La cuarta transformación de Lennon

Hay quienes gustan de comparar a ciertos personajes famosos con Jhon Lennon, porque su fama era grande, como lo es la popularidad de los comparados.

Pero Lennon componía canciones muy bonitas en las que promulgaba la paz y la buena convivencia, los comparados suelen hacer discursos aburridos y cansones sobre una paz en la que no creen y que no buscan ni pretenden, pues para ellos hay cosas más importantes que los pueden mantener en pie.

Dicen que hombres así, como los comparados con Lennon, nacen cada 100 años, que construyen naciones y salvan vidas a más no poder, porque pocos son pacifistas como Gandhi, aunque cambian un poco sus métodos, pues pacíficamente insultan a sus detractores, usando para ello pacíficos derechos de réplica.

Lo bueno es que pocos son los que se sienten como Lennon, porque hay que reconocer que él se transformó en varias ocasiones, fue dibujante, cantante, actor y hasta esposo de Yoko, fue multifacético y un gran transformador de sí mismo y de su entorno.

Lennon pasó a la historia como alguien que transformó a The Quarrymen en The Beatles, transformó su nombre de Jhon Lennon a Jhon Ono Lennon, transformó la música y se transformó en amo de casa para cuidar de su hijo, muchos años después de decir que el cristianismo desaparecería algún día.

Pasaron los años, se quemaron muchos discos de The Beatles por parte de muchos fundamentalistas, pero aún así su fama siguió. Lennon murió asesinado, eso todo el mundo lo sabe.

Y hasta donde veo también todo el mundo sabe que algunos políticos quisieran ser como Lennon, transformadores y famosos, pero como no alcanzan fama mundial deben contentarse con encuestas y aduladores que les digan que sí son famosos, pero sólo como algunos pacifistas o como algunos salvadores que dieron sin temor su vida por sus amigos.

La fama de Lennon parece inalcanzable y los aduladores que buscan mantenerse en ciertos puestos deben comparar a sus adulados con Jesús de Nazaret en el calvario. ¡No los merecemos!

Maigo

Brevísimas notas sobre si la lengua española debe tener criterios que establezcan su propiedad y corrección así como que contribuyan a su esplendor

Las palabras son el medio por excelencia.

Negarse a pensar la lengua es un acto de arrogancia.

Escribir es la acción del pensamiento.

¿Creer que nuestras acciones carecen de bondad o de maldad será análogo a creer que el lenguaje es cosa exclusiva de los hablantes?

Yaddir

Malos manejos

Hay quienes dicen, que la culpa de que el hombre sea tan débil es de un tal Epimeteo, un ser incapaz de prever y de pensar lo que debe hacer con los recursos que recibe para dar la mejor defensa a las criaturas que están a su cargo.

Cuentan, que para cubrir los malos manejos realizados por Epimeteo, su hermano mayor, un tal Prometeo, robó el fuego y lo entregó a los hombres, quienes no sólo se defendieron de los ataques de los demás, los sometieron y se olvidaron de los derechos de los otros y se equipararon con dioses a los que nada les pasaría en ningún momento.

Entre estos hermanos y los receptores del fuego hubo definitivamente malos manejos, así que Zeus, como Dios iracundo que era, decidió castigar a los hermanos y a los hombres que la luz robada recibieron.

A Prometeo, Zeus, le regaló corajes y sinsabores, al menos uno cada mañana. El condenado debía estar atento a la salida del sol, encadenado a una enorme piedra, para esperar a que un águila le devorara las carnes.

Dicen, los que de esto saben, que edificaron un palacio en el que hoy día algunos voluntariamente se encadenan, aunque no saben que deben estar atentos cada mañana para que un águila les devore el hígado, mismo que se reconstruye por la tarde, para volver a ser tragado por el sagrado animal.

Al menor de los hermanos, a Epimeteo, se le dio un regalo disfrazado de bien, algunos dicen que era dinero, otros que eran aportaciones y otros, lo que vieron fue un dulce querer, ese regalo traía una cajita con muchos males, enfermedades, muerte, secretos y hasta avaricia.

Los males de la caja tocaron a los hombres, sin distinción alguna tocaron a los que adoraban o se olvidaban de los dioses, miles enfermaron, otros fallecieron y otros más bajo la inclemencia del sol los brazos se descubrieron, para trabajar más duro y esperar que pronto terminara todo eso.

El desastre fue tan grande que como se pudo se trató de cerrar la caja, con trabajos lo lograron, aunque ya no tenía sentido, pues el tiempo que había pasado ya se debía dar por perdido, los males se escaparon y sólo quedaba sortearlos.

Al final de esa cajita quedó la esperanza, de lo que muchos se aprovechan para seguir vendiendo como bien lo que en realidad no es nada.

Esperanza que toca a los pueblos sobre los que se cierne la sombra de un águila, siempre dispuesta a comerse el hígado de los encadenados y a ver cómo es que otros hacen malos manejos y se ganan su lugar en la histórica piedra de aquel que se llamó Prometeo.

Maigo

Palabras de oficina

Hace algún tiempo, impreciso por el contraste con mi actual situación, tuve la oportunidad de estar en una posición donde podía darle mi estilo a un área de trabajo. No era jefe, era un subordinado. Para ser sinceros no era exactamente como mis otros compañeros, aunque para recursos humanos lo era. Pero esto no se trata de mí. Uno de esos días en los que tenía más responsabilidades, vi que mis compañeros se reían incansablemente. No sé si fue el estrés, mi paranoia o qué, pero sospeché que yo algo tenía que ver con su risa. Al acercarme a ellos lo comprobé. Tenían una lista que parecía ser un diccionario. Ellos sabían que a mí me gusta escribir. Pero no quisieron hacerme partícipe del ejercicio. Se dieron cuenta que los observaba, así que excusaron mi ausencia diciendo que lo de la libreta era cosa del momento, nada muy importante, ni que me afectara a mí o a nadie de la empresa. Les dije que no se preocuparan. Su lista era asunto de ellos. Pero lo que a todos nos concernía era que el trabajo estuviera a tiempo. Nos dispusimos a trabajar como cualquier otro día. Obviamente la curiosidad me ganó. Revisé su lista. Me sorprendió lo que vi; tanto que la comparto:

Estrés: preocupación causada por la diaria amenaza de que si no se termina el trabajo te pueden despedir.

Jefe: administrador que está pendiente del trabajo de sus empleados; en ocasiones asume el papel de padre.

Junta: espacio de obligada reunión para, obligatoriamente, perder tiempo señalando lo que debe hacerse en lugar de hacer lo señalado.

Provechito: palabra que ningún oficinista deja de decir cuando ve a un compañero comiendo o disponiéndose claramente a ingerir alimentos. Se suele dar énfasis a la importancia de ese momento alargando alguna de las dos últimas vocales. No importa el puesto o la empresa en la que estés, decir provechito muestra la esencia de un oficinista.

Compañeros: los mejores aliados o los peores enemigos. Salvo en la guerra, en el trabajo un buen compañero es como un ángel; uno malo es su claro opuesto. Bien lo dice el filósofo, sin buenos compañeros no valdría la pena vivir.

Situación temporal: sinónimo para referirse a un momento que se distiende en el tiempo con un claro inicio pero con una fecha de termino incierta. Situación indefinida. Ejemplo: «El que trabajes los fines de semana es algo temporal».

Ascenso: promesa semejante a la que hace un candidato público en campaña.

Yaddir

Técnica al servicio de la patria

Nuestra ingenuidad quedó exhibida, nos dimos cuenta de que la inteligencia artificial no hizo ninguna diferencia. La humanidad estuvo condenada mucho antes de que los robots supieran resolver los acertijos para accesar a las páginas web, reconocer lenguajes, o incluso generar el propio.

El día en el que se puso en marcha el principio del fin, fue cuando un autómata efectuó su primer acto de magia. No era nada del otro mundo, el viejo juego de dónde quedó la bolita repetido una y otra vez hasta el cansancio terminó por engendrar la peor de las blasfemias. Los robots magos fueron la sensación en su tiempo, y muchos guardaron su secreto con tanto recelo, que aún en los últimos días antes de que el mundo se acabara, el hombre seguía sin explicarse cómo fue que aquél autómata con circuitos tan antiguos, efectuaba el truco aquél en el que efectivamente lograba generar fuego. No en una ilusión, no en algún artilugio de espejos y humos. Simple y sencillo fuego real aparecía cuando terminaba de hacer su pases mágicos, una y otra y otra vez, el resultado era el mismo: Fuego.

El fin de la humanidad llegó aquél día aunque nosotros no lo sospechamos, es más lo recibimos con bombo y platillo, lo aplaudimos hasta el cansancio como si los verdaderos autómatas fuéramos nosotros.

Los cuatreros

Al ver los corrales vacíos el grito presto se oyó -¡Llegaron los cuatreros, todo se lo llevaron!-

Efectivamente todos vieron que el ganado había desaparecido, no había quedado rastro, aunque las huellas del mismo se veían por todos lados.

-¿A dónde se habrán ido los cuatreros y el ganado?- preguntaban azorados los dueños de los animales, pues los cuatreros se habían llevado todo, equinos, reces y hasta aquellos que se distinguían por balar en ritmos repetitivos, como seres no pensantes.

Había huellas que marcaban un mismo camino -¿Será que los cuatreros se habían ido por ahí?- preguntó alguien avispado -quizá sí- respondió otro, porque resultaba que ese era su camino acostumbrado.

Aunque no faltaba quien negaba lo que saltaba a la vista y decía que no fueron los cuatreros porque su palabra habían dado, ellos ya eran honestos, lo gritaban a cada rato, lo gritaban en la mañana, en la tarde y hasta los domingos, que son días de descanso.

-¿Pero, si no fueron los cuatreros, entonces quién se llevó el ganado?- preguntaban inquisitivos los que veían lo que pasaría con el pueblo ganadero sin la riqueza que era su ganado

-¡Fue el administrador del rancho, ese que se fue hace rato!- salió una voz entre quienes veían que ya no quedaba nada, ni una cabeza flaca de lo que antes fue un rebaño.

-Pero, el ganado se fue esta noche, y el administrador se retiró hace poco más de dos años, dicen que se fue muy lejos- señalaron algunos que todavía seguían preocupados.

-No se preocupen por el ganado, aquí les traigo zapatos, artículos de cuero y otros enceres para que olviden este mal rato, recuerden que ese administrador se caracterizaba por villano- dijo nuevamente la voz que sonaba conocida, aunque los exganaderos no la distinguían, ya que estaban sumidos entre la preocupación y el cansancio.

Los más inocentes con unos huaraches nuevos se contentaron, otros pidieron más cosas, pero algunos vieron más de cerca que el dadivoso señor de enfrente era el líder de los cuatreros, venía del punto al que iban las huellas y estaba regalando cosas de cuero, todas hechas con lo que había sido su ganado.

Cuando pasado el tiempo de esos huaraches y cosas sólo quedaron viejos retazos de cuero, todos se dieron cuenta de que el robo sí lo habían hecho los cuatreros, quienes usaron su cantaleta de honestidad para comportarse como lo que siempre habían sido, unos ladrones vestidos con piel de cordero.

Maigo

Lo mejor en la pandemia

Algo cambió con la pandemia. Aunque parezca que urge volver a la vida normal y cotidiana que teníamos antes. Cambiaron las jerarquías. ¿Qué es lo más importante para nuestras vidas? Fue la pregunta implícita y explícita que más se hizo. Incluso los que no se la quisieron hacer jerarquizaron la relevancia de hacerse preguntas. Se descubrió que la pregunta sobre lo bueno continúa siendo la más importante.

No quisiera dejarme llevar por las generalidades porque podría ser sumamente equívoco lo que quiero decir. Tampoco asumo que lo tengo claro. No deja de ser importante el saber que este tipo de cuestiones, las relativas a lo que es mejor o creemos que es mejor, son importantes para todos. Y esa es la cuestión. ¿Cómo se piensa algo tan general sin rodar en la superficie? Tomaré pues algunos ejemplos que me parecen ser los que reflejaron las actitudes más alarmantes e importantes; quizá fueron las que más me llamaron la atención. Algún astuto lector dirá que fueron las que azarosamente me aparecieron en mi reflexión.

Lo bueno soy yo. Dicho de otra manera: la persona más importante soy yo, por eso debo procurar mi beneficio a costa de los demás a menos que eso no resulte benéfico. Todos tenemos ejemplos de este personaje o carácter humano. Los que se acabaron el papel higiénico al inicio de la pandemia. Los que no devolvieron tanques de oxígeno; los que vendían gases que no eran oxígeno (entran en la misma maleta quienes comenzaron a aprovecharse de la enfermedad para inflar alocadamente sus ganancias). No en plena contradicción con el caso anterior, pero sí lo suficientemente diferente como para ser considerado aparte, fue quien se fijó en la obediencia de las reglas el mejor fin que podían tener sus acciones durante la emergencia sanitaria. Hay que tomar sana distancia, siempre salir con cubrebocas, no hacer reuniones tumultuosas, no salir a menos que fuera vital, son parte de las normas que sigue este segundo tipo de persona. ¿Busca que su acción sea ejemplar, que se la reconozcan, es simplemente obediente o su sentido común le dicta que es la mejor manera con la que se puede superar al virus? Son detalles que podrían mostrarnos qué tan lejos o qué tan cerca está de ser un completo egoísta. Entre los que obedecen las reglas está aquel que considera que es bueno que entre todos nos ayudemos. Parece exagerado considerar a alguien así. De alguna manera el personal de salud actúa de ese modo. Hay quienes apoyan a los enfermos pese al riesgo de ser contagiados. No les importa cómo se contagiaron, simplemente quieren ayudarlos. Sin que se hayan propuesto disertar con el más frío raciocinio qué es lo mejor que pueden hacer durante la pandemia, responden con su disposición. Sin que supieran con precisión matemática que sus acciones salvarían tal cantidad de vidas si llegaba tal cantidad de enfermos con determinadas condiciones de salud, ayudaron a mejorar la salud de los contagiados. No sólo el personal de salud se mantiene en la primera línea de defensa ante los embates de la enfermedad, hay varias personas que cuidan a los enfermos.

Ante la pandemia cambiamos nuestras actividades sin que necesariamente nos preguntáramos qué era lo mejor que podíamos hacer. ¿Qué es lo mejor que podemos hacer después de la pandemia? Es una pregunta general cuya importancia comenzamos a ver mejor de la misma manera que comenzamos a vislumbrar su respuesta.

Yaddir