Olvido selectivo

El olvido elige lo que se lleva, aquello que guardará para siempre en su casa y aquello que dejará salir o simplemente asomarse por las ventanas, nuestra memoria difícilmente es fiel ante aquello que nos ocupa, y a veces no permite que el olvido se lleve lo que dolor nos causa.

La mayor parte del tiempo el olvido parece involuntario, no decidimos qué dejarle y qué no, simplemente ocurre y a veces para que no haga de las suyas recurrimos a artilugios que esperamos detengan su paso, pero aún así el olvido sucede, la memoria cambia y el discurso sobre lo acontecido varía conforme se aleja de lo recordado, a fuerza de recordar también se olvida.

Tal pareciera que el camino natural del olvido no puede ser tocado por nada, no voluntariamente, sin embargo, el olvido puede ser invitado a llevarse las cosas que se supone de él se guardan, sólo es cuestión de rememorar y rememorar para que a fuerza de ser tocada la memoria se enrede entre sus propias palabras, incluso el temor a olvidar ciertas cosas nos lleva a no prestar atención a otras y a olvidarlas con la facilidad con la que se pierden las acciones que se suceden siempre.

El olvido puede ser invitado a la mesa, a fuerza de usar la memoria se presenta un banquete para el olvido. A fuerza de contar y recontar con distintas palabras lo que se supone no debiera jamás olvidarse se olvida lo que se hace en octubre, y por recordar octubre se deja a un lado la sangre de septiembre; además recontando lo de septiembre se retoca el humo pasado de junio, y atendiendo a junio se trastocan los otros meses llenos de dolor.

A veces el tiempo es tirano y a fuerza de recuerdos de cosas terribles nos hace olvidar otras tantas cosas peores, otras que nos amenazan y que nos invitan a bajar la mirada ante el peligro que nos asecha.

El olvido elige lo que se lleva y a veces el que olvida elige lo que deja a fuerza de recordar o fingir que bien recuerda.

 

Maigo.

Primavera juvenil

La juventud cruza los diálogos platónicos. Gimnasios, festines, ágoras están plagados de conversaciones y mancebos. En ocasiones aparecen como soles del diálogo: toda la atención y acción gira en torno a ellos. Son interlocutores, objetos de fascinación, interés, atracción. Cármides deslumbra a los circuncidantes. Fedro ilumina a todo el que lo ve; quedan admirado por su belleza y aparente brillantez. Sócrates permanece afuera de su amada ciudad por dialogar con él. Su preferencia por los muchachitos atizó una de las acusaciones en contra suya. Para lectores contemporáneos dicha atracción fue una travesura o parafilia. Como todo gran genio, tiene excentricidades. Si los bigotes de Dalí fueron tallos de flor, Sócrates fue un viejito incontinente. O los personajes célebres en su contexto: Sócrates es el ejemplo de la pederastia cotidiana en la antigua Grecia.

El principio del Laberinto de la soledad ofrece una imagen hermosa: inclinado sobre el río, el adolescente mira el rostro deformado que aflora desde las profundidades y se convierte en conciencia interrogante. No se reconoce como lo que fue, no sabe lo que será; se transforma en problema y pregunta. Navega en la incertidumbre, en una tempestad, pero finalmente ha partido de la ribera. Es un joven que se cuestiona e intenta descubrirse. La condición erótica no garantiza futuros ciertos. La adolescencia es la coyuntura para esta navegación, aunque no es exclusiva. Tampoco las edades son condiciones necesarias; sería absurdo pensarlo. Alguna vez supe de un maestro de ochenta y tantos años con un espíritu más erótico que todos las promesas de su salón. La jovialidad y libertad propia del eros juvenil refulgía entre los espectros.

Los jóvenes no sólo se distinguen de los mayores por las arrugas o su coqueteo con la hiperactividad. Se caracterizan por su libertad e incertidumbre. Usualmente trazan distancia con su familia y tratan de pertenecer a un grupo (un sinfín de intentos de psicólogo se engolosinan con esta idea). Muchos llegan a preguntarse quién son y buscan su identidad. Tratar de pertenecer es otra expresión de esa búsqueda. Pueden reinventarse en actitudes, costumbres, ideas. Para el hombre nada está escrito; en la juventud esta verdad brilla con más esplendor. Hay mayor posibilidad de que los adultos se aferren a sus costumbres e ideas. La ortodoxia aprisiona su porvenir. Las ideas, arraigadas en la médula, anidan hasta trastornarse en prejuicios. El corto plazo conforma su horizonte y la rutina adormece su espíritu (en vez de provocarlo). Más desprendidos, arrojados, los jóvenes tienen oportunidad para descubrirse. Edad idónea para la introspección. Sin embargo demasiada búsqueda puede desembocar en una rebeldía necia o en dispersión fangosa.

El espíritu juvenil subyació en los movimientos estudiantiles de 1968. Diferentes países, diferentes contextos, similitudes en los protagonistas. Octavio Paz tiene un comentario muy atinado en cuanto al movimiento mexicano: fue más parecido al de Europa Oriental contra el comunismo. Lejos del afán incendiario de la protesta francesa, los estudiantes mexicanos confrontaron a la estructura estéril de la burocracia. O en ojos de Paz: intentaron revitalizar un sistema con esclerosis. La apertura democrática parecía un sueño realizable. Cada indignación, cada protesta, la marcha del silencio, inquietudes externadas por sectores inconformes de la sociedad, como los ferrocarrileros, hacían creerlo. Sin embargo acaeció la represión. El manotazo del Partido Oficial no destruyó solamente la organización civil o la libertad de expresión. Aplastó el intento por erotizar la vida pública. Como predijo González de Alba: Tlatelolco ya se olvidó (sería imprudente como ofensivo confundirlo con la matanza de las Vegas o la masacre de Allende). Hasta la señal de victoria ya nos la arrebató Fox.

 

Aquellos tiempos

Remember how we laughed away the hours
And dreamed of all the great things we would do

Mary  Hopkin

Dicen que el pasado es como el vino: se saborea mejor con el paso de los años. Quizá en su momento no sepamos apreciar lo que nos sucede, pero a la luz de los años lo consideramos con mayor claridad. En ocasiones sonreímos con añoranza al ver ese brillante tesoro que puede ser el pasado. A veces el contraste con el presente moribundo nos pone nostálgicos al sentir que nunca apreciamos aquél en su justa medida. Por otro lado, el paso del tiempo también permite condenar las calamidades y tener razones para ello. En este caso o agradecemos no encontrarnos en aquel entonces o tratamos de hallar razones para la condena. Esta última siempre requiere de un ejercicio de memoria; recordar qué sucedió, cómo y por qué aconteció. Luchando por no ser sobrecogidos por la calamidad, quien reflexiona busca encontrar algún sentido a su pasado.

Los días y los años del escritor Luis González de Alba es un intento por lo anterior. Haciendo frente a la atrocidad perpetrada en Tlatelolco, la obra es una rememoración de los acontecimientos previos a esa tarde fatídica. Sabemos y leemos que el mismo González de Alba gestó y escribió el libro en prisión. Alejado de una consideración usual, Los días y los años no es solamente un testimonio del verano y otoño de 1968. Creerlo así sería que la crónica presentara el episodio desollado, incluso con fines morbosos. Además de relatarnos las juntas y decisiones previas a la matanza, el relato se alterna con miradas a las conversaciones sostenidas entre el autor y sus compañeros en Lecumberri (frecuentemente sostenidas con sus amigos). Observamos que ni las murallas de los intereses individuales ni las de Lecumberri propiciaron que algunos dejaran de reunirse en torno a una mesa. A este cruce de historias, se añade por momentos ensoñaciones del mismo González de Alba. Tales ensoñaciones aparecen y se esfuman, vuelven y huyen, se encienden y oscurecen. Con cada suspiro lanzado por aquel entonces ya sucedido —o jamás ocurrido— su imaginación pervive en la reclusión y desaliento. No toda reordenación del pasado obedece a una reconstrucción de los hechos.

Revisitar el pasado no es igual a reproducirlo. Adherido a la historia nacional, nos acordamos casi inconscientes del año 68. Reproducimos la historia a la inversa y el episodio queda inscrito en la línea del tiempo. Fui educado que en el año mencionado ocurrió algo vergonzoso y hórrido, aunque tal vergüenza y horror no pudiera sentirlas. Consideraba el año marcado por la represión, aunque no comprendiera qué fue lo que se reprimió. Así como yo, para muchos otros el año 68 se volvió una etapa más. A veces con dolor, a veces con nostalgia, contemplamos la cicatriz sin querer recordar por qué está ahí. Junto con ello olvidamos que es una marca de una herida jamás curada o concluida.

Interrumpido o fallido, el movimiento del 68 ha quedado vacuo. Las desmemoria es tanta que el movimiento sirve como bandera proselitista o legitimación de grupos apolíticos. Si los registros históricos y la visión edulcorante han contribuido a ello, leer Los días y los años ayuda a realmente lamentarnos y sentir la alegría por ese pasado. Detrás de nosotros está la rosa marchita, la cual quizá nunca volverá a ser lo que fue, pero eso no le quita su belleza aneja. Constantemente Luis González de Alba se quejó de que los protestantes jamás entendieron el significado del 02 de Octubre. La juventud poco ha entendido lo que sucedió en aquellos días: el intento de los jóvenes por hacer política y un trabajo común. Los jóvenes nos hemos vuelto rancios; dejamos que Psiquis desistiera de perseguir a Amor.

Moscas. Sorpresa ha causado el asesinato del juez local, Vicente Antonio Bermúdez. No sólo es inaudito por ser un crimen, sino por que este juez ha presidido juicios de sonados personajes del narco. Asimismo el crimen da para pensar qué tan confiable es hacer justicia en México.

II. En la semana provocó revuelo la abstención de Andrés Romer en la UNESCO. Más importante que Roemer es la disputa no cultural detrás entre Israel y Palestina, la cual es detallada por Meschoulam.

III. Controvertida ha sido la propuesta de otorgar la Medalla Belisario Domínguez a Gonzalo Rivas. La controversia incluso llegó a las pantallas mexicanos en Despierta con Loret de Mola. ¿El heroísmo es un concepto propio de la burguesía o del sistema?

Hablando del Olvido V. Olvido Histórico

2 de octubre no se olvida

Hoy es el día del olvido, nos reunimos a olvidar y a reconstruir anécdotas que hace mucho dejaron de serlo, pues lo que fue anécdota, ahora forma parte del imaginario colectivo que sale a las calles gritando que el día de hoy no se olvida, y olvidando lo que se supone no se debe olvidar.

He de aclarar que no estoy negando hechos que desconozco, es imposible que niegue lo que no puedo demostrar que fue o no fue, pero sí estoy poniendo en duda que la mejor manera para recordar lo que se supone debemos recordar es la empleada por todos aquellos que salen a las plazas para hacer lo que no se hacía cuando ocurrió lo que se supone no se debe olvidar, o que por el contrario la mejor manera de recordar sea procurando reconstruir lo que se hacía cuando algo importante pasó.

Cuando se pretende rescatar del olvido algún suceso, éste es considerado en primera instancia como algo importante, pero negado por aquellos que se encuentran en el poder, o importante pero enterrado en las arenas del olvido gracias a las ventiscas de vida cotidiana que hacen que los días se sucedan uno a uno sin que estos efectivamente sean significativos para quien los vive.

Pretender sacar de las arenas del olvido aquello que éstas ya han devorado, exige tesón de quienes buscan iniciar tal empresa, pues un pequeño error en el intento por desenterrar el pasado puede traer consigo grandes errores en el momento de recordarlo, ya que se puede dejar de lado lo importante por lo fatuo.

Pero esto supone que hay algo importante que debe ser recordado, es decir, supone que el examen de la historia es algo que puede dotar de sentido la vida de quien la examina, y que ésta no sólo es un cúmulo de fechas inconexas que es mejor no aprender porque nada dicen a quien las memoriza. Este supuesto debe ser examinado, en especial cuando estamos tan cercanos a la idea de que la historia ya se ha terminado y que la mejor manera de progresar es permitiendo que el desierto del olvido crezca día a día.

Así pues, antes de decir que una fecha en específico no se olvida porque en ella ocurrió algo importante, es necesario ver por qué es importante el estudio de lo ocurrido en fechas anteriores a cuando los ojos del estudiante vieron la luz del sol por primera vez, es decir debemos examinar lo que se entiende por historia.

Hay muchas maneras de entender lo que es historia, y lo que une a esas diversas maneras son el pasado y la memoria del mismo, no importa si lo que se busca en esa memoria sea el orden que gobierna al mundo de los hombres, la posibilidad de la comprensión de la ley que trae consigo la salvación del alma, el carácter progresivo del ser humano como aquel ente que modifica más que ninguno su entorno o la posibilidad de aprender para no cometer errores que traen consigo los horrores más grandes que puede realizar el ser humano; sea cual sea el modo de pensar a la historia, ésta siempre se remonta a lo memorable y nos pone a la vista al hombre como ser memorioso.

Pero ese ser memorioso, rememora de distintas maneras, a veces con fiestas que le hacen olvidar todo y le permiten salir del orden que regularmente tiene establecido, mismas que desde el punto de vista de quien no se pierde en el olvido de sí que trae consigo la fiesta, sólo son vistas como desordenes que deben evitarse a toda costa, es decir, como actos de mal gusto; en otras ocasiones se rememora de maneras más solemnes, y más que un olvido se sí, lo que acontece con el ser que recuerda es que éste es capaz de ver el sitio que le corresponde en la vida, que bien puede ser un sitio por mucho inferior al que le corresponde ocupar a los dioses o a los héroes, pensados estos como aquellos seres que algo tienen de divino y que deben destacar entre los hombres debido a su naturaleza.

Quizá esta segunda manera de recordar sea la más apropiada para ver en el recuerdo histórico algo que dote de sentido a la vida de quien recuerda y no sólo la posibilidad de hacer lo que no se hace todos los días, como salir a las plazas públicas a gritar que el 2 de octubre no se olvida, o que México es una nación libre e independiente, o aprovechar que no hay que ir al trabajo cuando se supone que hay que acudir al templo. Pero esta manera de recordar nuevamente depende de cierta manera de pensar a la historia, en la cual el sentido progresivo de la misma no entra con facilidad, pues para el progreso no importa tanto de dónde viene el caminante, sino hacia dónde va.

Por lo pronto la única manera de pensar que la memoria histórica tiene algún sentido, es considerando que ésta es efectivamente importante, y que mediante ésta nos es posible ver algo que sobre el hombre no se aprecia en otras maneras de pensarlo. Aceptando esto la pregunta por la mejor manera en que se debe recordar algún suceso se mantiene latente, pues la fiesta desenfrenada trae con invitado al olvido y el orden ritual de otro tipo de festejo también oculta en su seno al olvido de lo que se pretende recordar. En la primera, el festejante deja todo de una manera descuidada, en la segunda el recordante puede verse ahogado por el peso del ritual, a tal grado que sí éste no se lleva a cabo de la manera correcta sea necesario empezarlo otra vez. El hecho es que en ambos casos el olvido se muestra y deja a quien festeja y recuerda a veces sonriente y a veces lloroso.

Maigo.