Sobre el miedo

El miedo es una pasión tan misteriosa que solemos tenerle miedo a lo inexistente. Que temamos lo inexistente no quiere decir que seamos irracionales en cuanto a nuestros temores, pues precisamente podemos temer lo posible. En un ambiente violento, pese a que no veamos una sola arma, sabemos que no es difícil ser víctimas de una bala a cualquier hora del día en cualquier lugar, aunque sepamos que quizás en las calles que transitamos constantemente nunca haya habido una balacera. De manera semejante, podemos temer un posible regaño o una reprimenda en caso de ser conscientes que algo mal hemos hecho; le tememos a lo que nuestra consciencia pueda mostrarnos. ¿A qué le tememos más, al daño físico o al moral?

El miedo puede impedirnos actuar, dejándonos estáticos ante una situación complicada o de peligro; el temor paraliza nuestra capacidad para reflexionar. Pero el sentirnos en peligro puede llevarnos a utilizar nuestras capacidades de la mejor manera posible para salir de dicha situación. La supervivencia en los ambientes más inhóspitos nos permite descubrir los límites de nuestras capacidades.

¿Pero qué es lo que nos hace temer?, ¿será acaso el dolor o el no saber ante qué situaciones nos enfrentaremos? Es decir, ¿tememos no poder controlar todo a nuestro alrededor, pues creemos que un completo control nos garantiza plena seguridad y completo placer?, ¿cómo se vive mejor, entender que no todo puede ser controlado o buscando dominar a la fortuna?

Quizá podamos dominar el miedo si entendemos qué es lo que lo causa, pero eso no quiere decir que ante situaciones que no entendamos o que no hayamos previsto, desaparezca de nosotros el miedo en su totalidad. Por más que intentemos tener el control de todo lo que está a nuestro alrededor, siempre habrá situaciones que no se hayan contemplado o que no podamos controlar. Tampoco se trata de dejarse llevar por la corriente de la historia hasta que destruya o construya dado que no podemos influir ni un ápice. Parece que, si queremos vivir bien, debemos pensar qué podemos controlar y qué está fuera de nuestro alcance. No podemos temer a todo ni creer que nada nos pondrá en peligro.

Ocio desechable

La experiencia de la escritura es una de las más complejas, desagradecidas, gratificantes y necesarias. ¿Cuántos no hemos rayado o eliminado una frase porque no quedaba, siquiera, adecuada?, ¿cuántos no hemos querido tener mayor cantidad de tiempo para acabar el texto perfecto con las líneas más bellas? Pero una frase perfecta no sólo surge de armarla, desarmarla y rearmarla, hace falta precisar qué se quiere escribir.

Tener y mantener claro el punto final, la última parada de lo que se quiere decir, ayuda a pensar palabras, parir metáforas, rasgar en los recuerdos, encontrar los auxilios que permitan redondear el escrito mejor formado, como una esfera navideña sin imperfecciones. No saber lo que se quiere escribir, carecer de la mínima idea, nos dejará en una sala de estar, esperando ser atendidos por el terapeuta pluma o el doctor teclado. Malgastar el tiempo de la escritura es tan perjudicial al ánimo como perder todo un día en una institución pública para realizar un trámite que, si el gobierno quisiera, podría realizarse en unos cuantos minutos desde el hogar; uno queda hastiado, malgastado por el aburrimiento de las malas ideas. Malgastar el tiempo es una labor fácil.

Bien lo decía el guía de todos los ensayistas: “El alma carente de un objetivo fijo se extravía”. Tanto en la escritura como en cualquier actividad, la falta de un objetivo nos hace prisioneros de la caprichosa fortuna, que lo mismo quiere regatearnos una bella flor que nos arroja un explosivo susto. La falta de objetivo nos empuja a caminar sin que queramos ver. Un alma errante con tiempo libre es una bomba. El alma que quiere ser libre piensa cómo obtener los medios que le permitan realizar bien sus mejores objetivos. El ocio puede hacer que choquemos o puede darnos la posibilidad de actuar. El ocio pierde o conduce.

Teniendo claro lo que se quiere escribir, cuento, ensayo, comentario, poema, etc., así como los temas que se quieren desarrollar, las escenas que se busca reconstruir, los sentimientos que se busca manifestar, hay que pensar en cómo se pueden escribir mejor. Sirve, para algunos soldados de la pluma, escribir mucho, docenas de versiones de lo que se proponen escribir; otros son más de estrategias, pues escriben poco, pero tachan mucho; escribir en ayuna literaria le ha dado resultado a varios escritores, pero a otros les funciona mejor el leer algo, sea contrario a lo que se propongan hacer o semejante a sus objetivos; las charlas con personas inteligentes le estimulan la pluma a algunos y otros creen que es preferible ver y escuchar a cualquier persona en el transporte público; inclusive en alguna ocasión conocí a unos cuentistas que me contaron lo que hacía un novelista, quien actuaba los fines de semana en diversas obras de teatro: escribía a primera hora del día, sin saber la hora, sin leer ni una sola palabra, con el entendimiento envuelto en la resaca del sueño, y al terminar su escena o capítulo, apenas revisados los aspectos ortográficos, hacía un poco de ejercicio, bebía agua, se bañaba, se vestía y engominaba, desayunaba e iba a beber café a un lugar que distaba cinco calles de su casa; una vez visto por la gente regresaba y reescribía la misma escena o capítulo que había hecho recién comenzado su día. Si bien no hay una receta para cocinar los más sabrosos textos, el escritor debe conocerse para tener en claro sus aptitudes y objetivos; a veces el soltar la pluma le precisa sus objetivos, le permite autoconocerse y le indica qué lo vuelve feliz.

Yaddir

Malestar

El llanto se apodera de mis ojos, la voz se atora en mi garganta, mis dedos tiemblan de impotencia ante los cambios, que son tantos como para con la escritura y el discurso fijarlos en mi mente que se revuelve y confunde sin encontrar esperanza.

Cualquiera diría que sólo se trata de un resfriado, pero en realidad es malestar. Malestar con el estado de las cosas y conmigo misma por no hacer más que quejarme de mis malestares.

 

Maigo.

Detras de la acción

Los adjetivos son la forma más rápida y sencilla de reducir una acción; tan rápidos como un golpe, vemos la ruina de las personas y nos atrevemos a calificarla de lamentable o merecida, según sea nuestra idea de la situación. Problemático en extremo es hacerse una idea de la situación, pues ¿dicha idea depende de lo que vemos o de lo que nos parezcan ser las personas que actúan? Mucho más difícil es evaluar una situación si le afecta directamente a un amigo. Pero todavía un punto mucho más difícil, aquello que parece divisarse y está cubierto por nubes, como la cima de una montaña, es saber dónde comienza y dónde termina una acción. Pondré un ejemplo que quizá ayude a vislumbrar lo recientemente dicho.

Un conocido se había reunido con una serie de colegas para celebrar el día más patrio del año en México. Sus colegas tienen enemigos del otro lado de la calle. Los dos grupos se lanzan invectivas constantemente y de vez en cuando organizan bailes de golpes. Los conflictos no pasaban de ahí. A mi conocido se le ocurrió ese día ser parte de aquellos que lanzan frases de amenaza. A los agredidos, el intruso nunca les había sido agradable del todo. Los del bando enemigo a mi conocido, no se sabe si por no haberlo invitado al pleito o porque por fin tenían un pretexto para atacarlo, comenzaron a perseguirlo únicamente a él hasta hacerlo entrar en su casa. Inmediatamente la multitud enardecida comenzó a patear el zaguán de la persona que conozco y lograron conquistar su casa. Pero, cual no sería su terrible sorpresa cuando vieron al padre de mi conocido y dueño de la casa defender a su hijo, y su casa, con algo así como un picahielos. Como todos podrán imaginar, la legión de jóvenes hambrientos de pleito terminaron con el mismo cuando uno de su manada fue picado con el objeto punzocortante por el defensor de su hogar.

¿Dónde comenzó la acción?, ¿en el afán de mi conocido por agredir a los otros jóvenes, enemigos de sus amigos?, ¿los agredió porque se sintió protegido por sus colegas?, ¿quería tan sólo divertirse y nunca pensó que unas cuantas palabras terminaran en sangre? O ¿comenzó con la defensa radical del padre de mi conocido a su casa y a su hijo?, ¿le pareció justo sacar un picahielos y sólo quería intimidar a aquellos que habían entrado sin su permiso, o el de alguien de su familia, a su casa?, ¿podríamos decir que todo comenzó con haberle dado permiso a su hijo de salir con sus amigos a una reunión? Exagerándole un poco más, ¿comenzó con descuidar las amistades de su hijo? Inclusive podría decir que la acción empezó o se propició por la forma en la que educó a su hijo, pero como no tengo mucha información al respecto, mejor no me refiero a ello. Creo que el ejemplo muestra que toda acción siempre se da en un gran contexto. Antes de concluir, queda por decir que tras la lesión al joven camorrista por parte del padre de mi conocido, éste fue llevado a su Delegación y absuelto, pues la legión había incurrido en diversos delitos; cada quien se fue con su golpe. Para calificar una acción hay que intentar pensar todo el contexto que nos sea posible. ¿Aún le quedarán más secuelas a la pendencia?

Yaddir

La permanente finalidad

Nuestras relaciones cotidianas se caracterizan por desenvolverse dentro de la rutina, por circular en la esfera del trabajo, la familia, los amigos y el descanso. Quizá sea por eso que las escenas no previstas, aquellas que no pudimos escribir en nuestro guion, nos causan sorpresa y las enviamos al ámbito del destino. Volviéndolas a revisar podemos darles alguna posible, aproximada, explicación. Pero no es fácil explicar lo atípico, resulta de lo más complejo, pues diversos motivos pueden incidir en una acción; o la finalidad de una acción, el motivo principal para realizarla, puede llevarse a cabo de diversos medios, es decir, la finalidad puede ser una, pero se puede realizar de diversas maneras.

Mientras los vientos de los tiempos cambian, el hombre insiste, persiste, en las mismas finalidades. Pese a que también persista en los medios, esto sólo es aparente, pues siempre tiene alguna finalidad al actuar, aunque no quiera verlo así. La principal finalidad del hombre está en vivir bien; sus medios nunca son los mejores para lograrlo. Como no se puede actuar sin relacionarse con los demás, en algún sentido el hombre siempre quiere destacarse en su acción. Pero si los medios de la acción son, por así decirlo, viciosos o reprobables, sólo se destacará con unos cuantos. La finalidad no sólo se mide por la efectividad de la acción, sino también por el modo como incide en los demás; pese a no ser efectiva una acción realizada con los mejores medios y con la mejor finalidad, el virtuoso se verá beneficiado por tal acto (como nos cuenta Montaigne que los guardias de Dionisio el Viejo, un tirano, se vieron maravillados por el valor de Pitón ante el castigo impuesto por el mencionado tirano; tan maravillados que pensaron en amotinarse). Los medios de una acción no se agotan en una única finalidad.

La comprensión de una acción involucra a más de una persona, pues se da dentro de un contexto amplio, complejo de definir. Las acciones que más nos maravillan son las más atípicas no porque sean las más originales, producto de una personalidad especial, sino porque son aquellas de las cuales más podemos aprender. Lo mejor sería que nos maravillasen las mejores acciones, pese a que el contexto en el cual las observemos les sea adverso, y aunque sean las más difíciles de reconocer. Cualquier villano se maravilla con las más astutas trampas.

Yaddir

Flor amarga y luz escondida

Flor amarga y luz escondida

Hay sonrisas que nacen amargas

como el sol cuando sale y nada alumbra

por la espesura de la neblina encubridora.

Tras la obscuridad hay sol,

pero en estas sonrisas que nacen amargas

se mezclan el cáliz de dulzura

con la copa amarga que trae la añoranza.

Incluso el beso ofrecido con párvulos labios

sabe a hiel, mejor dicho, salino,

como si se besara la piel muerta de la nostalgia

que ya empieza a crecer en nuestro pecho,

y que abriéndose como flor entre la yerba,

va maltratando nuestros nervios con sus pétalos fragantes

de un adiós no pronunciado pero floreciente,

la verdad de nuestra separación sólo así duele,

sólo cuando no sabemos qué nos hiere.

 

Y en nuestros labios humeantes de ilusiones

que no serán jamás, las etéreas caricias de un suspiro

dibujan lo que es la sombra de una sonrisa que nace amarga

como el sol que no alumbra en las chimeneas de los imaginarios

labradores, que dicen ocuparse de la tierra

mientras van llorando por todas partes, haciendo fangosa,

peligrosa e inútil la palabra firme y abundante de la madre tierra.

Javel 

Reflexiones acerca del poder

Reflexiones acerca del poder

Recuerdo que en alguna ocasión la lección fue sobre cómo nos referimos a la acción. El maestro nos mostró que “amable” no sólo es una persona con buena disposición civil hacía otro, sino que es alguien a quien se puede amar. Todos somos amables. También aprendimos que “amante” no es aquél o aquella que invaden una relación ya establecida, sino que es el que puede y de hecho ejerce el amor, es decir, que es el agente activo del amor. Todos somos amantes, cuando sentimos claramente que amamos. Y así con las demás acciones.

Sin darnos cuenta, lo que el maestro ponía de relieve ante nosotros, era el fenómeno del “poder actuar”. Pues de hecho, que yo pueda amar a alguien es sólo posible porque la otra persona puede ser amada y amar. De esta manera le confiero una categoría ontológica al hombre, ya que puedo decir: El hombre es el ser que ama y puede ser amado. Del mismo modo me doy cuenta de que lo importante es el “poder amar” y no sólo el “poder” como quieren muchos de los hombres. Pues de igual modo se puede formular la teoría de que hombre es el ser con poder, mas es éste un poder vació de sentido desde la definición, aunque algunos dirán que no está vacío, sino que de hecho se nos ha dado el lienzo en blanco para matizarlo del color, de las formas más atrayentes, formas y colores que connoten la relación entre ellas y nuestro poder indefinido, omnipotente.

Así, una de las posibilidades que tenemos en este lienzo es la de amar, porque tenemos lo necesario para ello, que es la fuerza que nos azuza el deseo. Pero bien pronto se nos olvida que tenemos fuerza y deseo para amar y ser amados, luego vemos que el lienzo está en blanco para nosotros; sin pensarlo dos veces llenamos todo con nuestra fuerza y deseo sin saber si ya hemos llegado a ser felices, plenos. Pero el lienzo que hemos creado no se acaba, hay más por invadir. La fuerza se convierte en histeria; el deseo director, impulsor, en odio que se queda estancado, y haciendo remedo del agua que con su vaivén refresca las orillas, así éste, lo va invadiendo todo, cubriéndolo de espesura.

Con todo esto, no quiero dar a entender que sólo volviendo a usar correctamente bien las palabras se acabará el problema en que estamos inmersos, pero sí que podemos comenzar a ver tal problema cuando advertimos cómo se está definiendo al hombre en relación con el poder y la acción, es decir, si ponemos atención a que las dos nuevas definiciones que del hombre se tiene nunca podrán convivir si sólo se piensa a la acción como el fin en que se realiza el poder. Pues decir por un lado que hombre es el ser con poder, y por otro que es el ser victimizable, nos dan cuenta de que el derroche del poderío es infinito, al mismo tiempo de que la negación que nos otorgamos para poder hacer el bien, es sólo el aviso que nuestra mezquindad puede ofrecer. Por un lado, huimos del poder, por el otro, nunca nos saciamos de él. En ambos casos sucede el error cuando se nos olvida que éste no es el fin último del hombre.

Pero, ¿cómo nos damos cuenta de que en verdad la finalidad del hombre no es el poder? Sospecho que la respuesta está en el hecho de saber que no estamos solos, que hay alguien semejante a mi lado con quien es bueno estar, con quien, de hecho, no tengo la sospecha ni la ambición por el poder, sino el deseo del bien, es decir, cuando amamos el bien de otro que no soy yo, es cuando caemos en la cuenta de que el poder es sólo la posibilidad de ayudar al otro, pero si no vemos a los otros, entonces sí tenemos el lienzo vacío, y no un mundo que ofrece la posibilidad de vivir bien. Imaginarnos el lienzo vacío junto a un poder infinito, lejos de librarnos, nos carga de un trabajo doble, crearlo todo para dominarlo todo, así nos negamos la posibilidad de amar y ser amados.

Javel