Discurso animal

Estoy harto de que no se respete la dignidad de los animales. No sólo son los pequeños los que sufren, también los grandes, los que tienen menos carisma. Todos ellos valen lo mismo: los elefantes, los tigres, los dragones de Komodo, etcétera. No hay peor injusticia que un montón de humanos, que sólo por puro azar les tocó la capacidad de construir herramientas, aprovechándose de su poder para lastimar, destruir, ofender animales y hasta acabar con familias enteras sólo por diversión; o peor, por antojo. Si los animales pudieran hablar, seguro que habrían demandado un cambio desde hace mucho tiempo. La civilización tiene que despertar de toda esta brutalidad, tiene que darse cuenta de lo que está haciéndole a la naturaleza. El ser humano, con su odio innato por todo lo que nos da la Tierra (¡nuestra verdadera madre!), termina por contaminar cuanto toca y por reclamar como suyos todos los rincones, todas las selvas, todas las hermosas criaturas indefensas, como los magníficos osos negros o los búfalos de las planicies del norte. Somos la peor plaga de la historia del universo. Por eso, propongo una verdadera medida a favor de la naturaleza, a favor de los animales. No quiero propuestas tibias, enmiendas a medias, disculpas o cualesquiera de esas torpezas que no revelan sino nuestra ineptitud. Propongo que demos a todos los animales su justo y digno derecho de elegir por ellos mismos cómo gobernarse. Nosotros, que nos hemos aventajado en esta carrera en la que empezamos adelante, como Aquiles, tenemos el deber moral de cederles una porción igual (por lo menos) de territorio a la que habitamos los humanos, y ya que estén ellos solos, sin que podamos injuriarlos o mancillarlos, dejémoslos que tengan sus ciudades como mejor les parezca, que elijan a sus regentes del modo que entiendan lo mejor para ellos, y que traten o no traten con nosotros, como les plazca. Nosotros torcimos sus caminos y truncamos sus sueños cuando decidimos por ellos, cuando damos a nuestros animales de compañía croquetas hechas con carne de algún otro pobre animalito que también tenía padres; si ellos quieren comer carne, adelante, es su asunto, y si quieren ser vegetarianos, ¡que puedan votarlo y legislarlo soberanamente! Eso, o cualquier otro de sus intereses. Ellos lo merecen, y merecen mucho más, pues en sus corazones no hay crueldad ni envidia como en los nuestros, y seguramente sin nuestra malsana intervención podrán constituir una sociedad de bestias perfecta donde todos puedan ejercer por entero su derecho a vivir felices y plenos. Si vamos a respetar su dignidad en serio, ¡no podemos hacer menos que eso!