Apariencias

Llegó lo inevitable, se cayó la máscara porque terminó la mascarada. Después de la fiesta sólo quedaba el maquillaje corrido por la presencia del agua en su cara.

Se vio en el espejo, notó que ya casi no tenía tinte en el pelo, vio sus carnes, sintió alivio porque ya no traía la faja que tanto le asfixiaba, se quitó los zapatos, eran incómodos, pero durante la fiesta no podía hacer nada al respecto.

Debía sonreír, tenía que ganar a como diera lugar el reconocimiento que merecía por ser altruista y buena persona, en el fondo sabía que eso también era apariencia.

Llegó lo inevitable porque la mascarada se había terminado, miró su reflejo y notó que al fin se veía como realmente era, después de tanto fingir, después de tanto desmañanarse para poder arreglar lo que consideraba importante, algo que a nadie importaba y que sólo servía para que le criticaran.

El tirano frente al espejo se dio cuenta de que las apariencias engañan, y a quien más habían engañado era a él, de nada le servía su sonrisa, ya no encantaba a nadie, de nada le servía la faja, había comido tanto que su panza se asomaba de todas maneras.

De nada servían sus andanzas por tantas calles y caminos, sabía que su andar no le había llevado a ningún lugar, de nada servían los aplausos y vítores, porque los recibía a fuerza de pago y a fuerza de gritos que eran respondidos con un gesto adusto y con palmas sin ganas

Las apariencias engañan, y el más engañado es el que aparenta y pretende enredar en su telaraña a los otros, porque lo cierto es que de los tiranos siempre quedan sólo despojos, huesos secos y palacios vacíos y la lección clara de que las apariencias engañan.

Maigo