Privilegio del misterio

 

Privilegio del misterio

 

palabras de mis ojos,

palabras de mis sueños perdidos en la nieve.

Luis Cernuda

Si la palabra no es el lugar de encuentro y libertad, un sitio de salvación y expiación de nuestros miedos, alcoba y palco, jardín y mar, celda y cielo, ya nada es habitable. ¿La vida? La hacemos de palabras. Nuestra vida toma forma entre palabras, lo mismo el diálogo que el soliloquio, la súplica que la injuria, el rumor que la advertencia, la confesión que la mentira. La vida la hacemos de palabras, pero sólo las mejores, las más adictivas, las deslumbrantes, encarnan en el poema. Poemas que nos hacen temblar de resaca, cerrar los ojos para concentrarnos en el sonido, que nos estremecen como una caricia imprevista o como la irrupción del hálito mortal, poemas que se quedan y dan forma a la vida. ¿Para qué compartir esos poemas? ¿Para qué leer y compartir las lecturas? ¿Todavía podemos decir que nos encontramos en las palabras del poema? Podrían quedar dudas semejantes ante los poemas de Sigo escondiéndome detrás de mis ojos, el más reciente poemario de César Cañedo [Sinaloa, 1988] y ganador del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2019. Hablaré, precisamente, de un poema de César Cañedo. ¿Espero compartir mi lectura? Quizás, aunque acrecen las dudas. Son dos los modos simplones en que puede situarse al lector usual respecto a la poesía de Cañedo, uno por filias, otro por fobias. Pero yo evitaré deliberadamente ambos modos. Ni creo que el premio Aguascalientes de este año se otorgó por mera corrección política, ni soy ciego a la belleza de la obra de Cañedo. Sí, quizás hable especialmente a algunos. Sí, también puede decirse que es una oportunidad para otros. Pero la lectura de poesía no debe reducirse a la presencia pública. Al contrario, la poesía, «casa de la presencia» la llamó Octavio Paz, posibilita una sana presencia pública; la poesía, y hay que decirlo, también explica el retraimiento interior. La poesía es el lugar privilegiado del encuentro de nuestro misterio.

         Leamos a César Cañedo:

Cuando estoy muy alegre compro fruta

porque es mi manera de despertarme menos solo.

La escojo con detalle y pienso

en la deliciosa golosina que son las uvas

y en lo bien que se llevan con las tardes sin lluvia.

En las vidas enganchadas de los plátanos

y en las escondidillas que juegan las semillas de sandía.

Disfruto esa función

de adorno vivo que pueden tener en ciertas mesas,

esa función de fiesta en serio,

de familia reunida que son las frutas,

porque es difícil comprar una fruta sola,

pensarla sola,

dejarla ennegrecer.

 

Dejaré de lado una posibilidad de lectura; presentaré otras tres. En primer lugar, señalo al lector lo vívido del poema. No me refiero, claro está, a que el poema destile optimismo vital o resuene los cauces pasajeros de los días. Me refiero a que el poema está escrito de tal modo que, como la vida, abunda en detalles sorprendentes cuando se sabe mirarlos. Hay quienes obtusos dejan pasar lo mejor de la vida. Hay quienes parece que no se cansan de señalarlo; aunque a veces desesperan y, casi se está tentado a decir, se cansan, se rinden, se van… Me gustaría señalar, por ejemplo, la construcción del segundo verso. Su mera pronunciación, la reiteración de las “m”, pone al lector en sí mismo: la eme es la boca cerrada de quien a sí mismo se contiene. Compárese, por ejemplo, con el sabor del cuarto verso: con la repetición de la “s” saboreamos las uvas. O bien en el séptimo, donde los puntos de la “i” son disimuladas semillitas en la palabra “escondidillas”. Leído así, el poema es perfectamente vívido. Pero eso no es todo el poema.

         En una segunda lectura podríamos pensar el poema por su visualidad. Gracias a los versos de Cañedo vemos las frutas como en un retrato. ¿Retrato de frutas? Sí, aunque suene raro. No son, las del poema, meras frutas expuestas. No se trata de un mero cuadro frutal. No es la exhibición de un canasto con frutas. El poema es el retrato de las frutas. ¿Por qué necesitaríamos retratarlas? Por la soledad. Ante el mundo indiferente, ante el panorama gris, ante la tierra yerma, las frutas coloridas iluminan nuestros ojos. Imaginemos una casa desolada, cortinas cerradas, tarde calurosa y aire reseco. Llega el solitario tras no encontrar nadie en el mundo. Llega el solitario al lugar donde arrincona su vida. Y ahí, a mitad de la mesa, siempre en plural, las frutas. Explosión de colores, pero también arrebato de tamaños: la pequeñez de las uvas junto a la inmensa sandía. Efusividad de olores, pero también candor de las texturas: el plátano se apelmaza, la sandía se deslíe, la uva secreta entre los dientes. ¿Por qué las uvas en racimo? ¿Acaso no es una clara negación de la soledad? ¿Qué frutero deja al plátano en abstracto, solitario? Y la sandía nunca es una, siempre es la reunión de sus muchas rebanadas. La fruta a mitad de la mesa en la casa infecunda del hombre solitario es la alegría que niega la atomicidad del mundo. Pero el poema es algo más.

         Me interesa el personaje del poema. Quien habla en el poema se sabe solitario. Sabiduría del solitario que a veces desespera, se vuelve insoportable, orilla a la renuncia y al abandono. Sabiduría del solitario que a veces aparece alegre, como si la vida finalmente pudiese ser llevada aunque tanto nos cueste, como si la soledad en algún momento no apareciese tan aterradora, como si la alegría coloreara las sombras de la mente. El solitario alegre compra fruta para despertar. ¿Acaso duerme? ¿Acaso un solitario alegre es como aquellos que duermen incluso cuando entra clara la luz del sol? Para nada, el solitario alegre quiere despertar menos solo (nótese la contraposición maravillosa: «muy alegre» en el primer verso, «menos solo» en el segundo). ¿Cómo se despierta menos solo? ¿Por qué la fruta amaina el peso de la soledad? El solitario del poema reconoce la importancia de los frutos. Sabe que en ninguna casa en que haya fruto habrá desolación o continua tristeza. Sabe que si su rincón es solitario, lo es por la ausencia de frutos. El solitario sabe que su aspiración a la vida no le disipará la soledad. Quien habla en el poema sabe que dejar pasar la posibilidad de la vida es ennegrecerse. Algunos fructifican como en la mayoría de las casas, como en ciertas mesas, como de fiesta en serio. Otros fructifican por el único camino de quien no deja pasar lo mejor de la vida. Y todavía hay unos más, los últimos, que prefieren ennegrecerse, negarse, frustrar los más bellos frutos e inmolarlos a lo que creen que es la vida. Quien habla en el poema compra fruta porque reconoce lo mejor de la vida y no quiere perderlo: sabe que las uvas maridan con las tardes sin lluvia, que la sandía es una fiesta de color, que a veces necesitamos engancharnos a la vida. Reunir lo mejor, unirse para vivir bien, perseguir la alegría: anhelo sólo claro bajo la mirada del poema. Si la poesía todavía nos permite compartir, encontrarnos, quizás en el futuro no pesará tanto la soledad: podríamos descubrir el privilegio de la palabra.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. ¿Germán Martínez intentó beneficiar a Alejandro Moreno? Sólo así se explica la rara estrategia del secretario de Salud ante las notas sobre el desabasto de medicamentos y el recorte de presupuesto en los hospitales públicos. El asunto es interesante: el grupo de Morena que apoya a Germán también impulsa la candidatura de «Alito», en tanto el grupo de Morena que arropó a Jorge Alcocer impulsa a José Narro. Morena decide la sucesión en el PRI. 2. Mañana será la asamblea constitutiva del «Frente por la Cuarta Transformación», que busca ser partido político en la elección intermedia. ¿Quién está públicamente al frente de lo que será el nuevo partido? Elías Moreno Brizuela, aliado del canciller Marcelo Ebrard. El financiamiento proviene de la charola que una alcaldesa mexiquense (expanista, experredista, ahora morenista) pasó por un fraccionamiento acaudalado y una diputada del PES (expriista, expanista, expetista) que en Atlacomulco encontró recursos. Armando Bautista pondrá a la gente del evento. 3. «La banalidad del bien ha reducido el imperativo categórico a la frase: compórtate de tal manera, que si la masa te viera aprobara tus actos», reflexiona lúcidamente Emiliano Monge. 4. Nuevamente estamos ante la falsificación de la historia. Por un lado, los grupos afines al Frente Nacional por la Familia promueven la homofobia bajo el epíteto de heterofobia y el fascismo bajo la pretensión de deconstrucción de la ideología de género. Por otro lado, los grupos que están organizando el Festival por la Diversidad Sexual reivindican la participación de Nancy Cárdenas y Carlos Monsiváis en la constitución del Frente de Liberación Homosexual; curioso que omiten el papel (importantísimo y central, pues él escribió en agosto de 1975 el documento «Contra la práctica del ciudadano como botín policíaco», explicado en las páginas 23 a 32 de Los derechos de los malos y la angustia de Kepler) de Luis González de Alba. Curioso, ambos grupitos coinciden en los sectarismos que siempre combatió González de Alba; y todavía lo extraño más.

Coletilla. “La precisión es la obligación de un hombre honrado”. Alejandro Rossi, a 10 años de su fallecimiento.

La encrucijada de Alejandro Rossi

El distraído se pasea por el mundo y,

de vez en cuando, susurra unas palabras.

Amigo minucioso de las letras, testigo pertinaz del adjetivo, certero flechador de frases elocuentes, cazador infatigable de la página perfecta, escritor afortunado, crítico sonriente, refinado pensador, lector ávido de Borges y admirador del maestro Mairena, Alejandro Rossi fue -cabe creerlo- el creador definitivo de un nuevo modo de ensayar: el amor al detalle.

Poseedor de un tino verbal inigualable y un elegante oído afecto a la belleza del ritmo narrativo, Alejandro Rossi creó una obra caracterizada por la justa medida de las proporciones. No se encuentra en él la frase exagerada que arranca el aliento. No se encuentra en su prosa el fluido repiqueteante de las frases que, caóticas, van clavando en la bruma al lector. No hay en su obra exceso o carencia de pausas: su prosa es como una plática serena que disfruta los silencios mientras, al vapor del café, se mira simplemente la presencia del interlocutor. Por ello es el maestro perfecto en el uso de la coma. Su obra, medida de proporciones, nos asombra porque está bien escrita, porque, quizá por primera vez, nos encontramos ante algo que no tenemos que leer de prisa, que podemos leer al paso. Lo importante es la cadencia de los pasos, los detalles de la andanza, lo que de pronto se puede decir.

Al decir sólo se trata de hablar al caminante, de dejar que cada paso fructifique -ora atrás, ora adelante -, de que se diga bien lo que se diga -sea liviano, sea importante-. Quizá por ello Alejandro Rossi buscó la proporción en su formación filosófica: si era necesario hablar de las cosas como son, apresar los detalles de las cosas, había que estudiar fenomenología y ser discípulo de Heidegger; si era necesario hablar con la propiedad de un buen razonamiento, apresar los detalles del pensar, había que estudiar filosofía analítica e ir a Oxford. Lo importante era hablar bien; pues si en filosofía no se busca esto, el discurso es mero barullo insoportable. Sin embargo, una buena vida no se hace de barullos. La buena vida se hace junto al bien hablar, pues así lo dicta su finalidad: el diálogo.

Algo ha de haber, quizás, en el diálogo de los filósofos que lo hace pesado, excesivamente erudito, demasiado confiado a sus verdades, desproporcionado. Algo ha de haber, también, en los filósofos dialogando que los pueda moderar. Ese algo, en su caso, fue despertado por la amistad de un poeta, quien lo invitó a hablar de lo que sabía, pero no siguiendo los cánones de su profesión, sino bajo los cánones del bien hablar. Era un paso natural, Alejandro Rossi estaba destinado a darlo, era la siguiente proporción, el siguiente cruce de caminos; por eso el poeta fue una coincidencia afortunada. Ya en la literatura, “diálogo de todos que pulveriza, que disuelve la extranjería”, se supo un clásico contemporáneo y como tal escribió.

Rossi escribió para hablar bien, no hay más. Hablando bien educó a sus estudiantes en la Facultad de Filosofía y a sus lectores en Plural y Vuelta; a los primeros para atender a los detalles en clase, a los segundos para atenderlos en el texto. Hablando bien transfugó los límites del género y creó una obra –Manual del distraído– inclasificable: a veces ensayo, a veces relato, a veces íntima reflexión; una obra que no por única es extraña, sino que por estar bien hecha es única. Hablando bien escribió la imaginación de su propia vida –Edén: vida imaginada– para proporcionar la vivida, para que la literatura haga realidad los detalles de lo vivido, para que lo bien hablado nos haga ser más reales. Bien haríamos en hablar bien. Bien haríamos en leer bien. Bien harían, también, los filósofos que se creen literatos y los literatos que se creen filósofos en leer la obra de Alejandro Rossi, pues -alejados ya de pretensiones cósmicas- ganarían, al menos, un poco de moderación; moderación necesaria para la buena vida; moderación que buena falta hace a nuestros tiempos y colegas.

Námaste Heptákis

Coletilla. El compromiso de Alejandro Rossi con la Universidad fue noble. Hace diez años se opuso al secuestro que el CGH impuso a la UNAM. Por su actitud, por su palabra y por su obra durante ese conflicto recibió denuestos ignominiosos que atentaron hasta con su integridad física. Por su convicción, por ese justo compromiso de no hablar sin seriedad, decidió no apoyar hace unos meses las protestas del Observatorio Filosófico; acto seguido: nuevamente lo embistieron las injurias. Él siguió siendo ejemplo de convicción y honestidad; esa era su enseñanza como universitario.