Cosas de cuidado

Pese a que la definición primera que refiere el DRAE a propósito de celo es cuidado, esmero o  diligencia, esta ocasión referiré o hablaré cercando la acepción séptima, esta es: Sospecha, inquietud y recelo de que la persona amada haya mudado o mude su cariño, poniéndolo en otra. Al final tampoco es que sean tan distantes, pues a qué se pone más cuidado o esmero que a alguien a quien se ama. El celo es eso pues, una sospecha de que la persona a quien le has dedicado tanto, mude su cariño.

Los celos –estos a los que ahora referiré– son una enfermedad extraña que una vez que ha sido inoculada en un cuerpo, ya no lo abandona, se expande y contagia a ámbitos que todavía se pensaban sanos y entonces… se vuelve mortal. Es cierto, los celos matan (y aunque lo hacen en sentido literal, basta echar un vistazo a cualquier reportaje o periódico de nota roja para que la analogía deje de ser tal) no hablaremos aquí de esa muerte, sino de la otra, la muerte esa que te hace caer en desesperación,  coraje, enojo y, las más de las veces, una abandonada definitiva. La muerte de las relaciones y el origen de la enfermedad esa.

Hasta donde entiendo el asunto, los celos tienen que ver directamente con el problema de la posesión. Yo tengo algo y me siento feliz –no feliz en general, sino feliz por tener ese algo; de lo contrario no lo tendría– y no quiero que nadie me desplace de mi cómodo lugar, entonces cuando reconozco que mi algo puede ser hurtado o que sencillamente se alejará, me preocupo, desespero, enojo y esas cosas que hacen morir. Suena consecuente. Si el sosiego o felicidad amenazasen con abandonar, vaya que habría motivo de dolor. Ahora, hasta aquí parece claro por qué motivo se habría  de causar el estado que describe a los celos; pero resta por responder si es que los celos son porque: a) seré arrojado me mi placentero lugar de bienestar o b) mi novia o novio directamente. En supuesto la opción b) implicaría la a), pero creo que es difícil distinguir los momentos que delimitan a una u otra opción. Como si la pregunta entonces fuese: ¿siento enojo, desesperación y demás porque se va mi novio o novia o siento todo eso, más precisamente, porque me quitarán mi estado de felicidad? Y vaya que es abismal la diferencia, pues la opción a) parece que está más preocupada por mantener la comodidad para la única persona que está experimentando los celos, mientras que la opción b) se inquieta por la relación que fue labrada entre dos personas. Uno se nota como un acto mucho más egoísta que el otro. En cuyo caso, si me siento enfadado porque me veré despojado de mi causa de bienestar, sí podría reducirse seriamente a un problema de posesión. No obstante, ello hace saltar otra interrogante: ¿Las relaciones, me refiero a las de pareja, son viles contratos de posesión? Si se responde que sí, los celos no tienen nada que ver con la persona a quien se ama, sino con el amante quien no quiere abandonar su confort generado al amar. Si se respondiese que no, los celos irían más del lado anímico, el amor y esas virtudes de las que gozan las relaciones bonitas y de las que poco entiendo; pues a la postre por más que se crea en que los celos son solamente por, a causa de o para la persona a quien se aprecia, es decir la pareja, ¿qué es lo que causa el desasosiego sino imaginar que la pareja puede colmar a alguien más, que no soy yo, con o de las cosas que a mí me colma? En otras palabras, me hace, me da o me regala eso a mí y no quiero que se lo haga, dé o regale a nadie más. Vaya que suena a posesión.

Ahora bien, dado que nadie estamos exentos de ser contaminados por dicho mal y siendo que puede surgir en casi cualquier momento, bajo casi cualquier circunstancia; sólo parece haber dos remedios: la confianza ciega o el olvido absoluto. O se cree en la promesa de que quien está en nuestra posesión, estará allí bajo los términos acordados o se desecha todo, pensando en que es mejor no encariñarse con alguien si al final mudará su cariño. El primero exige cuidados, pero –ya lo dijimos– ¿qué se cela sino lo que se ha trabajado con esmero, lo que así se estima? Y por este lado puede resultar incluso halagador, sólo por este lado.

Es cierto que no todo en la vida merece cuidado, esmero o diligencia, pero las cosas que sí lo valen es complicado no velarlas como si en ello nos fuese la propia vida, porque quizá así sea.

La cigarra

Cómo preparar un guiso cualquiera

Tiempo de preparación. Algunos minutos

Número de porciones. Más de dos, seguramente

Ingredientes

750 gramos de algún tipo de carne

250 gramos de un vegetal fresco, previamente
desinfectado

3 piezas de otro vegetal, pero más pequeño,
que combine con el anterior

1 taza de algún líquido

2 cucharadas de algo en polvo

1 pisca de aquello que siempre se le pone a
la buena comida

Especias varias al gusto

Preparación

  1. En un contenedor profundo vaciar la carne y los vegetales, mezclarlos
    con las manos hasta que se incorporen y la mezcla sea homogénea.
  2. Tomar la mezcla que resultó y dejarla reposar en un ambiente fresco y
    seco por aproximadamente algunos minutos, posteriormente vaciarle el líquido.
  3. Poner a cocerlo a fuego lento en la estufa, hasta que la carne y los vegetales tengan la consistencia deseada. Agregar las dos cucharadas del polvo.
  4. Probar y sazonar con las especias, hasta obtener un sabor agradable.
  5. Servir y adornar con la pisca para que sea una buena comida.

La cigarra

Cosas risibles

Hay chistes buenos y malos, chistes de política, de abogados o de sacerdotes, chistes colorados y de humor negro, chistes infantiles, sexistas y hasta los hay de Pepito. De todo tipo. Pero ¿qué es, con exactitud, un chiste? En México, los chistes son pequeños relatos que bien pueden ser, o no, fantasiosos y que dicen de algún suceso o dicho que produce risa, ya bien sea por su ambientación, su exageración, su franqueza o su ridiculización. La cuestión es que en nuestro país la gente ríe demasiado de demasiadas cosas, con una risa que quién sabe de dónde salga pues parecería consecuente que la situación actual entre la que vivimos dejase poco lugar para la risa. Con tanta muerte, pobreza, violencia o demás situaciones lamentables en las que está la población mexicana, resultaría casi ofensiva una risa estruendosa. No obstante, lo verdaderamente extraño es que se compongan chistes hasta de las situaciones más extremas y entonces, el mexicano sigue riendo. Todos sabemos chistes del padre Marcial Maciel, por ejemplo, o de la caída de las Torres Gemelas; hemos escuchado, y reído, de chistes de sicarios o de presidentes corruptos e incluso del mismo Cristo. Hasta la muerte nos inspira a reír. El 2 de noviembre aquí se celebra –asunto ya raro–  a los muertos entre flores, chocolates y la lectura de “calaveras” que, las más de las veces, eluden situaciones graciosas de la “flaca”.

Mantenernos riendo al parecer ha funcionado, al menos la tasa de suicido es mucho más baja en México que en países como Japón,  Francia o Canadá. Sobre la economía, el Banco Mundial de acuerdo al PIB, nos coloca por encima de países como Corea del Sur, Holanda o Rusia. Bebemos, en el país, menos alcohol que en lugares como Argentina, Portugal o Australia. Y las situaciones parecen medianamente fluir, aunque en realidad no sé qué tan bueno sea que como país superemos o afrontemos las adversidades haciendo algún comentario gracioso de lo que sucedió, sucede o vaya a suceder. Viéndolo bien, no resultan tan graciosas algunas cosas que sumándoles un poco de aquí y un poco de allá, terminan siendo el chiste del momento.

¿Eludir o sencillamente no tomar las cosas tan a pecho? Quién sabe. Pero cierto es que, al fin mexicana, una buena carcajada es el mejor remedio para olvidar (sólo)  momentáneamente la crisis, el desamor y a veces, hasta el crimen.

La cigarra

Buenos vs. malos

Diferenciar a los buenos de los malos en las películas es cosa más que sencilla. Los buenos son los que son abandonados, engañados, golpeados, sobajados, estafados, perseguidos o pueden ser también los que compran dulces a los niños u organizan
partidos de basquetbol en barrios negros, son además pobres, enviados de Dios,
huérfanos o enfermos crónicos. Del otro lado, los malos son todos los que no comienzan acciones parecidas o no padecen tales males, peor aún, son quienes acometen algo en contra de los buenos por razones inexplicables hasta cierto punto del filme, ya bien venganza, envidia o solamente mala fe. Los buenos son pues, un grupo de personas que quieren hacer algo para cambiar el mundo, es decir, hacer el bien, mientras que los malos sólo quieren perjudicar a los buenos, sin importar qué o a quién se lleven en el camino. Los buenos, de entre los malos, saltan a la vista.

Ahora, he dicho que la (o las) diferencia (s) de los buenos y los malos resulta obvia en
las películas porque no creo que sea así en la vida real. Hasta donde veo, los huérfanos no son tan filantrópicos ni los matones son del todo malvados. Las diferencias se descomponen en una gama impresionante que va desde la más bondadosa del mundo hasta la persona más desalmada y los cambios de un matiz a otro, por más grande que sea el paso, es verdaderamente imperceptible. Cual degradación de color, la opinión sobre el epíteto estricto que se atañerá a alguien se deshace ante nuestro más severo juicio por volverse inasequible o poco distinguible del resto de los colores. ¿Quién es y quién no, bondadoso? Parecería o debería ser fácil juzgarlo puesto que todos tenemos una noción medianamente similar entre lo que se entiende por bueno y por malo, pero no ocurre así. Los buenos en la vida real a veces pasan por malos y viceversa, cosa que no acontece en las películas. Los buenos son buenos hasta el final (sin contar esos filmes de giro inesperado) y es todo. Y a los buenos les va bien y a los malos les acaba todo mal, el final es justo y viven felices para siempre, claro, los que así lo merecen.

Basándonos en la idea de las películas, si somos buenos nos irá finalmente bien y nuestros sueños se realizarán y el bien triunfará sobre el mal. Los malos acabarán en la cárcel o muertos y sus planes malvados se arruinarán. Así pues, la vida debería ser sencilla y agradable para los buenos y llena de tropiezos para los malos. De este modo, lo fácil para todos será pensar que así sucede en la vida real. El problema aquí es que si creyésemos esto, caeríamos en el lugar común de quien hace bien, se le vuelve el bien y quien no, el mal. Pero insisto, eso no es más que un lugar común. Además en ese caso, los pobres son malos o están pagando algo que hicieron mal, mientras que los millonarios cobran lo que han cosechado, que definitivamente tuvo que ser algo muy bueno, lo cual es contradictorio con lo que antes sosteníamos, a menos que pensásemos que ser pobre es bueno. Como sea, el punto aquí es que el hecho simple de intentar separar entre buenos y malos es ya comprar la idea holliwoodense de que hay verdaderamente dos clases de humanos y unos son convenientes y los otros no y que la vida simplemente es buena o mala y que las cosas son también buenas o malas, y que todo se entiende a partir de estos dos únicos adjetivos. En este juego ventajoso, el ganador es el bueno. Lo bueno es bueno, pues. Sin embargo creería yo que en la vida, las personas hacen cosas malas pensando en algo verdaderamente bueno, mienten, roban o matan con un fin noble, así como también pueden alimentar pobres, regalar cosas o sonreír con un fin perverso. Ni los buenos son enteramente buenos ni los malos completamente malos. Al fin, las personas son lo que son sin ninguna etiqueta.

La cigarra

Ensoñación

…tú siempre enamorada,

yo siempre satisfecho;

los dos una sola alma,

los dos un solo pecho…

Manuel Acuña

¡Qué bueno que ya es de noche! Todo el día esperaba por este momento, el instante en que me olvido de lo detestable que es la vida diurna porque estás lejos de mí. Estoy listo, tengo mis tapones en los oídos y he oscurecido lo más posible mi habitación, todo con tal de que nada perturbe nuestro encuentro de ensueño. Te telefoneé por vez última para acordar el lugar en que nos reuniríamos, nos pasó una vez que cuando al fin nos hallamos en la mesa de aquella cafetería, sonó el reloj despertador y una estruendosa chicharra me devolvió violentamente a la soledad y lejanía de mi dormitorio, donde obviamente tú no estabas. No pasará de nuevo. En la banca del parque chino, allí junto a la estatua del dragón extraño; no dilataré mucho en llegar, basta desearlo para estar allí, espero que tampoco tardes y que hoy vengas vestida con esa falda verde que tanto me gusta, que me recuerda la vez que hicimos el amor a la luz de esa luna roja y enorme. Aquél día amanecí de buenas, más que de buenas, sumergido en mis aguas y todavía salpicado por las tuyas. Recuerdo que a la mañana siguiente, apenas me había levantado, me mandaste un mensaje en donde decías sorprendida que no sabías de la cicatriz que tengo en el pecho, para entonces ya sabes de memoria lo que hay y no en mi piel, en toda ella. Yo dibujaría a detalle cada uno de tus pliegues e incluso tus pecas. Sabes de mi afición por tus pecas. Pero, bueno, ¡ya está oscuro! El día se ha vuelto noche y la luna está en su lugar, llegó el momento de tenerte, es hora de dormir…

Aquí estoy, reconozco prontamente el parque chino. Todo está como lo dejamos la última vez que pasamos aquí el día o mejor dicho la noche, sé que era de día, pero aquí claro. Ahora está el sol, así lo decidimos, iba a estar el clima caliente y una pequeña brisa iba apenas a despeinarnos. Te veo venir, con una risa como la que no veo de día, hermosa como siempre. ¡Con qué beso me has saludado! En la vida solar no hay tiempo ni espacio para recibimientos de esta clase, ya imagino los problemas en que nos meteríamos si así nos saludásemos, pero aquí no importa, estamos solos tú y yo, sin tu esposo ni mi novia, no hay nadie más. Éste es el mundo perfecto, literalmente como lo soñamos. ¡Vayamos al lago –me dices– quiero pescar! Intentamos un corto rato, acostados sobre la balsa que nos construimos, la música nos acompaña al fondo, siempre The Beatles (¿acaso existe algo mejor?), platicando sólo de este mundo y esta situación –pues entre las reglas está nunca referir al otro–. No tuvimos suerte esta vez con los peces, pero sólo porque así lo decidimos. Te pregunto si quieres comer y tú dices que no tienes hambre, cenaste algo pesado antes de ir a la cama, de venir al parque conmigo. Así que sólo caminamos, sin preocuparnos por el mundo que se construye justo bajo nuestras pisadas. Reímos mucho antes de que el motivo fuese serio. Repentinamente sale disparada la interrogante que como brasa ardiendo, hacía tiempo que quemaba mi lengua: ¿Me amas? –pregunté–. Supongo –respondiste–, no sé qué tan legítimo sea un amor apenas de sueño, un amor condicionado a las circunstancias que nosotros mismos hemos elegido vivir. ¿Acaso eso es amor? El sentimiento devenido de todo lo que uno quiere obtener cuando y como lo desea. Tú eres mi Romeo, no hay duda, pero lo eres sólo callada y oscuramente, de lejos, de ficción. En el día ni siquiera puedo abrazarte, mucho menos oler tu cuello sensual. Somos esto, a medias, en este lugar solamente ¿Es que tú crees que eso es amor?. No supe qué decir, atiné escuetamente un: Yo sí lo hago. Replicaste a secas, –entonces yo igual–. Decidí no seguir el tema, quién sabe cuánto tiempo nos quedaba para estar juntos y tenemos que disfrutar cada segundo, cada espacio, cada olor y cada movimiento, así que te besé. Y ese beso se alargó quién sabe cuánto, porque cuando estaba a punto de dirigir mis manos hacia otros rumbos, sonó la chicharra infernal y ahí estaba, otra vez, solo en la terrible antesala a la vida que todos llaman real, en mi habitación y sin ti.

De nuevo en la oficina, haciendo números, redactando informes y tomando este café insípido. El teléfono no ha dejado de sonar en toda la mañana, el tráfico fue terrible por lo que llegué un poco retrasado, quizá me descuenten el día, eso definitivamente me pone de mal humor. Luzco tenso, estresado y despeinado, como consecuencia de eso. Habías apenas de llegar al edificio para que me cambiase la disposición. Desde mi cubículo puedo verte, la oficina del jefe no queda muy lejos de aquí. Han anunciado la llegada de su esposa justo cuando había comenzado a redactarte esto; ojalá pudiese entregártelo, ojalá todo lo que hacemos entre sueños lo hiciésemos aquí también. Ojalá pudiera besarte, abrazarte, tocarte… amarte sin castigo ni freno, tal como lo hacemos en nuestro mundo. Ojalá fuésemos los mismos que somos de noche. Ojalá gritásemos nuestros sentimientos, lo que somos de  verdad. Traes puesto un vestido serio antes que elegante, oculta tus encantos, tu increíble personalidad; sin embargo tus labios lucen rojos como una manzana fresca, húmeda y totalmente comestible. Irremediablemente ardo en deseo, me imagino limpiando mi escritorio con una sola mano mientras con la otra te levanto por las caderas para poseerte allí. Te imagino desanudándote el cabello y alborotando el mío, introduciendo apasionadamente tu lengua en mi boca, sudando copiosamente. Me imagino los dos luchando por desabrochar tú mi cinturón y yo tu vestido, al lograrlo toco tus pechos que apuntan hacia mi cuerpo y tú tocas mi entrepierna que ha comenzado a tener vida por sí. No podemos más. Te penetro con alevosía  acercándome a tu oído para susurrar que te amo mientras los dos llegamos al culmen, teniendo un orgasmo tan vívido como en nuestros sueños. Te hago mía, toda mía. Contrario a eso pasas a mi lado, me esbozas una sonrisa de cómplices pero nada efusiva y como a cualquier otro empleado de tu marido me preguntas amablemente: ¿Qué tal durmió anoche, Sr. Domínguez?.

La cigarra

Cambio de planes

Qué golpe el de anoche, siendo honesta aún no me recupero del todo, pero claro que lo haré y pronto, más vale que sea pronto. Al final, tú quedarás con alguien que, si es que hubo un porrazo de mi parte, lo sanará y estarás bueno de vuelta más rápido de lo que crees. Igual yo. Aunque dudo mucho que te haya proferido algún daño, quise ser  honesta tan solo, dije lo que debía pasar y lo que, seguramente, pasará; tal como tú lo hiciste. Que no hubo mala fe de tu lado, sé que eso piensas y lo haces con justo motivo, ambos lo sabemos de siempre. Hay tiempo para todo y nosotros lo tuvimos (¿lo tuvimos?) pero ya no, ya fue. El tiempo se acaba, se disipa y, en el mejor de los casos, se deja atrás. Vamos, ¡somos la mejor prueba de eso! Quizá seamos amigos o quizá ya no volvamos a hablar otra vez, cómo saber qué haremos mañana si apenas es hoy. Soy quien soy y no te pido que lo aceptes, ni ahora ni nunca te pude pedir nada, ni tú a mí, descuida. Fue, es y será todo. Tanto va el cántaro al agua… y se rompió, te rompiste y todos nos rompimos. Romperse duele. Ni el sosiego ni la esperanza estuvo nunca de nuestro lado, la creencia en lo que pudo ser se agotó o encontró saciedad en algo muy similar, en un reflejo de lo que pudimos haber hecho; sin afán de sentirme demasiado pues no me responsabilizo, no quiero hacerlo. Extrañamente siento que escribo cada vez más fuera de mí, con menos razón pero ¿razón de qué? El amor es irracional, dicen, pero creo que lo que nos pasa ahora lo es aún más. ¿Que qué nos queda? Un vil cambio de plan. Anular, guardar u olvidar, o todo, volver a lo que antes éramos y hacíamos. Amén por la costumbre. No será la primera vez y, según el ciclo, tampoco la última. Las personas borran sus escritos, se tragan sus palabras, abortan sus pensamientos como se tira la basura inútil que no quiere ser percibida otra vez para no hacerse daño, para no quedarse en donde no es posible permanecer, para no enfermarse de lo que no pudo ser –y recalco el pudo, mucho de esto se reduce a simples posibilidades–. No es que tuviésemos algo pactado o acordado, no, pero el no tener un plan era el nuestro. Nuestro, de nosotros, lo que guardábamos y nos hacía dos. O al menos eso creía. ¿Qué será de lo nuestro? Lo que sea deberá apegarse a la nueva estrategia por razones que creo han quedado claras, y si no, es que nunca fuimos nosotros. Cosa que para entonces no me caería de sorpresa. ¿Que si te quiero? Sabes de sobra mi respuesta y quiero creer que yo sé la tuya. ¿Y? eso nunca fue suficiente, nunca supimos darnos lo que esperábamos mutuamente. Que si esto te parece drama será que no me conoces ni un poco. Ciertamente las palabras son confusas y violentas, es que esto fue más bien escupido antes que redactado, confuso tanto como lo que poseíamos y violento cual terminó. Diré que las circunstancias a veces se nos escapan de la mano y éstas, como seres enteramente viables, buscan sus propios medios, sus propias soluciones. He aquí la resolución que tomó el día a día, la pisca de lo que era, de lo que solíamos ser. Nada de diplomacia, será todo; creo que es lo mejor. Acabar de un solo tajo con lo que ya no es y con lo que honestamente nunca fue. Y sí, ciertamente duró mientras duró (cuán lógico), bendito sea lo efímero.

La cigarra

¿Sólo mestizos?

Por Tlilcóatl

Dar cuenta de asuntos de esta índole resulta complicado por escollos que van desde actitudes malinchistas hasta ignorancia férrea. Ya Caso, Reyes y Paz lo intentaron con resultados bastante menores a los esperados según mi parecer; la región más transparente del aire repentinamente dejó de serlo y muchos de los moradores del pueblo del Sol murieron ya. El tiempo cual verdugo impiadoso, nos ha hecho olvidar y dejar en el pasado lo perteneciente a él. Claro está que la memoria implica recuerdo y olvido, no podemos recordar todo por siempre, olvidamos ciertas cosas para recordar otras más y como las prioridades del recuerdo se sujetan a una escala de valor en el individuo, resulta comprensible que lo que se olvida sea lo perteneciente a un pasado muy viejo o a un pasado muy viejo digno de olvidarse, todo con miras hacia el ansiado “progreso”.

Algunos escritos de Fray Bernardino de Sahagún hablan acerca del golpe tan duro que le fue atestado a las civilizaciones mesoamericanas por parte de la ideología española y de sus repercusiones gravísimas e incluso, en supuesto, el estigma devenido dejaría una marca indeleble hasta el tiempo presente. Ahora y luego del porrazo, no tenemos la más remota idea de quiénes somos y por ende tampoco sabemos claramente qué y cómo pensarlo, cómo comportarnos, en qué creer o cómo simplemente ser o estar. No somos nativos de Mesoamérica y tampoco nos podríamos definir como gachupines, nuestra sangre se combinó hace siglos y nos llamaron mestizos, nacimos de una mezcla de razas. No somos de aquí ni somos de allá. La pregunta que evidentemente salta a la vista es ¿quiénes somos? Pese a todos los rodeos que podríamos darle a la interrogante pensando en esbozar una contestación puntual, la respuesta que parece más verosímil y próxima es que somos –salvo algunos individuos– solamente eso, mestizos.

Desde el momento en que el genovés Cristóbal Colón creyó haber llegado a las Indias y pisó el suelo americano, se padeció de una extraña influencia que aunque permaneció en cierta medida alejada de Mesoamérica no pasaría mucho tiempo antes de que se divisaran en el Pacífico las embarcaciones españolas y que entonces sí, las poblaciones mesoamericanas vieran afectada a tal grado su forma de vida, que muchas de las costumbres, tradiciones, conocimientos y demás asuntos se vieron severamente modificados. Y aunque no sabemos certeramente qué fue lo que pasó durante el lapso de tiempo en que Colón estaba por estas tierras y la llegada de Cortés,  bien podríamos decir que culturas como la Mexica o la Inca, por ejemplo, fueron diferentes luego de dichos sucesos. Así, lo que se tuvo por prehispánico no fue meramente autóctono-mesoamericano –apelando a lo planteado acerca de la influencia de Colón– o no se podría denominar de ese modo lo que hubo aquí, ya que prehispánico estrictamente se entiende de muchas más cosas; siguiendo el argumento parece más cabal nombrarlo Precolombino, es decir, las culturas y formas de vida anteriores a la llegada de Colón. Además por precolombino se puede entender por igual, espacios geográficos y culturas tan brillantes como Tiahuanaco, los habitantes de los Andes o los zapotecas; es decir, abarcaría algunas otras grandes civilizaciones a las que no se les ha hecho justicia y que tuvieron algún grado de intervención inclusive sobre las culturas de Mesoamérica –termino que ciertamente no fue un autorreferente, ellos no se nombraban así, el concepto fue creado más tarde por el investigador Paul Kirchoof, definiéndolo como un área cultural con elementos comunes–.

Por lo que de ahora en adelante lo propio será llamado precolombino, ya que da certeza del lugar, da especificidad sobre el tiempo e incluso puede englobar formas características y comunes del pensamiento aludido. Es visible que las culturas precolombinas independientemente del territorio en que se desenvolvieron, guardan entre sí caracteres comunes, que los definen y los hacen distintos del resto de las culturas existentes en aquél tiempo. Luego, lo precolombino puede entenderse por lo acá nativo.

En el viejo continente, pensaremos mayormente en España, para el año de 1521 dC ya habían acontecido hechos como la Edad Media y el Renacimiento, ya había existido el imperio romano y en Oriente el budismo ya había tenido su auge; todo ello de modos tan diversos o adelantados, que los orillaron a tildar lo mesoamericano de incivilizado y vieron a la gente precolombina casi inhumana. Lo válido allá es, notablemente ajeno a lo entonces existente aquí.

Ahora bien, si es que nos aceptamos –o descubrimos– como simples mestizos, encuentro insólito el afán de prestar atención a asuntos de este tipo, lo precolombino en definitiva nos exenta o rebasa y lo español nos resulta lejano o impropio. La rareza de personas interesadas en abordar temáticas relacionadas bien puede recordarnos que el afán nos es propio, la obstinación es de unos cuantos y la lejanía de la “madre Patria” nos impide llevar una buena relación con nuestros hermanos europeos.

Insisto ¿quiénes somos? La agresividad de la pregunta asalta al oído y al pensamiento, nos enmudece y nos impide encontrar una respuesta real. Somos pedazos de dos pasados que se unieron en una comunión forzada o somos sólo aquello que nos resulta cercano.