Vivimos con más ideas de libertad que con libertad de hecho. Somos libres para pensar, no somos libres para actuar. No es exclusivamente una idea la falta de actuar libremente. Pensemos nuestra experiencia cotidiana, lo que más hacemos, lo que tenemos más a la mano. Debemos trabajar la mayor parte de la semana. Algunos lo hacen cinco días, otros seis, los más afortunados de a uno a tres días, y los menos afortunados son esclavos casi sin darse cuenta. Los trabajadores debemos ir por caminos o carreteras sometidos al tránsito, a los choques, a los conductores alocados, o a cualquier otro imprevisto. El dinero que ganamos no podemos decidirlo por entero, tampoco su valor. Las actividades que realizamos en el lugar donde trabajamos tampoco podemos determinarlas. El tiempo que dura una jornada laboral depende de nuestro jefe directo, y del jefe de éste y así sucesivamente hasta llegar a la competitividad de las empresas. Lo que media entre nosotros y las empresas son los contratos y el dinero. Naturalmente nos vemos impelidos a satisfacer nuestras necesidades básicas; para ello necesitamos el dinero. En qué podemos trabajar depende de nuestras capacidades y las opciones disponibles en las que aplicamos lo que sabemos. A qué dedicar nuestras capacidades depende en parte de nuestra voluntad, de nuestra vocación, y en parte de nuestra necesidad o lo que creemos que necesitamos. Tales creencias, así como las opciones en las que podemos trabajar, la competitividad entre las empresas y el valor del dinero no dependen de lo que cada uno quiere y decide, dependen del progreso. ¿De quién depende el progreso? Estoy seguro que necesitamos al progreso, pero el progreso no nos necesita a nosotros. La libertad perfecta es una idea.
Yaddir