30 – El encino

El último de los párrafos pequeños que tiene el diario me sorprendió con este bosquejo de un cuento. Su título está al margen, corregido y tachonado varias veces, así que ofrezco mejor éste poco imaginativo con el propósito de que, así como está sin terminar el texto, termínelo también el lector que quiera darse al juego. Y sí, lamento decirlo, pero mejor dar decepción ahora que no hay expectativas que luego que las haya, que me olvidé de él muy pronto después y nunca lo escribí. Juzgue cada quien la falta.


…vi por primera vez nieve pesada y constante, suficiente para apelmazarse en los carros y el pasto, pero la temperatura no era tan baja que no se derritiera en el pavimento. Por más que quise salir enchamarrado a echarme una pipa en el balcón, tenía todavía una de las lesiones que han estado apareciéndome en la lengua y preferí evitar el dolor. Desde niño hay períodos de unos meses en los que me aparecen aftas en la boca. En ocasiones pasan años sin que vuelvan y me olvido de ellos. A veces el descanso es apenas de unos meses. Hasta donde me parece, no puede evitarse. Que sea la lengua la que sufre es la novedad. No importa, confío todavía en que en unos dos o tres días la herida habrá sanado y quizá haya otro día nevado para quitarme la tentación. Lo que sí es que se me ocurrió una idea para un cuento que tendré que escribir después.

Un hombre iría caminando por la banqueta, desacostumbrado a la nieve que cae y al frío que entra. Este lugar sería para él inusitado. Habría comprado una botella de algún licor en una tienda, supongo que horas atrás, y elegiría un lugar apacible en el parque para beberla. Sentarse en la banca probaría ser mucho más frío, y húmedo, de lo que pensaba. Aquí algo podría decirse sobre cuán diferente es enfriarse en un lugar húmedo, como las cuencas y los valles cerca del mar del norte, y enfriarse en un lugar seco como éste, donde a uno lo rodea más una invitación que un asalto, una que va quitándole el calor de a poco como si lo sedujera para apartarlo. Mucho menos aparatoso que el espanto con que lo arranca desde adentro de la ropa el clima húmedo. Por alguna razón terminaría habiéndose sentado en la banca. No sé aún con quién hablaría o si solamente miraría a alguien (tal vez mira a alguien e imagina haber hablado con él) pero afloraría en su mente la idea de que siempre nieva, pero la nieve famosa es la blanca sólo porque por accidente natural resulta caer en cristalitos que se aglutinan y se ven fácilmente. «Si no lo vemos fácilmente, olvidamos que pasa», pensaría. No, mejor «si no lo vemos fácilmente olvidamos que pasa» sin coma. Son naturales las observaciones de las corrientes del viento que se hacen a través de lo que el viento mueve, no de él mismo. Siempre llueve, también, pero no siempre agua. Cosas por el estilo se le ocurrirían al personaje antes de notar lo helado que se ha puesto el vidrio de su botella vacía. No estoy seguro de si el parque tendrá mucha o poca gente, pero decididamente estarían ocupándose de otros asuntos. Quizá hay por ahí un grupo rodeando un estéreo, además de los locos que salen a correr incluso en estas condiciones ambientales. Podría notarse ahí que la gente acostumbrada a la nieve que cae y al frío que entra hace cosas que parecen por completo contra todo sentido común. Y pasaría por alto casi todo pero ¡compran helado y hacen pícnics! Quizá el personaje no repararía en estas cosas. Continuaría sus divagaciones en una segunda caminata, pero ésta sería muy diferente de la primera porque se dirigiría a su apartamento. Con la lengua adormecida y enfocándose solamente en la banqueta, pensaría «se ve exactamente como si no nevara». Aquí se detendría y quedaría como poste. No, mejor una imagen más natural, como un encino centenario que vio nacer familias de campesinos y al que los primeros urbanistas le concedieron piedad y rodearon al hacer las banquetas y dar forma a la calle por la que pasarían varias vidas de hombres sin que ya quede quien mire cómo reverdecerá llegada la primavera, y que ahora aferra su tronco seco con un aplomo más vivo que la vista engarrotada de los que tan sólo nacen y se pasan de largo, así también, se detendría éste y se quedaría admirado de todos los que lo rodean para seguir su trayecto. Recto y avanzando. Mañana siempre llega mañana y quién sabe si mañana nieve. No sé todavía cómo terminaría el cuento.

Proteófilo Cantejero