Parece que el destino, niño travieso y juguetón, se divierte poniéndonos en encrucijadas. Tan sabio como lo permite el paso del tiempo, el destino sabe esperar el momento adecuado, el lugar exacto, la más sutil coincidencia para producir la sorpresa, para la confusión, para manifestar su inquietante presencia. Entre el tu quoque de César y el odi et amo de Catulo, pocas son las palabras que con el buen tino podemos decir en la encrucijada; pocas son las palabras y mucho debe ser el talento. Las encrucijadas ponen a prueba nuestra temporalidad. Así lo pienso ahora que el destino me ha colocado en una complicada encrucijada. Intentaré detallarla.
Recientemente, en una conocida entrevista, Andrés Manuel López Obrador declaró que la inspiración para postular la necesidad de una república amorosa la obtuvo de ese paseo por la decencia que es la Cartilla moral de Alfonso Reyes, caballero de las letras y discípulo de lo bello. ¿Cómo reunir en un mismo acto literario a un hombre que me causa tantas insanas desconfianzas y al hombre de la más grata compañía?
Es idea de López Obrador imprimir en gran tiraje y regalar por los rincones del país la obra del sabio mexicano para promover la revolución de las conciencias que nuestro país necesita. Si el diagnóstico de nuestros males, si la franca decadencia, se origina en una crisis de valores, lo más indicado es, piensa AMLO, revitalizar los valores mediante la lectura de quien los discute, i.e. la Cartilla moral. Hacerlo más allá del sistema educativo, lo cual regresa la autonomía educativa a los individuos y aminora el trabajo fantasma en la sociedad escolarizada, y del propio sistema ideológico de la clase política ha de lograr, supongo que supone López, una educación distinta, una formación como la que han de necesitar nuestros tiempos. Es idea, esta de repartir el opúsculo alfonsino, que huele al mejor Vasconcelos, a la decencia de Torres Bodet y a una tradición no académica del saber. Es, pues, una buena idea… O podría serlo, porque también tiene sus asegunes.
El primero de ellos es triste para la alegría alfonsina. Algunos seguidores de López Obrador se han apresurado a destacar su diferencia con la propuesta. ¿La razón? Por allá dicen que es una ética del siglo pasado, y que por tanto poco puede hacer para dar razón de nuestro contexto; que es una ética caduca e inadecuada al siglo XXI, oleario en vértigos y hedonías. Otros dicen que la ética de Reyes es inaceptable por su condición de clase: hombre acomodado, hijo de la élite porfirista, empleado huertista, burócrata priista, seguro fingidor de la verdadera condición social del sufriente pueblo mexicano, reaccionario y de derecha. Y unos más, llegando muy tarde a la discusión, acusan la falta de espíritu patrio en la obra de Reyes, y denuncian su franca adhesión a los griegos –esclavistas y maltratadores de mujeres- y –todavía peor- a Goethe, que como todos saben es alemán y por tanto educó secretamente a los nazis. Digo que es triste hacer tales denuestos de Reyes porque son esencialmente injustos, ajenos a su vida y obra, a sus nobles ideales y a sus todavía más nobles esperanzas; es, pues, un abuso. No refutaré a los cronistas de la valía moral, que si no creen en la eternidad del Bien seguro es porque se lo tienen merecido; mas sí lo haré de los otros dos puntos.
A mi juicio, Alfonso Reyes no fue el hijo de papá que heredó una riqueza injusta y vivió de ella en la holganza. En una carta a Pedro Henríquez Ureña, Reyes comenta que le será imposible ir a hacer estudios a los Estados Unidos, como se lo había recomendado su amigo dominicano, porque en definitiva su padre no tenía el dinero suficiente para financiarle un gasto así. ¿Esa es la actitud de la clase acomodada? Más tarde, tras su salida de París y en tanto empieza a buscar acomodo en Madrid, trabaja en varios turnos y en varias actividades para sacar el pan [así se nota en su Diario y sus cartas de la época a José Vasconcelos y Julio Torri]. ¿Un joven acomodado requeriría de doble jornada laboral para sobrevivir? A su regreso a México, que quizá sería época de prosperidad, debía esperar, según alguna vez oí decir a José Emilio Pacheco, el transporte público a la esquina de su casa para acudir a la cita con el cardiólogo, que por lo demás atendía en institución pública. ¿Esa es la vida de un hombre acomodado?
Todavía más ruin es la acusación, añeja por cierto, de la falta de espíritu nacional en Alfonso Reyes. Él respondió en su momento a dicha acusación [cf. el primer Con la X en la frente], y su obra y vida toda puede ser entendida como una entrega total al futuro de su país como se trasluce en la siguiente bella y elocuente afirmación contenida en una carta a Enrique González Martínez: “bien sabe usted que mis alimentos están en Francia y en Inglaterra; mi ideal, en Grecia. Mi esperanza, en México”. Por lo anterior digo que es triste, y quizá también canalla y cínico, hacer afirmaciones tan viles sobre Reyes.
El segundo de los asegunes es, para mí, más importante. Si la idea de AMLO se funda en la fe en el libro y la cultura libre, me parece una buena idea. Sin embargo, la repartición gratuita de libros también puede ser empleada para la indoctrinación ideológica, para cancelar los discursos públicos e instaurar los rezos –laicos pero revolucionarios- comunitarios, para disminuir las conversaciones y aumentar las conversiones. Si se lee con cuidado, se notará que la Cartilla… no fue hecha para la recitación, sino para la reflexión, para la discusión pública de quienes necesitamos pensar la ética. Además, la impresión de gran tiraje y la distribución masiva no es señal inequívoca de vocación cultural, pues también puede ser signo de la fe del aparato cultural como fuerza del Estado: esperanza en un Pemex de las letras. Si así lo está pensando López Obrador, es una mala idea y una descortesía al más cortés de los escritores; si así lo piensa, es una infamia disfrazada de santidad.
Námaste Heptákis
Ejecutómetro 2011. 11279 ejecutados al 18 de noviembre.
Obituario.
Lamentaba la semana pasada
la muerte del gran Tomás Segovia,
hoy lamento la de Daniel Sada,
que espero pronto encuentre paz y gloria.
Coletilla. Si se quiere profundizar en el currículo del nuevo secretario de Gobernación, no se dejen de leer las puntuales referencias a su persona en el libro Los señores del narco de Anabel Hernández, donde se muestra que el señor Poiré es pieza clave en el asunto del narco.
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