Matilde estaba en la Iglesia, sin ánimos, sin fuerzas, no sabía cómo es que lo había logrado, pero por fin estaba ahí. Por fin había llegado ante el altar, por fin se había terminado todo, sentía que ya no debía huir más.
Alguien que por ahí pasaba vio al bulto que era Matilde, sin energía, pero tranquila, casi no respiraba, y en su semblante se veía un poquito aliviada, así que decidió no perturbarla, no era posible romper la unión que ahí había.
Matilde por fin sentía paz, se acabó la huida, se acabó el desasosiego, por fin descansaría. Esa búsqueda constante que la atormentaba se había terminado, ahí frente al altar. Ella contemplaba al crucificado y sintió que había cumplido perfectamente con el llamado.
Quien veía a Matilda desde lejos, no osaba perturbar la paz de la moribunda, así que no se atrevió a acercarse, prefirió dejarla, contemplando lo que ocurría, porque no se trataba de exhalar un último aliento, era algo más.
En paz Matilda expiraba, su respiración se detenía, su alma por fin descansaría y ella postrada vio que su vida estaba consumada, que había valido la pena, había llegado a la Iglesia, por fin junto con todos sería peregrina.
Quien de lejos la veía morir, se acercó hasta ya pasado mucho tiempo, no entendió cómo era posible que un ser postrado pudiera imponer tanto respeto, pero al ver al crucificado y lo que hace el amor por los amigos se fue junto con Matilda para ser también un peregrino.
Ahora todos caminan, en santa paz y tranquilos, son peregrinos y encuentran amor en el camino.
Maigo