“¿Quiénes somos?”, preguntó Cantumimbra en voz alta mientras exhalaba el humo de su pipa formando un gran signo de interrogación.
Todos, bajando los instrumentos, dejamos de tocar.
“¿Quiénes somos?”, preguntó Titanio, sin pasión ni reproche, mientras se rascaba la cabeza.
Después de diez años de estar tocando y retocando debíamos saber la respuesta.
“¿Quiénes somos?”, con palabras gastadas repitió Javel, poniendo a un lado el contrabajo.
¡Vaya, habíamos sobrevivido a todos los demás!
“¿Quié-nes so-mos?”, murmuraron unos labios carmín dejando salir las sílabas a cuentagotas.
¡Hasta nos habíamos sobrevivido a nosotros mismos!
“¡Diez años tocando! ¡Diez años vagando en esta banda…!”, vociferó Yaddir mientras revolvía las manos entre objetos usados en busca de una respuesta.
“…Y no tenemos idea de quiénes somos”, terminó la frase Tacitus como entre fabulaciones.
El pánico se apoderó de todos nosotros hasta que, dejando sus triques y paliques, intervino Námaste Héptakis, y dijo así:
“¡Rápido, Maigo! ¡Ve y sacrifica dos gallos para Esculapio!”
La dama fue con prontitud. Los gallos fueron sacrificados.
La suerte estaba echada.
Y quiso la suerte que, al poco tiempo, la banda encontrara la respuesta.
“Ea, ea”, dijo Gazmogno con entusiasmo, llegando como de costumbre tarde al ensayo. “Encontré este perro de llama bebiendo del manantial de las perversiones, dice que estuvo en rehabilitación.”
“¡La respuesta de Esculapio!”, gritaron todos. Y comenzaron a tocar.