Nunca vi a don Javier. Lo imaginaba como un hombre regordete, de semblante serio, con piel morena y siempre a medio rasurar; con la mirada dura y un tanto profunda; portando un traje viejo y los zapatos desgastados. Supe de él por lo que me platicaba su hija, pero jamás lo vi en persona, sólo imaginaba cómo era. En palabras lo fui conociendo, y tardé algunos años en conocerlo. Como sucede con los hombres que uno trata día a día, así fui conociendo a don Javier.
Su hija era uno o dos años menor que yo. Los dos éramos al principio un tanto callados, pero fue hasta que el silencio dejó de sernos incómodo que comenzamos a decirnos todo aquello que durante mucho tiempo evitamos decir, aunque creo que ambos teníamos ganas de hacerlo desde que nos conocimos. Ella se llamaba Liliana –no recuerdo su apellido, creo que era Dueñas, pero de eso no estoy muy seguro. Con forme avanzo el tiempo ambos supimos muchas cosas el uno del otro, hasta el punto en que las cosas de uno pertenecían a ambos. Supe que don Javier no era su padre, era hija de algún hombre que le dejaba cada cumpleaños una muñeca en su puerta. Nunca dijo si tenía interés en conocerlo, pero en una ocasión, espero a que llegara la muñeca, siguió a quien la llevaba y resultó que sólo era un mensajero. Aun así, siempre consideró a don Javier con su padre. Cuando ella niña, don Javier y su madre se divorciaron; Liliana creía que había sido porque su madre se embarazó de ella, o es lo que supuso tras haber revisado fechas. Su madre nunca quiso aclararle nada.
Sea cual fuere la historia, don Javier la cuido mientras ella era pequeña, hasta que ya no pudo más y vino el divorcio. Liliana suponía que don Javier, a quien había considerado su padre, divorció de su madre porque nunca le perdonó la infidelidad. Liliana me platicó que hasta antes del divorcio, don Javier era muy cariñoso con ella y siempre la cuidó como una hija; pero después de la separación dejó de hablar con todos. Generalmente en este tipo de rupturas, alguno de los dos esposos se marcha de la casa, pero éste no fue el caso de don Javier, quien se encerró en su cuarto y pocas veces salió.
Años después de esto fue que conocí a Liliana y comenzó a platicarme de don Javier. Platicábamos de muchas cosas, pero era común que regresara a su infancia. Así fue que comencé a conocer a don Javier. Por lo que me platicaba mi amiga, supe que todos los días salía de su cuarto a las dos, lo cerraba con llave, se bañaba y regresaba un par de horas después para volver a encerrarse en él. Tras el divorcio dejó de trabajar. En algún momento, por alguno de esos chismes de vecinos, Liliana se enteró que, años atrás, don Javier se había ganado la lotería, así que por ello no trabajaba. Una vez que don Javier cerró su puerta, nadie supo qué había tras de ella. Era muy cuidadoso de que alguien se asomara para ver qué había dentro, nunca lo permitió. Vivía con las costinas cerradas y la puerta bajo llave. Así pasaron muchos años, don Javier viviendo tras la cerradura y Liliana viviendo de los recuerdos de su infancia. Siempre traía a su padre a la presencia, en montón de recuerdos aislados que saltaban azarosamente sin ninguna guía, pero todos llegaban hasta esa puerta y no más.
La vida sigue y muchas veces uno va perdiendo el común con los amigos, eso nos pasó a Liliana y a mí. Poco a poco dejamos de frecuentarnos y un día, lo que al principio fue callar se volvió silencio. Aquel silencio siguió por varios años hasta que recibí una llamada de aquella amiga. Ella lloraba y yo no entendía nada. Acordé verla en un café para consolarla y saber qué estaba pasando. Cuando llegué, ella ya estaba allí. Con la mirada desenfoca y entre lágrimas, sus ojos apuntaron a mí. Me acerqué y después de un rato de callar, me dijo que su padre, o sea don Javier, había muerto. Pero no era eso lo que más la conmovió, sino lo que pasó cuando por fin abrieron la puesta que hasta ese momento permanecía cerrada. Al abrir la puerta se encontró con todos los recuerdos que yo sólo conocí en palabras, pues una vez que se cerró la puerta nada cambió, las cosas siguieron como ella las había visto por última vez. Don Javier no había movido ni cambiado nada, continuaban en la pared unos rayones que Liliana hizo cuando era pequeña y algunos juguetes tirados, las cosas acomodadas tal como ella las vio antes de que la puerta se cerrara. Al cerrarse la puerta, el hombre atrás de ella se había encerrado para vivir en sus recuerdos y momentos de alegría. Después de ese día nunca volví a saber nada de Liliana, aunque se hace presente cada que recuerdo a don Javier y me llena de miedo la posibilidad de un día cerrar mi puerta para vivir de mis recuerdos.
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