Luz en la obscuridad

Luz en la obscuridad

Es mentira que coloquemos luz en la noche porque le tengamos miedo a su obscuridad. También se dice que el miedo a la obscuridad nocturna es más un temor por descubrir que en realidad la noche no viene a otra cosa que a invitarnos como hijos suyos al festín de la incertidumbre, en el cual todo vale. Esto último lo dicen quienes consideran la maldad como el quid del hombre. Lo cual ya nos pone de manifiesto dos posturas. Por un lado, resulta que el hombre le teme a lo desconocido, y por el otro, a lo que ya conoce. Por un lado, resulta que el hombre no quiere saber qué le ofrece la obscuridad, y por el otro, no quiere aceptar la obscuridad de su alma. Pero esto último, como dice mi amigo Tacitus, no es un llamado al cinismo.

Colocamos luz en la obscuridad porque deseamos ver. La naturaleza del hombre le inclina a saber de sí. Es natural, pues, que estando el hombre en la obscuridad desee saber de sí. La maldad, esa obscuridad que predomina más cuando no hay discernimiento prudente en el hombre, no es un momento en el corazón humano, pero tampoco es su esencia ¿Pues de dónde vendría la necesidad de compartir con el otro aquello que consideramos bueno? No sin duda del deseo de hacerle mal. Resulta que el hombre desea ver para no hacer el mal. ¿Pero qué es lo que ve con la claridad de su razón? Porque decir que ve el mal, pero lo evita, lo deja sin rumbo fijo. Le quita la posibilidad de actuar. Digamos entonces que reconoce el bien para actuar bien, aunque también sabe del mal.

Pero decir que el hombre ve el bien nos deja incrédulos cuando vemos que actúa mal. Algo en la naturaleza vidente (que ve y alumbra) ha de ser el punto capital del asunto. Decíamos al inicio que el hombre ve por deseo. Pero ¿Qué tal que viendo que ve, desea no ver? Para ello, cerrar los ojos no basta, que aún ahí dentro hay luz. Si todo lo ilumino, se dice el hombre, mis ojos no lo soportaran. Nada veré. Exagerando la solución, se niega el problema, es decir, entre más mejor.

La nueva obscuridad entorpece el andar del hombre. Ya no sabe para qué quería verse en las tecnócratas tinieblas. Quiere ver por qué lo atacan y él mismo se ha cegado. No puede defenderse de su ceguera autoinducida. Pero recibe otro flashazo y todo lo olvida, además sale sonriente porque sabe que con su libertad de ciego nada tiene que ver él en el mundo, porque a fin de cuentas, ya no hay hombre, ya no hay mundo. ¿Que la maldad existe? ¡Qué cerrazón, caballero! Alguna justificación le encontraremos. Pero de la cárcel, todos saldremos.

Justificarlo todo muestra que el hombre sí tiene miedo de su noche; no le importa si hay luz en ella, porque no quiere ver su dignidad: alumbrar en la obscuridad.

Javel

La vida como una posibilidad de ser felices

La vida como una posibilidad de ser felices

(Imaginación y vida)

Jugamos irresponsablemente con ella. Es cierto que no hay nada definido aún, y quizá por ello cada quien con su porción de talento se va formando a placer la salida. Peor aún, viendo que el trabajo es arduo, y la vida insufrible, abandonamos la imaginación a cualquiera que ostente el nombre de artífice. ¿Qué importa quién sea? Lo importante es alejarse de esta vida. Así, cada uno vive placenteramente. Fingimos porque asustados queremos vivir bien.

Pero esto último ha de recordarnos dos cosas: la primera es que el hombre siempre está buscando la manera de ser feliz; y la segunda que se nos ha olvidado por qué jugamos. Casi cualquiera que vea jugar a los niños, se dará cuenta que al fingir ser lo que no son, o vivir donde no viven, o tener lo que no tienen, lo hacen pensando que eso es mejor de lo que son ahora, es decir, que pueden ser mejores hombres. Su juego nos muestra el aprecio por esta vida, así como las posibilidades de acción. Posibilidades, pues aunque todavía no vivan aquello –y quizá no todos lo hagan– creen que ser buenos doctores o maestros es importante para ser feliz. Juegan sin saber nada de la profesión, pero con el deseo de vivir bien. De actuar lo mejor posible. Ellos no salen de la vida, necesitan creer en ella para jugar.

Pero la ligera imaginación, ahora, nos lanza a un futro incierto, lleno de gloria, placer y poder. En un mundo donde todo es posible ¿Qué importa la gravedad de esto si cada uno en su deleite fantástico es feliz?, es más, la estadística muestra cuán positivo es este método de vida: el egoísmo.

¿En verdad la imaginación es la puerta a un futuro metódicamente incierto?, parece que sí, porque no recordamos cómo jugar. Pues lo que no vemos es que cuando los niños juegan, lo hacen desde la experiencia de ser niños del género humano, recuerdan todo a lo que pueden aspirar. Cuando fantaseamos, lo que olvidamos es que somos hombres, que vivimos y podemos ser felices. Cuando fantaseamos así, lo perdemos todo. Ya no hablemos de límites, el hombre se desvanece en las manos de otro. La imaginación nos pierde porque queremos olvidarnos. Vivamos recordando que podemos ser felices no alejándonos de la vida. Advirtiendo que la fantasía nos puede orientar o perder con sus ejemplos.

Javel

Espacios públicos

Espacios públicos

“No se trata de destruir la ciudad, sino de limitar su cáncer…”

Javier Sicilia

Cada vez que Sócrates caminaba por la polis para dialogar con algún conciudadano suyo, la suerte le sonreía, pues casi siempre encontró bellos jovencitos con quién platicar. A estos púberes (palabra que comparte raíz con pueblo) Sócrates les dirigía la atención hacía la actividad y cualidades que le son propias al verdadero ciudadano. Preguntaba en la casa de Callias, por petición de Hipócrates, a Protágoras, si él podía, ¿en verdad?, educar a los hombres, así llevaba un asunto público a lo privado de la reunión, quizá porque la educación comienza en lo privado del alma del maestro y del estudiante. Hablo del reconocimiento del bien, y del deseo de ser buenos hombres. Hombres que bien pueden ser reconocidos como lo fue Agatón, aunque éste por su poesía, quien también habló con Sócrates acerca del amor en un banquete privado, asunto en el que no cabe extrañeza, pues del amor se puede hablar en la intimidad de la casa. Aunque, recordemos, el convite fue a causa de la premiación pública del poeta, como si Platón nos dijera que el reconocimiento de la excelencia y el deseo por ella son actividades propias del hombre que busca ser buen ciudadano.

Sócrates muestra que lo privado es posible gracias al deseo de vivir bien en comunidad, así como al lugar que cada hombre tiene en el orden público, es ahí donde se escucha a los que actúan excelentemente. La excelencia y el deseo por ella, tanto en público como en privado, es lo que Sócrates intenta hacer que ejerciten los hombres.

Caso distinto es el mundo ilustrado del siglo XVIII, pues el orden que suponían los doctos –que no los intelectuales- es ya un asunto cuestionable y que ha de ser juzgado por los particulares, es decir, por todo hombre que desee dejar la tutela de otros –asunto para el cual es necesario abolir la excelencia moral en aras de la igualdad de juicio y posibilidad para la construcción de una vida racional. El ejercicio de la razón ya no va con miras a la excelencia moral, de hecho, ya no es asunto público, pues el orden que suponía Sócrates ha de ser, ahora, la construcción social en la que cada hombre cumple su deber para que él y los demás sigan razonando. Pero tampoco sucede lo contrario, es decir, lo privado no lleva a lo público, ya que el ejercicio particular de la razón tiene que ir demostrando la necesidad de la vida pública. No es descubrir el lugar del hombre en la comunidad, es fabricar un lugar para tal o cual hombre solitario y razonable en la polis, es decir, es permitirme y permitir a los otros razonar acerca de mi actividad racional. Todo hombre que pueda cumplir con estos principios es bienvenido. Además, con todo lo anterior podemos entender el auge de panfletos, artículos, libelos, y la necesidad de la tolerancia en la imprenta denunciada por los libreros-editores de ese siglo.

La ilustración exilió a la excelencia a favor de tolerar la excesiva razón, así, todo hombre es libre de hacer público su pensamiento, sea el que sea, siempre que sea un negocio de la razón.

Aún somos pueblo y es innegable que el espacio público es aquel en que se muestra lo propio del pueblo, la actividad que lo hace ser quien es. Preguntemos entonces, ¿cuál es la actividad del pueblo mexicano? ¿No son la violencia a la vida digna y el descrédito a la libertad?, o ¿eso es sólo la actividad de los que odian, pero ignoran al pueblo, mientras que otro tanto lucha por recuperar la dignidad y confianza entre todos? El espacio público en México, quizá en el mundo, es la violencia que se ejerce al deseo de vivir bien, ya sea para producirla, ya para erradicarla. Ella es quien nos congrega, y no porque todos seamos sus simpatizantes. El espacio público debe cambiar. Pronto se llenarán las plazas públicas para recordar, primero, cómo hemos venido matando a la libertad por la que muchos lucharon haciéndola un negocio razonable, y luego para recordar cómo es que a los hombres que atentan contra ese negocio los desaparecen. Recuperemos los espacios públicos con dignidad, como hombres excelentes, no como negociantes de cuello y blancos guantes a los que les canta Serrat en su canción: Algo personal.

Javel

La gota que derramó el vaso

La gota que derramó el vaso

Él era de los que veía el vaso medio lleno, más por comodidad que por optimismo. La vida se le antojaba como para no tener que volver a comenzar desde cero. Con todo lo que ya tenía era bastante para empezar a trabajar o, mejor aún, seguir en lo propio. Porque, ¡qué molesto es ir a repetir todo aquello que no es de mi agrado!, pensaba este hombre. Así estoy bien, ahí la llevo, se decía. Además, ¿quién entre los presentes se atreverá a dejar a este pobre hombre más pobre, con algunas de esas preguntas que hartan a cualquiera, pero que al final, dice la mayoría, te deja vacío?

Así es como vivía este hombre, sin preocuparse por nada más que por acumular experiencias y exagerarlas cada vez que llegaba el momento de dar cuentas a un desconocido charlatán o a algún amigo más, de esos de ocasión. Realmente sus relaciones no duraban, pues lo importante  –todo el mundo lo sabe– es avanzar. Cada vez que le ocurría conversar con alguien comenzaba dando su amasijo de historia, después de lo cual guardaba silencio, veía en el rostro de su interlocutor si había triunfado o no, sonreía patéticamente –daba la impresión de que no sabía hacerlo– para disponerse a escuchar al otro, y dar un veredicto parecido a éste: “Yo creo que estás exagerando, te falta ser más objetivo”. Con pomposo acento se perdía la conversación, pues nunca llegaba aquella sonrisa amable, que es como el punto y seguido de una plática, ni la voz franca y seria para tratar otros asuntos. Se podría decir que las charlas de este hombre no tenían principio ni fin, ni arriba o abajo.

Pero algo le pasaba, y era grave. Por más que vivía, no lograba superar ese mediocre nivel de vida que tenía. ¿Tendría fugas su vaso? ¡Tantas experiencias y ninguna lograba elevarlo!, pero al poco tiempo se le olvidaba esto y regresaba a vivir como antes.

Leyó, escribió, platicó y vivió mucho, incluso se dio la oportunidad de ser audaz. El tiempo nunca fue su enemigo, pero tampoco le agradeció nada. Así fueron todos sus días, hasta el final, sin enturbiar el agua, sin verla derramarse. Un día, cerca del final, se preguntó: ¿Qué hice? ¿Qué sé de mi vida que no sea exagerada construcción mía?, ¿qué he hecho?, ese día no murió. Ahora vive con un vaso lleno de franqueza, y vacío de vanidades.

Javel

Innovar

Innovar

Innovar. Ir hacia adelante. Abandonar esto por considerar que ya no nos es bueno. Ya no es bueno porque no propicia que sigamos pensando en lo que es siempre importante. No se trata de mostrar algo diferente, sino lo mismo.  Mostrar una nueva forma de aquello que necesitamos conservar en la memoria. Pero esta nueva imagen no debe dar otra idea de importancia. No, antes que nada ha de resaltar lo que nunca es nuevo. Así podrá hacernos recordar que los viejos y buenos maestros lo tienen siempre como presente. Otorgar el regalo de vivir aquello que siempre está y nos pide acción.

La vida va para adelante cuando se acompaña del presente. Y es avanzar cuando la idea de bien va por delante y nuestro deseo de él se renueva con sus ejemplos.  Hablo de esa idea que no genera la fe del tirano, ni desencantos humillantes, sino la alegría de vivir aún en noches desesperantes. Es innovar cuando el bien nuevamente toma su lugar en la vida de los hombres.

Javel

Para ahorrar palabras: Ahí está el detalle, que no es ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario.

Mario Moreno «Cantinflas»

De facto

A pesar de que vivamos a través de ellas, nuestras acciones no dejan de ser un misterio. Pese a que observemos parte de ellas, nunca alcanzamos a ver con plenitud su origen o su alcance. Subestimamos su arcanidad y nos quedamos con lo evidente. De ahí que enjuiciar una acción puede volverse como sumir nuestra cabeza en un ambiente brumoso: nos adentramos creyendo ver con claridad.

En tales circunstancias no es sorpresa que desdeñemos las acciones aparentemente inactivas, las creemos inútiles y una verdadera pérdida de tiempo. Solamente parecen apreciables si logran generar un cambio efectivo. Medimos su éxito a partir de los resultados obtenidos, todavía mejor si se consiguen casi inmediatos. Dicha concepción, por ejemplo, logra fundamentar un prejuicio muy arraigado en nosotros: el pensamiento no significa una acción. Como el manejo de ideas no es material, pensar equivale a permanecer en la inactividad. En las universidades sólo se acredita lo intelectual a través de sus productos culturales.

El viraje anterior trae consigo severos cambios en nuestra vida. Nuestra preferencia puede terminar inclinada por la acción llamativa, cualquiera que no sea así termina descalificada por ser, nuevamente, inútil. Actuar del mejor modo se vuelve perseguir la transformación más pronta y efectiva. Ahora el valiente resalta por vencer con mayor contundencia a sus oponentes, no por su buena acción frente a un contexto adverso: nos parece más valiente quien porta el antifaz a quien decide denunciar públicamente lo indignante.

La estridencia de estas acciones resta la importancia de otras silenciosas o paulatinas. En estos términos reservarse se vuelve insensato y hasta una muestra clara de apatía. Por ello no es sorpresa que toda protesta justificada deba parecerse a un torbellino: avanzar revolviendo y destruyendo todo. Cambiar solamente tiene significado por su ruptura con lo antecedente. No obstante, como bien experimentamos, existen acciones que resultan verdaderamente útiles al ser preparatorias, allanan nuestro sendero para caminar hacia lo mejor. Así guardar luto también resulta una acción valiosa.

Bocadillo de la plaza pública. Dicen varias personas y medios de comunicación que las elecciones son la celebración de la democracia. ¿Quién diablos se regocija en un festín blindando por los anfitriones donde convivimos en medio de asistentes corrompidos y asesinados?

Fe de erratas. En la anterior entrada omití un signo de puntuación, aquí va la corrección: «la vida puede acabar sin que realmente la haya hecho mía. ¡Sal a morir del mejor modo! […]» Una sincera disculpa.

Señor Carmesí

Por su trabajo lo conocerás

Por su trabajo lo conocerás

 Para un hombre de costumbres

Decían los viejos hombres, hace algún tiempo: ‘Que tu trabajo hable por ti’. Creía yo que era un consejo, es decir, que dependía completamente de mi decisión, de mi libertad, para mostrar al otro lo que mi trabajo estaba ofreciendo. Esto lo pensaba cuando aún no trabajaba. Cuando comencé a trabajar, y sobre todo en los momentos en que llegaba a tener un error terrible o mínimo en aquello que estaba haciendo, ese consejo aparecía a mis ojos como una maldición lanzada por esos seres horribles que viven en lo desconocido de la naturaleza, de los bosques, una maldición de brujas. El consejo pasaba a ser maldición, pues aunque yo no lo decidiera –es más, me había dado cuenta que casi nunca era decisión mía mostrar o no mi trabajo– éste siempre salía a dar un discurso por mí, acerca de mí. La supuesta libertad para elegir o no, había desaparecido, quizá nunca estuvo, como fuera, traté de ser más cuidadoso.

     Evidentemente había muchos problemas en la comprensión de esa oración.  Quizá los que ya la habían dicho antes que yo, hombres sin mala fe, dedicados a su trabajo, y que en ello habían visto recompensa, lanzaban esa frase como muestra de aprecio, porque querían que el otro consiguiera lo mismo que ellos. Y aunque estoy seguro de que ellos y yo habíamos experimentado cómo el consejo era a la vez maldición, nada podíamos decir. Sabíamos que la oración iba dirigida al hombre, al hombre que trabaja, pero sabíamos que trabajos hay muchos, y que las formas de llevarlos a cabo eran distintas en cada lugar, en cada momento. Jamás nos preguntamos cuál era el hacer propio del hombre, pues quedaba claro que hombre es el que trabaja. Pero como suele suceder algunas veces en que ya habiendo olvidado algo que considerabas bueno, lo vuelves a encontrar, sin proponértelo, encontré, por suerte, un lugar y unos amigos con quienes platicar de esto.

     Para mi sorpresa, estos nuevos amigos dicen lo mismo que hacían los otros: Seguir trabajando constantemente en aquello que te gusta, siempre y cuando sea bueno y decente, dice mucho de ti y de tu labor. De vez en cuando hay que descansar; los domingos, a menos que sea muy necesario, se trabaja. Eso sí, no hay que quedarse dormidos después de haber terminado un trabajo, así sólo se demuestra que te agrada más dormir que trabajar.

                                                                                                                                                                                     Javel