Unas pocas notas. solo para platicar.

Pareciera que el tema de la educación está de moda en este bienintencionado blog. Me da comezón confesarlo, pero la entrada anterior no pude subirla porque “no quedaba como me hubiera gustado que quedara”. Antes de convertir esta entrada en una especie de catarsis, me gustaría divagar un poco acerca de los aspectos mínimos que considero hay que tener en cuenta para poder pensar, sin exceso de idealismos, a la educación.

Hay que tener en cuenta que, ante todo, el problema de la educación es algo que siempre va a acompañar al hombre por la sencilla razón de que es una necesidad natural equiparable al vestido, la alimentación o el resguardo. Es consecuencia de la generación de los hombres, ya que por vivir en sociedad, ésta se hace necesaria, y sus regiones son vastas como la vida misma. Ya entrados en vicios, es muy probable que nos preguntáramos si acaso de ella provienen las otras necesidades que mencioné. Después de todo, pareciera evidente que a eso vamos a las escuelas, a capacitarnos para adquirir todo ese poder técnico que nos provea de los satisfactores de esas necesidades.

Es por ello que las nociones más extendidas que tenemos de la educación apunten más o menos de manera confusa que en un sentido esta sea adquisición de habilidades y en otro la formación de conductas apropiadas para la vida en sociedad. Así, separadas, como si un aspecto fuera necesario para el trabajo y otro para la vida entre semejantes. En la primera noción se encuentra la capacitación para una determinada actividad, la adquisición y cultivo de una técnica, el modo de llevar a cabo una labor. En la segunda, el sentido popular de que la educación es un conjunto de hábitos que nos hacen, si no agradables, por lo menos tolerables a las demás personas.

Si bien, es un error intentar definir una cosa apuntando a dos cosas distintas, este sería doble de estar perdiendo el tiempo en pretender mostrar como separadas dos cosas que van juntas –como si al intentar la descripción física de una moneda tratásemos de hacer descripciones independientes a cada cara— también es cierto que esta división nos puede dar pistas para entender los problemas vitales de nuestro tiempo.

En la actualidad, las respuestas que nos dan los profesionales de la educación acerca de esta separación son de un carácter igualmente teórico, pues pretenden levantar un puente que vaya del orden de las habilidades adquiridas, al orden de las cuestiones vivenciales. De aquí que también en esta materia, teoría y praxis sean dos órdenes separados y casi siempre entendidos como opuestos; y ya sobre esa concepción, que se agregue una tercera región para los aspectos puramente vivenciales.

Estos problemas son consecuencia de un exceso de análisis, separar lo que normalmente forma parte de un mismo fenómeno se hace con la finalidad de ver más claramente lo que nos aparece como una complejidad en movimiento. Pero del análisis puede desprenderse la ilusión de que las partes, aun separadas, tienen vida de manera independiente al conjunto. Para el caso que nos ocupa en este momento, esta ilusión se manifiesta en la separación de lo teórico y lo práctico. En el ignorar que desde el origen del término educar es conducir, independientemente de las connotaciones contemporáneas, pues esta conducción no refiere dominio de unos sobre otros, sino la de nosotros mismos sobre nuestras capacidades y fuerzas, así como también sobre nuestros apetitos y deseos.

Educar sí tiene en este sentido dos aspectos pero, a diferencia de la mala descripción de la moneda, se implican naturalmente uno y otro, pues de manera individual es el regularse a uno mismo, y de manera comunitaria es el problema de la buena formación de los miembros de una sociedad, entendida esta en sus diversos modos de ser. Y esta distinción no tiene sentido si no se comienza a adivinar ya que el criterio a seguir para la regulación es el bien. Si esta divagación está bien hecha, sobra decir que no se trata del bien en general, pues pensarla de este modo nos regresaría nuevamente al problema del exceso en el análisis…

Erotismo, Teología y Modernidad. Dos notas a propósito de la obra de George Bataille

Si quisiéramos responder cuál ha sido el mayor mérito de George Bataille, posiblemente no encontraríamos ninguno lo suficientemente novedoso o grande como para no ser opacado por algún otro gran escritor, y sin embargo su persona y obra nos sigue cautivando a través de las líneas mórbidas de su poesía erótica, de su desorganizada pero fina forma de razonar en sus tratados filosóficos y de su no poco accidentada –pero no por ello desafortunada— búsqueda teológica. ¿Cuál es el encanto –cuál el erotismo— que posee Bataille que lo convierte en un poeta y pensador único? Leer su obra en búsqueda de la respuesta a estas interrogantes limita el horizonte de comprensión al mínimo; él mismo, como su tiempo, están impregnados de la convulsión, decepción, horror, retraimiento de la vida entre guerras. Así pues, en este breve artículo pretendo explorar algunas de las características que en conjunto hacen de Bataille tan singular como atrayente. De ningún modo pretendo que sea una superflua conclusión a su obra, sino por el contrario, una invitación al lector a explorarla de manera profunda.

Inicialmente podría parecernos que las obras de Bataille contrastan de manera radical con su vida; aquél discreto bibliotecario, archivista y numismático  de la Biblioteca Nacional de París, cuya apariencia no delata sus visitas al burdel o el contenido de su obra pues, lejos de ocuparse en tratados de biblioteconomía, la temática de sus trabajos va del erotismo a la ontología, pasando por la teología y la estética. Si bien, la dispersión de los objetos de estudio podría denotar cierta clase de superficialidad, es necesario que consideremos elemento clave para la comprensión de sus trabajos, la irracionalidad de la realidad. Dicho elemento podríamos considerarlo un signo de su tiempo; un constitutivo fundamental de movimientos como el Dadaísmo y el surrealismo de Bretón y Dalí, así como del resto de las vanguardias, mismo que se considera respuesta crítica al culto imperante a la razón, mismo fundamento de ambas guerras mundiales, tanto diplomática como tecnológicamente. Su no-adhesión a vanguardia o movimiento alguno y el hecho de compartir este rasgo con sus contemporáneos lo convierten en un autor singular y a la vez propio de su tiempo. Para explorar algunas nociones fundamentales de su obra (tanto poética como filosófica) podemos recurrir a dos de sus preocupaciones más grandes: erotismo y divinidad.

Comúnmente se tiende a pensar al erotismo y a la divinidad en planos separados. Consideramos que el erotismo es propio de la sexualidad humana o, en el mejor de los casos, asunto de los poetas. Pensar al erotismo únicamente como atracción sexual es una limitación que evidencia la pérdida del sentido característica de nuestros tiempos. Por otra parte, la concepción corriente de la divinidad, en general, se reduce al conjunto de creencias y dogmas propios de la religión más cercana a nosotros –independientemente de si la practicamos o si hemos llegado a ella por convicción o por imitación—, lo cual también nos deja en una situación aporética respecto al ser de lo sagrado, problema que reside en el centro de nuestra comprensión posmoderna del hombre considerado ahora individuo y, como tal, con una religiosidad opcional.

Las consideraciones de George Bataille en torno al erotismo y la divinidad amplían enormemente la dimensión y alcances de estas dos manifestaciones humanas a través de textos como El erotismo sagrado y Filosofía de la religión. La riqueza de estos textos radica en el carácter reinventivo y de redescubrimiento al que se suscribe, pues en lugar de ser pretensión de rescate y reinterpretación de teologías y estéticas poco accesibles u olvidadas, es invitación a la vivencia (que no a la experimentación). Es, además, una investigación casi fenomenológica de estos aspectos que si bien no es radicalmente innovadora por sus resultados, sí contribuye a mostrar estos problemas en sus términos más elementales llevada a cabo a través de una disertación de corte ontológico que –como vimos líneas más arriba—, se ubica en contraposición directa a las investigaciones científicas y a los tenores convencionalmente aceptados del momento, dando como resultado una obra tan contracultural como universal. Contracultural en su incubación y exposición, universal en los resultados de la investigación dado que pretenden alcanzar la validez para todo el género humano y en todo tiempo.

[el análisis ontológico de lo contínuo-discontínuo]

Lo sagrado es para Bataille fenómeno religioso de manera un tanto indirecta: tenemos contacto con lo sagrado a través de la experiencia de la muerte de otra persona, en los ritos funerarios que se practican, pero más aún, en el fundamento de posibilidad de dichos ritos. Esta observación tiene su sustento en un análisis ontológico construido a partir de la dicotomía sujeto-objeto que tomó seguramente de estudios psicológicos o epistemológicos, pero que alcanza cierta resignificación mediante un tratamiento utilitario pues, como muestra en Teoría de la religión, una de las rupturas entre lo contínuo y lo discontínuo que son más evidentes se da en la experiencia de la implementación de un útil. En tanto que distinguimos como fuera del continuum un útil, puesto que sirve para una tarea específica y puedo fabricarlo según su finalidad, podemos conocer no solamente la oposición de estos dos órdenes, sino también el carácter antropológico de dicha ruptura ya que lo continuo refiere a los elementos del mundo que representan ese orden inmutable como la naturaleza, pero el útil surge en una necesidad particular netamente humana que rompe con la continuidad al pertenecer esta misma al orden de lo discontínuo.

Así pues, el primer paso en la comprensión de la teología y el erotismo tiene sus bases en la comprensión de la relación continuidad-discontinuidad. Para volver al ejemplo de lo sagrado, nuestra conciencia de la finitud de la propia existencia es aquello que propiamente pertenece al orden de lo discontinuo, es decir, nosotros como género formamos parte de la continuidad, pero también de la discontinuidad en tanto que somos individuos dotados de conciencia; establecer un punto de contacto con lo continuo es la consistencia de lo religioso, mismo que adquiere el tinte de fenómeno en tanto que experimentable; dicho sea de paso, para Bataille Lo sagrado y Divinidad son una y la misma cosa.

Por otra parte, atendiendo a la relación con el erotismo, comparte la discontinuidad en la continuidad nuevamente en tanto que acto humano, pues la ruptura aquí se marca primeramente en la rica significación de la que está dotada el acto sexual, ya que no es únicamente un acto de animalismo, es decir, de instinto inscrito en la continuidad, sino que es una experiencia singular que tiene infinidad de significados, que además rompe con el orden de lo establecido no sólo en los instintos, sino también en la propia rutina que con el tiempo nos formamos. Esto último implica que también es una ruptura con los hábitos, la costumbre, la reconciliación con el entorno social, es la pauta para disfrutar de una libertad inalcanzable por la vía de la razón, pero sin dejar de ser desenfreno y desbordamiento necesario: la dualidad de los aspectos concluyentes.

[Conclusión]

A las luces de lo anteriormente explicado, es posible divisar vagamente el horizonte del erotismo y la religiosidad en el pensamiento de Bataille. Es justo insistir en que esto es sólo una invitación a la lectura de su obra, pues esto es solo la expresión teórica de una visión más amplia que debe ser considerada bajo el influjo de su poesía. También es posible dar una respuesta provisional a las cuestiones con las que inició el presente artículo, a saber, la importancia de Bataille y si tiene méritos dignos de reconocerse por largo tiempo. Sobre esto último considero que Bataille tiene su mérito donde nosotros tenemos profundo demérito, es decir, él triunfa donde nosotros hemos olvidado aquello que es esencial, donde lo hemos sustituido por las explicaciones científicas y el trabajo, puesto que su obra pone de manifiesto que nociones tan fundamentales en la vida del hombre como erotismo y divinidad han caído a la ignorancia plena, hecho que refleja a nuestra sociedad –contrario a lo que se piensa— como una sociedad empobrecida y al límite de un nuevo tipo de barbarie nunca antes vista en la historia de la humanidad. La falta de novedad a la que me refería líneas más arriba depende de la ignorancia de exploraciones previas, pero es justo reconocer el valor de pensadores en solitario que llegan a mostrarnos los caminos perdidos e ignorados cuando la noche ha caído y el alba no da señales de aparecer.

Perro de llama

Nimio tratado sobre la noche

 


por Perro de Llama

Al salir de la taberna, no tenía otra cosa en qué pensar. “Esos pobres bichos se creen tocar el sol” pensó al ver a los quijotillos rondando las farolas.  Era un ocaso de lluvia ligera,  y el agua escurría del pavimento a los parches de pasto amarillo que aun crecían neciamente sobre la arenisca. Tras ver la desolada parada del autobús pensó en esperarlo, pero a sabiendas de que no llegaría, decidió seguir adelante; así que pasó sin saludar a los peatones que cada día desesperaban casi inmóviles.

 

Tras pasarlos sentía algún lazo roto. Y no era para menos, tantas otras veces prefirió esperar junto a ellos la llegada del autobús que aligerara su marcha, y siempre impaciente abandonaba su espera. Prefería caminar. La siguiente noche era lo mismo “¡Llegó tan pronto te fuiste, Marquitos! Caray contigo, eres tan impaciente”, “Seguro que llegamos a casa antes que tú” se burlaban. Le resultaba curioso que a pesar de haber platicado con ellos tantas otras veces, no haya sido hasta aquél hartazgo que se dió cuenta que nunca se cambiaban las ropas, por unas limpias, o unas distintas. Siempre traían las mismas. Quizá tampoco tenían casa alguna a la cual llegar.

 

Tampoco en aquella ruina los encontró. Al buscar a sus amigos encontró nada más que polvo sobre polvo, y piedra sobre piedra, casi intactos como hace cientos de años, delante de él no había nada salvo lo que nos queda del Templo Mayor. Sabía que sus amigos no iban a estar ahí desde antes de la búsqueda, así que solo fue un jugueteo, sólo recorría los alrededores en búsqueda de algo que le quitara el tiempo. De encima. Retando al azar, buscando contacto visual a esas horas de la madrugada con algún desvelado. Ahora consideraba estos juegos absurdos, pero ¿cuándo se ha visto que consideración alguna remueva hábitos tan arraigados?

 

Siguió sus pasos hasta llegar a casa. Los Amigos habían dejado una nota en lugar de su presencia. Al entrar el calendario ya lo esperaba; con su crueldad habitual mostraba la fecha del día anterior. Haciendo gala de una infantil venganza arrancó tres hojas una a una para que transcurrieran tres días, o un ciento de años. Así ya era domingo.

 

Porque tabernas, peatones, piedras y días pasados; amigos, caminos y soledades, formaron aquél mar donde se naufraga pero no se nada. Cuando menos, por aquella larga noche.

Una visita olvidable

Honestamente no me gusta mucho la idea de escribir una entrada a manera de diario, pero por las cosas que me sucedieron hoy, quizá tenga justificación que lo haga de esta manera. Estimado lector, si no quieres leer mi bilis, por favor cambia de entrada. Aún estás a tiempo.

 

¿Se puede considerar contaminación la compañía de una persona? Imagínese, mi apreciable lector, una persona que se toma un descanso de su trabajo no porque este día sea semi-feriado, sino porque juzga que “se merece un descanso” de una jornada de cuatro horas. Alguien que toma lo que viene de la vida de manera extremadamente pasiva, pues lo activo se reduce sólo dos posibilidades: o maldecir cuando es algo que “no debería sucederle”, o jactancioso recuento cuando es algo que la fortuna le debía.

 

Minutos –u horas después de sus merecidas vacaciones— pregunté a mi incómodo huésped si había algo que le gustaría hacer de su vida, a lo cual me respondió “el trabajo es tan malo que te pagan por hacerlo”. Después simplemente rió. Había un escalofrío además de su risa, –sin ser inmortal como Utanapíshtim—no busca nada de la vida, salvo mantenerse vivo. (y esto no es exageración ni interpretación mía, sino que lo escuché de su boca)

 

Antes de este día pensaba que uno de los peores males era padecer una compañía desagradabre, pero esto lo trasciende ¿qué hacer con alguien así? Mucho peor que el cuervo de Poe, el no se iba y seguía diciendo sandeces, cada una peor que la anterior. Tras muchas horas  de eso, se fue llevándose todas mis posibilidades de continuar el ensayo sobre ****** ****** * ********** que tres entregas lleva de añejamiento.

 

Aunque ni siquiera esté bien contada mi desventura un puñado de preguntas incómodas queda enrareciendo el aire de esta casa ¿qué me separa de alguien como él? Después de todo, el retoque de mi ensayo debía estar listo desde ayer ¿Hay algo que se pueda hacer con los pusilánimes que rondan por el mundo? ¿Se puede llamar contaminación este tipo de compañía? El ruido a veces es intolerable, pero al menos –y por definición— se presenta como indescifrable si uno no desea analizarlo y descomponerlo ¿por qué –con un demonio— no le mostré la salida a tiempo? ¿Venir a echar bilis a un blog como este es válido? Quizá hubiera sido mucho mejor dejar sin entrada este día.

 

Bueno, el párrafo anterior estaba destinado a ser el último de esta caída en espiral, pero por respeto a este blog y al lector que haya llegado a este punto, veamos si podemos transmutar esta lamentable queja en algo de utilidad (en algo bello es evidente que no, o al menos no tengo la presteza para eso, sino ya lo hubiera hecho). Se me ocurren tres cosas para ello, las mencionaré en orden ascendente, es decir, de la opción más superflua a la más posiblemente valiosa. Primera, mencionar por qué el invasor no se fue del todo impune, pues mi hermano y yo nos encargamos de vapulearlo. Segunda responder a las preguntas que me planteé arriba. Tercera, que reflexionar en torno a esto nos lleve a algún linde menos hostil.

 

Dado que todas las preguntas giran en torno a mi incómoda experiencia, la única que me salvaría de dar vueltas es la tercera opción. Así que intentemos dar el último giro a este círculo. Empecemos por la contaminación: parece que más que contaminación es envenenamiento lo que he sufrido, mucho mejor que buscar un antídoto sería prevenir el mal trago, así que lo que yo aprendí a las duras, podría servir a quien no haya experimentado esto para prevenir encuentros así.

 

Algo hay de hybris en lo que acabo de decir. El párrafo anterior supone que esta queja semi-reflexiva puede hacer un bien al lector; y además, se presenta como novedosa, siendo que ya hemos oido de “quienes recorren el trillado de los hombres”, o “aquellos que  olvidan a dónde lleva el camino”, o acerca de “el último hombre”, o de aquél Uno heideggeriano.

 

Además ¿señalar un problema (en este sentido, un problema ético) basta para entenderlo y, prevenirlo a futuro? Esta pregunta es la que realmente importa pues, al final es la que va a influir en el pensar la causalidad de las acciones humanas. Es decir disciplinas de conocimiento tales como la ética, la psicología y la sociología…

 

La última pregunta es la que no me es fácil responder ¿no era mejor dejar sin entrada este turno mío?

El Insomne

 

...Le ladrarán a mi sombra los perritos vagabundos,
con mi modesto equipaje llegaré del más allá
y arrodillado en mi Río de la Plata lindo y sucio,
me amasaré otro incansable corazón de barro y sal
y vendrán tres lustrabotas, tres payasos y tres brujos,
mis inmortales compinches gritándome!fuerza ché!
Nacé, nacé, dale vida, metéle hermano que es duro
pero muy bueno el oficio de morir y renacer.

 

Respecto a eso, los sueños y las personas me lo dicen por igual: “este no es tu sitio”. Lo que no saben los muy ilusos es que no se trata de un sitio esta cuestión, sino de un estado. La vigilia y el sueño no son sino estados, pero ¿qué sentido tiene distinguirlos si se vive en el insomnio?

 

Para unos y otros no soy sino el ejemplo limítrofe, para los que están al otro lado de mis párpados soy aquél somnoliento, el dependiente de la cafeina, quien les responde lento y casi siempre tras un replanteamiento. Aunque no siempre es así, también tengo amigos que saben comprender mi situación, incluso quienes envidian mi condición, aunque, claro, estos son los menos.

 

Para los de mis párpados hacia dentro, soy el extraño visitante, el que abusa de la lucidez en aquél mundillo fortuito, provisional e irrepetible que es un sueño. Varios tienen un marcadísimo aprecio por mí ahí dentro. Sueño que varios de los reales me aprecian por lo que realmente soy, ahí dentro: sin mi atención menguada por la somnolencia, muchos de los que usualmente me evaden, tienen conversaciones interesantes conmigo, gestos de auténtica camaradería… y aún más.

 

Justo la otra noche, platicaba con Rogelio de varias cosas, muchas de las cuales no recuerdo ahora, pero reíamos. Hablamos del alza de precios, de la última película de Jim Carrey, de una lluvia púrpura y de los recientes ataques de gatos a la oficina. Por supuesto, no podía faltar que hablásemos de los ojos ébano de Edith. Como si la hubiéramos invocado, en ese momento llegó ella, y con un gesto inexpresable con palabras –así son los sueños— me regaló un par de globos rojos, acto seguido: desapareció tras la puerta de su cubículo. Odio cuando eso pasa, me siento presa fácil de cualquier psicoanalista barato, pero así son mis sueños. No yo.

 

Desperté con una sonrisa boba y de ahí a correr al trabajo. Casi siempre llegar tarde por no usar despertador pero ¿y si me despertaba antes de la obviedad de Edith? ¡Hay cosas que uno simplemente no se puede perder! ¿Qué tal que perderse es encontrarse? y encontrarse así seguro es mejor que perderse en una montaña. Salude a ambos muy efusivamente. Aunque ellos no daban al por qué tanta atención de mi parte, no presté importancia. Dar aclaraciones podría ser fatal. En el fondo ellos sabrían, o al menos sospecharían de mi actitud

 

Comprenderás que en este punto, lo que me preguntaste hace un momento carece –al menos para mí— de sentido: “luchar por un sueño” o “ser realista” no me dice nada realmente. Ni son los extremos que me dices, ni son dos posibilidades de reordenar una vida. La disyuntiva está sólo en tu cabeza. El sueño es lo más al alcance que tenemos, y en lo cuál –hermano mío— ahora entenderás que soy privilegiado. Y en cuanto a la realidad ¿quién escapa de ella? ¿Quién vive a su  margen o escapa de su cauce? Bueno, bueno, no pongas esa cara, seguro que sí hay contradicción: hay veces que cuando duermo, no puedo esperar a despertar; y veces en que estando en vigilia lo que deseo es dormir, dormir como piedra.

 

Espera, es curioso que justo ahora experimente esta indecisión, amigo ¿tú estás dentro o fuera?

Catorce

Espectro, sombra, cenizas es lo que de mi queda voz balbucea en la penumbra de mi mente, en el azaroso ajetreo de Ur – tu nombre: otrora cálido y viviente, ahora dolorosamente pétreo y terráneo. Árido.

La moneda tiene dos caras, pero ¿y el espejo? Incontables. Siempre distinta, siempre cambiante, pero el espejo siempre es el mismo, siempre él mismo. Incontables segundos he pasado ojos clavados con tu retrato; no, foto no, las fotos se rompen, se queman, se olvidan. Tu retrato. El espejo, Incontables las voces del murmullo, EL MURMULLO, secuencial voz única de Ur fantasmal es el eco de innúmeros pasos, su pulso.

Pero ¿y mi rostro? ¿y mis pasos perdidos en esa calle negra? Porque ellos me atan a esta tierra.

Cuando la luz caiga…

 

Cuando la luz caiga, y no precisamente sobre nosotros –decía— es cuando verdaderamente podremos vernos a la cara.

Cuando la imagen que tienes tú de mí se diluya –decía— es cuando finalmente me habrás olvidado.

¿Qué demonios intentaba decirme con eso? Siempre se lo tomé a juego, pero el día que realmente la olvidé… bueno, no puedo decir que sucedió exactamente ese día, quizá tampoco ese mes o año, pero sí puedo revolver cosas acerca del día que recordé que la había olvidado.

El día que lo recordé comenzó mi ruina. Fue el día que los límites se juntaron y fueron uno ¿hasta qué punto se diluye una imagen? ¿hasta qué punto es bueno entender las cosas prescindiendo de nuestra centenaria luz? porque cuando ya no esté quedarás sólo tú –decía— y yo escuchaba sólo y solamente su voz.

 

Sus ecos están en todas partes. La insistencia de su recuerdo, como todos los recuerdos, podrían ser de las cosas mejor estudiadas, pero al mismo tiempo, de aquellas que por dolorosas menos interesa conocer a ciencia cierta.

Peor que un eco, porque viaja de oído a oído ya tú sabes “el oído es el camino más corto para llegar a la mente”  y brinca de boca en boca, como la chispa en el bosque otoñal, como la lepra en aquella villa.

Tu y yo estábamos ahí y no pudimos hacer nada, eh.

Por eso mejor sigue escribiendo, aquí en el estuco de la pared, no sea que nos lo borren mientras dormimos.

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“…lo que llevaba escrito en el brazo era malísimo, aun estaba fresca su sangre, por eso lo golpee. Señor Garrido, le juro que no fue mi intención… es sólo que no…” repetía la profesora como si de algún modo fuera a ser más convincente que las veces anteriores. La policía ya iba en camino y la madre del desafortunado pequeño estaba tan furiosa como consternada por la violenta reacción de aquella maestra.  

“…solo que no pude dar crédito a lo que hizo. A su edad los niños no piensan en esas cosas. Por más que le pregunté y le insistí, se negaba a decirme por qué lo había hecho o en qué caricatura vió eso. Por favor, no hagamos de esto un problema más grande…” escuchó repetir palabra por palabra y con el mismo tono a la docente. Ella repite escrupulosamente su apología –pensó—, todo esto es un número bien calculado. Prefiero seguirla escuchando una y otra vez con su historia hasta que lleguen los loqueros, a lidiar con ella enfurecida –pensó—. Una y otra vez con el mismo cuento –pensó por última vez—. Estuvo a punto de reparar en el tiempo que había tardado en ensayarlo, pero sus años habían hecho en él un carácter tan estable e inamovible como indiferente.

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Lo que Edgar se había escrito no era ya legible, tras las lavadas y las compresas, sólo quedaba un borrón. Como siempre, como niño que era, él no estaba preocupado, al menos no más que su madre.

Sabía que no podía entender lo qué decía en su brazo. Él aún no sabía escribir. Ella no sabía quién le había dado el bolígrafo o si alguien lo había pintado a propósito a sabiendas de cómo reaccionaría su profesora.

Se preguntaba si el pasar tanto tiempo con su tío no le habría afectado. Él era incapaz de algo malo. Rayar las hojas que con amor ponía en su pared día a día, era la única ocupación de éste. No tenía manías marcadas y fuera de las veces que salía a asolearse y el Sol quemaba su espalda, su hermano era incapaz de dañarlo. Además tampoco él usaba bolígrafos.

Aunque Edgar respondía sin errar a cada inquisidor, ellos se daban por desentendidos. Al responder “nada”, lo entendían todo en otro sentido.