Sobre los consejos

Ante la marea de palabras que navegan en las redes, principalmente las redes sociales, expresarse se ha convertido en algo sumamente ambiguo. En las redes sociales imperan los gustos, las modas, lo escandaloso y llamativo, todo aquello que ensombrece las ideas claras. ¿Cuántas ideas que requieren mayor atención, pues intentan explicar algo, no se pierden ante decenas de publicaciones con centenares de comentarios a su vez, que van apareciendo cada minuto sin sentido alguno? Vemos que se dicen tantas cosas, queremos ver y decir tantas otras, que a nada terminamos poniendo atención. Usamos las palabras como una varita para llamar la atención sin entender su profundo valor. Quien da un consejo en redes parecería que no es consciente de su papel de consejero.

El consejero es aquel invitado que toca a la puerta en una casa a oscuras y llega con un halo de luz; o también puede ser peor que el vecino chismoso, a quien se planea meticulosamente cómo evitarlo. Esta dificultad de quien aconseja, no saber si es conveniente intervenir o ser llamado, parece ser su problema principal.  ¿Ser un metiche cuando alguna persona cercana necesita darse cuenta de su problema o no intervenir para no empeorar la situación? Resulta evidente que la resolución de este conflicto dependerá enteramente de qué crea el casi metiche, casi prudente, que conviene hacer. Los consejos no son reglas inamovibles a las cuales las personas deben adecuarse para vivir mejor; todo consejo tiene su singularidad, pues las personas, pese a que a veces se pierdan en los mismos laberintos, son distintas unas a otras y sus circunstancias tienen detalles únicos. A este común nudo con hilos peculiares se le puede dar otra vuelta: ¿es imprudente dar un consejo amoroso? La pregunta no es exclusiva para aquellos consejeros profesionales, guías o demás expertos en el amor, la pregunta parece que debe concernir a todos, pues a todos nos importa el amor. ¿Es mejor dejar en su dolor a aquel que está padeciendo un revés amoroso en vez de darle algunas palabras con las que quizá se pueda sentir mejor? Pese a lo tierno de la imagen, decirle a un enamorado que tuvo una fuerte discusión con su pareja: “no te preocupes, todo lo cura el alcohol” podría resultar perjudicial, pues estaríamos emborrachando sus penas, con todo lo que ello conlleva. Podría soltarse a llorar tremendamente; podría ponerse violento; podría atentar contra sí mismo. Las palabras más correctas: “no te preocupes, el tiempo lo cura“, ¿realmente ayudan al enamorado?, ¿no están diciendo todo y, a la vez, nada?, ¿cómo saber cuándo y a quién conviene aconsejar en esa situación?

¿Para dar un buen consejo hay que tener experiencia sobre lo que se aconseja? Esta parece ser la falacia preferida cuando se pregunta con quién conviene ser aconsejado. La experiencia no es garantía de sabiduría sobre cualquier tema, pues, siguiendo con el ejemplo del enamorado, un divorciado puede ser tan buen consejero como fue buen esposo. Dicho de otra manera, la experiencia no garantiza la reflexión sobre la propia experiencia.  Sólo quien observa en su propia experiencia y se comprende entiende a las personas a las que pretende aconsejar. Esto, evidentemente, no garantiza que les pueda ayudar. Aconsejar no es ayudar a las personas a progresar en sus emociones. Autoconocerse y aconsejar no es progresar hacia la paz interior.

Yaddir