Zapatos perfectos

Lo cierto es, que los zapatos le apretaban por tanto bailar, desde que llegó no tomó asiento en toda la noche, así que sus pies se cansaron y se hincharon.

La elección no había sido la mejor, ya que los zapatos no eran flexibles, lo mismo daba si hubieran sido de madera.

La dama que los traía los sacó de sus pies sutilmente, para descansar por un momento, pero el caballero que del brazo la asía no se percató de que la hacía caminar sin darle oportunidad de volverse a colocar el zapato en el pie.

La prisa se justificaba, pues ya casi eran las doce, momento de brindar y lanzar por la borda las presiones que tanto tiempo se van en arreglos y preparativos.

Por fortuna, el vestido, de la recién graduada, tapaba discretamente la indiscreción de la dama.

Pero el descuido se notó al día siguiente cuando se levantaba todo lo que había quedado de la fiesta. Lo que fue una zapatilla de cristal, ya se había convertido en un zapato usado, así que los encargados de limpiar simplemente la tiraron.

Los lectores ya se imaginarán el final de esta triste historia, pues los celebrantes de semejante graduación en casa debían quedarse. Son tiempos de confinamiento, no de locuras y fiestas en las que hasta los zapatos es posible quitarse.

Maigo