Sed

Imperiosa manifestación de un malestar callado.

Maigo

Serenidad

El otoñó llegó tranquilamente a la vida de todos, no se anunció más que con un aire frío y un sol quemante, como casi siempre que llega.

Afortunadamente llegó, aunque no le hicieron fiestas, porque los tiranos no festejan la llegada de las estaciones, ya que saben que esas no las crearon ellos y eso les duele en el ego.

Festejemos que comienzan a caer las hojas y que nos enseñan que en esta vida nosotros mismos también caemos, a veces movidos por el viento, a veces cargados por el tiempo.

Los tiranos, no festejan el otoño, porque éste llega silencioso y sereno, porque nos enseña lo que somos y porque anuncia que el tiempo avanza a pesar de los esfuerzos de los hombres para no recoger el fruto de lo que sembraron.

Puede esto último asombrarnos, pero en otoño hay quienes gozan de cosechar, pero hay quienes buscan que las cosechas se pierdan, porque ven que sólo sembraron cizañas y cardos.

El otoño a todos nos llega sereno, callado y cargado con los frutos de lo sembrado en primavera y de lo cuidado en el verano.

Herodes vivió varios otoños, pero tras la matanza de los niños cada uno resultaba más pesado.

Nerón nunca tuvo la serenidad del otoño y buscaba hacerse notar en todo momento y con miles de extravagancias, tras morir dejó a la ciudad eterna sumida en la falta de paz que tanto añoraba, esa paz que es verdadera cuando se tiene serenidad en el alma.

El otoño no le gusta a los tiranos, porque les recuerda que el tiempo se acaba, porque llega cargado con los frutos de lo que sembraron y porque no lo instauraron ellos.

A veces es posible engañarse con el bienestar de la primavera o con la calidez del verano, pero el otoño sólo da serenidad a las almas serenas y mueve a las prisas a los desalmados.

Llegó el otoño en silencio, con algunas nubes en el cielo, con su aire frío y seco y con su sol apareciendo poco a poco menos en el cielo, para dar cabida a la obscuridad que sólo terminará tras el paso del invierno.

Maigo

Aldonza

Llegó a la taberna una mujer entrada en años, se llamaba Aldonza, aunque algunos la apodaron Dulcinea, porque soñaba con dulces destinos que nunca vería consumados en su vida.

Ella tenía la costumbre de imaginar que un caballero insigne la defendía de las burlas de los comarcanos del Toboso, el cual armado ricamente por el poder de su imaginación llegaría un día para sacarla de tan vulgar lugar. Sobra decir que eso nunca pasó.

Mientras el tiempo pasaba, mucho soñaba Aldonza y mucho imaginaba cada vez que veía un abandonado quijote que se oxidaba en las caballerizas y que había pertenecido a los tiempos de María Castañas.

-Quizá fue de Amadiz de Gaula o de Florestán, o lo dejó por aquí mi caballero como prenda de amor, porque lo correcto es que sean los caballeros quienes den prendas y no las damas pobres como yo- pensaba la joven Aldonza, mientras se perdía entre los sueños de Dulcinea.

Tanto soñaba Dulcinea que un día soñó que por arte de magia daba vida a la mano de un manco, quien preso de su imaginación escribía las maromas de un insigne caballero inteligente y divinal como Ulises.

Pero el sueño se acabó, la mano del manco perdió su vida prestada y Aldonza se quedó con el deseo de ver a su caballero andante acudir montado en un hermoso rocín dispuesto a dar su vida para sacarla de tan pobre taberna.

Maigo

Proyección

Y a la vuelta de unos días, descritos en corpulentos volúmenes de diarios, nos dimos cuenta de que la vida se nos fue.

Entre proyecciones, ilusiones y desencantos. Con la compañía de soles, de resolanas, pero jamás de profundas sombras, salimos a caminar siempre: primero sin ver en donde estábamos, después … con gruesos bastones en la mano.

A la vuelta de unos días, que se fueron convirtiendo en semanas, meses y años, pasamos por la vida creyéndonos arrojados.

Todo esto nos sucede, cuando por imaginarnos cada mañana haciendo lo que nunca logramos, dejamos de ver que ahora somos salvos.

Maigo

Producción humana

Nadie es indispensable es la sentencia más egoísta que he escuchado en una empresa. No importa cómo se contextualice, el simple afán de automatizar los procesos laborales y reducir los recursos a una serie de secuencias concatenadas para dar un resultado, semejante a como lo da una máquina, elimina lo que de humano puede tener un trabajo. Aceptar la frase es ignorar que su significado tiene una radicalidad espeluznante. Elimina la excelencia, pues todo se reduce a un resultado más o menos igual. Mientras se realice, y eso produzca ganancias, poco importa cómo se obtuvo. Si a esto le añadimos que la vida laboral transforma la vida personal; que la persona se transforma por su trabajo o que no hay separación entre vida y trabajo, tenemos como consecuencia el desdén a hacer las cosas bien, a no preocuparnos por lo bueno. Existir en automático, con la ligera certeza de que la vida poco cambia es aceptar que nadie es indispensable.

Yaddir

Entre mitos y certezas

La vida va entre mitos y certezas, tenemos la certeza de estar vivos, buscamos levantarnos cada mañana cuando nos acostamos.

Hay quienes ven como una mera ilusión la candidez con la que nos recostamos en la noche, pero no somos capaces de ver el mito que nos mantiene en pie.

Maigo.