«La gente no cambia» tal vez sea una de las frases más inocentemente dudosas que se dicen con frecuencia. Esconde un intento de comprender el fondo del pozo del alma humana al trasladarlo a una frase exacta y breve. Pero los cambios en el carácter son notorios. Las situaciones lo modifican de una manera tan sutil y paulatina, que de no ser por nuestra memoria seríamos incapaces de percibirlo. ¿Qué persona logra mantener intacta su esencia del principio al fin de su vida? Supongo que sería un desafío olímpico lograr mantener un rasgo de nuestro ser de la infancia por toda la vida. Aunque tal vez lo desafiante e importante no sea conservar intacto una parte de nuestro carácter, sino que esa parte se incline hacia lo mejor. Si el niño fue berrinchudo, no vale la pena que eso lo externe si logra ser presidente de una nación. Tal vez ese sea el sentido de la frase, enfatizar con amargura que las características negativas perduran por largo tiempo. El rencor perdura, el perdón escasea. Es más fácil que uno mismo mantenga presente sus mejores cualidades que sus peores vicios. Es más importante mirar nuestros defectos. Reconocerlos a detalle, mirar de dónde nacen. Tal vez sea más correcto decir que «La gente casi nunca quiere cambiar «.
Normalidad
Lo normal es lo que nace del hacer cotidiano de una comunidad. Las tareas de siempre lo que buscan en el fondo es proteger a los seres que las realizan.
El saludo, cuida la amistad de los que se desean el bien, la amistad, por mínima que sea, cuida de la unidad que requiere una comunidad para existir.
Lo normal es celebrar lo digno y señalar lo indigno, sabemos lo que es bueno y malo a partir de lo que aceptamos, lo que aplaudimos o lo que rechazamos.
Hablar de una nueva normalidad sin poner como centro a la importancia de la vida es hablar y hablar sin decir algo sustancioso, es pretender domar a la realidad con palabras vacías.
La normalidad debe nutrirse de la realidad para atender a su principal tarea, cuidar la vida y el bienestar de una comunidad. Morir es algo que naturalmente pasa, pero no por ello será bien vista la muerte ocasionada por la imprudencia.
No podemos aspirar a una nueva norma, si no tenemos claro una vida vale tanto como quinientas.
Maigo
Prisas
-Debo vivir más calmado- dijo mientras miraba su reloj. El tirano del tic tac le recordó su agenda y el pequeño conejo blanco echó a correr.
Maigo
Personajes sin carácter
En pocas palabras se puede decir mucho, aunque parece que con pocas palabras se comprende poco. Leer una frase abundante en sabiduría no te convierte en sabio. Volverla a decir, volverla a leer; leerla a la luz de nuevas palabras, de frases diferentes, de experiencias distintas, tal vez te ayude a comprenderla. Una sola frase puede decir mucho. Pero el tiempo para comprenderla escasea. Tal vez por eso requieres de frases breves para tener la exagerada pretensión de comprender mucho en poco tiempo. Eres. Soy. Somos Karl Rossmann llegando a América; conociendo la prisa por primera vez al buscar su paraguas mientras le deja su maleta a un casi desconocido; entrando a la prisa de la vida adulta, al estrés consecuencia de la productividad masiva. Kafka sintetizó en los capítulos sueltos de América, que relatan la vida del joven Rossmann, las críticas de Nietzsche y Marx contra el naciente imperio. La industria de América, entiéndase Estados Unidos, marcó el paso de la industria alemana y mundial hasta calar en el espíritu humano. Es decir, tenemos tiempo para contemplar la vida en sus exteriores, en las hermosas postales que vemos en redes sociales; nos aferramos a la belleza más rápida, la que encontramos en un vistazo; lo bello se ha convertido en lo llamativo. Un rostro sometido a las kafkianas exigencias del cirujano plástico no es bello, ni feo, pero atrae, llama la atención como un berrinche. Grita con discreción “¡mírenme!”, “¡mírenme!”, “¡aquí estoy!” Sólo eso pide, que se le vea. No que se le cuestione, que se ahonde en el motivo de su existencia, en su para qué. ¿A quién le gusta que le pregunten por cuántos procedimientos quirúrgicos se ha realizado en el rostro? Kafka no va tan lejos, no se imaginó las múltiples alteraciones de la fisonomía, no le interesa la minuciosidad de los rostros. Describe a montones, hasta su punto más aburridamente absurdo, los exteriores. Los detalles del funcionamiento de un elevador, la cabina desde la que trabajan los porteros de un inmenso e inexistente hotel, lo que rodea un barco; son detallados con una precisión necesaria en las complejas fórmulas matemáticas. El carácter de los personajes es narrado de forma grotesco, cual si sus personajes no lo encontraran. Sus personajes no tienen carácter. ¿Podríamos decir que no tienen alma? El alma la pone el mundo. Tal vez por eso pareciera que el mundo es el que condiciona a los hombres. Tal vez por eso Kafka detalla con tanta exageración el exterior, porque la vida interna de los personajes, lo que debería de definirlos, es borroso, difuso. Los personajes del siglo XX no tienen carácter. La vida interna de Karl Rossmann no existe.
Yaddir
Hojas caídas en verano
Solemos pensar que las hojas caen en el otoño, pero yo he visto cómo es que algunas frondas se vienen abajo durante el verano.
Llenas de vida, plenas de color, verdes y frescas: llenan los pasos de los caminantes.
Las hojas que caen del árbol para perder su frescura en contacto con la tierra, quedan tranquilas y apiladas en las veredas.
No es su momento para caer, señalan los que reparan en su ausencia.
Las veredas quedan forradas de verde por la vida de las hojas, y girando la vista hacia los setos desnudos a destiempo, los caminantes entienden que ellos son hojas y no saben cuando llegará su momento.
He visto frente a mis ojos a las hojas cayendo en el estío, perdiendo la frescura y alimentando con su vida a mi vida carente de sentido.
Sé que esas bellas hojas no caen porque estén secas o por frío, es un rayo en la tormenta de la vida la que las hace caer, sin que ellas puedan o quieran hacer algo para evitarlo, el rayo cae sin que las hojas quieran buscarlo. Llega y ya.
Veo las hojas frescas nacidas en primavera sucumbiendo en el verano, y aprecio la fuerza del rayo, de las lluvias y el granizo que no sólo tira a las hojas, a veces también el árbol.
Maigo
Entre dimes de libertad y diretes de esclavitud
Decimos amar la libertad. Decimos que siempre elegimos y que debemos respetar ese derecho.
Decimos y decimos y nos llenamos la boca con décimos de pensamientos ajenos, que nos dicen que todo lo podemos: Nos decimos responsables de los cambios en el cielo; nos decimos libres para cambiar a nuestro mundo, nuestro entorno y hasta nuestros pensamientos.
Pero al mismo tiempo que decimos eso, hablamos de mentes manipuladas por los medios, de personas que son crédulas porque creen en lo que dicen los periódicos que relatan e interpretan lo visto, y lo dicho hasta en los silencios.
El aire se llena de discursos, muchos de ellos buscan ser el mismo a base de repeticiones. Cansadas y arduas repeticiones que sólo quitan el tiempo, pero suenan mucho y nada dicen, como cuando se hace mucho ruido para ocultar que hay pocas nueces.
Decimos que pensamos por nuestra cuenta, porque somos libres de pensar lo que queremos. Pero, al mismo tiempo vemos en el que piensa diferente a un ser que no es libre, que está manipulado y que no piensa.
Hablamos muchas veces, afirmando nuestra libertad y negando la libertad ajena. Pero, no escuchamos lo que los otros dicen cuando afirman su libertad y nos tachan por ser manipulados o crédulos en lo que vemos.
Nos pasamos la vida entre dimes y diretes, nos vendamos los ojos a punta de palabras, que ya nada dicen, porque encubren y callan.
Si tan sólo guardáramos silencio para escuchar lo que el otro señala, sería más fácil encontrar paz y ver los límites de nuestra tan cantada libertad, esa que replica por derecho sin ver que no tiene nada qué reprochar.
Hablamos, decimos y a veces hasta gritamos; sin ver que nadie nos oye, sin ver ni oír que ya nadie aplaude, parecemos oradores solitarios en la plazas y en los lugares que se han preparado para ser sitios de debate.
La vida, a veces se nos va, como la de ciertos tiranos: nosotros al igual que ellos la gastamos en ver lo que decimos y responder como sea y costa de lo que sea.
Nos quita el sueño lo que se nos dice que se dice de nosotros, sin escucharnos ni a nosotros mismos, para ver antes cómo saldríamos del juicio.
Hablamos de libertad al mismo tiempo que nos encarcelamos por las palabras, y en peroratas sin sentido se nos van la vida y las ganas de vivir.
Maigo.
Problemas de ser pobre
Temo que mi reflexión sea pobre para dar una definición generalizadora sobre la pobreza. Pobre sería creer que es fácil encontrar dicha definición. La pobreza no es sólo material, y lo material no se reduce a lo perceptible mediante los sentidos. Decimos de un platillo que sabe rico cuando nos gusta, que una expresión es rica en acepciones; en contraposición hablamos de ideas pobres (aunque no de ideas ricas) y de pobreza del alma (aunque tampoco de riqueza del alma). No es que nuestras expresiones sean pobres, ni la comprensión de la realidad que nos rodea también lo sea. Pero no es fácil desvincularnos de la materialidad del mundo. El deseo nace de los sentidos. El dinero es el deseo en extremo porque con él, creemos, satisfacemos todos nuestros deseos. Por eso la riqueza se vincula con la abundancia. ¿Qué mejor modo de entender la abundancia que materializándola?
La felicidad no la da el dinero. Pero no hay felicidad sin dinero. ¿Todas nuestras preocupaciones podrían desaparecer con unos millones de dólares? La salud no la da el dinero. Pero el dinero te permite acceder a los mejores tratamientos médicos, no estar años en filas de espera, viajar a otros países a probar tratamientos nuevos, acceder a los medicamentos más novedosos, hacerte pruebas por un dolorcito o molestia, y otra larga lista de beneficios. El adinerado no muere de hambre. La persona con dinero no se libra de la violencia, pero puede pagar por seguridad. ¿Todos estos motivos serán los que estimulan el deseo de progreso económico?, ¿el adinerado busca sólo el poder?, ¿desea conquistar y doblegar a la fortuna? Tal vez el afortunado no haya conquistado a la suerte. Pero sin duda está en paz con ella.
Yaddir