Plebiscito

Querido día de la Bandera, en este día mágico de la Patria, quiero que me traigas una cosa muy especial.

Hablaré en el más sincero tono de mis intereses políticos. Seré breve, porque más que un texto serio, éste, es una carta de deseos por cumplir. Esta semana escuché un rumor acerca de que uno de mis sueños de juventud estaba por ser realizado y quiero expresar en esta entrada mi gozo, alegría, ilusión de que eso llegue a suceder. Pero depende del pueblo sabio que suceda. Así que, la bandita rocanrolera, ¡rífense!, ¿no?

Si algo ha de hacer el pueblo sabio en este sexenio. Si algo le voy a estar agradecido por motivos de lo más personales y egoístas es que quite de una vez por todas el cochino Horario de Verano. ¡Ay cómo lo Odio!
Gracias por leer, mis caprichos y mis berrinches.

Cambio

Cuenta una leyenda que Constantino, un descendiente en el poder que alguna vez ostentara César, venció a sus enemigos al luchar bajo un signo de una religión  que predicaba el amor al prójimo.

Además cuenta la leyenda que ese mismo César, que para entonces gobernaba un imperio ya en decadencia, se convirtió a la fe que hablaba de un Dios de amor y predicaba el perdón a los enemigos, lo que incluía el perdón a quienes en algún momento habían ofendido al que perdonaba.

Por si fuera poco, la leyenda cuenta que tras la conversión del mandatario se asentaron las bases del poder terrenal de un nuevo estado, indicando con ello que los cambios en la fe de los hombres suelen ocurrir desde arriba hacia abajo.

Esa leyenda, como todas las leyendas mucho tiene de falso, porque el cambio real en los hombres no viene de arriba a abajo, nace del corazón de los mismos y de la aproximación con el amigo.

En la amistad y la conversación que ésta implica se encuentra la salvación y la conversión,la última de gran ayuda para dejar de lado los errores que alejan al hombre dela felicidad de ser salvo.

En la amistad se encuentra la superación del egoísmo que suele caracterizar al tirano y quizá por ello aquellos que piensan que los cambios en el corazón del hombre se dan desde arriba a lo que está debajo buscan anular la amistad y por decreto determinan la diferencia entre lo bueno y lo malo.

No faltan los entusiastas que creen que los cambios en el corazón son producto de la historia,del progreso o del trabajo, aunque por el momento tímidas suenan las voces de quienes suelen criticar a los primeros.

Los críticos  parecen voces en el desierto y con tormentas de arena son callados por los optimistas que hacen la alabanza de los supuestos cambios alcanzados. Supongo que por decreto a todos nos toca sentirnos alborotados, como ante un pastel o juguete lo haría cualquier ingenua niñita.

Maigo.

La despedida

Su risa rodeaba toda la sala. Todas las personas reunidas ahí eran contagiadas con su creciente alegría. Hacía trampas en las cartas que le eran perdonadas por su chispeante carácter. Nadie quería protestar, ni lo hubieran hecho aunque estuvieran apostando, pues preferían la felicidad contagiada, el grupal momento de gozo, que una solitaria victoria. Si alguna persona adicta a la tristeza la hubiera visto en ese breve lapso de tiempo que ocupó un cuarto de día, habría pensado que se trataba de una mujer que nunca, por algún afán misterioso y desconocido, conoció pena alguna, que su vida no estaba agrietada por ningún rencor, que tenía todo resuelto: amor, familia y dinero; quizá en el mejor de los casos habría pensado que se trataba de una loca, ajena completamente a la realidad. Pero no era así; ella, que tan fuertemente empujaba a sus acompañantes a la risa más pura, sentía una pena que casi la ahogaba. ¿Cómo podía manifestar tanta alegría y a la vez sentir que estaba cerca la pérdida de una persona amada? Quizá se debía a una extraña combinación entre un carácter fortísimo y un carisma que, cual incesante cascada, nunca terminaba de impactar.

Ya tenía su plan: cinco días en Tampico y de ahí a Querétaro. Vería a su hermano en el hospital, procuraría estar con él durante todo el fin de semana. Quería hablarle, recordarle que pese a su actual estado tenía familia que aún contaba con él. Quería regalarle un poco de su risa, de la felicidad con la que él siempre riñó pero sin la cual no habría podido soportar tanto. Pero un paro cardiaco rompió el plan. Parecía que sólo quedaba esperar. Aunque ella no podía esperar. Tenía que interrumpir sus vacaciones apenas iniciadas para ayudar con algo, no sabía con qué, “ya estando allá sabré qué hacer”, les decía a sus familiares en Tampico y en la capital. Sin miedo alguno recorrió las oscuras carreteras en medio de la noche; sólo podía pensar en llegar, no en las historias de crimen organizado con las que muchos en Tamaulipas llenaban sus tardes de sobremesa. Dormitando incómodamente sólo quería soñar que llegaba y hablaba con su hermano siquiera una última vez. Lo haría, hablaría con él siquiera un momento. Al fin, cuando apenas se estaba asomando el sol, llegó a la terminal de autobuses.

“Tía”, escuchó que le decían a lo lejos con voz apresurada. El sobrino la vio, habló con su hermana que los estaba esperando, y no dijo lo que no quería, pero que necesitaba decir. Ella, la sobrina, tampoco se lo dijo, pues necesitaba que su tía lo viera. Siempre fue muy buena haciendo deducciones, pero no pudo deducir lo que se estaban callando los dos sobrinos; sus gestos hablaban, la incertidumbre de sus rostros, el llanto que había enrojecido el contorno de los ojos de su sobrina, pero la tía, la hermana, no podía deducirlo. Tampoco pudo advertirlo cuando le preguntó a su sobrina “¿qué pasó?” y ella le respondió “ya lo verás tía; tienes que verlo por ti misma”. Para olvidar momentáneamente el objeto de sus intuiciones, les pregunto a sus familiares si ya habían comido, que si querían algo aunque fuera para entretener el estómago. Pero ellos dijeron casi al unísono, aunque con voz queda “no tenemos hambre”. Sólo quedaba llegar. A medio camino, cuando el taxista se iba alejando del hospital para ir a la iglesia, supo que casi había llegado.

Yaddir

Cordonazo

Dios nos dé a los hombres el valor, la esperanza, la paciencia, la fe y el amor que dio alegría al Santo de Asís, y que tanta falta nos hace en estos tiempos tan tristes.

Maigo.

Originalidad del Fénix

Originalidad del Fénix

El hombre tiene una inclinación natural a ayudar que la sociedad va pervirtiendo, si bien es cierto que algunos nacen tímidos para ayudar, así como otros orgullosos para recibir ayuda.

Me atrevo a declarar que a todos cuando niños, al ver que mamá preparaba los alimentos o que papá hacía las faenas del jardín, una fuerza irresistible nos empujaba a preguntar con una cierta alegría “¿Te ayudo?” De esto no se esperaba nada a cambio más que un “Sí, mira, así se hace”. Cuando llegaba el no, algo en nosotros agonizaba. Aquí nace la paciencia o el fruto agrío que es alimento del rencoroso. La alegría que nos empuja a ayudar al otro, no que nace después de ayudarlo, sino que está antes del acto, es de los rasgos más humanos que yo he visto.

Ayudamos al otro y así aprendemos el bien o pensamos cómo llegar a él.

Ayudar al otro no implica necesariamente que vea a ése en problemas o que lo juzgue de débil o inútil, de lo que nos acusa este rasgo, es de querer que el bien le llegue a otro con más prontitud. Es decir que desde la pasividad del espectador, el bien se ansía más pronto, hasta que ponemos manos a la obra y vemos que tardará un poco más. Por esto, la paciencia es importante. Que se desea ser partícipe del bien del otro es innegable, pero no por egoísmo, ni por sentir autocomplacencia, ni por agriar el bien obtenido entre los dos con un ‘ahora me debes algo’; por un lado se es desconsiderado, por el otro un mercenario del bien. El bien del otro ya es bien mío, pues puse mi cuerpo y mi alma a trabajar de tal manera que ejercitaba la búsqueda y obtención de lo bueno.

No niego que ayudar es difícil y que ha de hacerse considerando la situación, la personalidad del otro y la mía, el fin que se quiere lograr, los inconvenientes que hay en ello, etc., etc., pero sí creo que pensarlo tanto tiempo nos vuelve lentos para actuar. Ofrecer silenciosamente una mano franca, o preguntar cual niños, ¿en qué te ayudo? Es un hábito que no ha de morir. Lo que sí ha de morir es esta llama enloquecida que arde en el pecho.

Cuando terminamos de tender la mano, sabemos que ahí acabó. Sin embargo, el calor de la antigua llama junto al amor que azuza nuestro ánimo, bien pronto encenderían un nuevo bosque tan pronto viéramos a alguien más en apuros. El deseo de ayudar renace con más fuerza, quizá por esta alegría (que se va haciendo hábito) que hay en sacrificar un poco de nosotros por alguien más. En esto es el hombre igual al Fénix. Del Fénix se sabe que nunca morirá, pero sí puede cambiar su plumaje de aurea antorcha, por plumas de un vanidoso cuervo, si no sabe lo que da, y exige lo que no vale el cariz de su estirpe… así el Fénix no moriría, pero viviría eternamente viejo, feo y rencoroso, acumulando vida, riquezas, odios.

Ayudar: arder en alegría mientras se muere por otro, es de los rasgos más auténticamente humanos que yo he visto: ésta es la originalidad del Fénix.

Ésta es la llama que se ha venido apagando en México.

Javel

Cenizas en vilo de un soplo nuevo: En cualquier momento, en cualquier lugar, entre cualquier compañía, te formularás la admirable pregunta de Franklin: “¿Qué bien puedo yo hacer aquí?” Amado Nervo.

 

Ausencia

Al ver el dolor en la mirada de tu compañera sufro con ella la ausencia de tu partida, sus lágrimas me dicen cuan bueno eras y su sonrisa al recordarte me indica que fuiste parte de su alegría.

Al ver los ojos de quien por ti llora, veo la esperanza de que llevaste una buena vida, que no sólo fuiste amable, sino que trasladaste las barreras que sólo se rompen cuando en una compañera encuentras una buena amiga.

Al ver el rostro de quien te quisiera tanto, veo la esperanza de llevar una buena vida, no para sembrar recuerdos o lágrimas en los rostros, sino para dejar en ellos la dulzura de una apacible sonrisa.

Descansa en paz y que tu compañera y amiga se queda algo triste, pero en Dios confía.

Maigo.

Flores secas

Para ti que me has salvado…

Gracias.

 La alegría del evangelio se vive en el servicio a los demás, pero no todos tienen los ojos abiertos a la belleza que supone ese servicio, casi siempre porque se duermen o giran la vista atemorizados por el cansancio que supone. Quien teme al cansancio se amilana ante dificultades mayores, se puede decir que suele despreciar a las flores cuando vienen acompañadas por espinas.

Venturosamente no todos viven con temor a ser serviciales y se convierten en ángeles que como buenos mensajeros llevan las mejores noticias al corazón de los hombres. Ante los discursos de odio e individualismo, que inundan el aire, la mayor bendición que puede haber es encontrarse con alguno de esos ángeles, seres que serviciales y amorosos son capaces de romper la burbuja del egoísmo, a veces en medio del ruido que emana de los gritos; seres que invitan al tembloroso a ponerse en pie y prestar sus manos y su ser para hacer los bienes que están a su alcance. Criaturas hechas por Dios que se saben creados y que por el mundo son vistos como seres alocados.

La alegría del evangelio se vive en el servicio, en la esperanza de que éste es bueno para el hombre porque hace del hombre un ser bueno, en el encuentro con el maestro que ama y dirige al discípulo hasta que florece, en el abandono del egoísmo y los temores que encierran al hombre y lo aislan imposibilitandolo para algo tan bello como la amistad y la compañía del buen amigo.

La alegría del evengelio se realiza en el encuentro con el amigo, en el andar juntos con miras a lo bueno, y en la apertura que ayuda a ver en las rosas sus bellezas a pesar de sus espinas o de que se secan. Porque incluso una flor seca es hermosa cuando ésta ha nacido en el corazón de quien gustoso se realiza en el servicio.

Gracias te doy Maestro por no dejar que me hunda en medio de mi egoísmo.

 

Maigo.

 

Adendum: Preocupante es el resultado de las elecciones en Estados Unidos, más que por los discursos beligerantes y llenos de odio por la identidad que hay entre quien pronuncia esos discursos y los que los eligen como sensatos. Pero tampoco deja de preocupar el discurso de quien asumiendose víctima justifica burlas y ataques que en lugar de mostrar el desacuerdo con los victimarios muestra el pesar de no poder ser ellos mismos los que victimicen a los primeros.