta incapacidad para entender lo que pasa
El hombre dejó que su vista cayera en la contemplación de una luz azul y pequeña en sus manos, ya no quiso ver hacia arriba en los cielos porque girarse hacia arriba daba tortícolis y molestias.
Después de esos cambios henos aquí en las profundidades, con frío, pero con linternas en nuestras manos, esas lucecitas que nos ayudan a creer que entre nosotros nos comunicamos.
Alguien se atrevió a decir que en nuestra caverna vemos sombras, proyectadas en la pared gracias a unas luces encendidas por titiriteros, aceptamos no hacerle caso porque en esta caverna nos vemos como seres de luz, ya que traemos lucecitas azules en nuestras manos, lucecitas capaces de “abrir nuestro entendimiento”.
-¡Qué maravilla hacer luz propia y comprender que lo mejor es lo que ahora hacemos!- pero más bello fue cuando comprendimos que dejamos de ver el cielo y que en las tinieblas en las que estábamos esa luz azul no nos daba entendimiento.
Todo ocurrió con un apagón, las lumbreras de cada quien obsoletas se volvieron, nos dimos cuenta de que estábamos a obscuras, viviendo con frío y mucho miedo.
Se apagó la luz, de momento ni siquiera se habló de titiriteros, quizá sea momento de salir y de ver con los propios ojos al cielo y entender que somos criaturas semejantes, pero no iguales a quien nos dio el entendimiento.
Maigo