Cuentos de Cuarentena II

Carta de María a Lucía

Querida Lucía, noté tu aburrimiento el otro día, cuando sin querer intercepté la correspondencia que sueles tener contigo misma. ¿Cómo fue que la vi? De eso no te preocupes, actualmente nada es privado sino los pensamientos que guardamos en el propio corazón.

Me aterra pensar en algo más peligroso que el aburrimiento que ahora vivimos, veo con preocupación cómo es que nos perdemos en medio de reflexiones que sólo parecen serlo, y dejamos de ver lo que sí puede tener sentido.

Poco a poco nos dejamos de escuchar entre nosotros, no sé si vayas a estar atenta a mis palabras porque más bien parece que te has vuelto muy afín a los soliloquios, pérdidas hemos tenido bastantes, quizá más que de seres queridos y libertades de movimiento, me parece que estamos viviendo la pérdida de la esperanza y la alegría y el gozo por la vida.

La vida se nos va en hacer actividades y dejar de prestar atención mientras nos jactamos de ser multitareas, pero siempre hay momentos para darnos cuenta de cómo es que dejamos de gozar la alegría de la vida en aras de ser más productivos o de pasar el tiempo entre imágenes y pulgares arriba.

Supongo que lo que nos queda cuando no hay esperanza verdadera es aferrarnos a quienes nos venden falsas esperanzas de felicidad, pero ellos también enferman y caen.

Hace tiempo, mucho tiempo cuando todavía conversábamos, platicábamos sobre un gobernante romano que era conocido como el César del pueblo, con todo y que repartía pan y daba mucho circo se enfermó y cuando despertó lo hizo bastante loco y cometió muchas más injusticias que Tiberio.

Espero que ese aburrimiento tuyo no devenga en locura y que dejes de ser lo que sueles ser para convertirte en un despojo medio animado, risueño a veces y lloroso la mayor parte del tiempo, todo, dependiendo de lo que veas en redes y en lo que sueles matar tu tiempo.

La vida no tiene que ser tan triste como la pinta el aburrimiento, tampoco tiene que verse tan trágica porque así lo pinta el encierro, pero no te canso más, pues mucho me he entrometido en lo que se supone nadie debía ver.

No te desesperes con el encierro, no vayas a salir loca como lo hizo aquel reyezuelo que enfermó y despertó más paranoico que cualquier otro al que los romanos hayan tenido, con decirte que se creía salvador y mesías del pueblo, evita esa locura y en lugar de dar rienda suelta al aburrimiento mejor aquieta tu mente y trata de ver que somos salvos y que hay bastante para sentir el gozo que es del cielo.

Te quiere: María

Maigo

Adiós sin despedida

Albert Camus afirmaba que la respuesta más importante que nos damos todos los días es por qué vivimos un día más. Se responde así a la totalidad de nuestra existencia. De nuestra propia existencia. Afirmaba con esto que nuestra existencia era lo más importante para nosotros; la existencia de los demás no es tan importante, según este argumento. ¿Es más importante existir que existir bien?, ¿Se vive bien si no vivimos con otras personas?, ¿Las decisiones más importantes son aquellas que tienen que ver con el amor?

La pandemia nos ha mostrado otros aspectos de nuestra existencia, nos ha hecho pensar nuestra vida en su totalidad. Pero qué ¿significa pensar en totalidad nuestra existencia? La pregunta aparece imposible, pues los aspectos de los que se compone nuestra vida, con los que estamos componiendo nuestra existencia, son diversos, profundos, problemáticos, contradictorios. Sabemos cuando somos felices, pero no podemos responder en qué consiste exactamente la felicidad; tal vez sí sepamos indagar qué nos hace felices a cada uno, pero sólo si indagar nos hace felices. Podemos ser felices, pero no decidir cuándo estaremos felices.

La muerte de un ser querido nos muestra que nuestra existencia empieza en algún lugar dentro de nosotros pero no sabemos dónde termina. La vida y la existencia encuentran su sentido en el cariño hacia los demás. Encontramos lo que más importa en la compañía de los otros. Sin amistad ni amor no vale la pena vivir.

Yaddir

Cuentos de cuarentena I

Carta a Lucía

Querida Lucía, escribo para enviarte un coordial saludo y para matar el tiempo en medio de tantas cosas que tengo por hacer. Imaginate cómo es que estoy de aburrida cuando en lugar de estar atenta a las redes sociales y a lo que en ellas acontece no me queda más remedio que sentarme a escribirte a ti.

Aunque lo hago más sabiendas de que no leerás mi carta hasta el final, porque admitásmolo, a mí me da tanta flojera escribirte como a ti te da flojera leerme, pero lo cierto es que ya me canse de estar tanto tiempo frente a la pantalla, me arden los ojos y comienzo a sospechar que no me está dejando nada bueno pasar el día viendo videos de gatitos.

No hace mucho se fue la luz en mi casa y por lo mismo el Modem se apagó, como no traía datos en el celular no me quedó  de otra más que sentir la impotencia de no poder hacer nada, así que comencé a escribir, quizá por eso ahora me llama la atención redactar esto y enviartelo.

Hace mucho tiempo que ya no nos reunimos, el encierro me está matando de abuirrimiento, antes podíamos ir a los conciertos y cafés, ahora ni eso, lo que me parece bastante chocoso porque no tengo material para fotografiar y subir, las reacciones en mis redes bajaron y junto con ello también mis ánimos.

Me enteré de que han muerto familiares cercanos tuyos, es una lástima que no haya podido acompañarte, estoy segura de que te pareció bastante aburrido tener que estar sola con el trabajal que implican las excequias para que nadie vea tu enorme capacidad para organizar eventos sociales y cosas así.

Tal vez estoy siendo impertinente amiga, pero no sé cómo más he de soportar tanto tiempo encerrada en mí misma y sin la posibilidad de convivir con otros, fuera de tus entretenciones sociales ¿Cómo has estado? ¿Te sientes tan aburrida como yo? ¿He de confesar que no sólo el aburrimiento me invade, también alguna sensación de vacío y lo peor del caso es que la experiencia de compra no me llena.

Sin más por el momento me despido con la esperanza de que todo esto acabe pronto, el aburrimiento es tal que ya parece que me escribo a mí misma para tener algo de coherencia entre toda esta locura.

Atte: Lucía

Maigo

El carácter en las palabras

Hablamos y revelamos quiénes somos. De dónde venimos (a dónde vamos), qué nos agrada, qué nos disgusta, qué clase de personas somos (qué clase de personas queremos ser), se manifiesta en las palabras que usamos y el modo en el que las usamos. Ponerle atención a las palabras que usa una persona es más que un acto de cortesía.

Tantos detalles que podemos escrutar en las palabras que usan nuestros semejantes serían difíciles de enumerar. Uno de los más interesantes es las palabras que más repiten. En una caricatura japonesa (cuyo nombre no recuerdo ahorita) un villano encerraba en un jarrón a sus enemigos si estos, en el transcurso de la batalla, pronunciaban la palabra que más usaban. Para ganar una batalla se necesita de estrategia. Qué impresionante el que no sepamos cuál palabra usamos más, dejando de lado artículos o pronombres. ¿Qué palabra usaremos menos o dejaremos de usar intencionalmente? ¿Qué dice de nosotros el que no seamos conscientes de nuestro uso del lenguaje?

Creo que el uso que hacemos de las palabras, o cómo las usamos, o cómo creemos que las estamos usando, se relaciona más con el carácter que con su significado preciso. Al menos en la mayoría de las ocasiones. Pero imprimimos carácter y significado al charlar. Por ejemplo, cuando los anti feministas o machistas (no sé cuál sea el termino preciso), usan la palabra feminazi, lo hacen con la intención de ofender, porque ellos a su vez se sintieron ofendidos por algo que dijeron las feministas. No usan la palabra porque entiendan con precisión enciclopédica lo que es un nazi, lo usan sólo porque les suena ofensivo y quieren reflejar con su ofensa el descontento que sienten hacia las feministas. Además quieren evidenciar que ellos son los buenos y las feministas las malas, pues nadie pone en entredicho que los nazis sean malos. ¿Qué clase de personas usan la palabra feminazi? Personas ofensivas, que podrían ser agresivos con facilidad. No sé si serían violentos, capaces de dañar o lesionar a otra persona físicamente. Por otro lado, las feministas usan un verbo, casi siempre en infinitivo, al referirse a su actividad contra el patriarcado. La frase reza más o menos así: no se va a caer, lo vamos a tirar. Aquí es manifiesto el uso de la fuerza. Un uso que parece más a la defensiva que a la ofensiva. Pues, hasta donde entiendo lo que dicen las feministas, el patriarcado ha sido injusto con las mujeres y en justicia deben tirarlo. A diferencia de los ofensivos, las feministas están unidas. Por eso enfatizan la palabra «vamos». Es una acción, no una reacción. Es más difícil hablar de carácter con ese sentido de la unidad. Además, hay grupos feministas que no comulgan con otros y algunos discuten entre sí. Para tirar se necesita resolución más que nada. Aunque en este caso se sepa qué se quiere tirar y haya estratagemas para tirarlo, también se expresa el carácter en el verbo. Las palabras son más que significados, el lenguaje tiene alma.

Yaddir

31 – El blog

A mis amigos.

Limpié hoy la vieja casa. Volví hace poco y probablemente me vuelva a ir pronto. Pensé que sería buena oportunidad y subestimé, como siempre, cuánto tardaría colgado del pasado. A veces me vuelve lo aferrado. Copié de la computadora que usaba hace mucho los archivos que requerían ser respaldados y mientras rumiaba por la selva crecida de carpetas malorganizadas encontré los textos que escribí para cierto blog. Lugar escrito entre amigos, para hacernos pensar como amigos. Un centenar de entradas, tal vez más. Me impresiona pensarlo y saberlo emprendido en esta época en la que termina la palabra del hombre. Por años se extendió. Letras y letras quisieron preguntarse si en la melodía de la voz todavía había quien atisbara algo que pudiera maravillarlo. Fue una actividad constante que se extendió durante el estruendo, tal vez el eco del coletazo, de la crisis de la Modernidad. Esto fue escrito durante el advenimiento del meme y su llegada triunfal al poder, durante el arrebato de la crueldad y la plaga que marchitó los sembradíos de diálogo, durante la culminación de la tecnocracia y el asentamiento del profesionalismo como medida del alma. En estos días en que empezó se peleaba porque las humanidades eran despreciadas en los currículos universitarios (¡se creía en la universalidad del saber!) y se discutía si había aliento para pronunciar la palabra «sabio». Una de mis preocupaciones más grandes y recurrentes era si podían decirse bien las verdades valiosas.

Qué tan bien fueron dichas es otra cuestión. Lo primero que dije fue que «dábamos nombres». Para empezar, es un modo obscuro de decir las cosas, pero supongo que me gustó porque me parecía que promovería la curiosidad. Quise abrir un claro en el que sentarse a pensar fuera platicar con los otros y encontrarse amistados. Me refería en ese escrito a que había una diferencia substancial entre hacer ruido y decir. Es una idea no original, pero fundamental si se quiere vivir con dignidad. El blog, un esfuerzo por la dignidad. Quise mostrar signos de que en la voz humana hay comunicación de la experiencia de estar vivos y pensar. Equivoqué la dirección en el texto, me temo, porque mentí al mostrar las cosas del mundo como si fueran estáticas y separadas de lo que un alma humana piensa. No era raro que me atragantara de abstracción: «El hombre que habla y que razona, argumenta de modo que pueda notarse en lo que dice qué cosas del mundo son las nombradas». Bastante lógico y no del todo errado; pero ¿y no es el hombre que habla una cosa del mundo? Recuerdo que por entonces estaba fascinado por la noción de que una fórmula válida según las reglas del arte lógico puede ser ilógica, falsa. Otras nociones de esos días me cambiaron para siempre: que quien entiende concuerda, que la belleza da aliento, que la música abre el alma a admirarse de sí misma, y también que ya nomás por poder decir, somos responsables. Sí, cuando se dice, se escribe, se miente, o también si se cuenta o se canta o se presenta, uno se le entrega al otro en su propio decir; pero el problema de partir como lo hice en estos textos desde la abstracción de las cosas quietas, a la que se le adereza con una mirada humana que se posa sobre ellas, es que hace pensar que lo que uno le entrega a los suyos es alguna clase de ilusión bienintencionada, o versión pintada por buenos deseos de uno mismo, fe ciega en que el mundo está aunque no podamos abrir la puerta para verlo. Si el mundo está quieto y allá afuera, solito y desalmado, lo que sea que el alma haga con él va a terminar siendo puro cuento. Ahora que recuerdo, tuve muchas discusiones con un risueño miembro del blog al respecto. Algo de eso quería decirme, pero ni yo lo entendía a él ni él lo veía con claridad suficiente como para explicarse. Él quería sacar esas conclusiones de mis letras, y quería además encomiarme por ellas porque lo emocionaba mucho imaginar que estaba justificada su visión de una vida enmascarada en la que la hipocresía no es una atrofia de la imaginación sino estado de naturaleza; y claro, yo no me dejaba porque no quería decir eso, incluso si lo dije sin querer alguna vez. Otros convivieron ejerciendo ejemplos donde no bastaron las razones, desde las imágenes lúcidas de lo sagrado hasta las más procaces carcajadas, pasando por el terror de lo inimaginable. Quisiera pensar que ahí la dignidad de la palabra se dejó ver.

Creo que a eso me refería cuando casi cerrando ése, mi primer grupo de escritos, quise responder contra críticas como las de este compañero defendiendo que había no solamente verdades de las que podemos hablar, sino valor en algunas de ellas. Allí cerré con la pregunta «¿Qué ocurre entonces con la ciencia, y qué con la filosofía, si la verdad valiosa fuera [sic] un cuento de soñadores que se placen en la fantasía para no dolerse en la vida mundana?». Fácil responder: se van al demonio. Puede ser que la verdad sea consoladora, que sea cura y sustento; pero no se le busca por eso. No se le busca para apapacharse y escaparse de la fealdad de la vida engañosa en la que no hay tal verdad, se le busca porque ésa es la vida del hombre y por esa acción se aprecia que no hay tal vida engañosa, por más que abunden los engañadores. Se le busca, de nuevo, por dignidad. Por un lado, lo que expresé no está pensado bien a fondo. «La verdad» acaba luciendo en esos textos como una recompensa que se desentierra, como momia que se encuentra un montón de arqueólogos emocionados (este problema reapareció en otras entradas del mismo blog, y fue tan justamente señalado entonces). El escrito con que culminé aquel manto de pensamientos que no pude hilar, fue un intento por defender que el filósofo debe vérselas con lo eterno y que para él las modas son poco importantes. Tanto ha mutado desde entonces; pero todavía siento la cosquilleante felicidad de la discusión que vino después de este quinteto de entradas. La vida digna se lleva en diálogo. Quisiera haber visto con más claridad ya desde entonces, que el diálogo verdadero se da en amistad.

El blog entonces, antes que un ejercicio de dar respuestas a las preguntas que nos hacen lucir muy importantes, habría hecho mejor en buscar formular bien las preguntas. Si buscaba yo la sabiduría, ¿por qué no invitaba entonces a leer a los sabios más que a perder el tiempo en mis renglones? Y debería preguntarme también ahora ¿cuál es entonces el punto de haber escrito este Divagadiario? ¿Espero ser tan otro al volver a leerlo que sea para mí un diálogo? El mundo se abre y uno ensaya nuevos pasos; pero ¿se escapa uno de la maldición borgiana de haber escrito un libro que no sea libro, sino cubo de papel y tinta? Zaid me convenció de escribirlo y, con todo, también me convence de dejarlo. Quiero verme en el ojo del otro como pudo haberse visto Alcibíades, antes de seguirlo hasta una muerte encerrada en una casa en llamas. No sé si retomaré algún día el diario. Pero valga pues por última vez ser tan obscuro como me venga en gana, esperando que no vaya a leerme en años sin entenderme nada.

Años pasamos ensayando a la caza del bien. Me doy cuenta de que aproveché mucho más leyendo a los demás de lo que ahora me beneficio de leerme a mí mismo. Tal vez debí escuchar con más cuidado desde antes. Hay faltas que duelen en los dedos al teclear nuevos ensayos, extrañamientos que desgarran aunque endulcen la vida. Hay negruras venideras que anquilosan y no llegan. Otras dan el último golpe a la capa de piedra. Y quizá aún haya tiempo. Hay poesía. Hay sabiduría. Hay esperanza. Esto debió bastarme para despedirme entonces. ¿Por qué no pude verlo? Probablemente por la fiereza con la que puedo aferrarme. Años me precié de ella. Y cuando leí en este blog que la amistad era consentir la existencia del otro asentí, aunque no pude abarcar la idea. No censuro ninguna de ambas cosas. En esa lectura sentí mi dignidad, aunque no me percatara. Es digno buscar decir bien la verdad valiosa. Y si como dice el Hipias lo bello es padre del bien, ¿no es lo digno padre de la virtud? Leería después, y de palabras mejor dichas que las mías, que la virtud maravilla. No porque sea lo mejor de cada uno de nosotros; sino mucho mejor, por ser cuanto nosotros somos más que cada uno.


La verdad es que me gustaría haber escrito más en ese entonces para poder seguir compartiéndolo aquí; pero yo era muy dramático y quise aprovechar que se acababa el papel del librito, como si fuera el límite natural del diario. Pero ¿no es una tontera inventarle límites al mundo? No hay nada más que arbitrario sobre cuánto cabe en un cuaderno, pensaría yo. Ni hablar. Y así, pues, como he sido por mucho tiempo lo mismo, éste que no se puede quedar quieto, me voy. Dejo aquí una breve colección que ya ni aumento ni reduzco porque con treinta y un divagaciones podrá quien así lo quiera tomar una para cada día del mes hasta en los más largos y hacer con ellas lo que le plazca. Les di nombres pero son provisionales. Agradezco a quienes me leyeron y agradezco también haber estado aquí cuando y cuanto estuve. Me alegra haber contribuido al ritmo del conjunto con mis notas. Mi esperanza es que dándoles su tiempo se den menos a la disonancia que a la concordia.

Proteófilo Cantejero


«Y entonces un ojo contemplando otro ojo,
si mira la mejor parte de él, se ve a sí mismo».

–Platón, Alcibíades, 133a

Llamado

Cansadas de der ignoradas por tanto tiempo, las sirenas decidieron cantar al unísono con todas sus fuerzas.

Fue tan bella su voz, fue tan potente su encanto, que ningún planeta en dos galaxias al rededor de la nuestra pudo resistirse al llamado.

Fue una lástima que el Sol se les adelantara y llegara antes que nadie al concierto, ya que el viaje de todos ellos y reacomodo del cosmos, fue completamente estéril y carente de sentido.

Ante las fauces del león

Sobre la existencia de mártires siendo devorados en el coliseo hay muchas dudas, algunos consideran que lo ahí ocurrido es falso, que son exageraciones de propaganda mal sana destinada a engañar a la gente sencilla.

Otros, en cambio consideran que la muerte por los leones y los suplicios del circo fue real, y que muchos murieron por defender su fe, hay santos en el calendario y libros atestados de muestras de firmeza y fidelidad incomprensibles para el pragmático.

De exactitudes históricas, respecto a persecuciones y castigos por amar al prójimo y abstenerse del militar servicio en tiempos de los emperadores, creo que no se trata la visión de los mártires.

Más bien creo que esas vidas que se nos cuentan y esos modos de muerte tan confiados nos dan cuenta de la posibilidad de gozo en medio de las dificultades más dolorosas y terribles.

No sé con exactitud cuántos de los que fueron arrojados a los leones, en los tiempos gloriosos del imperio romano lo fueron por ser cristianos, pero me parece que la visión de alguien que es capaz de sentir gozo y alegría, aún estando ante las fauces de un león hambriento, es digna de loa.

Vivimos tiempos complejos, el desierto crece, el silencio se apodera de nosotros con el ruido que no nos deja ni pensar, lo íntimo se vuelve público, y lo que debe ser público se esconde de la vista, además de que algunos cínicos sonríen y nos confunden con su desgraciado gesto, vivimos tiempos complejos porque no sabemos cómo vivimos.

Estamos ante las fauces de leones hambrientos, nos hace falta recordar que salvados ya fuimos y que hay muchas formas de vivir los últimos momentos en este circo en el que nos encontramos condenados.

Bien nos haría recordar, trayendo nuevamente al corazón, a ese sustento que mantenía en pie la fe de los primeros mártires.

Estamos ante las fauces del león