Pese a que la definición primera que refiere el DRAE a propósito de celo es cuidado, esmero o diligencia, esta ocasión referiré o hablaré cercando la acepción séptima, esta es: Sospecha, inquietud y recelo de que la persona amada haya mudado o mude su cariño, poniéndolo en otra. Al final tampoco es que sean tan distantes, pues a qué se pone más cuidado o esmero que a alguien a quien se ama. El celo es eso pues, una sospecha de que la persona a quien le has dedicado tanto, mude su cariño.
Los celos –estos a los que ahora referiré– son una enfermedad extraña que una vez que ha sido inoculada en un cuerpo, ya no lo abandona, se expande y contagia a ámbitos que todavía se pensaban sanos y entonces… se vuelve mortal. Es cierto, los celos matan (y aunque lo hacen en sentido literal, basta echar un vistazo a cualquier reportaje o periódico de nota roja para que la analogía deje de ser tal) no hablaremos aquí de esa muerte, sino de la otra, la muerte esa que te hace caer en desesperación, coraje, enojo y, las más de las veces, una abandonada definitiva. La muerte de las relaciones y el origen de la enfermedad esa.
Hasta donde entiendo el asunto, los celos tienen que ver directamente con el problema de la posesión. Yo tengo algo y me siento feliz –no feliz en general, sino feliz por tener ese algo; de lo contrario no lo tendría– y no quiero que nadie me desplace de mi cómodo lugar, entonces cuando reconozco que mi algo puede ser hurtado o que sencillamente se alejará, me preocupo, desespero, enojo y esas cosas que hacen morir. Suena consecuente. Si el sosiego o felicidad amenazasen con abandonar, vaya que habría motivo de dolor. Ahora, hasta aquí parece claro por qué motivo se habría de causar el estado que describe a los celos; pero resta por responder si es que los celos son porque: a) seré arrojado me mi placentero lugar de bienestar o b) mi novia o novio directamente. En supuesto la opción b) implicaría la a), pero creo que es difícil distinguir los momentos que delimitan a una u otra opción. Como si la pregunta entonces fuese: ¿siento enojo, desesperación y demás porque se va mi novio o novia o siento todo eso, más precisamente, porque me quitarán mi estado de felicidad? Y vaya que es abismal la diferencia, pues la opción a) parece que está más preocupada por mantener la comodidad para la única persona que está experimentando los celos, mientras que la opción b) se inquieta por la relación que fue labrada entre dos personas. Uno se nota como un acto mucho más egoísta que el otro. En cuyo caso, si me siento enfadado porque me veré despojado de mi causa de bienestar, sí podría reducirse seriamente a un problema de posesión. No obstante, ello hace saltar otra interrogante: ¿Las relaciones, me refiero a las de pareja, son viles contratos de posesión? Si se responde que sí, los celos no tienen nada que ver con la persona a quien se ama, sino con el amante quien no quiere abandonar su confort generado al amar. Si se respondiese que no, los celos irían más del lado anímico, el amor y esas virtudes de las que gozan las relaciones bonitas y de las que poco entiendo; pues a la postre por más que se crea en que los celos son solamente por, a causa de o para la persona a quien se aprecia, es decir la pareja, ¿qué es lo que causa el desasosiego sino imaginar que la pareja puede colmar a alguien más, que no soy yo, con o de las cosas que a mí me colma? En otras palabras, me hace, me da o me regala eso a mí y no quiero que se lo haga, dé o regale a nadie más. Vaya que suena a posesión.
Ahora bien, dado que nadie estamos exentos de ser contaminados por dicho mal y siendo que puede surgir en casi cualquier momento, bajo casi cualquier circunstancia; sólo parece haber dos remedios: la confianza ciega o el olvido absoluto. O se cree en la promesa de que quien está en nuestra posesión, estará allí bajo los términos acordados o se desecha todo, pensando en que es mejor no encariñarse con alguien si al final mudará su cariño. El primero exige cuidados, pero –ya lo dijimos– ¿qué se cela sino lo que se ha trabajado con esmero, lo que así se estima? Y por este lado puede resultar incluso halagador, sólo por este lado.
Es cierto que no todo en la vida merece cuidado, esmero o diligencia, pero las cosas que sí lo valen es complicado no velarlas como si en ello nos fuese la propia vida, porque quizá así sea.
La cigarra