Resolviendo problemas.

He tenido mucho tiempo para actuar y poco para pensar en estos ùltimos meses, no es que una excluya a la otra, sino que he pasado la mayoria de mis horas libres descansado mi cuerpo.

He tenido varios problemas ùltimamente, algunos han podido ser resueltos con solo hacer una llamada de telèfono, otros muestran una luz a la lejanìa que si se sigue adecuadamente, conducirà a la soluciòn sin siquiera tener que actuar; estoy pensando en los pasos que hay que seguir para llegar a la direcciòn de un pariente al que no se ha visitado desde hace mucho tiempo. Uno puede ir dibujando con los nombres de las calles , los recuerdos de experiencias pasadas que han ocurrido en ubicaciònes cercanas, y asì, poco a poco, centrando el lugar a donde se quiere llegar. es solo cuestiòn de relacionar datos, de buscar una trayectoria aunque no sea la màs corta, bastarà con que nos conduzca al lugar deseado. Apoco no estarìamos de acuerdo en invertir tiempo de màs, siempre y cuando haya garantìa de conseguir el objetivo.

Existe tambièn otro tipo de problemas, problemas donde podemos ver un camino a seguir, y, al recorrerlo, nos vemos màs perdidos en las promesas de resoluciòn, de lo que estabamos al comenzar, aunas veces hay marcha atras, otras solo podemos contentarnos con no empeorar la situacioon en la que estamos, o incluso, bastarìa con no desviar el camino. Existen tambièn otro tipo de problemas, que son aquellos que esconden en el lado màs oscuro de su ser, su soluciòn; les das vueltas y vueltas, realizas las acciònes necesarias a tu parecer para resolverlo, pero no avanzas ni un pie, mueves cielo, tierra y mar, todo lo que tu poder te permita y aùn asì no es suficiente, no consigues ver la luz que alumbre la salida.

He estado muy activo estos ultimos meses, he estado dandole vueltas a mi vida tratando de resolver un par de problemas que me quitan el sueño, multiplicandose de èsta manera. Es por esto que me lleva a pensar ¿En què consiste la resoluciòn de los problemas? Sean estos de cualquier tipo, no me parece que sea suficiente decir: He resuelto el problema porque alcanze mi objetivo, no me parece suficiente decir que he conseguido satisfacer mis necesidades, cumplir mis caprichos; siendo un tanto màs positivo, me parece que la resoluciòn del problema se da cuando se ha trabajado lo suficiente para resolverlo. Esto en dos sentidos: el primero es trabajar tanto y de tal manera que no haya nada màs que hacer; el segundo es hacer el trabajo posible, por posible quiero decir, hacer todo lo que estè dentro de tus lìmites, lo que alcance a ver tu visiòn y tu cuerpo permita realizar. En cualquiera de los dos casos anteriores sòlo quedarìa preguntarse ¿còmo saber que se ha hecho suficiente? ¿Còmo saber que no se puede dar màs? Sigo pensando en como resolver mi insomnio, en como volver a estar tranquilo. . .

Gracias por leer, disculpe usted las faltas de ortografìa que se me vayan, muchas gracias al Paco-futuro-ex-gober que se rifò y me diò acceso a la pàgina para poder publicar a tiempo. Nos vemos en la siguiente fecha de publicaciòn.

¿Damos nombres?

A. Cortés

¿Da voces el ruiseñor mejor que el silbante
cuando se conoce la alegría de sus notas,
o la nostalgia cadente en su andar?

La obscuridad tiene algún parentesco con el silencio. ¿Cómo rompe un hombre el silencio si no con la voz? De cualquier otra forma, lo rompen también la bestia o el trueno. Una voz, y más sumadas, van contrastando al mundo mientras distinguen y relacionan sus partes, pues a cada una se le da nombre y se habla de ella. Se dicen las cosas, se dice lo que son y cómo son las cosas, se miente sobre ellas, y todo eso se despliega como instancia de un sitio en el que estamos. Por más actividad volcánica o cataclismo ruidoso que se quiera, un mundo con hombres en silencio sería un mundo callado.

Al no quedarse callado, el hombre mira las cosas mientras habla de ellas. Es como si una cosa se viera mejor mientras más claramente se sabe qué cosa es, y como si al verse mejor, se pudiera también hablar mejor de ello. Debemos admitir que hay cosas que conocemos y que hay cosas que conocemos mejor que otras (1). No es ajena a nosotros la situación: llega un amigo y habla sobre su profesión, una distinta a la nuestra; en tal caso se diría que somos locos si se nos hiciera extraño que él conociera mejor que nosotros de lo que habla, pues él lo ha estudiado. Sin meditar los pormenores, estudiamos diciendo y pensando en nombres, en cosas con nombres y en sus relaciones. Por ejemplo, queremos conocer qué cosa es ésa que vemos flotar en el mar. “Un barco”, nos dice alguien. Vemos entonces un barco con los ojos, y lo imaginamos de alguna misteriosa manera en el intelecto, si no lo tenemos frente; al nombrarlo, la imagen se aviva, y lo va haciendo más mientras más sabemos sobre el barco. Al conocer sus partes, el mástil, las velas, la popa y la proa, sus funciones y sus procedencias, tendemos a decir que vemos con más claridad aquello que se ha nombrado ‘barco’. Bien podría llamarse ‘pilichuela’, y nada de ésto habría cambiado (excepto el gusto por pronunciarlo, venido muy a menos al decir ‘pilichuela’). Por eso al nombrarlo lo llamamos, porque lo que se aviva en nosotros parece que viene a nosotros. Se llama a algo diciendo su nombre.

Viendo desde allí, no parece coincidencia que ‘llamar’ se diga de las dos maneras: para nombrar algo, y para darle voz a algo y hacerlo venir. “Ve y llama a tu papá” es una frase que a nadie lleva a bautizar a nadie. Como tampoco nadie entiende “me llamo Cortés” como si el loco diciéndola soliera exhortarse a gritos para encontrarse a sí mismo. Así, cuando se quiere hablar claro, se llama a las cosas por su nombre.

De cualquier modo que nombremos al hecho de dar voz, ya sea llamar, mencionar, decir, afirmar o clamar, no son sólo los sonidos del hombre, como si fueran el análogo humano al ladrar del perro o al ulular del búho. En una oración hay más que sólo el movimiento del aire que propician las cuerdas vocales. Si no fuera así, no habría diferencias que nos son evidentes entre las maneras en que decimos comunicarnos con la voz, no habría cómo distinguir un gesto amable de uno grosero, o cómo entender la diferencia entre una pregunta y una afirmación. En ese talante es notorio que decir cosas como que “dos es a cuatro como cuatro es a ocho” constituyen la enunciación de una proporción que no se encuentra en el sonido de dicha enunciación, sino en alguna otra cosa. Es decir, en una oración matemática como la anterior, la proporción no está en el viento movido por la lengua, ni en la tinta en el papel, o en la pantalla coloreada de la computadora.

Llamar está evidentemente diferenciado con respecto a gemir o a gruñir, o a otros del estilo, aunque sea posible que un silbido o un grito particular funjan como llamado (en tal caso, la expresión trasciende el valor únicamente fonético, por haberle otorgado un carácter de signo reconocible por aquel que es llamado). Llamar incluye la idea de dar en la voz el nombre, o de hacer por medio de la voz que lo nombrado venga a quien lo invoca. Y ésto se hace de muchas maneras, como cuando se llama a gritos, que se clama. Es interesante este caso peculiar: clamar en nuestros días tiene este tinte escandaloso que supera la intensidad del simple llamar, y dice el DRAE (2) que equivale a exigir, a dar voces lastimosas o quejumbrosas y a decir palabras con vehemencia, como si fuera esta clase de llamar, pero muy fuerte o muy intenso. En realidad están ambas íntimamente emparentadas, pues ‘clamar’ es madre de ‘llamar’ e hija del latín ‘clamare’. Pero ‘clamare’ -que es anterior a ‘llamar’- porta un sentido en que sí pesa la fuerza de la voz, en que se trata de un llamado intenso. La sonoridad del grito (piénsese en el re-clamo) se encuentra aún en la médula de nuestra llamativa palabra, aunque no necesariamente de manera agresiva o altanera. En el habla cotidiana solemos usar más el ‘llamar’ que otros derivados latinos como ‘invocar’, ‘solicitar’, ‘apelar’, o demás que son en todo caso menos estrepitosos. Es como si en español llamáramos a las cosas a gritos. En realidad es una cosa mucho más cercana a dar voz, a hacer algo acercarse mediante la pronunciación de su nombre.

El nombre, por todo ello, es evidencia de que se reconocen las cosas en el mundo, y a uno mismo como quien, aun distando de ellas, puede acercarlas con su voz. Ello es suficiente maravilla para quien se percate de que el vínculo entre la mención y lo mentado permanece visible, pero inexplicado. ¿Cómo hacemos para poder nombrar, si las cosas están distantes? Por la dificultad del problema se llega hasta el extremo de no admitir lo que es visible: razonan unos que, dado que es inexplicable el lazo, no existe; pero tal conclusión es aun más evidentemente falsa, nada hay que necesariamente ligue el que yo no pueda explicar algo y el que ese algo exista (aparte de que con no haberlo podido explicar uno, no se prueba que no se puede explicar en absoluto o exponer de algún modo). Es como si yo, al no entender a Einstein, pretendiera escribir un tratado indiscutible sobre por qué mi ineptitud explica, tanto la ausencia del tejido espacio-tiempo, como la incongruencia de la relatividad general. En este caso es lo mismo, hay algo evidente, y si podemos o no explicarlo, será cuestión de nuestro esfuerzo y de la naturaleza de lo que se pretende explicar, no de si es o no es. El hombre habla, da voz, dialoga, comunica. El hombre expresa y eso es evidente. Sólo basta con ver a un niño hablar para darse cuenta de que lo que hace se diferencia cualitativamente de los ladridos y del ulular de los árboles al viento.

Que la palabra comunica, parece evidente a quien sea que esté leyendo ahora. Por lo menos, parece diáfano para mí que no hay razón para leer si se duda de que la palabra es más que letras y sonidos. Sin embargo, la maravilla que provocan evidencias como ésta se apaga fácilmente sin más diálogo que le siga la corriente a la pregunta. Hay pregunta si aquello que nos maravilló seriamente nos mueve hacia sí. ¿Será que aún hoy importa de alguna manera darse cuenta de las evidencias que nos maravillan? ¿Aún importa que preguntemos qué cosa tiene la voz del hombre, corriente y mágica que dice al mundo? Tal vez valga la pena que cualquiera intente responder aquésto, aun cuando no pretenda descubrir qué cosa es la palabra. Tal vez. Cuanto más grande sea el deseo de responder, tanto más grande será el diálogo a que se dedicará el hombre.

_____________________

(1) ¿Por qué no decirse que se conoce ‘más’, en lugar de ‘mejor’? Con decir ‘mejor’, me propongo hacer saltar a la luz que al conocer es importante no sólo cuánto se conoce, sino también de qué modo; por ejemplo, por lo frecuente conoce más personas quien trabaja en el mercado que un estudiante de psicología, pero nada hay por necesidad que impida que en este mismo caso, el último conozca mejor a las personas que el primero. En cuanto a la claridad que se tiene sobre lo nombrado, la tiene más el que mejor conoce que el que conoce más.

(2) Cfr. entrada de diccionario “clamar” en el DRAE, ed. 22. Omití la segunda acepción que equipara “clamar” y “llamar” porque en ella se especifica que se trata de una voz anticuada, y mi pretensión precisamente es mostrar la separación actual de ambas palabras.

Afinación

El siguiente no es un escrito dadá, tampoco es surrealista, es más bien un intento por poner orden, por tensar las cuerdas de un instrumento que ha estado largo tiempo sin usar y darle armonía, ponerlo a tono, en fin, afinarlo. De ahí que, en una primera instancia, haya partes en este escrito que carezcan de orden – e incluso puede haber algunas que ni siquiera tengan coherencia. De eso se trata esta “afinación.”

Cuando uno quiere tocar un instrumento musical, lo primero que debe hacer es verificar que esté afinado, es decir, que todos los sonidos que produzca – todas las notas – se encuentren relacionadas entre sí de tal forma que, en conjunto, den un tono musical específico. No debe haber ninguna nota que se salga – o no pertenezca – de la tonalidad en la que se busca poner el instrumento, de otra forma cualquier melodía que se toque sonará mal, discordante, desafinada.

Así sucede en este escrito, en el que el autor, es decir yo mismo, intenta afinarse, darse tono, orden, en cuanto a la escritura.

Hablemos en primera persona.

¿Es válido que utilice el término “afinar” para hacer lo que estoy haciendo aquí? ¿Y qué es lo que estoy haciendo? Hablando desde la música esto que hago parecería más un ensayo que una afinación. Parecería un “juego,” un ejercicio en el que busco practicar mis habilidades de escritura, desempolvarme. Pero, ¿afinar no resulta ser también un juego? ¿No resulta ser quizás el principio del juego llamado “ensayo”?

Hagamos la analogía. Cuando quiero tocar la guitarra – y desempolvarme, igual que aquí – lo primero que hago es ver qué tan desafinada está. Y, por lo menos en mi caso, en ese exacto momento comienza el juego. Tomo el instrumento y pulso las cuerdas poniendo atención en lo que escucho. Generalmente alguna de las cuerdas – si no es que dos o más – se encuentra desafinada, es decir, o está estirada de más o muy floja – es curioso que en una de sus parábolas, Siddharta haya utilizado esta misma imagen para ejemplificar el símil teórico que, puesto en práctica, lo llevaría a la iluminación; quizás sea válido el concepto de afinación también para el espíritu. Con instrumento en mano me dejo llevar y amplifico mi oído para poder afinar cada una de las cuerdas de tal manera que, si no quedan en perfecta armonía, por lo menos no se escuche tan mal. Al principio el sonido es discordante, se escuchan vibraciones por todos lados, hasta que poco a poco la vibración y la discordancia terminan. Pero en esta acción no es sólo el instrumento el que se afina, sino que soy yo mismo quien me afino con él. Lo toco, lo escucho, doy algunas notas para verificar que la afinación vaya quedando bien… juego. Mi preocupación no es que se escuche bien lo que voy tocando, sino que quede bien afinado, para que después pueda escucharse bien. Es una especie de calentamiento.

Me imagino una orquesta antes de dar un concierto. Para todo aquél que haya asistido a un evento tal, le es familiar el hecho de que los instrumentos son afinados enfrente de la audiencia. ¿Por qué? ¿Qué tiene esta acción que deba ser mostrada al público? ¿No podrían los integrantes de dicha orquesta afinar sus instrumentos “tras bambalinas” de tal forma que salieran a escena para ejecutar inmediatamente la pieza que han de tocar? No. La afinación, creo yo, es vital en esta circunstancia, y pueden observarse en ella tres niveles. El primero es con respecto al instrumento. Luego viene la afinación con otros instrumentos y, por último, la afinación de la orquesta misma con cada uno de los espectadores. Todo se afina, se ordena, queda puesto en un solo tono. Además, quizás, se hace patente que es un juego, que existe la posibilidad del error – aunque sólo sea momentánea y previa a la ejecución del concierto. Los músicos palpan sus instrumentos, toman conciencia de ellos, escuchan las disonancias y no les preocupa que haya notas en falos, que haya discordia. Al público tampoco parece importarle, y aparentemente no presta atención al barullo que ocurre frente a ellos. Sin embargo algo está ocurriendo. En su expectación por lo venidero se abren, permiten que el sonido los envuelva; se sensibilizan a los sonidos y, poco a poco, van entrando en el juego, van participando, se van afinando. La afinación se muestra como un preludio que permite abrirse a la belleza que está próxima, ya participar en ella – en este sentido la afinación espiritual de la que hablaba hace rato es la que permite acceder y participar en la orquesta divina, llámese nirvana o como se quiera llamar, ya sea como ejecutante o como espectador.

La afinación no busca otra cosa más que entrar en armonía, ponerse a tono. No pretende belleza ni verdad. No es buena ni mala. Un instrumento esta bien afinado o no lo está. Pero aquí hay una maña, un truco que debo hacer evidente. Me he servido de todo lo anterior para lavar mis manos. Para decir que aquí es donde me sirvo del término para aplicarlo a la escritura y a este escrito – que sólo me estoy afinando. No es mi intención tener razón en lo que he dicho, ni que lo dicho suene bonito. Mi único interés ha sido jugar un rato. Desempolvarme y ponerme a tono. A tono con el lenguaje, con el papel y la pluma; a tono con la gramática, con la ortografía, con el logos, A tono con cada uno de los integrantes de esta Big Band y con sus posibles lectores. Este no es un ensayo, ni un cuento, ni un ejercicio porque no busco sostener ninguna tesis, ni contar una historia, ni mejorar en nada – si acaso haya algo de esto ha sido tan circunstancial como aquél que durante el proceso de afinar su guitarra toca alguna melodía.

Si he logrado o no afinarme lo decidirán ustedes. Lo que sí logré fue desempolvarme… por lo menos un poco.

Gazmogno

Hombre, soledad y sentido

Hombre, soledad y sentido

Quizá hemos logrado matar a Dios o quizá simplemente ha muerto porque así tenía que ser. Como sea, el mundo se muestra más ligero para el hombre puesto que éste ya no debe someterse a lo divino, no son más las leyes ajenas a los mortales quienes rigen. Se ha quitado un gran peso de encima, pero quizá se ha colocado uno mayor. Cierto es que el mundo es más ligero, al mismo tiempo que el hombre se vuelve más pesado. La piedra que sostenía Dios sobre nosotros, ha caído. Sin Dios ni energías supremas que todo lo gobiernen somos libres, así, con el trono vacio, ha llegado la hora del mortal, es él quien deberá tomar el lugar. Las leyes ahora son completamente establecidas por el hombre, del mismo modo que nuestro destino.

El sentido de la realidad nunca más será dado por Dios ¿Que importa el sentido, si nos hemos quitado el peso de la divinidad? El problema es que al morir ésta, nos cede la antorcha mientras se ha marchado con el sentido que ella tenía del hombre, volviéndose nuestro trabajo el recuperarlo, si es que todavía lo hay. En dado caso que no, corresponderá al hombre crear uno nuevo. Ahora pensamos que somos libres, razón dada mientras se cree que las acciones solamente le conciernen a uno, pero,  ¿no será que entre más se piensa que nada tiene sentido de no ser para sí mismo, más inmerso se encuentra el hombre en el sinsentido? Actuar como si tuviésemos la razón de lo que hacemos, simplemente es una forma de confiar en el ego. Pero, cuál es el sentido para el hombre -al que se ha mirado como un animal político por naturaleza- si pensamos que lo único que cobra importancia, lo hace solamente para cada uno de nosotros. Desde este punto de vista, entre más libres somos, más atados a nosotros mismos. Pensar así, incluso da el fundamento para situar al hombre realmente como lobo del mismo. Quizá debamos detenernos un poco antes de confiar en que sea así y reflexionar sobre esto.

Parecería hasta aquí, que nos encontramos sostenidos en la nada, pero no es así, se debe recordar que no se ha quitado al asidero, se ha tomado su lugar, la humanidad se asga de sí misma, sostenida de su razón. Quizá la solución esté en ella, por lo tanto en nosotros mismos (no como individuos, sino como humanidad). A lo mejor el pensamiento que se ha construido a través del tiempo sea una forma vernos a nosotros mismos en nuestra realidad propia, la cual nos aísla al uno del otro, sostenidos en la búsqueda del ideal de la felicidad personal.

Pensar que cualquiera de nuestras acciones nos involucra únicamente a nosotros, siendo que éstas solamente cobrarán sentido para quien las realiza. Hará que inmediatamente salte a la vista un problema cuando pensemos en el bien, si lo pensamos como aquello que es bueno y común a todos. Visto de esta manera, al realizar un acto bueno solamente será así, respecto con aquello que sea bueno para quien lo cree de este modo; será peor si se piensa que no hay sentido, siendo que nada importe, ni la realización del propio acto. La pregunta nuevamente será ¿Si nada importa o cobra importancia solamente para uno, no se imposibilita que exista la comunión entre el hombre? La respuesta podría ser sí, aunque se puede dar la formación de una sociedad de individuos, quienes solamente luchan por sus intereses personales, siendo el común, cada uno ver por sí mismo. Al ser así nuevamente nos encontramos con el hombre como depredador y depredado, sin perder la posibilidad de ser en cualquier momento alguno de los dos o ambos. Quizá el rumbo del hombre está dictado por sí mismo, la salida parece ser la búsqueda de la felicidad, según las leyes con las que se rige cada uno, la importancia de éstas se vuelve un acto individual, pero quizá aun haya quien considere la existencia de un bien común a todos, que se permita la posibilidad de un convenio, no por miedo al hombre, sino por la búsqueda de este bien que sea común a todos, quien crea que es más deseable alcanzar el bien de todos, al acto de alcanzar el bienestar personal. Para esto, quizá se deba comenzar a buscar un ideal que rija a la humanidad.

Bio.

Tiene sentido hablar de felicidad hoy en día?

Hace algún tiempo fue publicado un artículo científico donde se menciona que encontraron a la persona más feliz del mundo, o al menos a la que más se acerca a ellos según sus cálculos. En el estudio que hicieron a varias personas los estudiosos de Neurología de la Universidad de Wisconsin, hallaron a una persona que rebasó los estándares previstos en la medición de la felicidad. Lo interesante no es hayan descubierto al “hombre más feliz de la tierra”, ni que este sea un consumado monje budista, sino los parámetros que fueron utilizados para dicho experimento.

 

Los parámetros que eligieron para definir el estándar en la medición de impulsos cerebrales, contemplaron en su mayoría las áreas del cerebro asociadas con lo placentero y la satisfacción de necesidades. Si bien, el placer es clave en la concepción de la felicidad, no es lo fundamental. La advertencia que nos hace Aristóteles en el primer libro de su Ética Nicomaquea, no nos deja muy bien parados pues, efectivamente, quienes identifican a la felicidad con los placeres y con el tipo de vida voluptuosa son, en general, vulgo. El índice es claro y se ve no sólo en las actitudes y el desenvolvimiento de las personas, sino también, y en mayor escala, en las manifestaciones culturales de una sociedad en concreto.

 

Las explicaciones que dan a este hecho son más elocuentes por las actitudes que por lo que dicen. En la perplejidad de quienes no conciben otro tipo de vida feliz más allá de la vida voluptuosa podemos encontrar a la mayoría de la gente, cosa que no ha cambiado desde que el hombre es hombre. Uno de los científicos involucrados sostiene que su felicidad radica en la plasticidad del cerebro, la posibilidad de moldearlo para que sólo tenga en mente cosas positivas. Por otro lado, el monje atribuyó su estado a la clase de vida contemplativa –no confundirla con el modo aristotélico— que acostumbra llevar. Ambas posturas requieren de la ilusión para explicar la felicidad.

 

Para el Dr. Davidson, el fenómeno de la plasticidad cerebral explica que los impulsos cerebrales positivos se impongan a los negativos tras el régimen de vida que algunos religiosos budistas pueden imponerse. El criterio para decidir cuáles son impulsos positivos y cuáles son negativos está basado en la salud corporal, en algunas consideraciones psicológicas y en la observación de muestreos obtenidos mediante imágenes de la actividad cerebral. La psicología positiva empleada en la evaluación del caso agrupa bajo el rubro de lo positivo a aquellas emociones y  motivaciones que producen sensaciones placenteras no dañinas para el sujeto. La neurociencia afectiva denomina como positivos al conjunto de impulsos asociados con el bienestar y correcto desarrollo del cerebro y, por extensión, del cuerpo. Esto pone en relieve que los tres componentes del criterio, por más sofisticados que sean, en última instancia evalúan en términos de placer-dolor, desarrollo-decrecimiento. Es decir, sólo es una forma más sofisticada de la valoración vulgar de la felicidad. Inclusive podríamos considerarla una versión ilusoriamente abstracta de la felicidad vulgar en tanto que ignora, o al menos pasa a segundo plano, el aspecto social de la persona.

 

El monje Ricard hace una justificación del fenómeno que en un sentido es más vital y en otro no. El motivo de su felicidad se encuentra en el ejercicio de su vida religiosa, en una clase peculiar de dietética espiritual. Sería infructuoso pensar su respuesta en términos de contradicción con el Dr. Davidson, puesto que ambas respuestas no se implican ni se anulan. Donde creo que debemos poner atención es en las tendencias individualistas de la religión budista. Si bien, el budismo no es radicalmente apolítico, parece que no es un tipo de vida que cualquier tipo de persona puede seguir. El budismo, a diferencia de otras religiones occidentales como el cristianismo, no representa una propuesta política implícita, en este sentido, no aporta un proyecto salvo el pacifismo y la concordia.

 

A manera de conclusión, parece que ambas posibles perspectivas de la felicidad resultan incompletas, la primera por reducir la felicidad a términos de placer y dolor, la segunda por ser principalmente una abolición de los sentimientos adversos mediante la reducción de algunos aspectos del mundo. Ambas explicaciones tienen en común que son apolíticas, y con ello incompatibles con las visiones clásicas de la felicidad. El problema de éstas no está en que no se ajusten a un canon o doctrina específica, sino que resultan irreales en tanto que niegan una de las cualidades fundamentales de la humanidad.

Hablar de la felicidad hoy en día tiene sentido e importancia no sólo porque sea a lo que tiende toda vida humana, sino porque en ello se va nuestro ser y la elucidación de ella bien podría ser un primer paso en el esclarecimiento de la solución a la crisis de occidente.


Positiva en cuanto a la división de las emociones en positivas y negativas, no en cuanto al positivismo.

Un diario muy personal.

Lo  primero que puede ver fue una luz destellante que me iluminaba el rostro. No comprendí nada hasta después de unos segundos. En ese instante me pregunte si es que era un sueño; abrí los ojos y lo pude sentir. Ese aire que respiras por las mañanas. Esas sensación con la que todos, o al menos eso pienso, nos levantamos por la mañana. No es  muy tarde. De todos modos no hay mucho que hacer, solo espero el momento de encontrarla, ahí podre planear la mejor manera de hacerlo. Muero por hallarla. Es hora de salir, caminar me hará muy bien; tengo hambre, otra cosa más que hacer. Es perturbador saber que todos ellos caminan por ahí, sin un sentido. Por ahora el mío es encontrar algo de comer.   Por fin, algo comestible. Me pregunto si es necesario pagar por esto, ni siquiera me gusto; todo sabe asqueroso, ahora solo espero ese momento. ¡Paciencia!. Me evitaré problemas, saldré de aquí y comenzaré a andar.

 

Tanta gente, tantos inhumanos, desprecian la vida y aun así la viven. No es un regalo es una obligación. Lo dejaré de lado. Trabajo, una molestia más en este mundo. Sería muy excitante dejarnos llevar por nuestros placeres, aunque sería un tanto arriesgado. Salir ahora mismo y buscarla, ¡que tentador! Seré paciente por ahora. Las luces nocturnas me ocultarán. Por el momento comenzaré con mi penumbrosa rutina. Así podré seguir pensando en ello.

Falta cada vez menos, siento que no puedo soportarlo. Me quema el deseo. ¡Tengo que luchar!

 

Por fin termino el dia en esta fría habitación. ¿Sería peor si fuera parte de aquellos que ven tras esta gran ventana? Al menos puedo disfrutar de algunos privilegios. Qué más quisiera que no me hicieran venir más.  Pobres animales, no sienten el fulgor que te proporciona. Debo apurarme, estaré listo en unos minutos y correré a casa. Solo faltan un par de horas y podre disfrutarlo. ¿Qué hay que hacer? ¿Dejé todo listo? Me cercioraré al llegar. ¡No puedo más!  Y pensar que me mude y deje esto por algunos meses, ¡que tortura!

 

El camino a casa es más largo de lo que supuse, todo este tránsito, que no saben,  está próximo a llegar. Podrían ser ellos. No quiero pensar más.

 

¡Por fin! El camino fué largo pero lo logre, ahora a ver si todo está listo. Pero, ¿Por que me decidiré hoy? Mi respiración se agita cuando los veo ahí en la charola metálica. Ya la puedo imaginar. Y, ¿Si grita? Pero sería peor dormirla. Está bien, lo he decidido, sus gritos me darán mayor placer.

Es hora de cambiarme, ya es cuestión de minutos para encontrarla, hay que repasar. El auto esta listo, recién pase a la gasolinera; en mi casa mis instrumentos preferidos están listos y con filo nuevo. Solo falta encontrarla. Esta parte es mi favorita. Ahora a buscarla.

Llevo pocos minutos conduciendo y, a cada minuto me impaciento mas, es como si estuvieras esperando algún estudio médico importante o algo así. No lo puedo explicar. Hasta pareciera que esto me excita conforme pasan los minutos.

 

Por fin la he encontrado, alta, de cabello rubio, delgada-aunque no tanto-, ojos de color azul profundo, me imagina a aquella señorita que vi en el desayuno. Su figura es perfecta. No puedo pedir nada más. Ahora el golpe mortífero. Solo espero no herirla mucho, eso vendrá después. ¿Detrás la cabeza o  un golpe certero en el estomago? En el estomago estará bien, eso bastara para subirla y llevarla a donde podre hacerle lo que yo desee.

 

Hogar dulce hogar. No puedo pensar en otra cosa que no sea en ella, derramando su sangre sobre mi. Ha llegado la hora, después de soportar todo un día de nausea y horror al ver los rostros inmundos de desconocidas criaturas, por fin, encontré una Diosa, y corroborare su mortalidad.

 

Tendida en la mesa metálica. Tan viva, pero a la vez tan muerta. Ahora suplica por su vida, aunque hace un rato no la valoraba. Ahora me entiende y sabe que no es una obligación, es un hermoso regalo, el despertar cada día. Ahora todos los que la rodean podrán comprenderlo y poco a poco empezare a ver rostros de nuevo. Tanto lo deseo. Espero me entiendan, y por un momento reflexionen en que esto es por su bien. Ahora recuerdo un poco algo que leí acerca de un Superhombre, No tiene caso recordar ahora. Me dejare llevar por lo más hermoso que puedo tener en estos momentos. Mis pasiones. Gracias  una vez más por este día, creo que termino de lo mejor. Y ahora comenzaré.