Absurdo y vida

Absurdo y vida

¿Cómo celebramos el absurdo? ¿Nulificando la vida y la realidad? En el país más kafkiano ninguna pregunta tiene sentido, porque la sustancia de donde emanan todas las cuestiones se va desvaneciendo poco a poco entre lágrimas, sollozos, carcajadas y aún hay quien mejor cierra los ojos o se envuelve en un caparazón; o desde el papel de víctima se nombra dios; o nos obligan a cerrar los ojos, o nos disuelven el alma. En fin, estamos enfermos de mentira. Por eso la humanidad es un fantasma molesto y extraño entre nosotros cucarachas que luchamos por sobrevivir, por adaptarnos: ¿o no es verdad que nos quedamos sentados frente a la puerta de la ley, pero no intentamos entrar porque nos lo han impedido? Y no hablo de romper el sistema capitalista burgués. Hablo de algo más metafórico: ser hombres. Evidentemente para esto tenemos que ubicarnos. ¿Quién soy?, ¿cuál es mi responsabilidad para con los otros? ¿Qué es ser hombre? No podemos responder inmediatamente a ninguna de estas cuestiones, pero si lo intentamos, poco a poco iremos tomando la justa distancia con que merecen ser tratadas las mentiras, y veremos pequeño aquello que ahora nos parece lo único. El guardián se hará diminuto, porque encontraremos que ley o justicia no es sinónimo de fuerza, pero para ello, este guardián o mesías también tiene que saberlo.

Frente al absurdo o la mentira sólo cabe la disposición socrática. Pensemos que el mejor de los hombres fue Sócrates, y que en todo sentido fue un caballero, es decir, un hombre de palabras justas y de actos irreprochables. Ya sé que me dirás, lector, que Sócrates fue ante todo un hombre molesto para sus conciudadanos. ¿Pero es que alguien nos ha dicho que el caballero es siempre con quien encontramos una grata compañía?, o ¿en qué condiciones se vuelve grata la compañía de un caballero? Los jóvenes que hablaban con él siempre terminaban aburridos o molestos. ¿Por qué su molestia? En general porque los cuestionaba, ponía a prueba su capacidad de razonar, de encontrar la verdad mediante este ejercicio llamado filosofar. ¿Por qué se aburrían? Porque no tenían el mordaz deseo de encontrar la verdad. Sócrates se hacía impertinente porque mostraba que los mejores en realidad no lo eran. Pero esto nos deja en el campo de la sofistica. ¿Sócrates era caballero porque tenía un poder argumentativo como ningún otro? No. Porque su intención no era vencer, sino educar y educarse, es decir, salvar de la mentira a sus amigos y en general a todos los atenienses.

Si el caballero se nos hace impertinente es porque atenta contra nuestra vanidad y contra nuestra realidad. Esto no quiere decir que el caballero sea un escéptico o un loco, quiere decir que ve que no vemos y se preocupa, pero tampoco cae en el extremo del hipocondriaco que ve enfermedades en todas partes, ya sean ideológicas o físicas. La compañía del caballero se vuelve grata cuando como él intentamos encontrar la verdad y la felicidad. Por eso ni en su muerte, que podríamos ver como otro guardián de la ley (pues se nos ha dicho que es infranqueable) Sócrates deja de contagiar su ánimo por reflexionar a fin de que vean sus amigos que este guardia no es temible.

También nosotros hemos intentado sobornar al guardián de la muerte. Pero ni con la muerte (narcotráfico) ni con el injusto (corruptos) nos hemos sentado a dialogar, aun creemos que si lo sobornamos y pactamos un silencio mortuorio podremos vivir en paz; también están los que quieren matar a la muerte o a quien se deje… México absurdo, donde las cucarachas no hablamos.

Javel

Terror

Si el paso de un cosmos cerrado a un mundo infinito exige renunciar a toda dirección y esperanza, el terror pascaliano sólo nos permite parpadear.

Maigoalida

Desaclimatado

Voy a intentar hacerles la plática de la única manera que conozco, no requiere mucho esfuerzo y creo que todos los que vivimos en la nueva Ciudad de México sabrán de lo que hablo. ¡Qué calor endemoniado hace! ¿No? Ya, lo dije, rompí el hielo, si esto fuera la parada del metrobús o la cola de las tortillas, no faltaría una señora quejumbrosa diciéndome que sí, que esto es terrible, que el frío uno se lo tapa pero con el calor uno no puede hacer más que desnudarse y eso no ayuda en nada, que si seguimos así vamos a terminar muertos de deshidratación. Añadirá que este es el año más caluroso, más que el pasado que fue el más caluroso y más que el otro anterior que fue el más caluroso, lo dirá, claro, sin darse cuenta de que el más caluroso solamente puede ser uno y que los años (espero) están muy lejos de acabarse. Pero no estamos en ningún lugar semejante al ágora, no hay interacción humana sobre lo inmediato, sobre lo obvio o sobre lo necesario aquí donde estamos reunidos el día de hoy. Sin embargo el clima puede seguir siendo tema de conversación, un tema tan recurrido que me ha sorprendido en más de una ocasión.

¿Quién chingados quiere hablar sobre el clima? No faltarán los listillos con sus sarcasmos finos diciendo “si no me dices no me doy cuenta” cuando escuchan a alguna persona iniciar la charla que todos podemos charlar. Sin embargo, lo que me gustaría decirles y que no se dan cuenta, es que ellos ya caerán en la necesidad de recurrir al clima para iniciar una conversación, porque de ella nadie escapa. ¿Qué tiene el clima que nos hace hablar de él? Claro, ni ustedes ni yo somos meteorólogos (creo), ni la señora chismosa del metrobús que anda peregrinando por la vida hablando de cuánto calor o frío hace, o hizo, porque si el tiempo está templado podemos recurrir siempre al pasado, ya no tanto al futuro, ese nos está prohibido. En fin, la primera idea que se me ocurre acerca del poder lógico del clima es que es una experiencia compartida (dah!) es decir, todos podemos hablar sobre él porque todos lo sentimos igual (¿o no?), sin embargo, intentemos hacerle la misma charla a la misma señora del Metrobús sobre cualquier cosa (que no sea el clima) de la que tengamos común experiencia y vean cómo no tiene efecto alguno.

Yo lo hice, mientras esperaba el metrobús le dije a la mujer de al lado “mi playera es roja” me vio extrañada, me ignoró y caminó unos pasos con la intención de alejarse de mí. Apuesto dos chelines a que si mi línea de presentación hubiera sido “¡ay, qué calor hace!” hubiera recibido al menos un indiferente “ajá”. Ésta observación me ha llevado al siguiente punto de mi disertación, hablamos del clima no porque estemos sumergidos en esta experiencia comunitaria, sí, eso tiene que ver pero no es la causa principal. Se me ocurre, entonces, que otra causa podría ser que simplemente nos gusta quejarnos o hablar con la gente. Luego entonces me propuse a demostrar esta teoría, le dije a la mujer que tenía al lado (una distinta en la misma eterna espera del metrobús), ¡Ay, cómo me duele el ojo! Malamente pensé que con la extrañeza de la situación lograría arrancarle un poco de su atención o se compadecería de mi situación lo suficiente como para pobretearme. Nuevamente fallé, me ignoró vilmente y yo desistí en presionarla, después de todo tenía otro as bajo la manga.

Dirigí la mirada a otra mujer (una tercera), en esta ocasión busqué una que cupiera en la nueva categoría de adultos mayores, ellos siempre están ansiosos por atención y por entablar la charla, además, están gustosos de quejarse de todo, así que mi siguiente movimiento no podía fallar. La miré a los ojos y le dije, ¿qué a usted no le duele la cabeza cuando se engenta? La señora me miró, me regaló una sonrisa nerviosa y me escupió con toda la sequedad del mundo un frío “sí”. No insistí y ella aparto su vista de mí y no volvió a mirarme en el corto tiempo que pasé en ese lugar. Sucedió que las mujeres (cosa rara) no estaban dispuestas a entablar una charla sin sentido para pasar el rato con un apuesto desconocido (o sea yo, jijiji).

Seguí pensando acerca del clima, si era entonces la necesidad que compartíamos la que nos obligaba a hablar sobre él, la que llevaba a las personas a entablar una conversación sin mucho sentido pero que mediante fórmulas podía llevarse a flote por más de diez minutos. Pensé si en otros tiempos hubiera sido tema de conversación, si los antiguos egipcios hubieran llegado a decirse entre ellos “ay qué calor hace, hace más que ayer” o si los griegos hablaran sobre lo fría que dejó la madrugada la lluvia de la noche anterior si llegarían a decir algo semejante a: “ésta sí refrescó, no como la de la semana pasada que solo levantó más el calor”. De la misma manera los judíos o los musulmanes o los chinos o los vikingos, todos ellos vivieron el clima al igual que nosotros, y seguramente tuvieron también el año más caluroso cada año durante abril o mayo. Me pregunté por ellos por la sencilla razón de que el clima en la mayoría de las culturas antiguas, tenía una deidad encargada de su control, el clima y su necesidad tenían un responsable al que supongo, se le podía sobornar por medio de ofrendas de vírgenes enfloradas.

No sé, se me ocurrió que hablar tanto del clima en la actualidad estaba relacionado con el hecho de que el calor infernal que estamos padeciendo hoy en día ya no tiene un capitán que lo conduzca, ahora está vacío, es una nave a la deriva que carece de orden, de deidad que nos haga el favor de controlar lo que nosotros no podemos. Se me ocurrió, pues, seguir con el experimento, voltearía con otra chunda y le comenzaría una conversación bajo la vieja fórmula infalible de “ay, cuánto calor hace”, seguramente picaría el anzuelo. El paso siguiente de mi malévolo plan era buscar el modo de dirigir la charla esperando que éste me permitiera indagar si a la mujer le parecería más llevadero el clima si creyera que hay un modo de controlarlo o si creyera que no es un capricho azaroso de la ciega mamá Naturaleza y que un ser divino está manejándola desde el plano supraterrestre, o si tendría ganas de platicar acerca del clima si hubiera una institución gubernamental encargada de su control. No escucho a nadie en el metrobús diciendo “ay, cómo llega re bien la energía eléctrica a mi casa”, sospecho que sería lo mismo con el clima. Para llegar a tal punto de conversación tenía que evadir con astucia todas las fórmulas ya más que gastadas que todos nos sabemos y empleamos a la hora de hablar del clima. Para llegar a ese punto, también debí (aquí fue donde fracasó mi experimento) evadir al policía de la estación del metrobús que muy amablemente me pidió que me retirara de esa entrada porque era una reservada únicamente para mujeres y discapacitados. Me dijo que estaba incomodando a las damas y que justamente por personas como yo es que había un espacio reservado para las indefensas féminas. Me escoltó con el placer que da el poder al que lo ejerce a la otra entrada del metrobús y no se movió de ahí hasta que lo abordé. En fin, es una pena que estas absurdas obligaciones ciudadanas se hayan interpuesto en mi intento de hacer ciencia del clima.

Al Ciego

A ver si no lo hago mal, nada me causaría más conflicto que caer en eso que temo. Tuve toda esta semana una extraña inquietud, o suerte, no sé cuál de las dos sea la fuerza predominante en la causa de mi hacer; de encontrarme con notas de cosas descubiertas enterradas en el pasado. Una de ellas era una isla en el mediterráneo, que al ver la noticia me imaginé inmediatamente que sería la Atlántida. No sé por qué me emociona la idea de que algún día se descubra, aunque, como bien ha sido redirigida mi emoción a lo largo de esta semana, estaría mucho más padre que encontraran el Margites o algún diálogo de Aristóteles. La segunda fue una vasija llena de semillas de una fruta que ya no existía (o algo así entendí en el artículo) desde hace trescientos (¿o eran tres mil?) años o más. Como sea, el punto es que los que encontraron este asunto, les dio por sembrar las semillas para ver si daban fruto y salió algo así como la mezcla perfecta de una calabaza (de esas amarillas de Halloween) y una berenjena gigante. En fin una cosa me llevó a la otra y sin darme cuenta estaba yo buscando referencias literarias sobre Plutón. Buscaba si había alguna historia donde él se enfrentara a alguna titán, o tuviera algún tipo de aventura con chicas. Una cosa que llama mi atención al respecto, es que Plutón, es hombre, a diferencia de nuestra Muerte que es mujer (hasta donde yo la entiendo). ¿Cuál es la relación entre la isla, la calabaza y las historias de Plutón? La tierra, durante la misma semana me preguntaba cuántas cosas podrían estar enterradas dentro de las capas que subyacen a nuestro tan familiar suelo. Ya sea porque algún avaricioso hombre las puso ahí, como porque el polvo fue cubriendo cosas olvidadas que quedaron inmóviles con el tiempo en un solo lugar.

Tal vez fuese la famosa Luna llena en Géminis que está por llegar y traerá consigo un montón de cambios en la vida de todos los hombres según lo han vaticinado los astrólogos desde hace ya un par de años, tal vez sea el quehacer cotidiano que exige un ligero cambio, una gota de esperanza para diluir su insipidez. Y es que uno pasa la vida esperando a que algo pase. Sale todos los días a trabajar, se ocupa en hacer lo que sea que puede hacer y siempre está esperando que suceda eso, algo que lo arranque de la monotonía, algo que le dé sentido a lo que está haciendo. Porque juntar dinero no es suficiente, porque encontentar a la novia es imposible. Leía por ahí, también (casi siempre que digo por ahí quiero decir Reddit, otras Medium), una de esas frases motivacionales, que hablaba acerca de que el hombre debe “construir” que hay unos que construyen su cuerpo, otros su intelecto, otros una obra de arte, otros su riqueza, otros su virtud. Decía también que el hombre está hecho para construir, pero que hay quien no lo hace y se dedica a otras actividades como beber, jugar, sexar, vagar. Y esto de construir, no me termina de convencer. Se entiende que uno construyera su casita para defenderse de la impía madre Naturaleza, sí, y en ese sentido se extiende la cualidad de positiva del quehacer constructor, hasta llevarlo a esos extremos absurdos de la psicología. No me convence del todo porque ahí estaba Ozymandias, que seguro se dedicó a construir un imperio bien chingón. ¿Qué quiero decir con esto? Pues no mucho, que no hay mucho motivo para construir algo en este mundo. Seamos sinceros, queridos lectores, ¿quién de nosotros podría construir aunque sea una breve y débil línea que nos libere de la Muerte? Una que se pueda sostener, que le resista aunque sea un estornudo. Esta es una pregunta seria, no como la del paisa ese, Camus, creo que se llama así, que nomás se hace pendejo en su discurrir. Le faltaron huevos para decir “sí, suicídense todos” ¿Qué tiene de malo? la vida es absurda, allá tú si me crees o no. ¿Por qué esa tendencia absurda de justificar la vida absurda diciendo absurdo cada que puede hasta que la palabra resulta..? ¿Por qué tener el mal gusto de pensar a Sísifo feliz en su tragedia? Si Sísifo pudiera morir, ya se hubiera cortado las arterias con sus propios dientes hace muchísimo tiempo.

Suena mucho la idea terrible (para algunos) de que vivimos el día a día en automático, y como mencionaba con anterioridad, uno pasa su vida esperando que suceda alto mágico que cambie todo aunque no sepa bien qué cosa. Incluso hay un par de esas frases profundas que dicen que la vida es lo que pasa mientras esperas a que algo mágico pase. Yo les preguntaría, ¿qué cosa es eso que esperan que pase? (tengo una propuesta a esta pregunta retórica, no crean que no) ¿Que ganen la lotería, que encuentren el amor verdadero, que les suban el sueldo seis veces en un año, que abran el nuevo Palacio de Hierro en Polanco para ir a conocerlo? ¿Ir a treparnos al metro para sacarnos una selfie y ponerla en Facebook? ¿No es nada de esto? ¿No sabemos qué esperamos, será porque no lo vemos? Bien, el problema no es que no sepamos lo que queremos, el problema es que no hay más allá. La vida cotidiana, la cansada y tediosa vida de los Godínez, la humilde vida de los vagabundos, la denigrante vida de las prostitutas es todo lo que hay. Sencillo, no hay más, no sucede nada más simplemente porque no lo hay. El desprecio al tedio, el desprecio a la monotonía viene de la promesa de algo que nunca va a llegar. ¿Por qué digo esto? Pues porque todo el quehacer del hombre, el actual quehacer del hombre civilizado, viene de un invento del mismo hombre, pero menos civilizado, y si seguimos reduciéndonos la civilización, llegaremos al punto donde la vida salvaje del hombre, era mucho peor, no llena de tedio, al contrario, llena de terror, llena de lucha por (al contrario de lo que sucede ahora) que no llegue lo que esperamos con tanta ansia día a día. Sí, señores, hablo de la Muerte. Lo que esperamos que suceda para cambiar nuestra vida, para que termine este terrible absurdo es precisamente la Muerte, la propia, no la del vecino, no la de nuestros padres, amigos, parientes, amores. No, esa nos va a marcar, pero no le va a quitar el sinsabor a la vida que ya pesa desde los quince años, más incluso que la loza de nuestro héroe trágico mejicano llamado Pípila. ¿De dónde saco esta idea? ¿Por qué me atrevo a hacer una afirmación de este calibre? No puedo explicarlo bien, no me alcanza la inteligencia y temo que el dios se enfade conmigo, solo puedo decir que confío más en la sabiduría antigua y que éstos relacionaban a Plutón con dos cosas: la riqueza y la invisibilidad. La tierra está lleno de riquezas con una potencia infinita, eso lo sabemos todos los hombres aunque no la veamos, tal vez por eso ansiamos día a día ir a conocerlas.