El motivo de este pequeño texto es pensar la identidad nacional en Latinoamérica, en especial, la identidad nacional argentina y mexicana. Esto desde tres “fuentes”: El Laberinto de la soledad de Octavio Paz, “Cartas de mamá” de Julio Cortázar, en la colección Las Armas Secretas, y la canción La Casa desaparecida de Fito Paez. Es posible establecer, desde estos discursos y por medio de una generalización, que el latinoamericano se relaciona con su patria, o, en otras palabras, se piensa como miembro de su comunidad de una manera conflictiva y peculiar. El latinoamericano no es parte de un estado, no es con-formador, vive una realidad que considera autónoma y auto-poiética. Su incidencia en dicha realidad es respuesta, reacción, no pregunta, no reto. Su pasado se le aparece como un fantasma separado de las causas que le dieron origen (la Conquista, la Colonia, las dictaduras militares, etc.) La relación que entabla con su historia es la del olvido, la del ocultamiento. Dicho olvido parece haberse acordado de manera tácita, como los personajes de “Cartas de mamá” de Cortázar que deciden olvidar Buenos Aires, que Argentina se les aparece en sellos postales y en palabras de familiares, y no en hábitos ni memorias, sino en imágenes perturbadoras y sofocantes. Por otro lado, es curioso que el análisis de Octavio Paz en El laberinto de la soledad arranque con la pregunta por la mexicanidad en la cultura norteamericana, como si sólo en otro país, donde los otros desconocen el pacto, la infantil pregunta “¿quién soy?” o “¿de dónde vengo?” cobre un nuevo sentido y no reciba una sonrisa perversa, la del adulto.
Algunos autores argentinos han señalado que la identidad nacional argentina debe pensarse desde la Pampa: territorio vacío, silencio absoluto, distancias inconmensurables. En la Pampa el argentino vive a Argentina como una casa desaparecida, como un espacio que exige humanización y habitación, como un espacio abstracto que exige reflexión, que llama a la interioridad. En la Pampa el mundo no está hecho y el argentino experimenta una emoción que su historia le ha hecho olvidar: ¿cómo mirar, cómo ser y vivir un espacio sin historia? Esta fue quizás también la pregunta del conquistador español, y el latinoamericano, al formularla, resuelve una de las dicotomías que ponen en vilo su ser: decide ser español. Pero al serlo, no es ya indígena ni autóctono. ¿Qué putas entonces significa ser mestizo? ¿Cómo ser mestizo? ¿Cómo carajos fundar una comunidad en un pasado de sometimiento? Explicitar las conductas y las circunstancias históricas que rodearon hechos como el de la Colonia es un factor, aunque no suficiente, sí necesario para re-pensar la identidad latinoamericana. “Crear” una cultura reflexiva, crítica y genuina de la situación latinoamericana sea quizás una labor de muchas generaciones, pero es quizás la única manera, no sólo de insertarnos en el concierto de las naciones, sino de entendernos y romper el silencio, hacer emerger al diálogo, no escribir y hablar en voz baja, tampoco la euforia del grito o el aullido, mirar de cara el pasado, el presente y que el asombro conduzca a la pregunta, a la palabra.
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Roberto
El Pensador III
• Esta es la tercera y última parte del poema intitulado El pensador. La vez pasada me fui imposible publicarla porque no encontraba el poema. Con este texto, pues, cierro el poema.
III
El pensador ante el muro, frente a él, cercado, olvidado, dividido. De nuevo se empapa, llora y se exprime ante el castigo divino…implacable, trágico, fortísimo.
¿Libertad?
Imposible vivir todas las vidas, imposible siquiera pensarlas.
Tan sólo una nariz, una singular nariz, determina, pues con ella se respira el mundo de un cierto modo.
¿Cómo salir de sí? ¿Cómo exterminarse sin morir? ¿Cómo emprender un viaje sin memoria? ¿Cómo vivir sin recuerdos, sin historia? ¿Por qué no podemos exiliarnos de nosotros mismos?
Límite.
Cualquier pregunta, cualquier palabra, cualquier acción, no tienen sentido ya. El pensador tendrá que aceptar su destino.
Frente al muro, siempre frente al muro.
Preso, orillado, frustrado. La luna, su única compañera, testimonio de la inmanencia, único vestigio de que no está solo. En algún lugar, quizás, algún otro, también frente al muro, levanta la mirada hacia la luna de vez en cuando para no sentirse solo. ¡Cuántas plegarias se dicen con los ojos!
La luna en los ojos del pensador. El ojo del pensador en el ojo izquierdo de Dios. Una nube cruza delante del ojo eterno. La luna se oculta. El pensador baja la mirada.
El pensador angustiado espera la llegada del sol. Confiado en su experiencia, sabe que en algún momento saldrá el sol triunfante de la batalla milenaria.
Mientras tanto, el nublado cielo se desmorona en pequeñas gotas de agua. El pensador en silencio escucha la armonía del agua. Su cuerpo entero está empapado, poseído y abrazado por la dulce lluvia. Una extraña sensación, desde su mitad, en impulso conocido, lo recorre desde la espina dorsal hasta el cerebro. El pensador se extraña, se angustia y se fascina. Su respiración ahora agitada, su boca dibuja muecas que bien podrían ser de dolor, que bien podrían ser de placer. Sus manos se tensan y acarician el pétreo cuerpo, abrazan el pétreo cuerpo. Un hilo de saliva, un hilo de lascivia, chorrea y gotea desde la boca hasta el suelo, confundiéndose con las gotas de lluvia. El pensador observa, cae en cuenta que su diestra mano lleva ya tiempo estrangulándole el miembro, crecido ya, robusto, erguido, fuerte y mojado. El pensador se hinca y comienza a acariciarse, a arañarse, mientras se provocaba, se excitaba. Sus labios revientan y comienzan a sangrar.
Una voz antaño ahogada comienza a hacerse de sonido desde lo más profundo de su estómago. Una mano invisible de cuando en cuando aprieta todos los hilos internos provocando que el pensador se encorve y flexione.
La lluvia azota.
El cuerpo entero del pensador comienza a temblar y él mundo con él.
Ojos cerrados.
Ante el pensador desfilan imágenes perversas de su pasado, todas sus muertes, todos sus pesares, todas sus culpas…sin dolor…con indiferencia.
La voz ahogada comienza a escalar desde lo más profundo de su ser. Uno de los ladrillos del muro revienta y cae pulverizado. Un rayo de luz que penetra por el reciente boquete da testimonio de la proximidad del sol.
La luna ahora lejana y desdibujada.
El pensador se besa a sí mismo, se muerde el brazo y continúa lastimándose. La tierra comienza a crujir. La voz está por salir. Varios ladrillos estallan simultáneamente. La lluvia lo cubre todo. El pensador se siente lleno, harto, exhausto, rebelde.
El cielo comienza a sangrar.
La voz se abre camino y estalla en grito. El sol hirviendo sobre la olla del mar. Miles de rayos solares iluminan el cuerpo del pensador, lo exponen. El pensador cae al suelo y con sus manos aprieta las hierbas.
Gloria.
El pensador desciende de la cima de la plenitud. Se levanta y observa el muro, lleno de boquetes de luz, agujerado, golpeado, mal parado. El pensador se acerca para ver a través de la destrucción. Desde ahí el mundo entero, raso, llano, enorme, con el sol al final del horizonte.
In excelsis.
El paisaje se comienza a mover en flujos succionadores como si su origen lo reclamara. El sol, el pasto y el cielo se unen formando un torbellino de todo. Ya no hay colores ni formas ni materias ni seres, tan sólo una esfera que no hace más que girar sobre sí misma en ritmos armónicos. El pensador asoma un brazo por uno de los agujeros del muro, lo extiende y del puño de su mano levanta el dedo índice para señalar el origen.
El origen de todo se fuga dejando rastros de mundo tras de sí.
Deo.
R.S.B.
Examen crítico de las tesis kantianas sobre la historia
Examen crítico de las tesis kantianas sobre la historia
Introducción
En este trabajo me propongo presentar y criticar las tesis kantianas sobre la historia que en los siguientes textos se presentan: Idea de una historia universal en sentido cosmopolita y Si el género humano se halla en progreso constante hacia mejor.
La primer parte del trabajo está destinada a la exposición de los argumentos más importantes de los textos mencionados y la última a los problemas encontrados en los mismos.
Lo único que supone el autor es la anterior lectura de los textos kantianos para la adecuada comprensión de este pequeño estudio. La crítica aquí presentada no toma como referente a ningún autor posterior, aunque dichas ideas no son en ningún sentido originales.
Desarrollo
Como ya he dicho, lo que aquí me propongo es exponer la idea de historia que Kant presenta en sus ensayos Idea de una historia universal en sentido cosmopolita y Si el género humano se halla en progreso constante hacia mejor, y criticar la misma idea detectando, si es que los hay, problemas con los argumentos que ofrece como razones para demostrar sus tesis.
Me parece que la idea central de historia en Kant es concebirla como el desenvolvimiento de un plan previamente trazado, es decir, la historia como desarrollo de una causa final que es su motor y hacia ella se mueve:
“… si ella (la historia) contempla el juego de la libertad humana en grande, podrá descubrir en él un curso regular, a la manera como eso que, en los sujetos singulares, se presenta confuso e irregular a nuestra mirada, considerado en el conjunto de la especie puede ser conocido como un desarrollo continuo, aunque lento, de sus disposiciones originales.”
Así, pues, el devenir o transcurso temporal-histórico es teleológico en orden a una meta o fin que rige tanto al pasado como al presente. La causa final es el desarrollo integral de todas las disposiciones humanas relacionadas con la razón. Y con esté nomos será visto cualquier momento histórico en relación a su cercanía o lejanía del fin establecido. Dice Kant, ahora bien, que la única manera de conseguir dicha finalidad es por medio de la condición civil, la cual al coaccionar al individuo le obliga a desarrollar aquellas capacidades que en un estado salvaje-natural se encontrarían siempre adormecidas y olvidadas. A esta condición opuesta Kant la nombra la “insociable sociabilidad” del hombre. La cual, como dijimos, se cifra en la ambivalencia y oposición natural encontrada en el corazón de la criatura racional. Y justo aquí entra una idea central tanto para la filosofía de la historia del filósofo de Könisberg como para el discurso moderno-ilustrado: la idea de progreso. El camino para la consecución del fin es ascendente y no de otro modo, y las generaciones del caso al entender el fin último de la historia tendrán que sacrificar la felicidad aparente del momento presente por la vida perfecta que le espera al género humano, “…sólo las generaciones últimas gozarán la dicha de habitar en la mansión que toda una serie de antepasados, que no la disfrutará, ha preparado sin pensar en ello.”
Dicha idea del progreso como ascenso ineludible, no obstante, a diferencia del supuesto de los motivos o propósitos racionales de la Naturaleza para con el hombre en la historia, está basada, digo, en una experiencia o emoción: entusiasmo. Es curioso aquí, aunque tengamos el antecedente de la filosofía moral kantiana, que la idea de progreso se base en un “sentimiento” (y, por ende, a posteriori) que se refiere a casi una inclinación natural hacia el bien o la mejora del género humano:
“Esto y la participación afectiva en el bien, el entusiasmo, aunque como todo afecto en cuanto tal, merece reproche y, por lo tanto, no puede ser aprobado por completo, ofrece, sin embargo, por mediación de esta historia, ocasión para la siguiente observación, importante para la antropología: que el verdadero entusiasmo hace siempre referencia a lo ideal, a lo moral puro, esto es, al concepto del derecho, y no puede ser henchido por el egoísmo.”
Lo anterior, aún el matiz, es bastante discutible. Aunque entendemos que la reflexión histórico-moral kantiana es anterior a Auschwitz (y todo lo que esto significa), no entendemos que el entusiasmo está condicionado a la idea de bien y bajo ella se rija. Y la razón para sostener lo anterior es la irracionalidad (no razón) que subyace en todas las emociones. Ese es justo el problema de fundar cualquier fin puro de la razón en el mundo afectivo e impulsivo.
Ahora bien, expuesto de manera general lo anterior, procederé a elaborar ciertas críticas al argumento kantiano.
El fundamento metafísico de la historia
Podemos criticar el que se presuma que la única forma de concebir el devenir temporal-histórico como racional sea por medio de la inserción de un elemento atemporal y, por ende, ahistórico, como lo es la causa final del progreso humano. Podemos decir también que el pensar así la historia es justo no pensarla, es, paradójicamente, no ver el fenómeno ni realizar el esfuerzo que exige para entenderlo, pues el método que se plantea no es histórico y es inclusive extraño a esta ciencia.
Así pues, no acepto el primer principio que funge como supuesto de la demostración kantiana: “Todas las disposiciones naturales de una criatura están destinadas a desarrollarse alguna vez de manera completa y adecuada.”
No lo acepto porque es un mero supuesto (poco sostenible pues) el que la naturaleza trabaje o se muestre siempre armónicamente, porque, de hecho, también se equivoca.
No todas las disposiciones están destinadas a desarrollarse, algunas, de hecho, están destinadas a extinguirse. La naturaleza, como la vida, es un mero ensayo y esbozo de posibilidades, no de actualizaciones de planes secretos e inaccesibles.
Sin embargo, hay que aceptar que aunque el supuesto sea discutible, lo que se obtiene por él es valioso. Me refiero a la idea de la insociable sociabilidad humana, a la oposición tomada quizás del contractualismo roussoniano y elaborada posteriormente por la dialéctica hegeliana.
La idea de libertad en la historia
Dicha idea parece más bien no existir si se le contempla con atención. En otras partes de su sistema (epistemología) Kant se muestra fiel a la tradición moderna al reflexionar sobre y desde el individualismo moderno, y, paradójicamente, es en la historia, en la concreción de la existencia del individuo, donde la libertad se le aparece como un mera apariencia por estar sujeta la conducta y el quehacer humano a un plan que se percate o no el individuo del caso, colabora para su consecución. El error aquí, me parece estar en el considerar las acciones humanas equiparables a cualquier otro tipo de sucesos naturales (es decir, de manera mecánica).
“Cualquiera que sea el concepto que, en un plano metafísico, tengamos de la libertad de la voluntad, sus manifestaciones fenoménicas, las acciones humanas, se hallan determinadas, lo mismo que los demás fenómenos naturales, por las leyes generales de la Naturaleza.”
La insociable sociabilidad humana
Me parece que este concepto par tiene las mismas posibilidades en ambos polos. Es decir, que no se sigue que la sociabilidad se fortalezca por tener el hombre disposiciones naturales al asilamiento. Me parece más correcto nombrar a la vida en sociedad como “sociedades en riesgo” (noción contemporánea por supuesto), pues dicha noción apunta a la fragilidad del pacto social y a la posibilidad intermitente y probable de disolver la vida común. Destruyendo así cualquier optimismo infundado en el progreso del género humano.
Conclusiones
Una vez presentado lo anterior concluyo que el argumento kantiano es bueno en cuanto describe la problemática social de la vida en común, pero es problemático en cuanto supone cierta racionalidad en el transcurso histórico. Esta suposición tomará en Hegel sus máximos vuelos llegando por completo a la disolución del tiempo real.
Las objeciones realizadas al argumento kantiano se deben más al señalamiento de los problemas a que conduce el mismo que refutaciones por medio de contraejemplos.
Lo que aquí se intentó es exponer a grandes rasgos las tesis kantianas sobre la historias y criticarlas pensando en sus consecuencias.
el pensador II
II
La luz ahora lo invade todo.
El pensador ha quedado expuesto ante todas las miradas…ante el mundo. Separado de la roca materna, de su olvido eterno, el pensador está caído, dejado y huérfano.
El pensador pisa la tierra…a sí mismo. Su cadáver-escarabajo es absorbido y abrazado por las entrañas de la tierra.
El pensador no puede ya penetrar el mundo…no puede ya diferenciarse.
Las cosas ahora permanecen cerradas para su vencida razón.
Las cosas se abren para su sufrido corazón.
¿Qué es?
El pensador eleva el misterio como respuesta del todo.
Silencio.
El silencio en su espíritu hace posible la percepción de cualquier sonido por lejano que sea.
El silencio no es la última respuesta, es el principio y fin de la búsqueda.
La inefabilidad sólo se expresa en el silencio.
La palabra es el camino hacia el silencio.
La palabra es la máscara del silencio.
Cuando la luz del sol penetra en el corazón del mundo todo se expresa artísticamente; se vuelve inútil el intento de imitar. La luz del sol se alojaba ahora en su corazón. El pensador es una criatura más, un ser pequeño, dependiente, vulnerable y necesitado…de abrazo divino. Era pues, por este sentimiento, copartícipe de la creación, era uno con todo lo viviente.
Reconocimiento animal.
Reconocimiento humano.
Reconocimiento hermano.
Reconocimiento sustancial.
Consuelo divino.
El pensador es trascendido. El pensador no intenta no ser trascendido. He ahí su humanidad. Es la vivencia del nihilismo provocadora de cualquier teísmo.
La fortaleza del hombre no radica en la capacidad de resistir el desfondamiento.
La fortaleza del hombre radica en no responder a la pregunta…
¿Cuál es el origen?
Dios.
Dios crucificado, Dios resucitado, Dios inmanente, Dios trascendente, Dios material, Dios espiritual, Dios cordero, Dios oveja, Dios lluvia, Dios tierra, Dios tapete, Dios corcho, Dios jerga, Dios algodón.
¿Dónde estás?
El pensador baja la mirada. El inmenso cielo sobre él. Una mariquita, a paso lento, cruza ante el pensador. El pensador hincado bajo el cielo, en el mundo, ante la mariquita. De repente, el cosmos entero con todos sus astros y sus seres abraza a la mariquita. El mundo entero en su dorso, en sus negras manchas, en sus pares de patas. El pensador sabe que la mariquita es una metáfora del mundo, del universo, de Dios mismo. El pensador entiende que sin esa mariquita el mundo todo quedaría truncado, frustrado, mutilado. La mariquita tiene algo que decir, que decir al hombre.
Cuando la mariquita sea escuchada por el hombre se convertirá en palabra y podrá mirar en paz.
¿Cómo es Dios?
Collage de colores, miles de alas, panales de ojos, cien pies, mil pies, infinito de pies, antenas, radares, paraguas y pestañas, selvático, climático…
Dios es una nube.
Una nube que tiene forma de todo,
cara de todo.
Dios es una nube que empuja el viento.
La mariquita desaparece. El universo puede descansar. Tal vez algún día el pensador y la catarina vuelvan a encontrarse en el camino… tal vez.
Dios-mariquita, Dios-pensador, Dios-mundo, Dios-yo, por fin entiendo que no eres tú mi creador, tú eres conmigo, yo soy contigo, nunca estuviste antes que yo, tú y yo somos al mismo tiempo, juntos, en comunidad.
El pensador me escucha.
Es a él a quien hablo.
Es a mí a quien hablo.
Diálogo.
Sobre la cabeza del pensador ardiendo el sol.
En su pecho, ardiendo el corazón.
Una afilada nube corta el diestro ojo de Dios.
Oscurecimiento…luz oculta…verdad oculta.
El pensador cae desde la cima de los pensamientos.
Ser uno con los otros.
Ser con.
Ser otro.
La naturaleza humana, expuesta en partes sin sentido, se recoge y se repliega en su máscara de ser. Por la máscara hay sentido. Es una malla. Un lente que enfoca y aclara lo otro.
El pensador detiene su paso, se sienta, se olvida, se encorva, descansa.
El ojo izquierdo de Dios comienza ya a asomar.
El pensador agacha la cabeza.
Negra noche con millones de estrellas.
Auditorio hirviendo en millones de hogueras.
Las cosas del mundo se ocultan en su aspecto sombrío. El pensador cierra los ojos. Escucha. Las cosas son ahora imágenes sonoras. La noche…
polifónica de grillos.
La noche…
insectos, maullidos,
ladridos, gritos.
El pensador cae desde la luz consciente parpadeante a la luz tenue blanca del descenso inconsciente. Luz que alumbra sombras. Allí, en ese mundo de sapos, torsos, leones y mutilados, el pensador se sueña desesperado, angustiado, en huida fortuita, en fuga…el viento fortísimo arrasa las copas de los olivos…el viento fortísimo en contra del pensador. No obstante, el pensador continúa, contra el viento, contra el mundo, contra sí mismo. El pensador conquista la cima de un cerro enano. Desde allí, ante él, un inmenso torbellino negro se despliega con todo su poder. El pensador en vértigo de ser desea unirse al todo girador del caótico fenómeno. El torbellino lo seduce, lo llama, lo anhela. El pensador, pasmado, inmóvil e idiotizado no lo logra. Es su torbellino, el torbellino de sus impulsos visto desde la enana razón. El pensador despierta, su corazón se agita, su respiración se acorta. Se levanta, se desencorva, se acuerda, se cansa, se separa, camina y se estrella contra el secreto muro nocturno desde el cual se escuchan copas de árboles rugir por el desesperado viento.
…
(Continuará)
El Pensador.
(Inspirado en la escultura de Rodin)
I
Sentado en el olvido de la roca eterna, el pensador se encorva y se flexiona al pensar el mundo. De su divina parte, sostenida por una concupiscente mano, y por lo tanto inútil, emerge un par de burbujas cristalinas con pensamiento contenido. ¿Hacia dónde miras, pensador? ¿Qué sombras pretendes despejar con la luz del pensamiento? Sus ojos tan abiertos buscan; sus ojos tan abiertos no encuentran. Angustia lacrimosa en la mirada.
Tiempo ha transcurrido ya desde que el pensador hubo desechado el estaño del mundo, pues en algún momento se encontró en las cosas y desde aquel momento no ha dejado de buscarse. Probablemente…¡No! Necesariamente el pensador no se va a encontrar.
Aproximación. El pensador lo sabe. El pensador lo entiende. Éste es el motivo de su angustia.
¿Por qué sigues buscando? ¿Por qué no te detienes y te dejas de pensar? ¿Qué has encontrado pensador? ¿Qué motiva tu búsqueda?
(El pensador no me escucha)
Ha enmudecido el clamor de todas las campanas. Todo es silencio para el pensador.
Está solo.
¡Pensador, soy tu esperma, tu espíritu, tu corazón! ¿Por qué has callado también mi latido? ¿Por qué me has puesto en duda? Todo se ha vuelto sospechoso. No hay verdad. No hay tiempo. No hay palabra.
¿Qué hacer pensador? Ya no hay aire. El muro que le has impuesto al mundo te ha hecho olvidarlo.
El pensador baja la mirada. Sus ojos se han humedecido. Una delgada lágrima (que ya no pudo más) es desterrada por el cielo ocular.
Silencio.
¡La tierra ha sido fecundada!
Una lágrima la ha penetrado.
Un ser pequeño, cascaroso, con un par de antenas y tres pares de patas es dado a luz. Fruto de un romance perverso, de una unión mineral.
El pensador, cabizbajo, detiene su mirada, se interesa. Observa al asustado animal. El asustado animal se convierte en objeto ante los ojos del pensador. El pensador lo penetra, analiza, fragmenta y sintetiza.
Piel cascarosa, sangre envasada, amarillo, pegamento, gris, impulsos eléctricos, movimientos espásmicos, agua, saliva, toboganes de luz, viscosidades negras, viaje espacial, pérdida, caos, locura, misterio, armonía, comunión, sonido de agua salpicando., lluvia, subida, atracción, angostura, anchura, tic-tac, tic-tac, corazón, corazón, corazón.
El pensador no puede seguir.
El pensador escarabajo se escala a sí mismo.
Y aunque el cielo siga siendo la misma inmensidad para los dos, para el pensador-escarabajo el mundo se ha vuelto más grande, más fuerte, implacable; él se ha vuelto más pequeño, más vulnerable, indulgente.
El pensador-escarabajo cae de sí mismo.
El pensador ha sido herido en su ser. El pensador agónico está por morir. Con tremendo esfuerzo levanta la mirada y se ve a sí mismo viéndose, con una mano sosteniendo la barbilla, con la mirada detenida…
El pensador quiere salvarse. El pensador quiere, desea, anhela.
Ser.
El muro ahora es débil. Del otro lado comienzan a golpear. Los ladrillos caen pulverizados.
El pensador teme, escucha. Su corazón late apresurado. Sus músculos se tensan. Un lejano grito se escucha. La roca comienza a crujir.
El pensador-escarabajo es pisado por el mundo.
El pensador se ha muerto en parte. El pensador se angustia. El pensador se abraza.
El pensador ya no es uno con la roca.
El pensador ya no es uno.
El pensador ya no es.
El pensador lo piensa, lo entiende, lo siente…
…lo llora.
…
(Continuará)
La Edad de Oro
La Edad de Oro[1]
I
Mi esperanza de que el sol se asomase a ver París aquella tarde de 1929 fue obstruida por un montón de grises y espesas nubes. Sentado sobre la cera llegó a mí el agradable aroma de un tipo de cigarrillos cuya marca estaba ya agotada. Preso en las palabras de Picabia, me alejé inmediatamente para no pensar más en el pasado, a pesar del olor de los cigarrillos. Así, caminé sin dirección por diversos callejones, con el espíritu lleno de vacío, con el pesar del sinsentido de una tarde nublada en París. Al rodear una esquina, en dirección contraria a mí, un grupo de manifestantes apoyados por la policía marchaba eufórico, portando pancartas insultantes y escupiendo estribillos gastados. Decididos marchaban para impedir la proyección de un film que por ir en contra, decían, de los valores fundamentales de la sociedad, no merecía ver la luz del día.
No cambié de dirección, seguí mi camino tratando de atravesar al grupo. Al cruzarlos y escuchar sus mil voces disonantes, uno de ellos me tomó del brazo y me incorporó a la “resistencia”. No trabé fuerza alguna, me adherí a la protesta para sentirme un poco humano, para compartir, aunque fuera por un momento, un ideal, una causa, una meta…sentido. Sin embargo, con el correr de los minutos, me llamó la atención el hecho de que una película causase tal revuelo, y fue la agresividad de la gente lo que alimentó mi curiosidad: cierto impulso (morbo) por observar imágenes “ateas”, “inmorales”, “obscenas” y “bárbaras”…eso decían las pancartas, eso gritaban los manifestantes.
Mis ojos de hombre mayor me impedían ver el presente, lo que estaba sucediendo: hombres que peleaban por el derecho de ciertas imágenes; imágenes que, por su naturaleza, creaban conflicto y discordia entre diversos grupos; mensajes y asociaciones que ellas portaban y el juicio no podía del todo distinguir. “¿Por qué, pues, la película, desde este lado, no debía ser vista?” “¿Por qué, desde el otro, sí?” “¿Qué contenían las imágenes? “¿Quién era su dueño”?
Absorto en este tipo de pensamientos caí en cuenta de que nos encontrábamos a unos metros del Studio 28 (la famosa sala de cine), que a unos minutos estaba de proyectar la cuestionada película.
Dentro del tumulto de gente me deslicé hasta la primera fila de la manifestación, justo enfrente de la susodicha sala. En las puertas del recinto, formando un semicírculo, hacían de custodios un grupo de artistas. En sus rostros se concentraba la convicción detractora del hombre rebelde. Sus prendas, todas ellas viejas y empolvadas, sugerían un carácter errante; eran inmigrantes y vagabundos, sin patria y sin madre que se sonreían cínica y burlescamente ante el desastre de su época.
Mientras tanto, el grupo manifestante, histérico ya, exigía el cierre de la sala amenazando con hacer uso de la fuerza pública. En ese momento, en medio de aquel espectáculo, uno de los artistas-custodio llamó mi atención: traje de aristócrata del siglo pasado, bastón que en el puño encerraba un ojo disecado, sombrero viejo de copa alta y, sobre todo, unos rarísimos bigotes acicalados que en los extremos se alzaban hasta casi tocar los ojos. Al percatarse de mi escudriñadora mirada, el exótico personaje clavó sus gigantescos ojos en mí. Su gesto todo se arrugó al dibujar una sonrisa que acompañada del movimiento del brazo dijo “ven”. Pasmado caminé sin voluntad hacia él. Me tomó del brazo y me introdujo al interior del recinto.
Durante unos pocos segundos el motín calló completamente observando cómo aquel hombre me hacía entrar a la sala. Del silencio se alzaron las voces que exclamaban “comunista”, “traidor surrealista”, y la muchedumbre se agitó arrojando cualquier cantidad de objetos, por lo que los artistas decidieron cerrar las puertas y dar comienzo a la proyección del film. En el pasillo que conducía a las butacas, ya dentro del inmueble, se llevaba a cabo una exposición de pintura: extrañas imágenes de personas con huecos, de perros dormidos bajo el mar y de toreros “alucinógenos” servían de “aperitivo”, pues, me decía el artista de los bigotes, “producen en el espectador un estado de somnolencia adecuado para liberar al espíritu de la represión racional”.
Después de unos minutos se acomodó la gente en las butacas y la oscuridad inundó la sala. Del fondo de ella se escuchó al proyector correr para disparar las primeras imágenes: “La Edad de Oro”, “un film de Luis Buñuel”, “con Gaston Godot y Lya Lys”. A los títulos siguió un documental que mostraba, por medio de imágenes de escorpiones picándose entre sí, la violencia, agresividad e insociabilidad característica del mundo natural. La música que acompañaba a la salvaje escena (Las Hébridas de Mendelssohn) lograba volverla humana; la turbulencia violenta de las cuerdas tenía como motivo, quizás, el evocar el mundo de los primeros hombres. La película, lo presentí, no sólo iba a contarme la historia, sino mi historia.
Terminado el documental, cesó también la sinfónica música para dar comienzo a la trama fílmica. Eran imágenes de un mundo desértico habitado por bandidos, un mundo sin ley ni derecho donde la anarquía se imponía como el único modo social posible. La película mostraba hombres “in-humanos”, hombres-animales que en nada se distinguían de su entorno. Dichos cuadros se mantuvieron durante un tiempo hasta que, inesperadamente, en la pantalla un barco en plano lejano se aproximaba a las anárquicas tierras. En él venían sacerdotes, abogados, doctores, intelectuales, etc., venía la “civilización”, desde fuera, heterónoma y con miras a imponerse sobre aquel mundo. El barco llegó. Los hombres civilizados recorrieron las tierras y sobre una roca se propusieron fundar la “nueva era”. Los políticos ofrecían discursos, los obispos y sacerdotes oraban, todo estaba listo…pero la ceremonia fue interrumpida. A unos metros de la celebración una joven pareja de enamorados se revolcaba sobre el lodo dándose mutua muestra de “amor salvaje”: mordiéndose los labios hasta reventar y rasguñándose la piel hasta sangrar, muecas de placer y dolor, rostros desfigurados. Inmediatamente los hombres civilizados corrieron a separarlos para poder fundar, sobre el impulso del lodo, la nueva era: “La Edad de Oro”. –Mis manos apretaron con toda su fuerza los brazos de la butaca. Me percaté de voces y ruidos como de objetos cayendo.- Los primitivos amantes, contra su voluntad, fueron separados. La ceremonia de fundación se llevaba a cabo. Un obispo bendecía la roca sobre la que se inauguraría la nueva era. –Se escuchó cómo los cuadros de la exposición se partían en pedazos al ser azotados contra el suelo.- El hombre amante se resistía a la separación. –Gritos, golpes y puños se escuchaban a unos metros de las butacas.- El hombre amante agresivamente pisó un insecto hasta volverlo líquido amarillo. –Los manifestantes entraron por fin a la sala y con forcejeos y golpes interrumpieron la proyección del film haciendo salir al público.-
II
Algunos días pasaron y con ellos el recuerdo histórico del suceso. El único testimonio con que se contaba eran las derruidas letras del espectacular de la sala. París no había cambiado, su cielo seguía nublado. En uno de aquellos días recuerdo haber estado vagando entre los bajos suburbios de la capital gala. Una noche, al intentar pasar una calle, observé a una pareja amándose agresivamente bajo la luz de un farol. Me quedé paralizado y comencé a sudar nervioso. Trascendí el morbo y admiré la escena: ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Gloriosa libertad! Amor devuelto a su origen, sin cruz ni ley; amor de fango y lodo, sin esperas ni antesalas; amor que hierve y borbotea, se desborda y quema a sus alrededores. Dos policías se percataron de la pública exhibición y presurosos se acercaron. Con forcejeos los separaron y en distintos coches los introdujeron. Recuerdo que ella pegaba el rostro con toda su fuerza al vidrio trasero para encontrar a su amado con la mirada. Recuerdo que él pateaba la puerta intentando abrirla. Los autos se marcharon. Las sirenas sonaban cada vez más lejos.
R.S.B.
[1] El siguiente texto se propone “recrear”, por medio de la ficción, el suceso histórico en el que el film L´Áge D`Or (La Edad de Oro) de Luis Buñuel, después de pocos días en cartelera en una pequeña sala de cine (Studio 28), fue censurado por la policía francesa durante su exhibición en 1929. Es, quizás, la primera vez que el cine causa una reacción de este tipo. Pensar que su censura se debe al contenido “inmoral” de la película me parece reducir este peculiar acontecimiento a la lectura más sencilla. “Algo” tuvo que mostrar el film para que la sociedad (la juventud conservadora y católica francesa, en este caso) reaccionara de tal modo. “Algo” debió mostrar para que el rechazo (pero el rechazo de esa época) fuera posible. “Algo”, en fin, tenía el cine de aquella época que hacía que la gente se moviera de las butacas cuando en la pantalla el tren se acercaba rápidamente. Hoy esto nos es inconcebible.
Reversa
Fue imposible rechazar tal propuesta. Tuve que colocarme en una de las esquinas del cuadro y prepararme para evitar, con todas mis fuerzas, el ser expulsado. Resistí lo más que pude. Nadie apoyó mi esfuerzo. Los otros amaban la expulsión, amaban mi temor. Así, salí disparado sin dirección alguna. Estaba cerca del cielo. Nadie me sostenía, no había ya tierra firme. En algún momento voy a caer. Lo sé, lo presiento. ¿Moriré? Es posible. La abuela escondía siempre la llave del armario. Yo, en su cama, frente al mueble, amaba adivinar el interior de tal reliquia. Abuela no me lo permitía. Abuela me lo prohibía. Y de esta manera las visitas a los helados se tornaron frecuentes. Lograban distraerme. Lo único que amaba eran las llantas, donas de chocolate deshaciéndose en el pavimento amarillo. ¿Por qué no me compras el robot que tanto quiero? Mi madre me tomaba de la mano y me llevaba a casa. Galletas de vainilla encima del refrigerador. Galletas inalcanzables. Prohibidas y por esto divinas. “Dios Padre, Dios Hijo y Espíritu Santo son una sola y misma cosa”…”tienes que entenderlo.” ¿Por qué mi vida acabará algún día? Me encantaría saber el día de mi muerte. Si lo supiera, conquistaría la eternidad. Llega por fin la noche a través de la cual viajo en mi cama espacial. Tenía que regresar, mi padre me lo exigía. Sus fuertes manos golpearon el centro de mi ser. Nunca seré como él. Siempre seré un niño…siempre seré tu hijo. ¿Dónde está mi fantasma? La luz encendida debe alumbrar su sombra. ÉL NO VA. Y comienzo a reír hasta ahogarme escondido en mi pupitre. Reírme y olvidarme y negarlo todo. Mi tío sabía que por esto había que tomarme de la mano al pasar la calle. La paleta con tres bolas de caramelo nos daba el siga. Nostalgia de un triciclo. Nostalgia del olor a lluvia y tierra mojada, de plátanos quemándose y de pedos de infancia. Abuela no me lo permitía. Abuela me lo prohibía. ¿Iré al cielo? ¿Podré merecerlo? ¿Cómo, si el diablo me susurra maldiciones para mi madre? Otra vez la risa. Ahora de mi madre. Ella se mofa del diablo. Yo soy cobarde, le temo. No quiero ser maldito, no quiero estarlo. Entonces pisé mi insecto para ser aceptado. No obstante, él vive en mí, con repulsión de mí, pues vive fragmentado. La recuerdo bien: mi primera erección. Mi primera afirmación, mi primera reivindicación. Yo soy este instante, yo soy este arrojamiento, yo soy lo que arrojo. Entonces me desnudé y me aventé a la alberca de cloro. Ahí dentro estaba solo. Ahí dentro estaba completamente aislado. He vuelto, pues, a mi paraje marino lleno de silencio. He vuelto a la soledad que me obliga a estar conmigo.
R.S.B.