Dulce parecía el fruto que comió Eva, pero trajo consigo las amarguras de la muerte.
Amargo, en cambio. fue el fruto con el que se preparó el doloroso cáliz, que el hijo del hombre apuró en 3 años y 3 horas.
Tres años para prepararlo, 3 horas para devorarlo, o más bien para ser devorado por él. Después tres días de oscuridad que terminarían con el castigo conseguido por Adán.
Ese vino amargo, trajo el más dulce de los licores, al beberlo, la vida del hombre tiene sentido, porque se adereza con el amor infatigable de quien da la vida por sus amigos.
Algunos seres que buscan engañarse, y de paso quieren engañar a otros, se comparan con el buen pastor, y pretenden trasformar el agua en vino, pero no ven que el agua que trasforman está más sucia que el lodo de los cochinos.
Transformar el agua en vino es una cosa, pero querer cambiar el lodo y enseñar a ilusos seguidores que éste se transforma en algo bueno y puro, por el simple hecho de ser tocado por aquellos que sólo saben dar discursos, dista mucho de un buen cambio.
Sólo Jesucristo salva, en tanto que es el camino de obediencia a la ley eterna.
Las vanas transformaciones no dejan de ser engaños porque pintan de púrpura las aguas puercas, no importa si éstas se hacen una, dos, tres o hasta cuatro veces, siguen causando sed y cubriendo todo de miseria.
Maigo